A veces, observo
detenidamente a mis nietos mientras juegan. Se encuentran invadidos por un sin
fin de juguetes, casi todos elaborados con plástico y tales trastos a los pocos
días se encuentran en algún rincón de la casa sin recibir la caricia de ningún
niño, ya que jugaron breves minutos y se olvidaron de la existencia de tal
juguete. Eso ocurre porque en la actualidad los niños tienen de todo y apenas
valoran ese determinado juguete.
Antes apenas poseíamos
juguetes, solamente caía alguno en Reyes acompañado de alguna ropa. Yo también
fui niño y aun recuerdo mi último juguete de Reyes: se trataba de un pequeño
caballo de cartón, de más o menos un palmo, que se sustentaba sobre una base de
tabla y se movía sobre cuatro ruedas de hojalata. Estuvo encima de un armario
mucho tiempo como un gran tesoro que reflejaba los años de mi niñez. Más tarde jugaron
con él mis sobrinas y no se supo nada de
la desaparición de aquel corcel.
El resto del año
improvisábamos juguetes de distintas formas y maneras pero siempre aprovechando
material que encontrábamos en nuestro entorno. Me acuerdo de los siguientes:
El camión: Con alguna caja de
zapatos a la que poníamos ruedas de cartón y nos imaginábamos que era un gran
camión.
El taco: Hacíamos “tacos” que
disparaban corchos o bolitas de estopa. Gracias a un tronco de higuera al que el
herrero nos hacía una perforación por el conducto de la savia con ayuda de un hierro
bien caliente, luego con otro palo, utilizando la navaja, fabricábamos un
manillar o percutor que hacíamos pasar por el taco presionándolo, gracias a la presión del aire, uno de los tapones de sus
extremos salía proyectado a determinados objetivos
Barcos: Con ayuda también de
la navaja, y con trozos de corteza de pino confeccionábamos nuestros barcos que
flotábamos en las orillas de nuestro Hornija.
Espadas: Con algún recorte de listón,
adquirido o pedido al carretero, y luego, con la navaja y mucha paciencia,
íbamos dándole forma hasta conseguir aquello que queríamos. Así, a las espadas
se les afilaba la punta cuanto más mejor –qué error- y sobre todo se las
adornaba con pintura su cruz y empuñadura.
El tirador: Le hacíamos con un palo
en forma de horquilla, dos gomas elásticas, de igual longitud, y una caja de
badana portadora de proyectiles, casi siempre chinas. Con éste arma arrojadiza
conseguíamos objetivos poco pacíficos y menos naturalistas.
Los “santos”: Coleccionábamos la
imagen que venía en la cara principal de las cajas de cerillas y con ellos jugábamos
“al monte”, que consistía en soltarlos, de uno en uno, desde una determinada
altura de una pared y ganaba el que conseguía mas santos montados. También con
santos jugábamos a la “pitusa”, así como intentar sacarlos de un círculo con
ayuda de un tacón de goma de zapato. Poseer
sellos era tener un gran tesoro y su adquisición no era actividad fácil ya que
las cerillas se empleaban una, o más dos, en cada casa al día para el encendido
de la lumbre; claro que teníamos el recurso de pedírselo a nuestras vecinas, a
cambio de algún recado que las hacíamos.
Las vejigas: En las matanzas
improvisábamos un partido de fútbol empleando como balones el inflado de las
vejigas de los cerdos sacrificados, previamente lavadas por nuestras madres a
la hora de las tripas. Claro está, que este juego era puntual y de un día al
año, el día de la matanza.
Así, y con algún juego
más no recordado, realizábamos nuestros propios juguetes, que valorábamos mucho más por ser de
nuestra creación y fruto de nuestra imaginación y fantasía. ¡Ah!, y que nunca
arrinconábamos por carecer de otros.
Aquellos juguetes
comprados, casi siempre, eran de cartón, de madera y hasta de plomo como
aquellos ejércitos compuestos por “soldaditos del mismo nombre”. Nunca había
juguetes de plástico, aunque existía dicho material no se comercializaba en
España, y tal escasez hacía que fuese
supervalorado y muy estimado por los españoles. Las primeras manifestaciones
del plástico en nuestro país eran bajo el formato que llamábamos “prexiglas”.
Aun recuerdo la llegada de cumplir la mili en Melilla de un primo mayor. Éste
trajo, con buen acierto, como regalo a
sus tías un vaso de “prexiglas”. Aquellas quedaron encantadas y muy satisfechas de dicho
regalo, ya que desde entonces poseían un vaso de material irrompible. Ahora ¡Como
cambian los tiempos! el plástico, en sus distintas formas, es por el contrario,
repudiado por la actual sociedad como causante de grandes males ecológicos,
dado su carácter de indestructible.
En la actualidad ha
entrado de lleno el juguete electrónico en el mundo infantil a través de:
ordenadores, videojuegos, tables, Play Station, etc. con muchos detractores al respecto,
aunque creo que con moderación no son tan dañinos como los anteriores creen. Lo
importante es una dosificación de ellos por parte de los padres para que no creen
una dependencia total en el niño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario