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jueves, 15 de mayo de 2025

Las piedras


 ¡Si las piedras hablaran!

 

Granito



Mármol



                                       

Zafiro

       


    Las piedras son testigos silenciosos de la historia del planeta, con millones o incluso miles de millones de años de antigüedad. Desde las rocas ígneas formadas por la lava solidificada hasta las preciosas gemas como el diamante y el rubí, cada piedra tiene una historia única que contar.

       Las piedras tienen orígenes fascinantes y diversos, dependiendo de su formación geológica. Se pueden clasificar en tres grandes tipos:

1._ Rocas ígnea:

       Se forman a partir del enfriamiento y solidificación del magma o lava. Cuando el magma se enfría bajo la superficie terrestre, se generan rocas plutónicas (como el granito), mientras que cuando la lava se enfría en la superficie se crean rocas volcánicas (como el basalto).

2 ._Rocas sedimentarias:

       Se originan por la acumulación de sedimentos como arena, arcilla, restos de organismos y minerales transportados por el viento o el agua. Estos materiales se compactan con el tiempo y forman rocas como la caliza y la arenisca. Muchas de estas rocas guardan fósiles que nos cuentan historias de tiempos antiguos.

3._ Rocas metamórficas:

       Son rocas que han experimentado cambios debido a la presión y el calor extremo dentro de la Tierra. Por ejemplo, el mármol proviene de la transformación de la caliza, y el granito puede convertirse en roca de estructura pizarrosa.

       Hay muchas clases de piedras y muchos dichos sobre ellas. Jabalunas del color de la piel del jabalí cuando se moja. Molares de los molinos. Preciosas. Almendrillas de las vías y carreteras. Majanos en tierras labrantías. Las que forman cercas, las de los cauces de los ríos, variadas de color y redondeadas por el arrastre de corrientes y torrentes. Las de las umbrías, que ofrecen posada verde al musgo y las de las solanas lugar de esparcimiento de las inquietas lagartijas.

       Antes del cemento y alquitrán empedraban las calles. No todas, sólo las principales.  Las que quedaban de tierra generaban polvo en días de viento y de barro en tiempo lluvioso a los transeúntes. Cuando empedraban alguna calle o corral las traían con carros y las iban dejando en montones a trechos. Yo era niño, pero admiraba la pericia que mostraba el maestro albañil para buscarle acomodo a cada una de ellas. Las miraba, les daba vueltas y las colocaba en el sitio justo.  Una labor artesanal, con las rodillas en tierra. Pocos coches las transitaban entonces, pero si animales de labranza y carros que eran los usuarios más frecuentes. Del roce de los aros de hierro de las ruedas y de las herraduras de la caballería saltaban chispas a su paso, más visibles a la hora del regreso a casa, al anochecer.

       Las piedras nos sirvieron a los niños para nuestros juegos: como la rayuela. De postes de las porterías de fútbol -sobre las que dejábamos la ropa que nos iba sobrando-. Con las más planas cortábamos el agua del arroyo lanzándolas sobre su superficie, como pez que se alejaba a saltos. Para jugar a la “tarusa” en carencia de petacos de hierro. Como munición de nuestros tiradores de goma y como no decirlo, dado nuestro espíritu bélico y primitivo, algunas veces, apedreábamos a los de otra escuela. Las utilizábamos también, a falta de monedas, para decantar la suerte a cara o cruz, escupiendo en una de sus caras.

       Cuando el hombre deja de vivir en cuevas y chozas emplea la piedra para hacer su vivienda, destacando su uso como el material de construcción preferente. Las empleaba en la cimentación del edificio, así como para hacer fachadas, tapias y cercas.  Actualmente se sigue empleando la piedra para obras civiles como puentes, pantanos etc.

       Hay terrenos cultivables muy pedregosos. Me viene a la memoria el pago de San Román, nuestro pueblo, llamado “Monte Viejo”, donde el labrador sanromaniego ha cultivado siempre luchando con las piedras o cantos de grandes proporciones que allí existen. En terrenos muy pedregosos, se pueden usar máquinas especiales llamadas recolectoras de piedras para retirarlas antes de sembrar. Aunque puede dificultar el trabajo agrícola, estas piedras pueden aportar los siguientes beneficios:

- Ayudan al drenaje del suelo: al evitar que se acumule agua, lo que es crucial para ciertos cultivos.

- Preservación de humedad: Las piedras pueden actuar como reguladores térmicos, reduciendo la pérdida de humedad del suelo en áreas secas.

- Riqueza mineral: Algunas rocas contribuyen a la composición mineral del suelo, mejorando su fertilidad.

- Las piedras absorben calor durante el día y lo liberan por la noche: creando un microclima que puede ser favorable para ciertos cultivos.

       Una buena opción para cultivar en terrenos pedregosos es elegir plantas que pueden crecer bien en este determinado suelo, como viñedos, olivos o almendros. Estas plantas tienen raíces fuertes que pueden penetrar fácilmente entre las piedras.

