sábado, 21 de diciembre de 2019

Navidad 2019



La magia de la Navidad


    No se puede negar la fascinación que esta festividad ejerce, tan antigua como actual. Su espíritu vive hoy de la misma manera que perduran todas las tradiciones que con ella se vinculan, y que se repiten puntualmente con la misma solemnidad de siempre.

    Sin saber por qué, a veces siento la impresión que la Navidad que en aquellos años disfruté en mi infancia ya no existe. Puede ser que ello se deba a que yo mismo he cambiado; pero en mi percepción, la Navidad no es ya como entonces era. Quizá sea porque el recuerdo de mis primeras Nochebuenas se encuentra inmerso en emociones y sentimientos personales; la verdad es que la realidad cotidiana a veces dificulta encontrar el verdadero y profundo significado de este acontecimiento. La Navidad que disfruté era más humilde, con carencias materiales y de consumo que hoy tanto hacemos gala por Navidad; sin embargo, encerraban para mi algo más íntimo o espiritual, dado sus carencias. Pasan por mi mente aquellas nochebuenas rodeando al fuego, unos sentados en el banco, otros en sillas, los más pequeños en tajuelas, pero unidos y sin ningún elemento extraño que deteriorara o perturbara tal convivencia; no había televisión, lo que hacía que se fortaleciesen más los lazos familiares. En las actuales navidades aún sigo recordando aquel entorno familiar, a veces cierro los ojos y me siento identificado con aquella cocina fría y acogedora a la vez, rodeado de aquellos seres queridos, hoy desaparecidos. La navidad nos traslada a otras épocas evocando aquellos sentimientos, vivencias y recuerdos que vivimos nuestros primeros años.

    La Navidad es una festividad de intimidad, paz y felicidad, de nada sirve llenarla de galas superfluas; de deslumbrantes luces florecidas en falsos pinos que parecen anunciar una prematura primavera; de ruido insoportable por las calles; de adornos comerciales ajenos a los goces del alma. Cuando pienso en la Navidad recuerdo un tiempo de cálidos afectos. Evoco la tranquila serenidad de mi infancia.

    Cuando era niño, como ocurre a todos los pequeños, esperaba con ansia su llegada. La Navidad era, sin duda, la fiesta preferida. Constituía un momento lleno de magia en el cual me sumergía por completo. Regresaba al hogar familiar, al pueblo que me había visto nacer, alejándome por unos días de aquellos internados rígidos en disciplina de un colegio regentado por escolapios. Llegaban los Reyes y retornaba, otra vez, con tristeza al calvario del internado.

    El encanto de la Navidad iluminaba el paisaje con aquellas heladas que blanqueaban los tejados todas las mañanas, y como efecto de la dureza de aquellos inviernos permanecían chupetes de hielo suspendidos de las primeras tejas todo el tiempo del periodo vacacional.

    Y ahora la magia de la Navidad hace que un año se pase volando, y nos hace reflexionar hacia atrás sobre lo que hemos luchado, lo que hemos conseguido y en lo que hemos fracasado. Todo nos da fuerza para seguir adelante. Que esta Navidad genere en nosotros los mejores sentimientos del ser humano para poder apreciar el verdadero valor de la amistad, la familia y el amor. Que el nuevo año 2020 nos traiga nuevos sueños, nuevos proyectos y nuevos retos.

    A todos los que visitáis este blog os deseo:

¡Feliz Navidad y Feliz Año Nuevo!


domingo, 1 de diciembre de 2019

Las bodas antiguas y su evolución a las actuales.


Así eran antes las bodas



    Antes, el primer paso para la formación de una unidad familiar entre un hombre y una mujer era en las bodas, constituía un momento solemne y los pueblos rodeaban a este momento de un cúmulo de costumbres, tradiciones, celebraciones y ritos que es curioso estudiarlos.

    Hoy las bodas se han simplificado de tal forma que han perdido toda la riqueza folclórica que las rodeaba. En los pueblos pequeños, como en San Román,  ya no se celebra la boda en su totalidad, algunas veces solamente el acto litúrgico. Prefieren desplazarse a la capital o a centros comarcales para tener facilidad de celebrar el banquete en un restaurante, en el cual se remata la fiesta con una orquesta que ameniza el baile. Esto ha hecho que haya desaparecido todo el encanto de las bodas populares según la antigua usanza, con las coplas, los ritos y costumbres que habían pasado de padres a hijos y de abuelos a nietos.

