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Si tuviéramos que preguntar a cualquier joven de menos de 55 años de nuestro pueblo San Román de Hornija, sobre si conoce la palabra fielato, o si le contaron sus padres o abuelos donde estaban ubicados los de Toro, ciudad antes importante y de gran comercio comarcal, estoy seguro que ninguno daría detalles de ello. Tal vez, si a estos les añadimos que el fielato era conocido por arbitrios, entonces, es posible que alguno/a, diría que algo le contó su padre o su abuelo sobre esto.
Los
fielatos eran unas casetas, a veces llamadas "estaciones
sanitarias", situadas en las entradas de las poblaciones, más o menos
grandes, para controlar y cobrar los impuestos sobre los productos que entraban
en la ciudad, los llamados "consumos" o
"arbitrios". Estos impuestos recaudados mediante una balanza o
"fiel", se aplicaban a las mercancías a partir de mediados del siglo
XIX, y su control y recaudación se extendió hasta bien entrado el siglo
XX.
El
nombre proviene del "fiel" o balanza que se utilizaba para pesar las
mercancías en el momento de cobrar los impuestos. Los fielatos tuvieron su época de mayor esplendor en el siglo XIX y
principios del XX, ya que se convirtieron en una fuente importante de
financiación municipal.
Su función principal era cobrar los "consumos", un impuesto municipal que gravaba los alimentos y otros bienes que entraban en la ciudad, así como su control sanitario, ya que también se encargaban de examinar el estado sanitario de los productos con el fin de evitar enfermedades entre la población.
Estos
impuestos llamados arbitrios eran una tasa que había que pagar por la entrada
en el pueblo de todos y cada uno de los productos destinados al consumo. En
definitiva, el fielato era una especie de aduana donde había que
declarar las mercancías alimenticias que entraban en las poblaciones y a tenor
del producto y de la cantidad pagar un arancel por ello.
Los
arbitrios eran odiados por todos y cada uno de los vecinos de esas determinadas ciudades y de los pueblos de esa comarcas, por ello la gente utilizaba
su ingenio buscando subterfugios con el fin de no tener que pagar esta tasa. La
más común de todas las argucias empleadas era la de entrar las mercancías a
horas intempestivas, teniendo en cuenta que dichos fielatos abrían a la salida
del sol y cerraban al ponerse., aunque a veces en los
“portillos” como era el nombre que se le daba a las entradas por los caminos rurales, se solían apostar los
guardas del campo que ejercían como empleados del fielato.
Aquella
oficina siniestra de arbitrios era una especie de caseta de reducidas
dimensiones que dejó de existir después de varias décadas de existencia para dar paso al poco
tiempo a otros impuestos que en vez de ser locales pasaron a ser estatales, así
nació el IRPF, el IVA, y la Declaración sobre la Renta entre
otros gravámenes. Hemos de aclarar que en 1990 apareció un impuesto
a favor de los ayuntamientos llamado IBI (contribución), por el cual los
propietarios de terrenos rústicos o viviendas urbanas pagan por este impuesto
al ayuntamiento respectivo, según el valor de esa propiedad y la tarifa
establecida por aquel.
Si
aquellos arbitrios eran eludibles utilizando el ingenio, hoy, los poderosos se
agarran al asidero de la ingeniería financiera para no pagar o tributar menos.
Los hay que canalizan sus ingentes y cuantiosos ingresos a través de empresas
patrimoniales, otros, tributando en el extranjero, otros haciendo trabajos sin
IVA, mientras tanto los muchos como tú y como yo, no
podemos esconder ni una carga de uvas como aquellos desgraciados de antaño.
Tras la Guerra Civil española, algunos
fielatos también sirvieron para controlar y requisar mercancías de los
ciudadanos que intentaban "trapichear" mediante el “estraperlo” para
sobrevivir al hambre, lo que generó situaciones de conflicto y picaresca. Los fielatos reflejan la compleja relación entre las administraciones
municipales, los ciudadanos y la economía local, especialmente en épocas de
dificultades económicas, como el hambre de la posguerra.
Los
guardas o empleados del fielato paraban a las personas que portaban mercancías, bien a pie, carro, caballería,
coche o autobús. Los atascos y la
hora punta no son solo de ahora, ya los sufrían nuestros antepasados al tener
que enseñar lo que llevaban uno por uno. Todos debían detenerse ante la autoridad fiscal y los impuestos recaían
sobre aceite, vino, legumbres, carnes y frutas. Suerte tenían los cisqueros
de San Román que abastecían cisco a los habitantes de Toro, ya que la leña
estaba exenta de tales impuestos.
La práctica de los fielatos fue
desapareciendo progresivamente, hasta mediados del siglo XX. Fueron abolidos a medida que se modernizaban los sistemas fiscales y
sanitarios. Hoy en día, su función ha sido sustituida por controles aduaneros modernos y regulaciones sanitarias estatales.
Los fielatos eran
tan populares y poco queridos, por aquello que suponían dejar parte
de las ganancias en las cajas recaudatorias municipales, y había coplas
burlescas inspiradas en ellos. Aquí va una:
Una señora muy
gorda
por el fielato pasó,
con un sombrero muy grande
y el Guarda la sorprendió:
«Oiga usted, buena señara,
haga el favor de venir,
que nuestro jefe la llama
y algo le querrá decir».
Al registrarle el sombrero
dos jamones le encontró,
y tres docenas de huevos,
Algunas imágenes de fielatos, que aún se conservan en la actualidad, así
como un recibo emitido por un fielato de Toro (Zamora), dan testimonio de esa época tributaría municipal de la historia de España.
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Fielato de Burgos |
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