       Hemos de mencionar el concepto de energía de las piedras” que se basa en la idea de que las piedras almacenan y canalizan energía debido a las estructuras minerales que las componen. Esta creencia ha sido relevante en diversas culturas y prácticas espirituales, donde se cree que cada piedra emite vibraciones únicas que pueden influir en nuestra salud y bienestar. La litoterapia es una práctica que utiliza piedras para equilibrar la energía del cuerpo. Se basa en la creencia de que cada piedra posee propiedades curativas únicas que pueden influir positivamente en nuestro bienestar físico y emocional. Mientras que algunas tradiciones culturales atribuyen propiedades curativas y energéticas a las piedras, la ciencia aún debate sobre la existencia de esta energía. Esta dualidad entre creencias espirituales y análisis científico enriquece nuestra comprensión del papel de las piedras en nuestras vidas.

       Por último, dan ganas de eso, de ser piedra y apartarse de esta locura de vida donde algunos paranoicos con mucho poder y más odio están ensuciando los atributos que nos distinguen como personas para convertirnos en víctimas de sus delirios. Ahora hay que prepararse, nos avisan, para la guerra que estos megalómanos pueden provocar.

 Poema:

Como Tú. ( León Felipe)

Así es mi vida,

piedra,

como tú. Como tú,

piedra pequeña;

 como tú,

piedra ligera; como tú,

 canto que ruedas

 por las calzadas

 y por las veredas;

 como tú

guijarro humilde de las carreteras;

como tú,

que en días de tormenta

te hundes

en el cieno de la tierra

y luego

centelleas

 bajo los cascos

y bajo las ruedas;

 como tú, que no has servido

para ser ni piedra

de una lonja,

ni piedra de una audiencia,

ni piedra de un palacio,

ni piedra de una iglesia;

como tú,

que tal vez estás hecha

 sólo para honda,

piedra pequeña y ligera…

martes, 15 de abril de 2025

La Semana Santa de San Román de Hornija

 

Nuestra Semana Santa

 

          


CRISTO DE LA PIEDAD 

     

    Hoy, dada mi edad, quisiera comentaros las Semanas Santas que viví en este, mi pueblo, en aquella lejana época de mi niñez, así como la celebramos en la actualidad. He de reconocer que la actual, aunque con menos población, por eso del vaciado de los pueblos, aunque parezca una paradoja es más suntuosa ya que goza de hasta banda de música que acompaña con música sacra, al menos un día, a nuestras procesiones. Tal vez, la causa hay que buscarla en la creación de la ”Hermandad del Cristo de la Piedad”, aunque siempre fue muy venerado este Cristo en nuestro pueblo, esta hermandad ha potenciado nuestra Semana Santa y acaso nuestro arraigo religioso, al menos por estas fechas. Por otra parte la asistencia a estos actos es más libre y sincera que la de otros tiempos, ya que entonces la política estaba excesivamente vinculada al sentido religioso. 

       La Semana Santa de San Román en mi niñez era más humilde pero muy entrañable. Si recuerdo aquel olor característico de aquellos días a cera de velas  quemada y a flores, ya comenzaba a florecer la primavera y aquellos aromas inundaban los silencios de aquellos Jueves y Viernes Santo. Era tiempo de luto, había muerto nuestro Señor. Las emisoras de radio – aún no había aparecido la televisión - emitían esos días una programación especial, sin parte de noticias, con mucha música sacra y la trasmisión de alguna procesión o sermón como el de “Las siete palabras” de Valladolid, que aún sigue emitiéndose. Las campanas que cotidianamente llamaban a los fieles a la misa y al rosario no tocaban esos días silenciándose en señal de luto.

       Antes de la llegada de la Semana Santa, cuarenta días antes era la Cuaresma, comenzaba el miércoles de Ceniza y terminaba en la Semana de Pasión. Era una preparación para la llegada de la muerte del Señor y se caracterizaba por ser tiempo de meditación, de oración, de abstinencia y ayuno, así como tiempo de limitar las diversiones cotidianas del resto del año. Ante aquellas prohibiciones del baile del domingo, en aquellos tiempos de “nacional-catolicismo”, la juventud se aproximaba a la estación de ferrocarril, donde jugaban a la “comba” y otros juegos por cuadrillas. Tal vez la estación, como único medio de comunicación con el exterior de entonces fuera una válvula de escape de acercamiento a otros mundos más comprensivos y tolerantes.

