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viernes, 1 de febrero de 2019

Oficios que desaparecieron en nuestro pueblo -3 -



    Se cree que el oficio de zapatero pueda tener una antigüedad de unos 15.000 años, siendo una de las primeras profesiones que nació con el ser humano. 

     Consiste en la fabricación y reparación del calzado de forma totalmente artesanal, y principalmente con cuero. En el caso de los que fabricaban nuevos zapatos, eran conocidos como maestros zapateros; y aquellos que reparaban el calzado, como zapateros remendones o zapateros viejos. 

    La formación de los zapateros se realizaba desde temprana edad, a partir de la dinámica maestro-aprendiz. Algunos niños asistían, a la edad de 12 ó 13 años, a los a los talleres de los maestros zapateros para aprender dicha profesión  Los gremios y los talleres familiares fueron durante mucho tiempo los espacios de instrucción de las nuevas generaciones de zapateros, los cuales aprendían desde esa edad temprana.

    Como no recordar aquellos antiguos zapateros, profesión hoy muy extinguida por dos causas principales. La primera sería que al mejorar la sociedad el nivel de vida cualquier calzado descosido ya no se repara se tira a la basura y la segunda es el uso actual de zapatillas deportivas. En los tiempos actuales no se apura tanto ni la ropa ni el calzado.

    Era digno de ver aquellos hombres con un mandilón de cuero colgado al cuello, sentados siempre alrededor de una pequeña mesa cosiendo para reparar o fabricar calzado. Los actuales zapateros han ido olvidando la aguja sustituyéndola por cola de contacto.

    Una habitación de la planta baja de la casa de estos laboriosos  artesanos la destinaban para ejercitar este  meritorio trabajo.  Aun recuerdo, en aquellos pequeños talleres, aquel olor a cuero que  caracterizaba aquellos aposentos, también a líquidos colorantes, a cera, a olor intenso y penetrable a betún, unido a una diversidad de olores de los zapatos de los clientes que esperaban su reparación. Toda esta malgama de olores creaba una atmósfera característica, que lejos de su rechazo, disfrutábamos los niños cuando nuestras madres nos mandaban, casi siempre, a llevar calzado en mal estado al taller del zapatero. La recogida la hacían éllas para pagar la minuta de tan laboriosa tarea.

    Los zapatos viejos a reparar permanecían, unidos todos, formando un montón en un rincón en total desorden, esperando pasar, un día determinado, a las manos del reparador. Admirábamos como el zapatero identificaba la propiedad de cada uno de ellos. Parecía  que aquellos viejos y destartalados zapatos se comunicaban con el artista por medio de un lenguaje especial. 

    Trabajaba sentado en una silla baja, con el delantal ya mencionado, casi siempre impregnado de manchas negras y rojas producidas por el contacto diario con los tintes característicos de cada zapato. Exteriorizaba algún que otro corte en sus manos, tal vez  provocado por descuidos de la afilada y larga cuchilla  con la que cortaba el cuero. Trabajaba alumbrado por una bombilla colgada del techo que proyectaba una escasa luz sobre la pequeña mesa.

    Me asombraba ver aquella pequeña mesa donde trabajaba, la que poseía pequeños compartimentos donde distribuía: tachuelas y clavos de distintas medidas, piezas de metal en forma de media luna que servían para que no se desgataran las punteras de las suelas y tacones y que emitían un característico sonido al andar. Recuerdo que de niños si nos las ponían en las botas, los compañeros nos decían: ¡Te han puesto herraduras!. Tal vez, buscando un símil irónico con las caballerías. La diminuta mesa, también contenía leznas de distintos tamaños para poder perforar el duro cuero y dar paso a la aguja que cosía. Para la costura empleaba hilos de bramante que impregnaba con alguna cera y así conseguir una mayor resistencia de éstos, que pasaban a llamarse cavos.

    Otra herramienta que utilizaba, aparte del martillo un poco achatado y las tenazas era la horma. La horma era un extraño artefacto capaz de hacer más grandes las botas, casi siempre de los niños. El objetivo era conseguir un número más para así alargar el aprovechamiento de éstas en consonancia con el crecimiento del pie. Cuando había hermanos menores, estando aun utilizables, no se requería la función de la horma.     

