Hace pocos días estuve en mi pueblo, no pude escuchar el repique de las campanas, quizá se quedaron roncas de tanto encordar a nacidos del pueblo y fallecidos en otros lugares por la pandemia que venimos sufriendo. Creo que el pueblo y la persona que las toca hace un gran homenaje y recuerdo a todos aquellos que, por distintas circunstancias, no pudieron morir en el lugar que vieron su primera luz.
He oído el tañer de muchas campanas en muchos de los lugares por los que he pasado a lo largo de mi vida, pero las de mi pueblo suenan de forma muy diferente y más entrañables que todas las demás. Es un sonido que desde pequeño te acostumbras a él y te familiarizas llevándolo dentro de ti como algo tuyo.
Para Ir a misa. Se conocen como señales y se dan tres, la primera media hora antes del inicio de la celebración religiosa, la segunda un cuarto de hora antes y la tercera un minuto antes.
Toque de muerto. Anuncia el fallecimiento de una persona. Dos campanas doblan de forma pausada e intercalando sonidos graves y menos graves. También se tocaban en funerales.
Toque de arrebato o de fuego. Constante y alocado, las campanas suenan rápidas y anuncian una emergencia que solicita la colaboración de los vecinos. Las he oído repiquetear muy deprisa, y angustiadas en el silencio de la noche tocando a asamblea cuando se producía algún incendio. Entonces la gente corría hasta la plaza para informarse, e inmediatamente acudían a la casa que estaba ardiendo con cubos formando una cadena humana desde el pilón o la fuente más próxima.
Toque del fallecimiento de un bebe. En nuestro pueblo se anunciaba con el tañido que producía una campana pequeña que llamábamos “Pascualeja” que emitía un sonido un poco más agudo. En aquellos tiempos rara era la semana que no falleciese algún niño/a. La pediatría no estaba tan adelantada como en la actualidad y los más débiles fallecían al nacer.
Campanas las de nuestro pueblo que saben llorar cuando lloramos, acompañándonos en nuestro dolor, con sonidos lentos y tristes que invitan al sollozo cuando algún ser querido se nos va. Desde la altura de la torre derraman su eco lastimero que el viento hace llevar y mecer hasta los más recónditos rincones de nuestro pueblo ¿Por cuántos habrán doblado o encordado?
Pero lo mejor de nuestras campanas es su sonido alegre y cantarín en las fiestas y celebraciones. Su repiqueteo jubiloso y envolvente vuela raudo entre el aleteo de palomas que huyen despavoridas por el incesante golpear del badajo sobre el bronce, invitándonos con su repique a ser partícipes no sólo de los actos religiosos, sino también de aquellos de divertimento y regocijo como son las fiestas patronales de agosto, “Nuestra Señora. y San Roque”, que los sanromaniegos hacemos gala de saber divertirnos, haciendo partícipes de ello a los forasteros que nos visitan ya que ese compartir nuestras fiestas forma parte de nuestra idiosincrasia.
Hoy, ya no hay
campaneros de badajo, la tecnología también ha llegado a las campanas y ese
tañer cotidiano se realiza actualmente de forma electrónica, aunque su toque
con sus distintos formatos sigue marcando la vida de nuestro pueblo, avisando
con su tañido todos los sentimientos que la vida nos depara.
La torre y sus campanas |
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