miércoles, 20 de enero de 2021

EL CALENDARIO O ALMANAQUE

Orígenes del calendario


  Los humanos siempre hemos estado obsesionados con el paso del tiempo desde la época de las cavernas. Nuestros ancestros pronto se dieron cuenta de que los ciclos del día y la noche estaban asociados al sol y la luna, así que los primeros calendarios eran tan básicos como contar las veces que se ponía o salía el sol. Se ha encontrado un calendario lunar en Escocia con 8.000 años de antigüedad.

 

    Ahora nuestro calendario es mucho más preciso. Los años duran 365 días, y cada cuatro años se añade un día más. Pero, ¿sabías que el calendario tiene doce meses por culpa del asedio a Numancia, o que en 1582 se tuvieron que eliminar 10 días de octubre para corregir un error de cálculo que descubrió la Universidad de Salamanca? Vamos a echar un vistazo a los secretos y curiosidades del calendario gregoriano.


  Pronto nos dimos cuenta de que los días y las noches no era suficiente ¿La razón? Las estaciones y las cosechas. Hasta la Revolución Industrial, que tuvo lugar hace apenas 250 años, la humanidad ha dependido de los ciclos de las cosechas. Contando las veces que salía el sol no se podía calcular bien cuando empezaba una estación, cuándo emigraban las manadas de animales, o cuándo había que plantar las cosechas, así que idearon calendarios más precisos.


    Puesto que el Sol y la Luna siempre se han relacionado con los dioses y lo divino en las culturas antiguas, la mayoría de los calendarios han sido impuestos por las religiones.

    El calendario maya, por ejemplo, comenzó su cuenta en el año 3114 antes de Cristo, y se repite en ciclos de 52 años. Según su nomenclatura sólo cubría hasta el 21 de diciembre de 2012, de ahí la superstición de que ese día se acabaría el mundo. Algo que, por supuesto, no ocurrió.

    El calendario egipcio es el primer calendario solar conocido. Se comenzó a usar en el año 3.000 a. C. y era sorprendentemente parecido al actual. El año tenía 365 días dividido en 12 meses de 30 días. Los 5 días que faltaban se añadían al final del año. Eso sí, el mes se dividía en tres semanas de 10 días .

    En Europa se utilizaban diferentes calendarios lunares hasta la llegada de los romanos. En cada región tenían diferentes números de meses, y el año no duraba lo mismo. Fueron los romanos los que unificaron los calendarios en su imperio, y finalmente el último de ellos, el calendario gregoriano, es el que se ha mantenido hasta nuestros días.

    El emperador Julio César, obsesionado con su figura y empeñado en perdurar en la Historia, decidió modernizar el viejo calendario romano, vigente durante más de setecientos años, para instaurar el calendario juliano, en el año 46 a. C, y poner su nombre a un mes (Julio). Este calendario se extendió por toda Europa y América, a través de las conquistas españolas, inglesas y portuguesas.

    En el calendario juliano un año duraba 365 días y 6 horas, así que cada cuatro años se añadía un día más. Lo que hacían era repetir el 24 de febrero, y se llamó bisiesto. Aunque fue sustituido por el calendario gregoriano en el siglo XVI. En casi toda Europa, se ha mantenido vigente, sin embargo, en algunos países como Turquía, Grecia o Rusia, no cambiaron del juliano al gregoriano hasta el siglo XX. Grecia se cambió en 1923.

    El calendario juliano, como el egipcio, fijaba un año de 365,25 días, es decir, 365 días y 6 horas. Pero en el siglo XVI astrónomos de la Universidad de Salamanca descubrieron que un año en realidad duraba 365 días, 5 horas, 49 minutos y 12 segundos. Cada año se habían contabilizado 11 minutos de más, durante siglos, lo que provocaba que el cálculo de las estaciones, las cosechas y, especialmente, la festividad cristiana de La Pascua, sufriese un desfase. 

    El papa Gregorio XIII decidió poner orden y, con la autoridad divina que solo el Papa posee sobre la faz de la Tierra, organizó un congreso de sabios para unificar los calendarios de la Cristiandad. Para corregir el error de 11 minutos que se había mantenido durante siglos, tomaron una medida drástica: en el año 1582, octubre tuvo 11 días menos. El día 4 dio paso al día 15.

    Actualmente, cada 4 años añadimos al mes de febrero un día más, y a ese año con febrero de 29 días llamamos bisiesto, entendiendo que de esta manera quedan asumidas prácticamente todas las correcciones. Digo en la práctica porque en la realidad cada año se desajusta 26 segundos. Dentro de 3.300 años, tendrán que añadir un día más para ajustar el calendario ¡Otros lo verán!    

   Olvidándonos de los orígenes del calendario, así como de los cambios que aquellas civilizaciones hicieron de él, veamos la repercusión de éste en el mundo contemporáneo. Ya hace tiempo que también lo llamamos almanaque, palabra que nos dejaron los árabes en sus 8 siglos que permanecieron en España. El calendario casi siempre es anual y se puede dividir bien en los 365 días, en las 52 semanas, o en los 12 meses.

    Atendiendo a su formato el calendario puede ser: de pared, de mesa, de bolsillo, por días, al que vulgarmente llamábamos “taco”. Este último se pegaba en la pared y cada hoja representaba un día que había que cortar o despegar al terminar esté. Solía tener en el anverso pequeñas lecturas curiosas, máximas y anécdotas. Creo que actualmente está, un poco, en desuso. Recuerdo, en mi época escolar de interno, la pugna que teníamos entre los compañeros, al terminar el último estudio del día, por hacernos merecedores de cada hoja diaria.  

   Respecto a su contenido casi todos son santorales, anuncian el santo del día en la parte inferior de este, otros informan la hora de salida y ocaso del sol, algunos informan de las fases de luna etc. Todos resaltan los domingos y festivos en color rojo. 

    En cada casa siempre había alguno de pared y generalmente publicitario, es decir que las tiendas o comercios regalaban uno a cada uno de sus clientes donde constaba el nombre de la tienda y sus especialidades o virtudes, todo con una bonita imagen de fondo apropiada. Había uno de grandes proporciones de “Unión Explosivos Rio Tinto S. A.” cuyas imágenes representaban obras de pintura clásica y era muy solicitado. No poseer un calendario de pared en una casa era faltarle algo. 

    En el colegio anotábamos en los calendarios de bolsillo los días fijados para los exámenes. El nerviosismo aumentaba a medida que se acercaban. Nos parecía que el tiempo pasaba demasiado rápido. Así sucede cuando no se desea o se teme algo.

    No podemos olvidar el “calendario zaragozano”, calendario muy popular en el mundo rural, donde se hacían pronósticos de la meteorología del año, con sus aciertos y errores.

   Recuerdo de niño como se apuntaba en los cuadros de cada día del calendario distintos eventos o curiosidades: el día que la gallina clueca se comenzaba a incubar los huevos para que estuviéramos pendientes sobre los veintiún días y ver la salida de los pollitos (en noches frías, como las que este año estamos pasando, metíamos los pollitos en una caja de cartón y los poníamos al lado del brasero o gloria). También se apuntaba en los almanaques el día de la matanza y el que se ponía el jamón en salazón, comienzo de algún tratamiento médico, el día que se comenzaba la era, los días que duraba la vendimia, el día del casamiento al que nos habían invitado o el del fallecimiento de algún allegado. Hechos pasados y venideros, en una palabra, pequeños mojones dentro de los hitos del tiempo.