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Hemos comenzado otro verano y con él la
estación demás intenso calor al año. La pasada primavera nos ha deparado
alguna semana de calor aunque se ha caracterizado por temperaturas más bien
frescas, pero con una escasez casi total de lluvias. Nuestros campos de secano
al verse sometidos a tal continencia de agua auguran una mala cosecha.
Ese verano tiene algo de especial: ha comenzado a gobernar la nueva Corporación Municipal elegida en las pasadas
elecciones del mes de mayo, cargados de juventud y con nuevos proyectos e
ilusiones que veremos reflejados a lo largo de estos 4 años. Que todo sea por
unos buenos servicios que hagan mejorar la calidad de vida de los
sanromaniegos.
Son muchas las mejoras que se pueden hacer en
San Román, pero las más urgentes podrían ser las siguientes:
1 .Tomar medidas para combatir y resolver ese gran problema del mundo rural que es su despoblación y que nos afecta considerablemente. A veces recorro mentalmente las calles de mi pueblo en algunas noches de insomnio, los jubilados dormimos poco ya que no quemamos esas energías recuperables por el sueño, y me paro en las viviendas que conocí y hago un listado de las personas que vivían en ellas. Otras veces, ocupo los bares que frecuentaba con los clientes que eran asiduos a sus copas y sus partidas y que ya han abandonado para siempre barra y mesa. Pienso que dichos bares carecen de asientos para acomodar a tantos conocidos, hoy ausentes. Lo que más tristeza me produce de este imaginario recorrido no es lo inevitable, que está asumido, sino la ausencia que dejan los que se van. Las casas que fueron en tiempos pasados hervidero de vida están hoy cerradas o derruidas. En una palabra, no ha habido nuevos moradores para esas casas. En nuestros tiempos, nos juntábamos un centenar de niños y otro de niñas que llenábamos las cuatro escuelas. La escuela tiene en su interior una esperanza de futuro, por lo tanto sería muy lamentable la total desaparición de ellas en nuestro pueblo. Ahora la población de San Román ha quedado reducida a una cuarta parte de la que tenía en nuestra niñez, observándose muy bajo el índice de natalidad anual.
Termino
de leer la excelente novela de Julio Llamazares titulada: “La lluvia amarilla” No
quiero pensar en alguien de San Román que, en un futuro no lejano, sea otro
protagonista de los monólogos del último habitante de aquel pueblo abandonado
que trata la novela, y que en una mezcla de frenesí y sensatez evoque en un
pueblo vacío y despoblado la historia de sus habitantes, sin niños jugando en la nieve,
pero con remolinos y polvaredas removiendo las puertas desvencijadas de las antiguas
casas abandonadas.
2. Otro problema que han de resolver es la
conducción de agua y alcantarillado de todo el pueblo, ya que la instalación anterior
ha quedado obsoleta y propensa a averías diarias. Obra iniciada por ayuntamiento
saliente, por sorpresa, en los últimos días de su mandato.
3. La limpieza de nuestro entrañable y olvidado
arroyo Hornija. Su estado actual es un foco infeccioso para los sanromaniegos.
Alguien me comentaba el pasado verano que no es viable su limpieza por respeto
a la fauna que actualmente reside en dicho río. Creo que hay que ser un poco
ilusos para dar crédito a tal bulo. Su limpieza traería una mejor conducción de
agua y mejoraría considerablemente el ecosistema de su pequeño cauce, así como
su fauna fluvial, rica en otros tiempos de peces cangrejos etc. Comprendemos
que vienen años con escasez de lluvias, como consecuencia del cambio climático, pero
sabemos que existen concesiones de agua, a través de su curso, muy antiguas y
que no tiene razón su existencia en la actualidad. Creo que merecería la pena,
ya que somos los más afectados, promover una reunión entre todos los alcaldes
de los pueblos que baña este río –desde La Mudarra hasta San Román- y, ante la
presencia de la Confederación Hidrográfica del Duero, tratar de resolver el derecho
a que este río, comunero por excelencia,
tenga una corriente continua de agua,
característica principal de todo río o arroyo.
Y así, los ausentes del pueblo pero nacidos en
él volvemos al lugar que nos vio nacer buscando nuestras raíces, vivencias
infantiles, recuerdos de nuestros antepasados; hecho que suele ocurrir cada
verano. Y es que, amigos, querámoslo o no, llevamos marcadas las huellas de un pasado que fluye en cada uno de
nosotros.
El amor a nuestro pueblo es una atracción
habitual que afecta a las gentes con sentimientos, circunstancia que se acentúa
cada vez que volvemos al pueblo y abrimos las casas en esta época estival, aunque
nunca tantas y tan concurridas como lo estuvieron abiertas en tiempos lejanos.
Hoy estamos más sobrados de todo, en cambio,
añoramos aquel pasado irrepetible que no volverá nunca, como tampoco lo harán
tantas personas, familiares y amigos, que muy a nuestro pesar se fueron sin
viaje de vuelta. Todavía estamos aquí presentes para vivir esta añoranza común
que se traduce en cariño a lo nuestro, virtudes y defectos, que de todo hay en este
pueblo, a pesar de los pesares, donde nos tocó nacer, vivir niñez y juventud, y
del que nos sentimos orgullosos, y nos permitimos, a Dios gracias,
el lujo de volvernos a ver en lugares tan agradables para la vida en convivencia como:
nuestras bodegas, los bares y terrazas, nuestra piscina, etc., gracias al milagro
anual del reencuentro.
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