    Así eran aquellos zapateros de mis tiempos donde no faltaba  algún tertuliano que acompañaba al maestro mientras ejercía su trabajo. “Zapatero a tus zapatos” o “Con ellos ando”, frases las dos muy utilizadas y que se perderán con el tiempo como se están extinguieron los zapateros. Sirvan estas líneas como homenaje a estos artesanos y abnegados hombres que dejaron huella en nuestro pueblo. 
  
    Como no recordar al Sr. José el zapatero, que tenía su taller y vivienda en la plaza de la “Anchura”, al Sr. Aquiles que vivía y trabajaba en una casa que hacía  esquina con “Carreiglesia”, hoy llamada de D. Juan Mora Garzón, también recuerdo a un zapatero mudo que montó su taller en casa de la Sra. “Chamena”, también llamada la “Chata”. Al parecer se estableció en San Román durante algunos años por ser su esposa sobrina de la anterior. Cuando no existía ningún zapatero en San Román venía, los domingos, un zapatero  ambulante de Morales para entregar los ya reparados y recoger los de reparar.

    Aún recuerdo a la tía “Chamena”, que vivía en “Cantarranas”, aunque hablar de élla sería salirnos un poco del tema, creo que personaje tan peculiar bien merece su mención. Era soltera y sobrevivía haciendo alguna faena del campo: recogía leña, ataba manojos y sus últimos años fue enterradora, pero no como empleada municipal de tal puesto, hacía tal actividad por libre sobreviviendo de las propinas que las familias la daban. Era, según ella decía, sobrina de D. Bernardo Barbajero, aquel deán de la catedral de Madrid, - biografía que reflejamos en otro artículo en este blog- aunque fue desheredada de la herencia de éste al morir. Nunca entendimos el enigma de tal comportamiento en persona tan filántropa como D. Bernardo, tal vez, fuera a causa de que la “Chamena” era anticlerical y poco creyente. Por todo ello, cuando hablaba de su tío le decía de todo menos sus virtudes.

miércoles, 9 de agosto de 2017

Oficios que desaparecieron en nuestro pueblo - 2 -



LOS  ANTIGUOS COLCHONEROS





Vareando la lana


    Antes de la entrada del verano las mujeres de la casa hacían una limpieza general de ésta. Limpiaban bien todos los rincones, los cajones de las cómodas, los armarios, fregaban a conciencia los suelos, embarraban las paredes interiores y, sobre todo, hacían de nuevo los colchones que estaban duros, con la lana hecha pelotas de borra, apelmazada y lastimando los riñones de los que dormían en ellos.

    Hubo una época, no demasiado lejana, en la que los colchones eran de lana de oveja, con una funda de tela en forma de saco, unas veces rojiblanca (de ahí el apodo de “colchoneros” a los Atléticos), aunque otras veces eran floreadas. Con el paso del tiempo la lana se iba aplastando o apelmazando y el colchón reducía en volumen y comodidad, por lo que periódicamente, cada dos o tres años, aparecían en las casas del pueblo, previo aviso, los colchoneros.

    El día antes se había deshecho el colchón, lavando la tela si estaba útil, así como la lana en el arroyo, colgando esta última a secar en algún alambre de la era más próxima, como primer paso antes de la llegada del colchonero.

    En nuestro pueblo los colchoneros eran normalmente matrimonios. Había dos matrimonios en San Román dedicados a este oficio hoy desaparecido de colchonero:

- El Sr. Juminiano (que también era músico) y su esposa Argimira.

- El Sr. Teófilo y su esposa Prudencia (padres de Marina).

Los hombres utilizaban una vara, casi siempre de fresno, que se hundía  

    Los hombres utilizaban una vara, casi siempre de fresno, que se hundía en la lana y salía con mechones de lana enganchados a ella.

