lunes, 20 de agosto de 2018

Las vacaciones de nuestros mayores



LAS VACACIONES Y EL TURISMO


    Nuestros padres y abuelos se encontraban muy lejos del mar para disfrutar de los encantos de sus orillas. Por estos pueblos las brazadas de natación sólo se daban entre espigas durante el verano, tampoco veían volar las gaviotas buscando sustento entre las rocas con el ruido de fondo de las olas, aunque si los vencejos que surcaban el azul de las mañanas y atardeceres en Castilla. Aquí no disfrutaban de la brisa del mar ni de sus mareas, sólo tenían la brisa y la marea de la mañana que traía las caricias de la mies que llegaba a las eras. El mar era un sueño algo lejano y misterioso donde desembocaban los ríos, según aprendieron en la escuela.

    La mayoría de nuestros abuelos murieron sin haber visto el mar, muy pocos gozaron de unas vacaciones en sus playas, salvo aquellos mozos que fueron destinados en la mili o participaron en aquella injusta guerra por zonas costeras. Los demás solo se llevaron en sus pupilas aquellas puestas de sol y amanecidas entre el mar de los trigales en los campos de Castilla.

    Allá por los años sesenta empezaron a llegar los turistas. Gracias a la televisión nos enteramos de que rubias nórdicas y atléticos varones se recreaban en esa España que, según el eslogan, era diferente. Comenzamos a escuchar nombres de pueblos y costas nunca oídos: Torremolinos, Benidorm, Costa Brava, Costa del Sol… Antes sólo se oía el nombre de la Concha de San Sebastián, aunque siempre asociábamos su disfrute a familias de gran potencial económico.  

    Los primeros emigrantes de nuestro pueblo, incorporados al reciente desarrollo industrial de ciudades del país vasco, regresaban a sus raíces para disfrutar los días de permiso. Salían más baratas y aún era fuerte el arraigo a sus orígenes. Los que conservaban sus casas las pasaban en ellas y los que tuvieron que venderlas se acomodaban en las de los familiares. En San Román decíamos ¡Ya han venido los de Mondragón!, aunque paradójicamente en ese pueblo industrial apenas había inmigrantes de San Román, tal vez fuera causa de que la primera familia de emigrantes de nuestro pueblo se asentó en esos lares.

    Aparecieron los primeros míticos “seiscientos”, que aunque tenían poco espacio de habitáculo allí viajaba hasta la suegra, según el dicho. Fue un vehículo muy singular y carismático de aquella época, los calentamientos del motor en verano se trataban de subsanar con el portón trasero un poco abierto. Poseer un “seiscientos” supuso un primer paso de los españoles hacia las vacaciones y una tendencia al turismo, así mismo, su posesión marcaba un estrato social dentro de las familias medias de entonces.
    
    Las vacaciones pagadas fueron una reivindicación obrera que fue conquistándose lenta y progresivamente durante el siglo XX por los trabajadores de los servicios y la industria de las ciudades, pero al mundo rural las reformas y avances tardaron más en llegar.  Cuando yo era niño pocas familias del pueblo veraneaban. La mayoría de los habitantes se dedicaban a la agricultura y en este tiempo estival las faenas agrícolas requerían total dedicación. Solo algunos, por prescripción médica, iban a balnearios, que entonces se decía “ir a las aguas” para aliviar dolores y a beber sus aguas medicinales. Las generaciones del medio rural a las que les tocó la china de la guerra y la posguerra tuvieron pocas oportunidades para gozar de vacaciones y de playas. 

    Las actuales jubilados, a través de los programas del Imserso disfrutan de vacaciones, si sus facultades se lo permiten, aunque no en temporada alta. Logro social elogiable y justa recompensa a una vida de trabajo.


 

1 comentario:

  1. Alfio!!, que interesante!!, me he emocionado al leerlo, enhorabuena por tus artículos.

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