lunes, 1 de julio de 2019

Llegó otro verano.


Verano de 2019.

     Hemos comenzado otro verano y con él la estación demás intenso calor al año. La pasada primavera nos ha deparado alguna semana de calor aunque se ha caracterizado por temperaturas más bien frescas, pero con una escasez casi total de lluvias. Nuestros campos de secano al verse sometidos a tal continencia de agua auguran una mala cosecha.

    Ese verano tiene algo de especial: ha comenzado a gobernar la nueva Corporación Municipal elegida en las pasadas elecciones del mes de mayo, cargados de juventud y con nuevos proyectos e ilusiones que veremos reflejados a lo largo de estos 4 años. Que todo sea por unos buenos servicios que hagan mejorar la calidad de vida de los sanromaniegos.
    Son muchas las mejoras que se pueden hacer en San Román, pero las más urgentes podrían ser las siguientes:

1 .Tomar medidas para combatir y resolver ese gran problema del mundo rural que es su despoblación y que nos afecta considerablemente. A veces recorro mentalmente las calles de mi pueblo en algunas noches de insomnio, los jubilados dormimos poco ya que no quemamos esas energías recuperables por el sueño,  y me paro en las viviendas que conocí y hago un listado de las personas que vivían en ellas. Otras veces, ocupo los bares que frecuentaba con los clientes que eran asiduos a sus copas y sus partidas y que ya han abandonado para siempre barra y mesa. Pienso que dichos bares carecen de asientos para acomodar a tantos conocidos, hoy ausentes. Lo que más tristeza me produce de este imaginario recorrido no es lo inevitable, que está asumido, sino la ausencia que dejan los que se van. Las casas que fueron en tiempos pasados hervidero de vida están hoy cerradas o derruidas. En una palabra, no ha habido nuevos moradores para esas casas. En nuestros tiempos, nos juntábamos un centenar de niños y otro de niñas que llenábamos las cuatro escuelas. La escuela tiene en su interior una esperanza de futuro, por lo tanto sería muy lamentable la total desaparición de ellas en nuestro pueblo. Ahora la población de San Román ha quedado reducida a una cuarta parte de la que tenía en nuestra niñez, observándose muy bajo el índice de natalidad anual.

    Termino de leer la excelente novela de Julio Llamazares titulada: “La lluvia  amarilla” No quiero pensar en alguien de San Román que, en un futuro no lejano, sea otro protagonista de los monólogos del último habitante de aquel pueblo abandonado que trata la novela, y que en una mezcla de frenesí y sensatez evoque en un pueblo vacío y despoblado la historia de sus habitantes, sin niños jugando en la nieve, pero con remolinos y polvaredas removiendo las puertas desvencijadas de las antiguas casas abandonadas.

    2. Otro problema que han de resolver es la conducción de agua y alcantarillado de todo el pueblo, ya que la instalación anterior ha quedado obsoleta y propensa a averías diarias. Obra iniciada por ayuntamiento saliente, por sorpresa, en los últimos días de su mandato. 

    3. La  limpieza de nuestro entrañable y olvidado arroyo Hornija. Su estado actual es un foco infeccioso para los sanromaniegos. Alguien me comentaba el pasado verano que no es viable su limpieza por respeto a la fauna que actualmente reside en dicho río. Creo que hay que ser un poco ilusos para dar crédito a tal bulo. Su limpieza traería una mejor conducción de agua y mejoraría considerablemente el ecosistema de su pequeño cauce, así como su fauna fluvial, rica en otros tiempos de peces cangrejos etc. Comprendemos que vienen años con escasez de lluvias, como  consecuencia del cambio climático, pero sabemos que existen concesiones de agua, a través de su curso, muy antiguas y que no tiene razón su existencia en la actualidad. Creo que merecería la pena, ya que somos los más afectados, promover una reunión entre todos los alcaldes de los pueblos que baña este río –desde La Mudarra hasta San Román- y, ante la presencia de la Confederación Hidrográfica del Duero, tratar de resolver el derecho  a que este río, comunero por excelencia, tenga una corriente  continua de agua, característica principal de todo río o arroyo.

    Y así, los ausentes del pueblo pero nacidos en él volvemos al lugar que nos vio nacer buscando nuestras raíces, vivencias infantiles, recuerdos de nuestros antepasados; hecho que suele ocurrir cada verano. Y es que, amigos, querámoslo o no, llevamos marcadas  las  huellas de un pasado que fluye en cada uno de nosotros.

    El amor a nuestro pueblo es una atracción habitual que afecta a las gentes con sentimientos, circunstancia que se acentúa cada vez que volvemos al pueblo y abrimos las casas en esta época estival, aunque nunca tantas y tan concurridas como lo estuvieron abiertas en tiempos lejanos.

    Hoy estamos más sobrados de todo, en cambio, añoramos aquel pasado irrepetible que no volverá nunca, como tampoco lo harán tantas personas, familiares y amigos, que muy a nuestro pesar se fueron sin viaje de vuelta. Todavía estamos aquí presentes para vivir esta añoranza común que se traduce en cariño a lo nuestro, virtudes y defectos, que de todo hay en este pueblo, a pesar de los pesares, donde nos tocó nacer, vivir niñez y juventud, y del que  nos sentimos orgullosos, y nos permitimos, a Dios gracias, el lujo de volvernos a ver en lugares tan agradables para la vida en convivencia como: nuestras bodegas, los bares y terrazas, nuestra piscina, etc., gracias al milagro anual del reencuentro.