Varazo tras varazo, golpe tras golpe, las pelotas de lana se rompían, se abrían, se esponjaban. La lana bien vareada se colocaba después sobre una nueva tela del colchón, o aprovechando la anterior si estaba en buen uso, previamente lavada. La colchonera, una vez vareada, la distribuía encima de la tela, la cubría con parte de la tela superior y, sentada al lado de lana y tela, cosía con aguja curva por el costado con habilidad y destreza. Ensartaba con cintas que pasaban por los ojetes que existían en ambas superficies de tela, con el fin de que permaneciese una superficie de colchón, por ambas caras, más o menos uniforme, así como para que la lana no se rodase al mullirlo.

    Hemos de hacer notar que esta actividad se realizaba en el corral de la dueña de los colchones, colocando mantas debajo para evitar el contacto con la tierra. Las que no tenían corrales lo hacían a las puertas de las respectivas viviendas, tratando de buscar empedrados. Casi siempre los colchoneros eran invitados a la comida familiar de ese día.

    Hoy, ante la aparición de los colchones de muelles, fibra o látex, más prácticos y con menos mantenimiento, aunque más fríos en invierno, hemos arrinconado y desechado el colchón de lana, haciendo desaparecer la profesión de los antiguos colchoneros.


 antigua profesión de los antiguos colchoneros.

domingo, 6 de mayo de 2012

Oficios que desaparecieron en nuestro pueblo - 1 -

Oficios que desaparecieron en San Román



    Las costumbres van cambiando, y cada día nueva tecnología inunda nuestro entorno, relegando al olvido profesiones y oficios que antaño fueron esenciales. Algunos, solamente han cambiado de nombre, como fueron los antiguos bañeros, que ahora todo el mundo se refiere a ellos como socorristas; Otros, perdieron su puesto en la sociedad sustituidos por una máquina, o a causa de un sistema económico que les hizo imposible competir en precios para ganarse el sustento.


    En este artículo, intentaré recordar algunos de esos oficios perdidos o en desuso, para mantener en el recuerdo los que alguna vez fueron imprescindibles. Lógicamente me ceñiré a los oficios desaparecidos en el mundo rural y específicamente a los desaparecidos en San Román de Hornija (Valladolid), que es mi pueblo.




1.- El Pregonero:

Bovina del pregonero
    El pregonero era otra de las profesiones más populares en los pueblos de España. Su origen se remonta a tiempos del Imperio Romano, y durante siglos fue el medio de comunicación y publicidad más eficiente. Llegaba con su corneta a las distintas partes del pueblo, que previamente le había señalado el Ayuntamiento, y allí después del previo toque de corneta, anunciaba avisos municipales u otros eventos. Se me pasa por la cabeza algunos eventos muy peculiares y por curiosos merece la pena recordarles: Se hace saber que: ¡Esta tarde a las 9 horas (oficiales no solares) habrá cine en el salón del Sr. Tirso y se pondrá la película “ ………………..” con un bonito NO-DO de toros! Otros anunciaban la pérdida de alguna herramienta útil del campo, el extravío de alguna manta o prenda de vestido, la presencia en el Ayuntamiento del recaudador de la Contribución, el corte de agua del canal de riego etc; pero había uno muy peculiar y simpático que no se me olvida y decía: ¡Se hace saber la presencia en el pueblo del capador de cerdos de Bercero, el que necesite sus servicios se ruega pase por la plaza del Ayuntamiento!

    ¿Quien, de los que hace ya tiempo realizamos la primera comunión, no recuerda algún pregonero/a de San Román?: La Sra. Trini (viuda) y algunas veces sustituida por su hermano el Sr. Ausencio (ya mencionado en otro artículo de este blog) y como no recordar al último pregonero Sr. Auteliano, (“Aute”) personaje muy carismático, simpático y popular de San Román.
    He de hacer constar que en la actualidad, sustituyendo al personaje del pregonero, desde el Ayuntamiento se emiten avisos por megafonía mediante altavoces situados en la torre de la Iglesia. La alguacila, aprovechando las nuevas tecnologías de audio, creo que en mensaje previamente gravado, anuncia o avisa también de eventos; la corneta es sustituida por un pasodoble previo, dada nuestra afición taurina, pero in situ, sin el recorrido callejero y entrañable que realizaban los  anteriores pregoneros.   

