miércoles, 15 de octubre de 2025

Fielatos o arbitrios de otra época.

 

AQUELLOS FIELATOS ;

 


           Si tuviéramos que preguntar a cualquier joven de menos de 55 años de nuestro pueblo San Román de Hornija, sobre si conoce la palabra fielato, o si le contaron sus padres o abuelos donde estaban ubicados los de Toro, ciudad antes importante y de gran comercio comarcal, estoy seguro que ninguno daría detalles de ello. Tal vez, si a estos les añadimos que el fielato era conocido por arbitrios, entonces, es posible que alguno/a, diría que algo le contó su padre o su abuelo sobre esto.

 

     Los fielatos eran unas casetas, a veces llamadas "estaciones sanitarias", situadas en las entradas de las poblaciones, más o menos grandes, para controlar y cobrar los impuestos sobre los productos que entraban en la ciudad, los llamados "consumos" o "arbitrios". Estos impuestos recaudados mediante una balanza o "fiel", se aplicaban a las mercancías a partir de mediados del siglo XIX, y su control y recaudación se extendió hasta bien entrado el siglo XX. 

 

       El nombre proviene del "fiel" o balanza que se utilizaba para pesar las mercancías en el momento de cobrar los impuestos. Los fielatos tuvieron su época de mayor esplendor en el siglo XIX y principios del XX, ya que se convirtieron en una fuente importante de financiación municipal.

 

      Su función principal era cobrar los "consumos", un impuesto municipal que gravaba los alimentos y otros bienes que entraban en la ciudad, así como su control sanitario, ya que también se encargaban de examinar el estado sanitario de los productos con el fin de evitar enfermedades entre la población.

 

       Estos impuestos llamados arbitrios eran una tasa que había que pagar por la entrada en el pueblo de todos y cada uno de los productos destinados al consumo. En definitiva,  el fielato era una especie de aduana donde había que declarar las mercancías alimenticias que entraban en las poblaciones y a tenor del producto y de la cantidad pagar un arancel por ello.

 

       Los arbitrios eran odiados por todos y cada uno de los vecinos de esas determinadas ciudades y de los pueblos de esa comarcas, por ello la gente utilizaba su ingenio buscando subterfugios con el fin de no tener que pagar esta tasa. La más común de todas las argucias empleadas era la de entrar las mercancías a horas intempestivas, teniendo en cuenta que dichos fielatos abrían a la salida del sol y cerraban al ponerse., aunque a veces en los “portillos” como era el nombre que se le daba a las entradas por los caminos rurales, se solían apostar los guardas del campo que ejercían como empleados del fielato. 

 

       Aquella oficina siniestra de arbitrios era una especie de caseta de reducidas dimensiones que dejó de existir después de varias décadas de existencia para dar paso al poco tiempo a otros impuestos que en vez de ser locales pasaron a ser estatales, así nació el IRPF, el IVA, y  la Declaración sobre la Renta entre otros  gravámenes. Hemos de aclarar que en 1990 apareció un impuesto a favor de los ayuntamientos llamado IBI (contribución), por el cual los propietarios de terrenos rústicos o viviendas urbanas pagan por este impuesto al ayuntamiento respectivo, según el valor de esa propiedad y la tarifa establecida por aquel.

 

       Si aquellos arbitrios eran eludibles utilizando el ingenio, hoy, los poderosos se agarran al asidero de la ingeniería financiera para no pagar o tributar menos. Los hay que canalizan sus ingentes y cuantiosos ingresos a través de empresas patrimoniales, otros, tributando en el extranjero, otros haciendo trabajos sin IVA, mientras tanto  los muchos como tú y como yo,  no podemos esconder ni una carga de uvas como aquellos desgraciados de antaño.

 

       Tras la Guerra Civil española, algunos fielatos también sirvieron para controlar y requisar mercancías de los ciudadanos que intentaban "trapichear" mediante el “estraperlo” para sobrevivir al hambre, lo que generó situaciones de conflicto y picaresca. Los fielatos reflejan la compleja relación entre las administraciones municipales, los ciudadanos y la economía local, especialmente en épocas de dificultades económicas, como el hambre de la posguerra.

 

       Los guardas o empleados del fielato paraban a las personas que portaban mercancías, bien a pie, carro, caballería, coche o autobús. Los atascos y la hora punta no son solo de ahora, ya los sufrían nuestros antepasados al tener que enseñar lo que llevaban uno por uno. Todos debían detenerse ante la autoridad fiscal y los impuestos recaían sobre aceite, vino, legumbres, carnes y frutas. Suerte tenían los cisqueros de San Román que abastecían cisco a los habitantes de Toro, ya que la leña estaba exenta de tales impuestos. 

 

       La práctica de los fielatos fue desapareciendo progresivamente, hasta mediados del siglo XX.  Fueron abolidos a medida que se modernizaban los sistemas fiscales y sanitarios. Hoy en día, su función ha sido sustituida por controles aduaneros modernos y regulaciones sanitarias estatales.

 

       Los fielatos eran tan populares y poco queridos, por aquello que suponían dejar parte de las ganancias en las cajas recaudatorias municipales, y había coplas burlescas inspiradas en ellos. Aquí va una:

 

Una señora muy gorda
por el fielato pasó,
con un sombrero muy grande
y el Guarda la sorprendió:
«Oiga usted, buena señara,
haga el favor de venir,
que nuestro jefe la llama
y algo le querrá decir».
Al registrarle el sombrero
dos jamones le encontró,
y tres docenas de huevos,



    Algunas imágenes de fielatos, que aún se conservan en la actualidad, así como un recibo emitido por un fielato de Toro (Zamora), dan testimonio de esa época tributaría municipal de la historia de España.


Torre del Fielato de Valladolid


Fielato de Burgos


Recibo de un Fielato de Toro (Zamora)