       Los monaguillos, y algunos niños, ante aquel silencio de las campanas, tocábamos por todas las calles del pueblo un instrumento muy peculiar de estas fechas llamado “matraca”. Cuando tocábamos aquellos sonidos tan atronadores, nos olvidábamos que eran un medio para anunciar a la gente del pueblo su asistencia a los actos litúrgicos del Jueves y Viernes Santo. Dentro de aquella inconsciencia infantil, pensábamos, o alguien nos lo decía, que con aquellos sonidos tan estridentes ahuyentábamos a los judíos del pueblo, a los que considerábamos verdaderos culpables de la pasión y muerte de Jesús. Nos sentíamos, aquellos días, un poco héroes. Siempre nos acompañaba en el recorrido del pueblo alguno de los tres hermanos, ya mayores, de la familia Mora, que portaba una matraca de grandes dimensiones que estaba siempre ubicada el resto del año en la sacristía.

     También recuerdo, aquellos Viernes Santos de mi niñez, cuando  las autoridades del pueblo: alcalde, juez y concejales se disponían a adorar la Cruz descalzos ¡perdón! en calcetines. Se arrodillaban dos veces durante el trayecto de dicha adoración y de vuelta a su sitio lo realizaban del mismo modo aunque andando hacia atrás. Los niños y niñas de ambas escuelas sentados delante, en aquellos bancos bajos y sin respaldo, observábamos tal formulismo con una actitud expectante y un poco morbosa, ya que siempre esperábamos algún error en la ejecución de dicha adoración o el correspondiente tomate de algún que otro calcetín.

    La procesión más solemne y que hacía volver el pueblo a la normalidad, después de esos dos días de dolor y silencio, era la del día de Resurrección. Salían ese día dos procesiones: la de la Virgen cubierta su cabeza con un velo acompañada por mujeres y la del niño Jesús acompañado por hombres y niños. Ambos pasos salían por distintas calles hasta encontrarse en la plaza de la Anchura. Allí se celebraba el encuentro de Cristo resucitado, representado por el niño Jesús, y su madre María.  El niño Jesús era llevado por niños que habían hecho la Primera Comunión el año anterior, niños de ochos años que llevaban sobre su ropa, a modo de banda, una toalla bordada que reflejaba el tono de festividad del día, así como las buenas cualidades bordadoras de su madre, tía, o abuela. Aún recuerdo, la ilusión que me hizo el año que le llevé: me consideraba parte o protagonista de tal ceremonia. Los portadores de la Virgen iban embozados en una seria capa castellana y después de aquellas venias se quitaba el velo a la Virgen. Era el momento del encuentro del Cristo resucitado con su Madre. La tristeza y el dolor de días anteriores terminaba dando paso a un Jesucristo resucitado al tercer día, como estaba escrito. Se lanzaba un cohete, las campanas rompían su silencio repicando, los portadores de la Virgen se quitaban las serias capas y quedaban revestidos con otras toallas bordadas que llevaban debajo. Ambos pasos continuaban juntos hasta la Iglesia, dando por terminada la Semana de Pasión. Día de alegría para los cristianos ya que Jesucristo, venciendo a la muerte, resucitaría al tercer día, dando comienzo la Pascua.     

        El domingo posterior a la Pascua de Resurrección se celebra últimamente en San Román el domingo de la "Pascuilla", aunque vulgarmente decimos, mal dicho: Pasquilla. Pasquilla es una ciudad de Colombia y no lo contempla el diccionario como tal, si Pascuilla que es palabra derivada etimológicamente de Pascua.

    La gastronomía en aquella época giraba en torno a la abstinencia de comer carne los viernes de cuaresma, sin embargo nuestras madres nos preparaban aquellos exquisitos “potajes de vigilia”, también llamados “de Cuaresma”. El potaje se componía de garbanzos, alguna verdura y un poco de “bacalao”. En cuanto a dulces o postres, no eran muy conocidos por nuestro pueblo los huevos de Pascua, muy poco las torrijas, aunque sí las flores y orejas.

    Dejando aquellos recuerdos de niño, creo que  esta hermandad del Cristo de la Piedad no debía terminar su actividad en las procesiones de jueves y Viernes Santo que tanto nos ha unido, sino que el resto del año seamos capaces de dar testimonio de ese Cristo crucificado con actitudes de amor al prójimo, especialmente a los que más lo necesiten del pueblo. Podrían hacerse comisiones dentro de los cofrades para realizar algunas acciones como estas que se me ocurren:

-  -Visitar a enfermos o a personas con soledad no deseada.

-  -Acompañar a las personas mayores sin familia al Centro de Salud de Tordesillas, cuando lo necesiten.

-  -Tratar de subsanar aquellas críticas despiadadas y murmuraciones hacia el prójimo sin su presencia, tan comunes en nuestro pueblo. A veces enjuiciamos a los demás sin darnos cuenta de nuestros defectos.

-  -Mediar los enfrentamientos entre vecinos del pueblo. Estos enfrentamientos, en ausencia de un perdón, generan rencores y a la postre odio. En una palabra, mejorar la buena convivencia entre vecinos.