2._ El Herrero:
    El oficio de herrero era el de un artesano que debía unir la fuerza, el ingenio y la destreza para dar, a golpe de martillo
El herrero
sobre un yunque, la forma deseada y el temple adecuado a las piezas que se forjaban en su fragua. En aquellos años era la experiencia y la habilidad propias las que determinaban la calidad de su trabajo. El mundo rural necesitaba antes al herrero para aguzar las herramientas especialmente las rejas del arado; también asumía las funciones propias de cerrajero, viéndose comprometido a hacer cerraduras, llaves, bisagras y pequeños herrajes en los que predominaba el trabajo de ajustado con la lima. Colaboraba con el carretero en la construcción de los carros.

    La fragua era también un lugar de tertulia para hombres. Tenía cierta semejanza con la taberna o la barbería, locales en los que se daba rienda suelta a las opiniones, críticas y bromas. El hecho de estar permanentemente abierta la convertía en lugar de encuentro de los labradores. Había un refrán que reflejaba bien este encuentro: “Con nieve o agua taberna o fragua”
    Para los niños, la fragua era un lugar misterioso que ejercía una atracción no exenta de peligro. Nos asombraba ver el hierro candente, admirábamos las habilidades del Sr. Tasio, con mandil de cuero, envuelto entre chispas que saltaban de su yunque y nos fascinaba hacer funcionar el inmenso fuelle para conseguir reavivar las llamas de la fragua.
    Con el tiempo llegó la mecanización del campo y los adelantos modernos. En pocos años las yuntas de animales fueron sustituidos por tractores. Los antiguos carros por remolques. Los arados romanos por los nuevos artilugios de varias vertederas. En los hogares dejaron de necesitarse trébedes y útiles semejantes. Los enrejados para las ventanas se hacían en talleres especializados. El Sr. Tasio no cambió la forja por la  reparación de maquinaria agrícola y tuvo que  cerrar la fragua años antes de su jubilación.
    En San Román conocí dos fraguas la del Sr. Tasio y la del Sr. Manolo. Esta última a su jubilación tuvo continuidad con su sobrino Arcadio que había nacido en Torrelobatón. A ambos herreros no se les nombraba por su nombre y apellidos, ejemplo Tasio García, sólo añadíamos a su nombre la palabra herrero, así: Tasio “el herrero”, Arcadio “el herrero”, tal vez porque esta profesión imprimía aparte de chispas mucho carisma. La fragua del Sr. Arcadio ha tenido continuidad por la buena transformación o cambio de la forja a la reparación de maquinaria agrícola, regentada en la actualidad por su hijo político.
    Recordamos la personalidad del Sr. Tasio, sólo serio en su trabajo relacionado con su fragua. Personaje muy carismático en San Román, especialmente en la época que se celebraban los carnavales; cada día de éstos encarnaba un personaje distinto, que con buen humor causaba admiración a sus convecinos en dichas celebraciones.     

 
3._ EL Carretero:
    El de Carretero, era un oficio que el Diccionario lo define como “Constructor de carros y carretas”. Este trabajaba la madera, y para fabricar un carro, necesitaba la estrecha colaboración del herrero, pues necesitaba de él todos los elementos metálicos
Herramientas del carretero
que el carro llevaba, como eran las llantas metálicas de las ruedas y el resto de herrajes para hacer más sólida su construcción. Cuando era necesario poner las llantas a las ruedas, se unían ambos, carretero y herrero, y con la ayuda de sus oficiales (porque era una operación trabajosa y arriesgada), hacían una gran hoguera para calentar la llanta hasta que se ponía casi incandescente y así se conseguía su dilatación para acoplarla más fácilmente a la rueda. Una vez colocada la llanta, para conseguir su rápido enfriamiento, se le echaba agua en abundancia, así no se quemaba la madera y la unión quedaba sólida, y se terminaba la operación colocando los pasadores entre hierro y madera. De esta manera concluía la fabricación del carro.
    Este oficio de carretero, al aparecer los remolques (que primero se hicieron para mulas y luego para tractores), le fue dando paso al taller de carpintería metálica, por lo que, igual que ocurrió con el herrero, desapareció en pocos años.
     Los últimos carreteros que hubo en San Román: Justino Gil (trasladó su actividad a la ciudad de Toro), Melquiades Bajón y Ángel Bajón fueron convirtiendo sus talleres de carros y demás aperos en carpintería metálica.