    Todo comenzaba con el noviazgo y hasta la misma celebración nos encontramos con todo un ritual de costumbres. Ese noviazgo se llevaba a cabo, casi siempre, por la atracción de ambos, no siempre era de conformidad paterna, lo que originaba grandes conflictos. Lamentablemente, los padres en el mundo rural, no solo valoraban las grandes cualidades que pudiera tener el novio o novia para su hijo o hija, daban como primera condición en dicha elección la similitud de ambos en fanegas de terreno. Si esto no se cumplía surgía una oposición férrea a tal unión, olvidándose de la premisa principal de toda unión que es el amor, elemento imprescindible en la consecución de una verdadera felicidad entre los contrayentes. Hoy, afortunadamente, en las uniones matrimoniales tienen menos protagonismo los padres de ambos contrayentes. 
    
    Lo primero y principal era formalizar el noviazgo ante el padre de la novia, a lo que se denomina “pedir la entrada”. Esta prueba por la que tenía que pasar el novio (todavía hoy algunos padres exigen que el novio pida la entrada) no era más que una reafirmación del noviazgo para una futura boda. El novio acudía una noche a casa de su compañera y era recibido por el futuro suegro, a éste le confirmaba el futuro yerno que las intenciones eran buenas y respetuosas para con su hija, dado el beneplácito por parte del padre el novio ya podía entrar en casa de la novia y a partir de ese momento todas las noches pasaría un rato en casa de los suegros con la novia, se iba forjando así el nuevo vinculo familiar que daba paso a un conocimiento más profundo por parte de todos.

    Antes de celebrarse la boda tenía lugar la "petición de mano", momentos en los que los padres del novio acudían a la casa de la novia a solicitar de los padres de ésta el consentimiento para que se celebrase la boda. Una vez obtenido éste, se trataban los detalles prácticos, todo lo relativo a fecha, invitados, incluso dote que cada uno iba a aportar al nuevo matrimonio, concretar quienes iban a ser los padrinos y demás pormenores. A partir de los años 50, bajo influencia o moda de de la gran ciudad, se fue implantando algo novedoso para ese día: el intercambio de regalos. Así los padres del novio regalaban a su futura nuera una pulsera llamada de “pedida” y los padres de la novia ofrecían a su futuro yerno un reloj. Claro esto dependía, en parte, de la situación económica de ambas familias. 

    Meses antes de la celebración de la boda, existía por costumbre que la novia enseñase el equipo de ropa que llevara al matrimonio: sabanas, toallas, mantelerías, colchas etc. Se valoraba lo hacendosa y laboriosa de esa futura esposa en la confección y bordado de tales prendas. Acudían principalmente amigas, vecinas y familiares de ambas partes.    

    Una vez decidida la fecha, se avisaba al párroco, quien empezaba a "arreglar los papeles" propios de vicaría y obispado. A veces los contrayentes eran primos u otro parentesco y había que pedir dispensa a Roma. Se fijaban los domingos o fiestas en que se leerían desde el altar mayor las amonestaciones, en número de tres, cuya finalidad era hacer partícipe a los feligreses de tal sacramento por si tuvieran algún impedimento que impidiera su realización. El formato o formulario que el Sr. Cura empleaba en las amonestaciones era aproximadamente así:

    “Quieren contraer matrimonio, según lo manda la santa madre Iglesia de una parte... (nombres, datos de los contrayentes y de sus padres respectivos). Por todo lo cual, si alguno conoce algún canónico impedimento de consanguinidad, afinidad o espiritual parentesco, por el cual este matrimonio no pudiera ser válido o lícitamente contraído, debe manifestarlo en conciencia cuanto antes”.

    Las invitaciones para tal evento no se hacían en imprenta, como se hacen en la  actualidad, las hacían los padres de los contrayentes visitando a los elegidos  con  bastante  antelación y de viva voz.  La noche anterior al enlace pasaban los contrayentes o algún familiar para comunicar la hora exacta de la ceremonia.

