Hace pocos días hemos dicho adiós a otro verano, dando paso a la nueva
estación del otoño. Con el otoño se
inicia una de las etapas del calendario natural más activas, con profundos
cambios en el paisaje y los hábitos de la fauna. La belleza de la flora vive
durante los próximos tres meses su mejor momento e invitan a disfrutar de la
vista a través de los colores del arte o de los paisajes otoñales.
En agosto, en las grandes ciudades coge vacaciones casi todo el mundo.
Pasear por el centro de la ciudad dicen que ha sido una gozada, y al hacerlo a
las primeras horas de un sábado del mes de agosto, aseguran que para aquellos
que buscan la tranquilidad, el sosiego se transformaba en recelo al contemplar
céntricas calles casi desiertas de gentes y coches.
En el mundo rural, véase mi pueblo, en verano ocurre una fisonomía muy distinta:
aumenta considerablemente la población, escasa y cotidiana del resto del año,
con la llegada de gentes que nacieron en el pueblo y sienten atracción y
nostalgia por él, así como para gozar de una limitada tranquilidad y, a la vez, mitigar los intensos calores de la gran ciudad. Llegó septiembre, época de
incorporación a los trabajos y colegios, y en nuestro pueblo sólo se veía de
foráneos algún que otro jubilado, entre los que me encontraba. Las fiestas
patronales de la Virgen y San Roque han quedado para el recuerdo, sólo queda
como testimonio de ellas algún colgante de banderines en algún balcón o fachada
del pueblo.
También han regresado a la gran ciudad aquellos que se fueron a la playa. Los hombres y, en mayor medida, las mujeres se distinguen por su color de piel; por ese
bronceado que han adquirido expuestas al sol en la orilla de la playa y fuera de las sombrillas playeras. El lucir hoy este moreno de piel es un signo de distinción
que contrasta con la blancura de los que no han podido o no han querido –me
inclino por los segundos- tostarse bajo el sol.
¡Qué tiempos aquellos en los que las mujeres tenían que protegerse del sol
con aquellas pamelas y pañuelos que cubrían todo la cara a excepción de los
ojos! Aquél moreno de siega y rastrojo era fruto de espigar detrás de los segadores,
o el obtenido en la era. En aquellos tiempos de mi niñez la
blancura en el rostro de la mujer significaba el pertenecer a un estatus social superior, por el contrario, tener la
piel quemada por el sol era sinónimo de hacer vida en el campo o el de
pertenecer a las clases inferiores, o menos favorecidas dentro del mundo rural.
Olvidémonos del
verano y hablemos del otoño, estación que ahora vivimos. Avisa un refrán: “Que septiembre seca las fuentes o se lleva los
puentes”. Este año, haciendo caso omiso a dicho refrán, algunas partes de
la geografía española, especialmente en las comunidades valencianas y murcianas
han sufrido grandes catástrofes e inundaciones motivadas por la “gota fría” común en esta época. Es un fenómeno
atmosférico producido por un calor que en forma de bochorno toma contacto con una
baja temperatura en las grandes alturas de la atmósfera. También ha ocurrido
este fenómeno atmosférico en algunas zonas del interior. Aparte de las citadas
inundaciones, podemos decir que este otoño, al menos en el interior, sigue proliferando la sequía como en estos últimos años.
A principios de otoño,
con las primeras lluvias y el olor a tierra mojada que llega desde el
campo envuelto en vientos ábregos, comienza la sementera o siembra de
cereales. Antes la tierra labrantía se volteaba con arados
tirados por mulas y con las manos del labrador asidas fuertemente a la
mancera, apretando ésta para meter la reja lo más profundo en la tierra. Una
vez preparada la tierra, el labrador con un sembrador al hombro, a paso
uniforme, esparcía a voleo la simiente puntual y uniforme por la tierra,
detrás, una yunta iba tapando o enterrando aquellos granos propensos a su
germinación y nacimiento. La dureza de las labores campesinas ha mejorado con las modernas maquinas sembradoras, más precisas en cuanto la
distribución de la simiente, y movidas por un tractor. Ese bregar del labrador
de antaño se ha suavizado ostensiblemente.
Por el otoño observamos una disminución de la
intensidad del sol, que declina éste
lentamente hacia el equinoccio -parte del año que el día y la noche tienen la misma duración-. Los crepúsculos adelantan los anocheceres y
retrasan el primer albor de la mañana, baja el rocío con silenciosa delicadeza
a posarse en pastos, vegas y viñedos.
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