Antes,
el primer paso para la formación de una unidad familiar entre un hombre y una
mujer era en las bodas, constituía un momento solemne y los pueblos rodeaban a
este momento de un cúmulo de costumbres, tradiciones, celebraciones y ritos que
es curioso estudiarlos.
Hoy las bodas se han simplificado de
tal forma que han perdido toda la riqueza folclórica que las rodeaba. En los
pueblos pequeños, como en San Román, ya no se celebra la boda en su
totalidad, algunas veces solamente el acto litúrgico. Prefieren desplazarse a
la capital o a centros comarcales para tener facilidad de celebrar el banquete
en un restaurante, en el cual se remata la fiesta con una orquesta que ameniza
el baile. Esto ha hecho que haya desaparecido todo el encanto de las bodas
populares según la antigua usanza, con las coplas, los ritos y costumbres que
habían pasado de padres a hijos y de abuelos a nietos.
Todo comenzaba con el noviazgo y hasta la misma
celebración nos encontramos con todo un ritual de costumbres. Ese noviazgo se
llevaba a cabo, casi siempre, por la atracción de ambos, no siempre era de
conformidad paterna, lo que originaba grandes conflictos. Lamentablemente, los
padres en el mundo rural, no solo valoraban las grandes cualidades que pudiera
tener el novio o novia para su hijo o hija, daban como primera condición en
dicha elección la similitud de ambos en fanegas de terreno. Si esto no se
cumplía surgía una oposición férrea a tal unión, olvidándose de la premisa
principal de toda unión que es el amor, elemento imprescindible en la
consecución de una verdadera felicidad entre los contrayentes. Hoy,
afortunadamente, en las uniones matrimoniales tienen menos protagonismo los
padres de ambos contrayentes.
Lo primero y principal era formalizar el noviazgo ante
el padre de la novia, a lo que se denomina “pedir la entrada”. Esta prueba por la que tenía que pasar el
novio (todavía hoy algunos padres exigen que el novio pida la entrada) no era
más que una reafirmación del noviazgo para una futura boda. El novio acudía una
noche a casa de su compañera y era recibido por el futuro suegro, a éste
le confirmaba el futuro yerno que las intenciones eran buenas y
respetuosas para con su hija, dado el beneplácito por parte del padre el novio
ya podía entrar en casa de la novia y a partir de ese momento todas las noches
pasaría un rato en casa de los suegros con la novia, se iba forjando así el
nuevo vinculo familiar que daba paso a un conocimiento más profundo por parte
de todos.
Antes
de celebrarse la boda tenía lugar la "petición de mano", momentos en los que los padres del
novio acudían a la casa de la novia a solicitar de los padres de ésta el
consentimiento para que se celebrase la boda. Una vez obtenido éste, se
trataban los detalles prácticos, todo lo relativo a fecha, invitados, incluso
dote que cada uno iba a aportar al nuevo matrimonio, concretar quienes iban a
ser los padrinos y demás pormenores. A partir de los años 50, bajo influencia o
moda de de la gran ciudad, se fue implantando algo novedoso para ese día: el
intercambio de regalos. Así los padres del novio regalaban a su futura nuera
una pulsera llamada de “pedida” y los padres de la novia ofrecían a su futuro
yerno un reloj. Claro esto dependía, en parte, de la situación económica de
ambas familias.
Meses
antes de la celebración de la boda, existía por costumbre que la novia enseñase
el equipo de ropa que llevara al matrimonio: sabanas, toallas, mantelerías,
colchas etc. Se valoraba lo hacendosa y laboriosa de esa futura esposa en la
confección y bordado de tales prendas. Acudían principalmente amigas, vecinas y
familiares de ambas partes.
Una
vez decidida la fecha, se avisaba al párroco, quien empezaba a "arreglar
los papeles" propios de vicaría y obispado. A veces los contrayentes eran
primos u otro parentesco y había que pedir dispensa a Roma. Se fijaban los
domingos o fiestas en que se leerían desde el altar mayor las amonestaciones,
en número de tres, cuya finalidad era hacer partícipe a los feligreses de tal
sacramento por si tuvieran algún impedimento que impidiera su realización. El
formato o formulario que el Sr. Cura empleaba en las amonestaciones era
aproximadamente así:
“Quieren
contraer matrimonio, según lo manda la santa madre Iglesia de una parte...
(nombres, datos de los contrayentes y de sus padres respectivos). Por todo lo
cual, si alguno conoce algún canónico impedimento de consanguinidad, afinidad o
espiritual parentesco, por el cual este matrimonio no pudiera ser válido o
lícitamente contraído, debe manifestarlo en conciencia cuanto antes”.
