Admiro a la gente que colecciona recuerdos. Sé que es algo poco común en los que rondamos
los 80, nos manifestarnos con pérdida de algo de memoria, sin olvidarnos de las
demencias, alzheimer, enfermedades hoy tan frecuentes en nuestra edad. En conversaciones
con ellos/as la pregunta más común que de inmediato sale a flote es: ¿Te
acuerdas de...?, para poner, al instante, a trabajar nuestra memoria y recordar
pasajes de un tiempo que se nos fue. Alguien dijo que la memoria es el único
paraíso donde nadie puede ser expulsado, y es muy cierto. Por otra parte, todos
los que rondamos los 80 años tenemos alguna limitación en la memoria del
presente que, a veces nos hace olvidar lo actual, sin embargo, los recuerdos
del pasado permanecen bien grabados en los rincones del ayer de nuestro cerebro
Hoy quiero recordar contigo, querido
sanromaniego/a, y me dirijo a ti que tienes mi edad o incluso, si eres de unas
quintas mayores, o tal vez menor que yo. He empleado la palabra quinta,
término este muy utilizado entre mayores y eso me da pie para preguntarte...
¿Te acuerdas cuando nos tallaron para ir a la mili? Primero había que pasar por
la prueba de la talla, o de medirse como decíamos en nuestro pueblo. Ser apto
para el servicio militar era signo de no sufrir ninguna discapacidad y eso
evidenciaba no solo estar capacitado para afrontar el periplo de la mili, sino
el de ser una persona útil para poder hacer frente a cualquier clase de
trabajo, circunstancia esta muy valorada por la sociedad de aquel tiempo. ¡No
me digas que no te acuerdas!
Cuando esto escribo es verano,
uno de los veranos más calurosos de los que hemos vivido, me encuentro en mi
pueblo, como siempre por estas fechas, tratando este año el mitigar un poco el
calor y... ¿te acuerdas a lo que jugábamos en este tiempo cuando éramos niños?
Porque para cada época teníamos un juego, así en verano jugábamos a los toros,
especialmente en los días anteriores a nuestras fiestas patronales, era como un
presagio a la diversión principal de los mayores en San Roque. Entonces, como
ahora, los toros era el centro de interés más importante de la fiesta y éramos
todos eminentemente taurinos desde la niñez.
En vísperas de la Semana Santa sacábamos nuestras matracas, éramos, con
nuestros juegos, un augurio de nuestras fiestas, tanto paganas como religiosas.
En otras épocas jugábamos a las peonzas, a los santos, a la tarusa, al aro, al
taco, al burro, al frontón sobre la torre de la iglesia, a la calva, a patinar
sobre el carámbano del chavarcón, hoy desaparecido. Las niñas a la comba, casi
siempre en la Cuaresma, que no había baile, al pañuelo, a las tabas, a los
alfileres, y así íbamos aprendiendo, a través del juego, a ser mayores e
interpretando el sentir de ellos.
También te acordarás del tirar “cacharros”, que era, en aquellas noches
oscuras de invierno, lanzar un objeto frágil: barriles y cántaros dañados, o
bombillas (éstas, por supuesto fundidas) en el portal de las chicas o
viceversa. Todo con buen humor, excepto raras excepciones en que el padre o
hermano afectado, con poco sentido del humor, salía corriendo detrás de los
infractores. Esa actitud de enfado hacía que esa casa, tal vez por morbo, fuera
la que sufría más la recepción de tales cacharros
“Correr el bollo” en tiempos de carnaval, cuando las casas se envolvían con aquel agradable aroma de rosquillas, pastas y bollos que nuestras
madres hacían tradicionalmente para tal ocasión. ¿Verdad, qué te acuerdas?
Claro que te acuerdas, como recordarás también cuando tú como yo jugábamos en
la calle a las pitas y al clavo, juego este más que peligroso por el
riesgo que entrañaba el tratar de clavar un hierro bien afilado en el círculo
del suelo, previamente señalado. Tú que eras niña te dedicabas, mientras tanto
a jugar a las tabas o a los alfileres, huyendo y esquivando, tal vez, nuestros
furibundos lanzamientos.
Seguro que también recordarás las noches que, por estas épocas, decidíamos la cuadrilla ir a algún melonar, con el riesgo de que si éramos sorprendidos huíamos despavoridos, a todo correr, en dirección al pueblo.
¿No fue en el estanco, y en tiempo de fiestas, donde comprábamos para dos o tres amigos nuestro primer paquete de tabaco creyendo que por fumar éramos más mayores? ¿No era de la marca “Bisonte”?... Seguro que sí. El problema era quien se hacía cargo de guardarlo para el día siguiente, lejos de ser localizado por nuestras madres
¿Te acuerdas como nos divertíamos en la estación los domingos en tiempos de la cuaresma? Lugar de encuentro y ocio de la juventud en aquellos domingos de cuaresma. Ante aquellas prohibiciones del baile, en aquellos tiempos de “nacional-catolicismo”, la estación era lugar de encuentro de la juventud, tal vez, como una válvula de escape de acercamiento a otros mundos más comprensivos y tolerantes.
También recuerdo que, cuando
éramos niños,, aproximábamos los oídos a los raíles y un continuo y penetrante
ruido nos hacía pensar en un más allá de este pueblo, un lenguaje lejano que
nos imaginaba nuevos horizontes, otras culturas y otras gentes.
Por último, te acordarás de aquellos inviernos, de entonces, que soportábamos siempre estoicamente con pantalones cortos de pana, los pantalones largos o bombachos eran privilegio de los que cumplían, al menos 14 años y, como consecuencia, a veces, nos acatarrábamos, pero nuestras madres no nos llevaban al médico, ni por supuesto al pediatra que no existía en aquellos tiempos, nos curaban a base de “pediluvios”. Consistía este remedio casero en meternos nuestras madres los pies, durante un tiempo y antes de acostarnos, en una palancana con agua caliente. Si el catarro perduraba, entonces nos ponían en el pecho algún parche.
Recuerdos, recuerdos, recuerdos...
¡Qué tiempos aquellos! Alguien ha dicho que recordar es poder disfrutar de la vida dos veces. Hoy he querido poner a prueba tu memoria, y evocar una pequeña porción de añoranzas para vivir nuevamente escenas de aquél ayer. Otro día, si tú me lo pides, volveré de nuevo a recordar más retazos de aquella época que nos tocó vivir para poder revivirla contigo otra vez.
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