    La mayoría de los enlaces se celebraban durante los meses  de agosto y septiembre, al final de la  recolección de cereales, pues con los ingresos que proporcionaba su venta había que ayudar a sufragar los cuantiosos gastos que se originaban. El número de esponsales aumentaba los años de abundantes cosechas.
    Cuando se aproximaba la hora de la ceremonia, la comitiva del novio y sus invitados partía desde su casa y se dirigía a la casa de la novia, donde aguardaba ésta con sus invitados. Desde allí, dándose el brazo la novia con el padrino y el novio con la madrina, iban a la iglesia para la  ceremonia. En las esquinas los curiosos, más bien las mujeres, aguardaban para ver el paso del cortejo nupcial.

    Una vez celebrada la ceremonia religiosa se agasajaba a los invitados, normalmente en casa de la novia, a un refresco. Allí circulaban y retornaban las bandejas con bollos, pastas y rosquillas, así como las pequeñas copas de ponche, anís o coñac. Las repartidoras tenían un centro de logística que solía ser la cocina y de allí salían para el reparto. A medida que avanzaba el agasajo aumentaba la bulla y la alegría que se manifestaba con el ¡Viva los novios¡ característico. Se usaban las mismas copas, que se llenaban  hasta rebosar cada vez que se vaciaban. Los primeros recuerdos que conservo de estas celebraciones, finales de los cincuenta, no como invitado, son referentes a la estancia de los niños y las niñas en la puerta donde se agasajaba a los invitados esperando a que nos dieran algún dulce o caramelo. Considerábamos a los invitados unos afortunados por disponer de dulces y bebida por doquier.
    La comida o banquete con todos los invitados se solía celebrar en casa de la novia. Imaginémonos, si era una boda muy concurrida de invitados, la cantidad de mesas, bancos y sillas que se necesitarían, pero para esto estaban los vecinos y parientes que aportaban el mobiliario necesario. El menú constaba de paella, carnes: pollos, cordero o ternera y arroz con leche de postre. Todo regado con el vino de la tierra. Al terminar la comida cada comensal depositaba en la mesa de los novios y en una bandeja el dinero que a modo de regalo aportaba o contribuía en esa ceremonia; posteriormente el dinero aportado se depositaba en un sobre y así dichas aportaciones eran más intimas y secretas.
    Más tarde, buscando comodidad para las familias de los padres, el banquete se celebraba en el mismo salón donde más tarde se celebraría el baile. A veces la comida era trasladada de algún restaurante de Toro que la traía en forma de “catering”. Últimamente, aparte de la ceremonia religiosa todo se celebra fuera del pueblo.

    Posteriormente comenzaba el baile, normalmente en el salón del banquete, una vez retiradas las mesas, bancos o sillas y con orquesta previamente contratada. Era un rito para los invitados varones bailar con la novia, así como las mujeres hacerlo con el novio. En los descansos que daban los músicos durante el baile, la gente más joven hacía corros y se cantaban canciones del estilo de: “Que salga usted que lo quiero ver bailar, saltar y brincar…” “Estando el señor don gato sentadito en su tejado…” “De Cataluña vengo de servir al rey…”. Se volvía a pasar bandejas con dulces, unas veces el obsequio procedía de los novios, otras veces de los padrinos.

    Dicha celebración no terminaba el día de la boda, el día después se celebraba lo que recibía el nombre de la “tornaboda”. En San Román se iba al paraje de las bodegas y allí los invitados después de haber comido, generalmente las sobras que quedaban del día principal, se hacían auténticas perrerías a los novios. Era muy común sentar a la novia encima de un cardo para que hiciese aguas menores. Esto se llamaba: “La meada de la novia”. Los novios aguantaban estoicamente tales barbaridades. Estas bromas que se hacían a los novios han ido remitiendo con el paso del tiempo.

    En la actualidad, hemos de hacer notar algo de desvinculación del sentido religioso en las bodas. Esas uniones de parejas se realizan, a veces, solamente en matrimonio civil, otras veces como “parejas de hecho”. También hemos de resaltar la gran cantidad de matrimonios disueltos por separaciones en forma de divorcio que antes no se daba con tanta asiduidad. Según un estudio del Instituto de Política Familiar: de cada 10 matrimonios que se celebran ahora en España, siete  acaban en ruptura.

    En los últimos 10 años, el número de uniones que ha optado por alejarse del casamiento, tanto religioso como civil, constituyéndose como "parejas de hecho"; esta forma de unión de parejas ha aumentado alrededor de un 200%. Situación que ha permitido el fortalecimiento de las legislaciones de las comunidades autónomas en lo concerniente a esta unión de convivencia. A nivel estatal hay un proyecto en el senado sobre "parejas de hecho" sin haber obtenido aún rango de ley.