   Resumiendo, con estas buenas obras hacia los demás por parte de los cofrades conseguiríamos acercar, durante todo el año, ese Cristo de la Piedad allí donde el prójimo y nuestra comunidad lo necesité. así como, dar testimonio de amor y no odio al resto de los sanromaniegos.

 

viernes, 15 de noviembre de 2024

Mi reciente viaje al Puerto de Santa María.

 

Los recuerdos marcan nuestras vidas

 

       Este pasado mes de octubre estuvimos, mi esposa y yo,  8 días en El Puerto de Santa María  (Cádiz). Ya hacía 50 años que dejamos aquellas tierras partiendo para Alcalá de Henares donde residimos en la actualidad.

       Son muchas los recuerdos, connotaciones y huellas que dejamos en esa bonita ciudad, fue mi primer destino como maestro, después de aprobar las oposiciones del año 1965, además de que allí conocí a Carmen mi esposa, madre de mis cuatro hijos. Allí con 22 años me hice cargo de mi primera clase de niños  de 11 y 12 años en el Grupo Escolar “Hospitalito”, antiguo Hospital de Caridad del Puerto, construido en 1750 y de estilo Neoclásico, más tarde Centro de enseñanza Primaria y en la actualidad es Centro de Exposiciones; es decir, que el tiempo lo ha ido adaptando a las necesidades municipales: centro sanitario, centro educativo y ahora centro cultural.

       Visité con nostalgia aquel antiguo “Hospitalito”, aunque ha tenido transformaciones estructurales, sin embargo esas paredes y rincones, ahora sin pupitres y sin aquel griterío de escolares, me evocaban y trasladaban al pasado, a aquel maestro lleno de ilusiones y proyectos aunque con poca experiencia al ser novato, pero sí, con voluntad férrea de dar lo mejor de mí mismo en el proyecto educativo encomendado. Eran niños muy humildes de familias con verdaderos problemas económicos para salir adelante, la mayoría hijos de pescadores, excepto algunos más privilegiados que trabajaban sus padres en alguna bodega de las muchas que había en el Puerto.. 

Volver después de 50 años al “Hospitalito” fue una experiencia muy emotiva y significativa. Una oportunidad para reflexionar, ya jubilado, sobre mis 39 años de trayectoria profesional y personal. Percibí cómo han cambiado tanto el lugar como las personas que conocí entonces: compañeros que ya fallecieron, otros que encontré muy envejecidos. ¡Cuánto me hubiera gustado reconocer a alguno de mis antiguos alumnos! aunque algunos en la actualidad tendrán 70 años, o más. Cuando alguno de esos días nos sentábamos en alguna terraza disfrutando del pescadito frito, muy común y típico de por allí, siempre me esforzaba en mirar a la gente que transitaba por la calle pensado que algún rasgo facial me recordara a alguno de ellos; pero después de tantos años, y en una población de 100.000 habitantes parecía una tarea ardua y compleja.      

Regresar al Puerto fue una experiencia profundamente emotiva y llena de sentimientos encontrados. Al llegar, una ola de nostalgia me envolvió, trayendo consigo recuerdos vívidos de aquellos años de mi estancia allí.  Recorrí las calles, que ahora me parecían tanto familiares como extrañas. Algunos edificios seguían en pie, recordándome aquellos momentos vividos, mientras que otros habían cambiado o desaparecido, marcando el paso inevitable del tiempo.

Caminando por los rincones del Puerto, recordé aquella plaza de Isaac Peral donde solía sentarme algún rato, el café de la misma plaza donde, algunas tardes, comentábamos experiencias pedagógicas mis colegas y yo, la pensión donde me hospedaba, hoy edificio restaurado. Aquel vaporcito, hoy desaparecido, que se llamaba Adriano (I y II) que nos llevaba a Cádiz surcando la bahía, ha sido sustituido por un moderno “catamarán”. Las calles Luna, Larga, Cielo, Pedro Muñoz Seca, Palacios, Ganado… Esta última me llevaba al colegio. Cada lugar tenía una historia que contar, y cada historia me reconectaba con mi pasado de una manera profunda y reveladora.

El contraste entre el ayer y el hoy es evidente, pero en mi corazón el Puerto seguía siendo el mismo: el lugar donde di mis primeros pasos como maestro, donde aprendí tanto de mis alumnos como ellos de mí, y donde forjé las relaciones con mi esposa, matrimonio que ha resistido la prueba del tiempo.

En resumen, regresar a tu primera escuela como maestro ha sido un viaje emocional. Ya había visitado otras 2 veces el Puerto, pero con otros objetivos, la primera a su feria de abril y la otra disfrutando de 15 días en sus magníficas playas. Ha sido esta vez la que me ha permitido reconectar con mi pasado, revivir y reflexionar sobre la que fue mi profesión, así como apreciar el impacto que tendría mi esfuerzo en la vida de muchas personas.

