.
Está agonizando la tarde, veo desde
el patio de mi casa en San Román como el sol diabólico de primeros de agosto
proyecta sus últimos trallazos de combustión en las casas más altas que
visualizo desde mi patio, antes corral. Este sol, un día más, habrá lanzado sus
rayos sobre las cepas del viñedo próximas al pueblo acelerando la maduración de
sus frutos, frutos que próximamente serán recolectados para obtener los mejores
caldos que harán su presencia, algún día, en nuestras mesas.
Está casi anocheciendo, me percato
del silencio que me inunda. A veces, este silencio es interceptado por el ladrar de un perro próximo a mi casa, al que inmediatamente le contestan otros desde más
lejos. No entiendo muy bien ese comportamiento de réplica animal, tal vez sea
como una manifestación de propiedad del entorno de cada uno. Seguro que este
silencio se extinguirá en los próximos días como consecuencia de la cercanía de
las fiestas patronales.
Después de cenar en familia, el
calor tan sofocante me invita a volver a salir a ese íntimo patio. Patio que
cada zona me evoca recuerdos de aquel antiguo corral y de mis antepasados ya
desaparecidos. En cada rincón quiero ver la silueta de mis difuntos padres
afanándose en las tareas propias del corral de entonces, casi todas declinaban
en la atención que prestaban a los animales domésticos que nos acompañaban:
gallinas, mulas, caballo, burro, cerdos etc. El panorama ha cambiado en parte,
ya no conviven con nosotros animales domésticos, si pájaros de todo tipo que
invaden mi higuera, dando buena cuenta de los higos que comienzan a
fructificar. He dejado en este antiguo corral con nostalgia y por sentimiento
aquellos antiguos locales que bordean el patio como la panera, cuadras, cochera
etc. como recuerdo de otros tiempos que ya no vuelven. Miro a la bóveda celeste y me impresiona verla surcada por estelas blancas como de humo, son huellas que dejan las
rutas de los actuales aviones comerciales que surcan sobre nuestro pueblo. Los
vencejos también surcan el cielo sin parar capturando los molestos
mosquitos .
Esto es, en definitiva, el verano en los pueblos.
Gente que vive en él todo el año y que convive con gente que regresamos por vacaciones.
Creo que ese contacto o comunicación anual entre ambos es enriquecedor. Tal vez
para algunos sea tan sugerente pasar unas vacaciones en la playa o un viaje a
cualquier parte, pero somos muchos los que elegimos pasar un tiempo de las
vacaciones en el pueblo que nacimos y nos vio crecer, aparte de la tranquilidad
que nos ofrece nuestro pueblo, tanto para jubilados, así como activos de
espíritu apretado por los rigores del trabajo. El descanso en un pueblo puede
parecer un tópico o algo demasiado mitificado, pero realmente el que
viene a veranear sabe lo que busca y lo que quiere.
Cuidemos pues nuestros pueblos, démosles ese valor que atesoran y conservan sus gentes, porque al final, donde están los orígenes muchas veces está la esencia verdadera de lo que somos y de lo que verdaderamente vale la pena. Todo es enriquecedor, viajar lo es y mucho, pero reencontrarse en tu pueblo, sí tienes la suerte de tener uno, es el mejor modo de saber quién eres realmente y cambiar un poco los aires del lugar donde resides habitualmente.
¡Bienvenido
seas en verano a TU PUEBLO!
Mientras tanto, queridos paisanos y amigos, quiero pasar muchos veranos calurosos como el actual en nuestro pueblo. Ya he reservado mesa y cama para el año que viene. Espero veros a todos, así que tenéis que cuidaros, en especial los que visteis aquí conmigo la primera luz allá por los años cuarenta.
¡FELIZ VERANO!