    Ahora se buscan bodas de pequeño formato, reduciendo el número de invitados; además del tema de la crisis, que también ha influido, el cambio principal es que muchas de las parejas actuales se pagan ellas mismas la boda, mientras que antes eran los padres quienes financiaban el enlace y acababan invitando a toda la familia. 

¿Cuántas bodas se celebran al año en España?
    Cada vez se casan menos. Después de unos años en los que aumentaron los matrimonios en España, el último dato del INE nos muestra que el número de bodas disminuyó un 5,9% en el 2018. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2018 se celebraron 163.430 bodas en Españaun 5,9% menos que el año anterior. De esta forma el número de matrimonios se sitúa en 3,5 por cada 1.000 habitantes. 

¿A qué edad se casan los españoles?
    La edad media a la que se casan los españoles sigue aumentando. Así, mientras hace diez años las mujeres se casaban a los 31 años y los hombres a los 34 años, en 2018 la edad media a la que se casan las mujeres es 35 años y los hombres a los 38 años

Número de bodas civiles y por la Iglesia en España:
    En la última década también ha cambiado sustancialmente el tipo de boda elegida por los españoles. Mientras que en 2008 el número de bodas por la Iglesia igualaba a las civiles, en 2018 supusieron solo el 23,2% de los matrimonios en España. Es decir que en, el último año, 2018, se casaron por la Iglesia 37.859 matrimonios y por lo civil 122.472 matrimonios. Esta proporción aun no se deja notar en el mundo rural.





 (Datos recogidos del Instituto Nacional de Estadística) 




Vestuario de los novios:
    Los vestidos de los novios, y más concreto el de las novias, ha ido cambiando a través de los años:
    A principios del siglo XX: Los novios solían utilizar vestidos regionales para tal ceremonia, con una riqueza y calidad que les permitiera su situación económica
    En los años 40: Existía mucha diferencia en torno a la posición social de los contrayentes: Las novias de clase acomodada iban de blanco, mientras que las demás, más humildes, se casaban de oscuro o de negro.
    En los años 50: Todas las novias, tanto las de clase alta como las demás, ya vestían de color blanco. Las características de estos eventos eran la elegancia y no solo de los novios, sino también de los invitados. .
    En los años 60: La figura de la novia empezó a tener más protagonismo y comenzaron a invertir un poco más de dinero en el diseño de su vestido: vestidos de faldas amplias, pelo corto o recogido y adornado con un pomposo velo acompañado de una tiara.. Por su parte, los novios iban con traje color negro y corbata. En cuanto al número de invitados, la lista iba en aumento, se pone de moda el realizar la luna de miel a destinos mucho más alejados.
    En los años 70: El movimiento “hippie” influyó también en el vestuario de las novias. Los velos amplios siguen como tendencia, y el tul comienza a verse en muchas novias como también los zapatos de plataforma. La moda estilo campana se impone en los novios.
    En los años 80: Gracias al cine, se fueron introduciendo otras culturas en la sociedad española, en especial la norteamericana. En la década de los 80 se acrecentó el gusto por el exceso de volumen, tanto en la falda como en los hombros, creando diseños de corte princesa muy ostentosos, mediante superposiciones infinitas de tul y colas kilométricos.
    En los años 90: El sector nupcial empieza a dar un giro de 360 grados. Las bodas se celebran en diferentes localizaciones: bodas en la playa, aparición de las celebraciones civiles, hasta bodas en castillos. En el estilismo de las novias priman los velos grandes y las siluetas princesa. Las mangas de los vestidos eran voluptuosas y las hombreras se pusieron de moda tanto en hombres como en mujeres.
    En la década del 2000: En las novias no existe una tendencia marcada y los estilos variaban. El gran protagonista de esta época es el vestido con un gran escote.
    En la actualidad: La decoración tiene un papel importante y puede ir de lo más clásico a lo más moderno. Las transparencias de los vestidos y nuevas formas están presentes, los estilos, textiles, colores y temáticas son muy amplios, pasando por los trajes clásicos y elegantes a modernos, bohemios y hasta campestres. En definitiva, se ha pasado de bodas con normas y maneras muy marcadas, a celebraciones más personalizadas y originales.