 Fue un viaje lleno de gratitud, de reflexión y de reafirmación en mi vocación docente. Mi estancia en el Puerto de Santa María no solo me ha permitido ver cuánto ha cambiado, sino también cuánto he cambiado yo. Fue un recordatorio de que, aunque los años pasen y las cosas cambien, las experiencias y los recuerdos humanos perduran, dejando una marca imborrable en nuestras vidas.

Carmen y yo, agradecemos a la familia "Felipe Pérez de la Lastra" portuenses, amigos y él compañero también jubilado, que se desvelaron con su compañía en hacernos la estancia allí más grata.


Puerta Principal "Hospitalito"
Colegio "Hospitalito"



jueves, 15 de agosto de 2024

PERCEPCIONES DE VERANO.

 Desde mi pueblo.


Está agonizando la tarde, veo desde el patio de mi casa en San Román como el sol diabólico de primeros de agosto proyecta sus últimos trallazos de combustión en las casas más altas que visualizo desde mi patio, antes corral. Este sol, un día más, habrá lanzado sus rayos sobre las cepas del viñedo próximas al pueblo acelerando la maduración de sus frutos, frutos que próximamente serán recolectados para obtener los mejores caldos que harán su presencia, algún día, en nuestras mesas.

Está casi anocheciendo, me percato del silencio que me inunda. A veces, este silencio es interceptado por el ladrar de un perro próximo a mi casa, al que inmediatamente le contestan otros desde más lejos. No entiendo muy bien ese comportamiento de réplica animal, tal vez sea como una manifestación de propiedad del entorno de cada uno. Seguro que este silencio se extinguirá en los próximos días como consecuencia de la cercanía de las fiestas patronales.

Después de cenar en familia, el calor tan sofocante me invita a volver a salir a ese íntimo patio. Patio que cada zona me evoca recuerdos de aquel antiguo corral y de mis antepasados ya desaparecidos. En cada rincón quiero ver la silueta de mis difuntos padres afanándose en las tareas propias del corral de entonces, casi todas declinaban en la atención que prestaban a los animales domésticos que nos acompañaban: gallinas, mulas, caballo, burro, cerdos etc. El panorama ha cambiado en parte, ya no conviven con nosotros animales domésticos, si pájaros de todo tipo que invaden mi higuera, dando buena cuenta de los higos que comienzan a fructificar. He dejado en este antiguo corral con nostalgia y por sentimiento aquellos antiguos locales que bordean el patio como la panera, cuadras, cochera etc. como recuerdo de otros tiempos que ya no vuelven. Miro a la bóveda celeste y me impresiona verla surcada por estelas blancas como de humo, son huellas que dejan las rutas de los actuales aviones comerciales que surcan sobre nuestro pueblo. Los vencejos también surcan el cielo sin parar capturando los molestos mosquitos    .

Esto es, en definitiva, el verano en los pueblos. Gente que vive en él todo el año y que convive con gente que regresamos por vacaciones. Creo que ese contacto o comunicación anual entre ambos es enriquecedor. Tal vez para algunos sea tan sugerente pasar unas vacaciones en la playa o un viaje a cualquier parte, pero somos muchos los que elegimos pasar un tiempo de las vacaciones en el pueblo que nacimos y nos vio crecer, aparte de la tranquilidad que nos ofrece nuestro pueblo, tanto para jubilados, así como activos de espíritu apretado por los rigores del trabajo. El descanso en un pueblo puede parecer un tópico o algo demasiado mitificado, pero realmente el que viene a veranear sabe lo que busca y lo que quiere.

    Cuidemos pues nuestros pueblos, démosles ese valor que atesoran y conservan sus gentes, porque al final, donde están los orígenes muchas veces está la esencia verdadera de lo que somos y de lo que verdaderamente vale la pena. Todo es enriquecedor, viajar lo es y mucho, pero reencontrarse en tu pueblo, sí tienes la suerte de tener uno, es el mejor modo de saber quién eres realmente y cambiar un poco los aires del lugar donde resides habitualmente. 

¡Bienvenido seas en verano a TU PUEBLO!

    Mientras tanto, queridos paisanos y amigos, quiero pasar muchos veranos calurosos como el actual en nuestro pueblo. Ya he reservado mesa y cama para el año que viene.  Espero veros a todos, así que tenéis que cuidaros, en especial los que visteis aquí conmigo la primera luz allá por los años cuarenta.

¡FELIZ VERANO! 


miércoles, 15 de mayo de 2024

San Román de Hornija visto antes y ahora.

 


 

La carencia de recursos no anula la felicidad

 

San Román, años 50

Aquél pueblo de tapias, corrales, muladares  ("mudadales" allí) y albañales -que allí llamábamos “colagas”-, de viejos tejados curvados, con teja vieja, de calles que algunas morían entre trigales abrileños y rastrojos calcinados, de eternos temporales donde el viento aullaba en los sobrados dibujando sombras en sus muros, donde por la noche, el ruido de alguna teja al estrellarse contra el suelo de la calle hacía espantar a los gatos y despertar a los niños lactantes.