Las invitaciones para
tal evento no se hacían en imprenta, como se hacen en la actualidad,
las hacían los padres de los contrayentes visitando a los
elegidos con bastante antelación y de viva voz. La
noche anterior al enlace pasaban los contrayentes o algún familiar para
comunicar la hora exacta de la ceremonia.
La mayoría de los
enlaces se celebraban durante los meses de agosto y septiembre, al
final de la recolección de cereales, pues con los ingresos que
proporcionaba su venta había que ayudar a sufragar los cuantiosos gastos que se
originaban. El número de esponsales aumentaba los años de abundantes cosechas.
Cuando
se aproximaba la hora de la ceremonia, la comitiva del novio y sus invitados
partía desde su casa y se dirigía a la casa de la novia, donde aguardaba ésta
con sus invitados. Desde allí, dándose el brazo la novia con el padrino y el
novio con la madrina, iban a la iglesia para la ceremonia. En las
esquinas los curiosos, más bien las mujeres, aguardaban para ver el paso del
cortejo nupcial.
Una vez celebrada la
ceremonia religiosa se agasajaba a los invitados, normalmente en casa de la
novia, a un refresco. Allí circulaban y retornaban las bandejas con bollos,
pastas y rosquillas, así como las pequeñas copas de ponche, anís o coñac. Las
repartidoras tenían un centro de logística que solía ser la cocina y de allí
salían para el reparto. A medida que avanzaba el agasajo aumentaba la bulla y
la alegría que se manifestaba con el ¡Viva los novios¡ característico. Se
usaban las mismas copas, que se llenaban hasta rebosar cada vez que
se vaciaban. Los primeros recuerdos que conservo de estas celebraciones,
finales de los cincuenta, no como invitado, son referentes a la estancia
de los niños y las niñas en la puerta donde se agasajaba a los invitados esperando
a que nos dieran algún dulce o caramelo. Considerábamos a los invitados unos
afortunados por disponer de dulces y bebida por doquier.
La comida o banquete
con todos los invitados se solía celebrar en casa de la novia. Imaginémonos, si
era una boda muy concurrida de invitados, la cantidad de mesas, bancos y sillas
que se necesitarían, pero para esto estaban los vecinos y parientes que
aportaban el mobiliario necesario. El menú constaba de paella, carnes: pollos,
cordero o ternera y arroz con leche de postre. Todo regado con el vino de la
tierra. Al terminar la comida cada comensal depositaba en la mesa de los novios
y en una bandeja el dinero que a modo de regalo aportaba o contribuía en esa
ceremonia; posteriormente el dinero aportado se depositaba en un sobre y así
dichas aportaciones eran más intimas y secretas.
Más tarde, buscando
comodidad para las familias de los padres, el banquete se celebraba en el mismo
salón donde más tarde se celebraría el baile. A veces la comida era trasladada
de algún restaurante de Toro que la traía en forma de “catering”. Últimamente,
aparte de la ceremonia religiosa todo se celebra fuera del pueblo.
Posteriormente
comenzaba el baile, normalmente en el salón del banquete, una vez retiradas las
mesas, bancos o sillas y con orquesta previamente contratada. Era un rito para
los invitados varones bailar con la novia, así como las mujeres hacerlo con el
novio. En los descansos que daban los músicos durante el baile, la gente más
joven hacía corros y se cantaban canciones del estilo de: “Que salga usted
que lo quiero ver bailar, saltar y brincar…” “Estando el señor don gato
sentadito en su tejado…” “De Cataluña vengo de servir al rey…”. Se volvía a
pasar bandejas con dulces, unas veces el obsequio procedía de los novios, otras
veces de los padrinos.
Dicha
celebración no terminaba el día de la boda, el día después se celebraba lo que
recibía el nombre de la “tornaboda”. En San Román se iba al paraje de las
bodegas y allí los invitados después de haber comido, generalmente las sobras
que quedaban del día principal, se hacían auténticas perrerías a los novios.
Era muy común sentar a la novia encima de un cardo para que hiciese aguas
menores. Esto se llamaba: “La meada de la novia”. Los novios aguantaban
estoicamente tales barbaridades. Estas bromas que se hacían a los novios han
ido remitiendo con el paso del tiempo.
En la actualidad, hemos de hacer notar algo de desvinculación del sentido
religioso en las bodas. Esas uniones de parejas se realizan, a veces, solamente
en matrimonio civil, otras veces como “parejas de hecho”. También hemos de
resaltar la gran cantidad de matrimonios disueltos por separaciones en forma de
divorcio que antes no se daba con tanta asiduidad. Según un estudio del
Instituto de Política Familiar: de cada 10 matrimonios que se celebran ahora en
España, siete acaban en ruptura.
