El miedo humano es una emoción
básica y natural que todos experimentamos en algún momento de nuestras vidas.
Es una respuesta ante situaciones percibidas como amenazantes, peligrosas o desconocidas.
El miedo desencadena una serie de respuestas fisiológicas y psicológicas en el
cuerpo, preparándonos para enfrentar o evitar la fuente del miedo.
El miedo puede manifestarse de diferentes formas y en
diferentes grados de intensidad. Puede ser causado por situaciones reales, como
enfrentarse a un peligro físico inmediato, o por situaciones imaginadas, como
los miedos irracionales o las fobias. Algunos miedos comunes en los seres
humanos incluyen el miedo a la muerte, el miedo a los animales peligrosos, el
miedo a la oscuridad, el miedo a la soledad, el miedo al rechazo social, entre
otros.
Si bien el miedo puede ser útil en ciertas situaciones
al alertarnos y protegernos del peligro, también puede ser nefasto cuando se
convierte en un obstáculo para el desarrollo personal y la búsqueda de nuevas
experiencias. Algunas personas experimentan miedos crónicos o intensos que
pueden influir en su calidad de vida y requieren ayuda profesional para
superarlos.
Es importante tener en cuenta que el miedo es una
emoción subjetiva y que cada persona puede experimentarlo de manera diferente.
Lo que puede resultar aterrador para una persona puede no serlo para otra.
Hemos
vivido parte de nuestras vidas con miedo. Nuestros padres y abuelos en los
límites del pánico por el tiempo de guerra entre españoles que les tocó
vivir.
Bien que
recuerdo de niño, aquellos “ejercicios espirituales” que, vísperas a la Semana
Santa, hacíamos en el Colegio interno de Escolapios de Toro (Zamora). Durante
tres o cuatro días olvidábamos toda terea escolar, dedicándonos a la vida espiritual: lecturas religiosas, meditación, así como la escucha de charlas atemorizantes del
padre escolapio que dirigía tales ejercicios. Todo con el rigor imprescindible
de mantenernos, durante esos tres días, en absoluto silencio y absteniéndonos
de toda actividad lúdica. Aquellas charlas nos amedrentaban con las llamas
eternas del infierno, el llanto y rechinar de dientes y durante las noches nos
acostábamos temiendo que con nocturnidad y alevosía apareciese el demonio con
su guadaña y nos arrastrara a las calderas de Pedro Botero, casi siempre por la
culpabilidad del despertar a la vida en el descubrir de nuestro cuerpo. No veo a Dios como inclemente e inflexible sino justo y misericordioso; por otra parte el amor a Dios nunca debe de ser como efecto de miedo y temor sino como correspondencia al amor que él nos manifiesta.
También
aparecían cada cierto tiempo visionarios que anunciaban catástrofes planetarias
y el fin del mundo. A comienzos de los años sesenta nos alarmaban con los
efectos de la lluvia radiactiva. Los gases y el polvo que generaban las pruebas
nucleares se elevaban hasta la troposfera y después caían cuando llovía en
lugares alejados de donde se había producido la explosión.
El
paso de cometas cerca de la tierra ha provocado, desde siempre, mucho miedo y poca
ciencia, asustando a los terrestres con calamidades apocalípticas. En 1910
dijeron que el cometa Halley envenenaría la Tierra con el gas cianógeno que
traía en la cola. La incultura y la ignorancia abonan el terreno para que
profetas y visionarios siembren el desconcierto.