Aquél pueblo de calles intransitables, de barrizales en invierno perforados por el paso de las caballerías que dejaban huellas y hoyos con sus herraduras, hoyos donde bebían los gorriones y hasta la luna se reflejaba en el pequeño espejo circular de su agua. Las mujeres andaban sus calles con galochas de madera -en San Román llamábamos "garlochas"-. eran como zuecos para transitar las calles aislando los pies de barros y humedades.

Aquél pueblo poseía una pequeña campana que la gente llamaba “Pascualeja”, ya que anunciaba, cotidianamente, el fallecimiento de niños. Ei entierro de éstos se realizaba en ataúdes blancos, llevados siempre por otros pequeños. Se mortificaba con lutos perpetuos, de novias enclaustradas vestidas de negro, de radios y llamadores de las puertas mudos y hasta la cal por ser blanca era castigada cuando moría el abuelo.

Aquél pueblo de ajuares bordados en bastidores con los caros hilos multicolores de la paciencia, labrados por primorosas novias mientras esperaban la carta con la licencia del novio; todas aquellas cartas, me consta, llegaron todas a su destino, tan solo se perdió aquella que aquél no escribió.

Aquel pueblo, que poseía una estación de ferrocarril, como único medio de comunicación con el exterior, donde se fundían en lágrimas los adioses de aquellas despedídas tristes de los emigrantes que partían rumbo a lo desconocido, dejando sus casas y el pueblo que les había visto nacer.

Aquel pueblo, donde la mujer, nuestras madres, eran el miembro más sacrificado de la familia. realizando una gran diversidad de actividades: eran las responsables directas de la educación de los hijos, muy temprano, iban con cántaros a por agua al caño para el consumo doméstico, trajinaban en las faenas de la casa sin los adelantos de los electrodomésticos actuales -lavadoras, lavaplatos, aspiradoras, etc.- que hacen más llevaderas dichas tareas, confeccionaban la ropa interior de toda la familia, como habían aprendido de sus madres, así como camisas, jerséis, bufandas, calcetines, además de coser y remendar la usada. Hoy la ropa se encuentra confeccionada y al alcance de todos los bolsillos según calidades. Ayudaban en las faenas del campo: vendimias, barrido de solares en las eras, limpia de garbanzos, espigado; sin olvidarnos del cosido de cebaderas, mantas, sacos y demás útiles agrícolas etc…

Aquél pueblo, sin embargo, si sabía divertirse con pocas cosas, había baile dominical excepto en Cuaresma, y en fiestas especiales de Carnaval, San Juan y San Roque. En carnaval se manifestaba aquella cultura popular a través de murgas y relaciones.

Aquel pueblo carente de comodidades, pero que aprovechaba los pocos recursos que tenía para hacer felices a sus moradores.    

Aquel pueblo era mi pueblo en los años cincuenta….

Este pueblo actual: San Román de Hornija, es un pueblo más moderno, de calles pavimentadas, con agua corriente en las casas, espacios para el recreo y el deporte. Un pueblo acogedor, que gusta de celebrar de manera participativa sus fiestas de agosto. Y que está, últimamente, potenciando el turismo del antiguo Monasterio y su historia, donde yacen los restos del rey visigodo Chindasvinto y su joven esposa.

Ya no tenemos calles con barros, hay agua corriente y red de alcantarillado, así como pavimentadas las calles. No se ven mujeres con galochas y apenas hay caballerías. Nacen menos niños y nunca suena aquella “Pascualeja” ya que éstos reciben mejores atenciones pediátricas.

No todo lo que nos ha aportado la época actual es positivo, somos en la actualidad un pueblo con muchos menos habitantes que en otra época, apenas rozamos los 300 habitantes empadronados. Son muchos los factores que nos han llevado a ese vaciado del mundo rural:

1_ Disminución del número de hijos, antes las familias tenían siete o más hijos, ahora uno o dos.

2_ Una maquinaria agrícola que ha sustituido los brazos del hombre, trayendo como consecuencia la emigración a zonas industriales.

3_ Por último, la atracción que ofrece la gran ciudad a nuestros jóvenes para realizar estudios, o mejorar su calidad de vida. 

Así veo yo ahora a mi pueblo, y así vi y viví en aquél otro que relato de otra época. Si alguien me preguntase que con cuál de los dos pueblos descritos me quedaría, diría que con el que ahora disfrutamos, con más recursos económicos y mejor calidad de vida, aunque añorando aquella estación de ferrocarril desaparecida por la invasión del automóvil, y como no, recordando a aquellas gentes que habitaron en el primero, gentes de honor y de palabra, solidarios con los demás y amantes de las tradiciones. Valores pocos practicados por una buena parte de la sociedad actual.  

jueves, 15 de septiembre de 2022

Colección de recuerdos

 

¿Te acuerdas de...?

 

        Admiro a la gente que colecciona recuerdos. Sé que es algo poco común en los que rondamos los 80, nos manifestarnos con pérdida de algo de memoria, sin olvidarnos de las demencias, alzheimer, enfermedades hoy tan frecuentes en nuestra edad. En conversaciones con ellos/as la pregunta más común que de inmediato sale a flote es: ¿Te acuerdas de...?, para poner, al instante, a trabajar nuestra memoria y recordar pasajes de un tiempo que se nos fue. Alguien dijo que la memoria es el único paraíso donde nadie puede ser expulsado, y es muy cierto. Por otra parte, todos los que rondamos los 80 años tenemos alguna limitación en la memoria del presente que, a veces nos hace olvidar lo actual, sin embargo, los recuerdos del pasado permanecen bien grabados en los rincones del ayer de nuestro cerebro

 

        Hoy quiero recordar contigo, querido sanromaniego/a, y me dirijo a ti que tienes mi edad o incluso, si eres de unas quintas mayores, o tal vez menor que yo. He empleado la palabra quinta, término este muy utilizado entre mayores y eso me da pie para preguntarte... ¿Te acuerdas cuando nos tallaron para ir a la mili? Primero había que pasar por la prueba de la talla, o de medirse como decíamos en nuestro pueblo. Ser apto para el servicio militar era signo de no sufrir ninguna discapacidad y eso evidenciaba no solo estar capacitado para afrontar el periplo de la mili, sino el de ser una persona útil para poder hacer frente a cualquier clase de trabajo, circunstancia esta muy valorada por la sociedad de aquel tiempo. ¡No me digas que no te acuerdas!

 

       Cuando esto escribo es verano, uno de los veranos más calurosos de los que hemos vivido, me encuentro en mi pueblo, como siempre por estas fechas, tratando este año el mitigar un poco el calor y... ¿te acuerdas a lo que jugábamos en este tiempo cuando éramos niños? Porque para cada época teníamos un juego, así en verano jugábamos a los toros, especialmente en los días anteriores a nuestras fiestas patronales, era como un presagio a la diversión principal de los mayores en San Roque. Entonces, como ahora, los toros era el centro de interés más importante de la fiesta y éramos todos eminentemente taurinos desde la niñez.

 

En vísperas de la Semana Santa sacábamos nuestras matracas, éramos, con nuestros juegos, un augurio de nuestras fiestas, tanto paganas como religiosas. En otras épocas jugábamos a las peonzas, a los santos, a la tarusa, al aro, al taco, al burro, al frontón sobre la torre de la iglesia, a la calva, a patinar sobre el carámbano del chavarcón, hoy desaparecido. Las niñas a la comba, casi siempre en la Cuaresma, que no había baile, al pañuelo, a las tabas, a los alfileres, y así íbamos aprendiendo, a través del juego, a ser mayores e interpretando el sentir de ellos.

 

También te acordarás del tirar “cacharros”, que era, en aquellas noches oscuras de invierno, lanzar un objeto frágil: barriles y cántaros dañados, o bombillas (éstas, por supuesto fundidas) en el portal de las chicas o viceversa. Todo con buen humor, excepto raras excepciones en que el padre o hermano afectado, con poco sentido del humor, salía corriendo detrás de los infractores. Esa actitud de enfado hacía que esa casa, tal vez por morbo, fuera la que sufría más la recepción de tales cacharros

       

“Correr el bollo” en tiempos de carnaval, cuando las casas se envolvían con aquel agradable aroma de rosquillas, pastas y bollos que nuestras madres hacían tradicionalmente para tal ocasión. ¿Verdad, qué te acuerdas? Claro que te acuerdas, como recordarás también cuando tú como yo jugábamos en la calle a las pitas y al clavo, juego este más que peligroso por el riesgo que entrañaba el tratar de clavar un hierro bien afilado en el círculo del suelo, previamente señalado. Tú que eras niña te dedicabas, mientras tanto a jugar a las tabas o a los alfileres, huyendo y esquivando, tal vez, nuestros furibundos lanzamientos.

        Seguro que también recordarás las noches que, por estas épocas, decidíamos la cuadrilla ir a algún melonar, con el riesgo de que si éramos sorprendidos huíamos despavoridos, a todo correr, en dirección al pueblo.

 ¿No fue en el estanco, y en tiempo de fiestas, donde comprábamos para dos o tres amigos nuestro primer paquete de tabaco creyendo que por fumar éramos más mayores? ¿No era de la marca “Bisonte”?... Seguro que sí. El problema era quien se hacía cargo de guardarlo para el día siguiente, lejos de ser localizado por nuestras madres

¿Te acuerdas como nos divertíamos en la estación los domingos en tiempos de la cuaresma? Lugar de encuentro y ocio de la juventud en aquellos domingos de cuaresma. Ante aquellas prohibiciones del baile, en aquellos tiempos de “nacional-catolicismo”, la estación era lugar de encuentro de la juventud, tal vez, como una válvula de escape de acercamiento a otros mundos más comprensivos y tolerantes.