4._ El barbero:
    Recuerdo que en nuestro pueblo existían al menos 3 barberos y se dedicaban a este oficio complementándolo con las faenas del campo; podíamos decir que no eran profesionales, casi siempre 
Utensilios del barbero
eran barberos porque también lo habían sido sus padres. Arreglaban el pelo e iban por las casas una o dos veces por semana para afeitar a sus clientes. Ahora las generaciones actuales manejan para su afeitado maquinillas  y cuchillas con grandes prestaciones y con una seguridad que evita accidentes en cortes. En los pueblos pequeños, como el nuestro, ha desaparecido dicha profesión y el corte de pelo se realiza en las poblaciones grandes donde si hay peluqueros profesionales que a veces se dejan llamar “estilistas”.
    Los tres últimos barberos del pueblo eran estos: el Sr. Pablo, el Sr. Mariano y el Sr. Eustasio, siempre acompañado de ese apellido profesional. "el barbero". Al Sr. Eustasio le apodaban “Patena”, tal vez fuese por la pulcritud y limpieza que manifestaba en los afeitados.    

5._ EL Carbonero (Cisquero):
    Eran muchas familias que en San Román de noviembre a marzo se dedicaban al oficio de hacer carbón vegetal que en nuestro pueblo se llamaba “cisco”. Era un recurso más de supervivencia. Los cisqueros compraban encinas y las ramas de
El carbonero o cisquero
la poda de estas en el monte próximo de Cubillas, donde se quemaban haciendo grandes cumbres formando los hornos que llamaban “cisqueras” Para evitar la total combustión empleaban a veces agua y tierra que luego cribaban antes de envasarlo en sacos. Los sacos con cisco los vendían en Toro, como combustible que se empleaba en los braseros.   
Los tiempos cambian y han surgido otros combustibles, más limpios y al alcance de todos, como la electricidad, el gasóleo, el gas y sus derivados etc.,  que han traído la decadencia del carbón vegetal. ¡Ah! En Toro han dejado de llamarnos el pueblo de los “cisqueros”.
                                                                                                                                       
6._ El sastre:
    Dentro de los oficios artesanales, el de sastre era quizás el más reconocido socialmente y el que implicaba de forma directa a casi todos los miembros de la familia. La especialización que
Material de una sastrería
requería hacía necesaria, además, la presencia de aprendices, casi siempre mujeres, El taller, ubicado por lo general en una dependencia de la misma casa, acentuaba aún más el sentido fraternal de una relación de trabajo, presidida por la confianza.
Las prendas demandadas eran, sobre todo, abrigos, chalecos, chaquetas y pantalones. Las telas más comunes, el paño, la pana y el dril. Con la estandarización en el vestir y la mejora de la ropa confeccionada y al alcance de todos los bolsillos, el oficio de sastre casi ha desaparecido en nuestros días, ya que sobreviven muy pocos talleres localizados sólo en grandes poblaciones.
    Hemos de recordar a dos sastrerías que funcionaban en San Román, la de Gustavo Muñoz y la de su hermano Chencho Muñoz. Recuerdo que era costumbre, todos los años, en las fiestas patronales estrenar traje, siempre confeccionado por alguno de estos dos artesanos.

7._ El pescador de río
    San Román, como pueblo próximo al río Duero y bañado en su proximidad por el río  Hornija, ha habido personas que hacían
Barbos de río
de su profesión la acción de pescar peces en el río, oficio que aprovechaba los recursos alimenticios que la fauna fluvial contenía: barbos carpas, boas, cangrejos etc.


