sábado, 21 de noviembre de 2020

La electrificación del mundo rural


"Del candil a la bombilla eléctrica”


    Creo que muchos jóvenes de hoy no saben lo que es un candil, y si lo saben no lo han utilizado. Otros, los de la generación de mis abuelos dirían que este instrumento, en desuso hoy, fue un utensilio primordial en todas las casas llegando a albergar cada hogar no solo uno, sino dos o más candiles.

    El candil que yo conozco es un aparato de metal con un recipiente lleno de aceite con una mecha, que empapada ardía por absorción sirviendo la llama para alumbrar. A la mecha se la conocía como “torcida”, y el extremo encendido de ésta se llamaba “pabilo”. Al ser nuestro pueblo por excelencia bodeguero, ni que decir tiene que el último uso que se hizo de esta iluminación fue un poco más tardío que en otros núcleos rurales. Su desaparición de las bodegas sería en los años ochenta, siendo sustituido por faroles de butano, después y actualmente con placas fotovoltaicas. Viendo mejorada su iluminación de tales parajes o cuevas.

    Sin embargo, hoy nos preocupa aquellos comienzos de la electrificación de nuestro pueblo: San Román de Hornija, aquel brusco paso de iluminación del candil a la bombilla. Antes de la llegada de la luz eléctrica el candil sería el principal sistema de iluminación. Los destellos luminosos que produciría su llama serían de un fulgor tal, que me imagino que en tiempos más remotos alegraría a muchas suegras durante las horas en las que el novio hablaba por la noche con la hija en su casa. ¡A propósito! Había una coplilla picante, muy antigua, que decía más o menos así:

El candil se va a apagar

y mi madre no está aquí.

Yo no digo que te vayas,

pero, para no hacer “na”,

¿Qué es lo que pintas tú aquí?

  

    No sé el año exacto en el que la luz eléctrica llegó a nuestro pueblo. He hecho averiguaciones, y en nuestra capital de provincia: Valladolid parece ser que fue en 1882, cuando se comunicaba la inauguración de la luz eléctrica «en todos los establecimientos de esta capital y algunos particulares», si bien continuaron en servicio mil farolas de reverbero y gas. En Zamora en 1897. Parece que dieron prioridad, de principio, a las poblaciones con mayor número de habitantes, y al pueblo nuestro, como a otros de igual o parecida población, no llegó la electricidad hasta principios del siglo pasado. Naturalmente que este invento se iría introduciendo poco a poco en los hogares; primeramente, en aquellos donde el bolsillo era más holgado, llegando posteriormente de manera gradual a instalarse en el resto de las viviendas. Muy parecida tal innovación, la que yo viví y podemos contar los de mi edad, con inventos como la radio, o la televisión, que comenzaron a disfrutarlo las familias con mejor nivel económico. 

     Creo que, así como el advenimiento del ferrocarril a nuestro pueblo en 1864, la instalación eléctrica también tendría sus detractores, es decir, gente poco innovadora y abrazada al rancio pasado. Justificarían su oposición a dicho sistema de iluminación por el temor de incendios en sus viviendas, así como descargas eléctricas que producirían daños físicos.

    De lo que si me acuerdo es de aquellas primitivas instalaciones eléctricas en las casas de cordones trenzados, sujetos a la pared por diminutas jícaras, y que por el peso debido a las sucesivas capas de barro llegaban a curvarse. También recuerdo aquellos interruptores con el pellizco de madera.

    Estoy seguro de que al principio el enganchar la luz, «término coloquial muy utilizado en nuestro pueblo», sería muy costoso y digo esto porque en mi niñez conservo en mi memoria una casa con un agujero en el techo, que servía para alumbrar el piso de arriba pasando el cordón y la bombilla desde el piso de abajo por un boquete. Era una manera de economizar.