En los últimos 10 años, el número de uniones que ha optado por alejarse del casamiento, tanto religioso como civil, constituyéndose como "parejas de hecho"; esta forma de unión de parejas ha aumentado alrededor de un 200%. Situación que ha permitido el fortalecimiento de las legislaciones de las comunidades autónomas en lo concerniente a esta unión de convivencia. A nivel estatal hay un proyecto en el senado sobre "parejas de hecho" sin haber obtenido aún rango de ley.
Ahora
se buscan bodas de pequeño formato, reduciendo el número
de invitados; además del tema de la crisis, que también ha influido, el cambio
principal es que muchas de las parejas actuales se pagan ellas mismas la boda,
mientras que antes eran los padres quienes financiaban el enlace y acababan
invitando a toda la familia.
¿Cuántas bodas se celebran al año en España?
Cada vez se casan menos. Después de unos años en los
que aumentaron los matrimonios en España, el último dato del INE nos
muestra que el número de bodas disminuyó un
5,9% en el
2018. Según el Instituto Nacional de Estadística
(INE), en 2018 se celebraron 163.430 bodas en España, un 5,9% menos que el año anterior. De esta forma el número de
matrimonios se sitúa en 3,5 por cada 1.000 habitantes.
¿A qué edad se casan
los españoles?
La edad media a la que se casan
los españoles sigue aumentando. Así, mientras hace diez años las
mujeres se casaban a los 31 años y los hombres a los 34 años, en
2018 la edad media a la que se casan las mujeres es 35 años y los
hombres a los 38 años.
Número de bodas
civiles y por la Iglesia en España:
En la última década también ha cambiado
sustancialmente el tipo de boda elegida por los españoles. Mientras que en
2008 el número de bodas por la Iglesia igualaba a las civiles,
en 2018 supusieron solo el 23,2% de los matrimonios en
España. Es decir que en, el último año, 2018, se casaron por la
Iglesia 37.859 matrimonios
y por lo civil 122.472 matrimonios.
Esta proporción aun no se deja notar en el mundo rural.
Vestuario de los novios:
Los vestidos de los novios, y más concreto el de las novias, ha ido
cambiando a través de los años:
A principios del siglo XX: Los novios solían utilizar vestidos regionales
para tal ceremonia, con una riqueza y calidad que les permitiera su situación
económica
En los años 40: Existía mucha diferencia en torno a la posición
social de los contrayentes: Las novias de clase acomodada iban de blanco,
mientras que las demás, más humildes, se casaban de oscuro o de negro.
En los años 50: Todas las novias, tanto las de clase alta como
las demás, ya vestían de color blanco. Las características de estos
eventos eran la elegancia y no solo de los novios, sino también de los
invitados. .
En los años 60: La figura de la novia empezó a tener más
protagonismo y comenzaron a invertir
un poco más de dinero en el diseño de su vestido: vestidos de faldas amplias,
pelo corto o recogido y adornado con un pomposo velo acompañado de una tiara..
Por su parte, los novios iban con traje color negro y corbata. En cuanto al
número de invitados, la lista iba en aumento, se pone de moda el realizar la
luna de miel a destinos mucho más alejados.
En los años 70: El movimiento “hippie” influyó también en el
vestuario de las novias. Los velos amplios siguen como tendencia, y el tul
comienza a verse en muchas novias como también los zapatos de plataforma. La
moda estilo campana se impone en los novios.
En los años 80: Gracias al cine, se fueron introduciendo otras
culturas en la sociedad española, en especial la norteamericana. En la década
de los 80 se acrecentó el gusto por el exceso de volumen, tanto en la falda
como en los hombros, creando diseños de corte princesa muy ostentosos, mediante
superposiciones infinitas de tul y colas kilométricos.
En los años 90: El sector nupcial empieza a dar un giro de 360
grados. Las bodas se celebran en diferentes localizaciones: bodas en la playa,
aparición de las celebraciones civiles, hasta bodas en castillos. En el
estilismo de las novias priman los velos grandes y las siluetas princesa. Las
mangas de los vestidos eran voluptuosas y las hombreras se pusieron de moda
tanto en hombres como en mujeres.
En la década del 2000: En las novias no existe una tendencia marcada y
los estilos variaban. El gran protagonista de esta época es el vestido con un
gran escote.
En la actualidad: La decoración tiene un papel importante y puede ir de
lo más clásico a lo más moderno. Las transparencias de los vestidos y nuevas
formas están presentes, los estilos, textiles, colores y temáticas son muy
amplios, pasando por los trajes clásicos y elegantes a modernos, bohemios y
hasta campestres. En definitiva, se ha pasado de bodas con normas y maneras muy
marcadas, a celebraciones más personalizadas y originales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario