La mayoría de las casas del
medio rural disponían de corrales. En los corrales se hacía media vida, en el
centro de él se encontraba el basurero o muladar, donde se iban depositando los
desperdicios en general: excrementos de los animales, residuos alimenticios
etc. Al corral daban las puertas o accesos de los demás habitáculos cubiertos y
necesarios en una casa rural de labranza: pocilgas, cuadras, pajares, panera y
cocheras o colgadizos. Una parte del corral se utilizaba para hacer las
inexcusables necesidades humanas, rodeados de gallinas y vara en ristre para
espantar al gallo que defendía su territorio saltando, a veces, sobre sus
invasores.
Al menos una vez al año, casi siempre al
comienzo del verano, había que sacar la basura acumulada durante todo el año y
llevarla a los basureros correspondientes, situados en nuestro pueblo en el “Camino Ancho”. Allí permanecía hasta el
otoño que se llevaba a las tierras como fertilizante antes de las sementera.
Tiempos atrás, los pueblos
carecían de los servicios básicos como el agua corriente y demás redes de
saneamiento, así como la recogida de las aguas residuales o de lluvia. Los
albañales, que en San Román llamábamos “colagas”,
pasaban las aguas de la lluvia de corral a corral siguiendo la pendiente
natural del terreno, muchos de ellos sin estar cubiertos. Eran muy frecuentes
las disputas entre vecinos por este tema, bien por atascos o por malos olores.
Pocas casas disponían de
cuarto de baño. Un palanganero de porcelana era el mobiliario más habitual para
la higiene diaria. A los niños nos lavaban en invierno al lado de la lumbre y
en verano al caer la tarde en el corral. Más a fondo nos refregaban los
sábados, con cambio de ropa interior ¡Qué mal lo llevábamos cuando nos
frotaban la boca para quitarnos los “boqueras” o nos refregaban con estropajo
las rodillas para quitarnos su negrura! En invierno y en verano llevábamos
pantalón corto y las rodillas eran los partes más vulnerables en todos los
juegos, así que casi siempre teníamos alguna herida en ellas.
Las madrugadas eran frías
para salir al corral, así que debajo de la las camas siempre había un orinal blanco
de porcelana para emergencias nocturnas.
Las gallinas eran los
animales que campeaban a sus anchas por los corrales, escarbaban y picoteaban
en el basurero para encontrar algún alimento para su sustento. Abastecían a las
familias de huevos y los gallos de carne. Cuando éstas salían cluecas se las
alejaba del corral poniéndolas en un nidal o "cestaña" con huevos y paja que,
gracias al calor y perseverancia de la clueca, eran incubados para que a los
veintiún días salieran los pollitos. Al pasar una o dos semanas los veíamos por
el corral correteando detrás de la madre. Las noches más desapacibles se les
ponía a cubierto en un cajón para que pudieran soportar mejor el frío.
Otro elemento que no faltaba
en los corrales eran los pozos para captar y extraer de las aguas subterráneas
el agua para el consumo doméstico y de los animales. A través de una polea por
donde apoyaba una soga se subían los calderos con agua. A veces estaban
situados en paredes de medianería y se compartían para dos corrales. Los muy
antiguos, hechos manualmente, las paredes interiores las cubrían artísticamente
con piedras o cantos grandes. Con el tiempo había que limpiarlos y para ello
bajaba el pocero atado con sogas ayudándose de la polea. Abajo se desataba y
comenzaba su trabajo de limpieza. Llenaba calderos de impurezas y con el mismo
sistema los elevaban hasta el brocal. Un trabajo este que nadie quería, pero
que la necesidad obligaba. Me imaginaba allá abajo y sentía miedo viendo solo
un círculo de azul allá arriba y el resto todo negro.
Hasta principios de los años
sesenta no se hicieron en los pueblos las obras de infraestructura necesarias
para que el agua corriente llegara a todas las casas y las de desecho se
incorporaran a la red de saneamiento. Conquista social básica e indispensable
para vivir dignamente. Esta fue una de las causas de la pérdida de identidad de
los corrales, así como la llegada de la maquinaria que nos hizo prescindir de
los animales de labrar y más tarde de todos los demás.
A veces pienso, cuando veo
algunos reportajes sobre países en vías de desarrollo, que también nosotros
tuvimos un tiempo en que carecíamos de esos servicios tan elementales. Siguen
allí los corrales sin cantos de gallo, rebuznos, cacareos ni relinchos. Los
corrales actuales carecen de mundo animal, silenciosos e inactivos pero más limpios
y olorosos. Aunque manifestamos mucha nostalgia y añoranza por el pasado, hemos de
reconocer que, en la actualidad, disfrutamos de una mejor calidad de vida.
¡No siempre cualquier tiempo
pasado fue mejor!
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