    Hoy, desgraciadamente, el mal trato que el hombre ha dado a este medio ha traído consigo la desaparición de esta actividad y todo lo que conllevaba dicho oficio. Las aguas del 90 % de los ríos españoles están contaminadas y los peces no aptos para la alimentación humana.
Barcas de pescadores
Los pescadores poseían una barca, que se  movida por la acción de un varal que picaba en el fondo, y la debida autorización para la pesca con red. Los peces eran antes muy apreciados y sabrosos y los pescadores los vendían por las casas del pueblo o pueblos próximos, llevándolos en grandes cestas.      
    Hemos de recordar la familia de “Los Valerios” dedicada generacionalmente a este oficio de la pesca, su último representante fue el Sr. Tasio “Valerio”. Otro pescador del que tenemos constancia se llamaba el Sr. Bertilio.

8._ El segador:
El segador
    Allá por finales de julio, los trigos y las cebadas ya estaban en sazón y suficientemente dorados y secos sus granos, era hora de recolectar esa cosecha, buena o mala según los años. La primera fase de esta recolección era la acción de la siega y la realizaban unos hombres entregados a ese trabajo de extrema dureza, que se les llamaba segadores. Comenzaban su  tarea muy pronto, antes de que saliera el sol y cantaran los pájaros. Como todos los trabajos del campo, segar precisaba habilidad y no todos valían.
    Su única herramienta era la hoz en buenas condiciones de filo y por seguridad en la mano izquierda llevaban unos dediles, no en todos los dedos, con el fin de protegerse  éstos de la proximidad de la hoz que manejaba la otra mano. Los dediles eran casi siempre de cuero duro y solían estar atados a la muñeca. Al estar tantos días metidos en aquellos receptáculos, los dedos se volvían tan blancos que parecían de otra mano.
    Solían ir en cuadrillas que ajustaban la siega a los labradores a un precio estimado y acordado por fanega, con la una condición de que  la comida cocinada y el vino corriera a cuenta del propietario de la mies. Segaban de sol a sol protegiéndose de éste por anchos sombreros. Paraban a comer y a veces por falta de árboles, que proyectaran sombra, se protegían del sol con las albardas de sus burros. Cuando su herramienta no cortaba lo suficiente, el calor y cansancio del segador se hacía irresistible, paraban en el “hato” para afilar la hoz y beber un trago de vino con que mitigar el calor y recuperar fuerzas para terminar la jornada.    
    Hemos de recordar, en todas las cuadrillas de segadores, la presencia de un personaje infantil de 9 ó 10 años que recibía el nombre de “rapaz”. El rapaz realizaba tareas de colaboración con la cuadrilla y estaba siempre atento a lo que aquellos le encomendaban: ir a por la bebida, acercarse, a mediodía al pueblo, a por una olla que contenía el cocido, que había preparado la esposa del dueño de la siega. También el rapaz poseía un palo, a modo de cuerno, que le ayudaba a coger brazados de mies para componer las “morenas”. Esta acción se llamaba atropar. El rapaz se olvidaba de los juegos propios de su edad para convertirse en aprendiz de futuro segador y, con ese esfuerzo tan precoz, colaboraba a sustentar la economía de su familia.   
    La palabra “morena” a gente ajena a nuestro pueblo puede que le suene a chino. Se trataba de que en nuestro pueblo, singular en la comarca, no ataba haces de mies y por lo tanto dicha mies la colocaba en gavillas formando “morenas”. La buena  colocación de esas gavillas formando morenas protegía la mies ante tormentas, vientos etc.
    Llegaron nuevos tiempos que terminaron con la siega a hoz y los esforzados segadores. Apareció, sobre los años 50, una
Máquina agavilladora
máquina llamada agavilladora, que movida por tracción animal y mediante un corte móvil de cuchillas y rastros segaba depositando la mies, a voluntad del operario, en “maraños”. Años más tarde surgió la actual máquina “cosechadora, que con un mecanismo sofisticado se olvidaba de “morenas”, “maraños”, trillos, aventadoras etc. Consiguiendo, al mismo tiempo, segar, trillar y aventar, llevándose en el día el grano para casa.        
    Desde aquí honramos la memoria de aquellos esforzados segadores y rapaces que hubo en San Román de Hornija.