    Recuerdo que, en San Román por los años 50, existía una forma de conexión eléctrica que podíamos llamar social. Se trataba de un aparatejo de color negro, que se ponía a la entrada de las viviendas y que la gente llamaba ratón. Este ratón recibía ese nombre dado su tamaño y color similar al roedor, aunque era, ni más ni menos, que un limitador de corriente; es decir daba un paso de corriente limitado para una bombilla o dos de baja potencia a la vivienda que lo tenía. Como se decía entonces de pocas bujías, palabra hoy en desuso y sustituida por la unidad actual llamada vatio. Este suministro eléctrico, no cabe otra duda, que era destinado a economías muy modestas.

    Pero volviendo al candil, de otros tiempos, por lo general siempre estaba colgado en la repisa de la chimenea o en la pared, y en este caso con un cartón entre ambos para mitigar las manchas en el muro. Casi a todos ellos se les veía un palote que asomaba por el recipiente y que servía para avivar la "torcida", y en su defecto, hacía las veces para este menester la horquilla del moño de la abuela.

    El candil en mi niñez solo se usaba cuando había un corte de energía. Es decir, no sabíamos olvidar la eficacia de éste, aunque solamente fuera para emergencias, tan cotidianas en aquella época y casi siempre originadas por el viento que acechaba los tendidos del exterior con problemas de sujeción a sus jícaras. Recuerdo al respecto, siendo niño, a un personaje al que llamaban Julio “Pitirús”, que pertenecía a una familia de rancio abolengo, aunque venida a menos, llamada los “Cepedas”. Esta familia residía en la calle de su mismo nombre, con pórtico en piedra, blasón y escudo. El cometido de este, apodado “Pitirús”, «creo por su baja estatura», como “mandado” por la compañía suministradora de energía era: con la ayuda de un varal liberar ambos cables en el tendido afectado, y así subsanar tal avería. Vamos que el tal “Pitirús” escenificaba acciones algo quijotescas, pero sin corcel ni molinos, aunque si varal en ristre, con actitudes de búsqueda del bien común (subsanando la avería) y deshaciendo agravios. Ideales que encarnaban muy bien en D. Quijote.                                                                            Julio "Pitirus", al terminar la época de las eras, pasaba por mi puerta portando un saquito y criba. Se dirigía en busca de algún "terreguero" olvidadizo con el que proporcionar sustento a sus ponedoras.   

    Valladolid y Zamora trabajaron muy unidas en la consecución de la energía hidroeléctrica necesaria, ya que a ambas las vinculaba el río Duero. Las primeras empresas suministradoras de energía eran en Zamora “El Porvenir” y en Valladolid: “Engracia Saracíbar”, que tomaría más tarde el nombre de “Electra Popular Vallisoletana”.

    El ingeniero de Caminos, Canales y Puertos D. Federico Cantero Villamil, madrileño, funda la sociedad hidroeléctrica “El Porvenir” en Zamora, con la intención de explotar la presa de San Román, cerca de Zamora, y la construcción de un salto de agua que se prolonga hasta 1903, convirtiéndose en el primero de España. ​También diseñó y proyectó lo que pasaría a llamarse la Solución Ugarte o Solución Española de los Saltos del Duero, un proyecto de construcción de presas a lo largo del Duero en territorio español. Lástima que el proyecto de nuestro pueblo no llegará a consolidarse. En la ribera del Duero y a la altura del pago de “la Isla” todavía contemplamos restos de aquel fallido proyecto. Recuerdo que de niño llamábamos la casa de máquinas.

    La frecuencia de cortes de luz, es decir apagones, en nuestro pueblo era muy corriente, dando lugar a una anécdota que ocurrió a la mujer de un vecino mío, ya fallecidos ambos. Esta anécdota quedo reflejada en una de aquellas murgas desenfadadas que se cantaban en carnaval, y el estribillo decía así:

No te vaya a pasar lo que a Ismael,

que creyendo fundidas las bombillas.

Vuelve, que vuelve a por otra,

que ésta está fundida

y es que no había luz.


    Por último, hemos de agradecer a aquellos investigadores que con su esfuerzo y perseverancia han traído el progreso de los pueblos, mejorando, a la postre su calidad de vida.