También recuerdo que, cuando éramos niños,, aproximábamos los oídos a los raíles y un continuo y penetrante ruido nos hacía pensar en un más allá de este pueblo, un lenguaje lejano que nos imaginaba nuevos horizontes, otras culturas y otras gentes.

Por último, te acordarás de aquellos inviernos, de entonces, que soportábamos siempre estoicamente con pantalones cortos de pana, los pantalones largos o bombachos eran privilegio de los que cumplían, al menos 14 años y, como consecuencia, a veces, nos acatarrábamos, pero nuestras madres no nos llevaban al médico, ni por supuesto al pediatra que no existía en aquellos tiempos, nos curaban a base de “pediluvios”. Consistía este remedio casero en meternos nuestras madres los pies, durante un tiempo y antes de acostarnos, en una palancana con agua caliente. Si el catarro perduraba, entonces nos ponían en el pecho algún parche.   

Recuerdos, recuerdos, recuerdos...

   ¡Qué tiempos aquellos! Alguien ha dicho que recordar es poder disfrutar de la vida dos veces. Hoy he querido poner a prueba tu memoria, y evocar una pequeña porción de añoranzas para vivir nuevamente escenas de aquél ayer. Otro día, si tú me lo pides, volveré de nuevo a recordar más retazos de aquella época que nos tocó vivir para poder revivirla contigo otra vez.



lunes, 15 de agosto de 2022

El transcurrir del tiempo

 

Reflexión

 

A veces, me paro a pensar en las cosas que no me han ocurrido olvidándome de las vividas, esas otras vidas que las circunstancias o las casualidades impidieron que ocurrieran. Hoy veo como ha pasado el tiempo sin detenerme en proyectos idílicos, pasionales, viajes a lugares desconocidos, así como toda la evocación a sentimientos profundos. Mi corazón se entristece pensando en ello. Creo que fui, alguna vez, solamente un simple caminante por las veredas de la vida al buscar la meta sin disfrutar del recorrido.

Cada día descubrí caminos desconocidos, como si naciera cada mañana de nuevo, sin dejar raíces, sin dejar poso, siempre descubriendo nuevos paisajes y, a veces, sin reparar en contemplarlos. Corriendo siempre hacia adelante sin detenerme a mirar su encanto. Desprecié las veces que el sol me inundó con su grato ardor. Tenía unas expectativas que me alejaron de la realidad, dejándome ciego de avaricia. Ahora, quizás, aunque añoro lo que dejé, pero lo no vivido ya no importa, no sé caminar marcha atrás, es un retorno imposible, ya no se puede retomar el camino de inicio, tengo años y voy haciéndome mayor. El principio queda lejos para unas piernas cansadas, unas piernas con varices en los sentimientos y ampollas en el alma.  Cuando uno se va haciendo mayor el dolor físico de piernas y brazos sustituye a los dolores del corazón.

En algunas ocasiones pienso en los errores que, como humano, he cometido. Los comportamientos humanos son muy complejos y están supeditados a muchos factores que influyen poderosamente: estado de ánimo, precipitación, temperamento, codicia, ambición, juventud, etc. Creo que si volvieran a presentarse dichas coyunturas u opciones, tal vez, reaccionaría idénticamente. Algunas veces tengo arrepentimientos por haber hecho cosas que hubiese querido no haber hecho, y por no hacer cosas que si debí hacer… Pero hay muchas cosas de las que si estoy contento como el de haber sido maestro, sí, Maestro de Primaria o Maestro Nacional, no profesor de EGB. La palabra maestro tiene muchas más connotaciones como educador y formador que la de profesor -trataron de cambiarnos el nombre sin siquiera preguntarnos por ello-. Me halaga el haber sido maestro y haber aportado a mis alumnos un camino más fácil en su formación, siempre pensando que educar a un alumno es hacerle más libre y, a la vez, más feliz, sin olvidar de recordarles e inculcarles que todo requiere esfuerzo y espíritu de superación. Formarles para ser útiles a la  sociedad en que viven, no para que ganen más dinero. Creo que el ser esclavo del dinero no aporta felicidad.

La puerta que da al balcón de la vida, poco a poco se me irá cerrando, pronto, fuera hará frío en invierno y calor, mucho calor, en verano. El viento helador del invierno y el excesivo calor del verano, como el del presente, me darán miedo. Será demasiado fuerte para unos huesos desvanecidos que ya no podrán soportar, sin quebrarse,  el peso de los años.

Sin darme cuenta, transcurrieron los años atravesando caminos en los que no me detuve a escuchar el silencio.. Siempre viví agitado por la música que volvía a sonar con la siguiente melodía.