(Continuación)
Chindasvinto reforzó la administración, emprendió la
tarea de crear un nuevo código de derecho que aunara en sus páginas una ley
única por la que juzgar a todos los súbditos sin que los jueces tuvieran que
compaginar el Breviario de Alarico y el Código de Leovigildo, y aunque fue bajo
su hijo Recesvinto cuando se concluyó tan magna obra y se publicó, en el año
654, buena parte del trabajo fue realizado bajo la autoridad y supervisión del
incansable e inflexible anciano de hierro.
En este código y en las leyes atribuidas a
Chindasvinto se observa una fuerte influencia bizantina en lo concerniente a la
militarización de la administración o, mejor dicho, a la reunión en una sola
mano de poderes civiles y militares. Así al igual que en Bizancio, los duques, turmarcas
en Oriente, asumieron no solo la responsabilidad de la defensa, sino
también la de buena parte de la administración de las provincias del Reino en
cuestiones fiscales, de hacienda y justicia, quedando a ellos subordinados los
condes de las ciudades y los demás oficiales. Es harto curioso que sea bajo
Chindasvinto cuando la Crónica albeldense coló que la llamativa noticia
del acogimiento en la corte, de un noble bizantino que, por su nombre, es sin
duda alguna, de origen armenio, persoarmenio o, en todo caso, iranio, Ardabasto.
Este noble bizantino seria el padre del futuro rey
Ervigio y Chindasvinto le honró casándolo con una de sus sobrinas y otorgándole
tierras y un papel activo en el gobierno. ¿Qué impacto pudo tener dicho
personaje? Es difícil de evaluar, pero si tenemos en cuenta el éxito de su
hijo, Ervigio, es indudable que Ardabasto no fue un mero «asilado» en la corte
de Chindasvinto, sino un actor principal y que su previa experiencia en
Bizancio, de donde fue expulsado por el emperador Constante II, tuvo que repercutir
en sus acciones en Hispania.
La rapacidad expropiatoria de Chindasvinto y, en consonancia con ella, su
generosidad a la hora de repartir lo confiscado entre su círculo de fieles y en
especial entre sus “fideles regis” de nuevo cuño, a menudo aventureros y
exiliados como el ya citado Ardabasto, pero también libertos y conversos que,
mediante el servicio incondicional al rey ascendían a la nobleza y se
enriquecían sin medida, llevo a que en el VIII Concilio de Toledo del 653, ya
bajo su hijo Recesvinto, se criticara a Chindasvinto por haber acumulado
riquezas sin freno y confundir su patrimonio personal con el tesoro real. Algo
parecido ocurrió con sus fieles y familiares, que ocuparon los puestos
principales como duques, condes y demás altos cargos y, sin duda, esta
política, que combinaba la casi destrucción de la vieja nobleza con la
implantación de una nueva que se debía por completo al nuevo régimen y que por
ser fiel sin medida al mismo parecía quedar fuera de cualquier censura, seria
causa primera y principal de la progresiva confusión entre lo privado y lo
público que comienza a observarse no bien se relajaron un tanto las medidas
represivas de Chindasvinto y la vigilancia de sus sucesores.
En el VII Concilio de Toledo, celebrado en octubre del 646, con tan solo 30 obispos como asistentes, Chindasvinto logró la sanción conciliar a su política de belicoso, control de la nobleza y militarización del gobierno, a pesar de que dicha política se había conjugado con un control asfixiante de la propia Iglesia. El VII Concilio de Toledo consintió y respaldó sus actos endureciendo las penas a aplicar a cualquiera que se alzase contra el Rey e incluso contra los clérigos que no le prestasen apoyo.
La maniobra
de Chindasvinto en el VII Concilio estuvo precedida de un trabajo previo de
presión e influencia en el que tuvo papel el sabio y obispo más influyente del
momento: Braulio de Zaragoza, discípulo de san Isidoro y maestro de Julián de
Toledo. En una de sus cartas vemos a Braulio solicitando al rey que asociara al
trono a su hijo Recesvinto. La en apariencia espontánea y bienintencionada
petición del obispo de Zaragoza, no lo era tanto y sin duda estuvo motivada por
el propio Chindasvinto que, de esta manera, al exhibir la carta del prestigioso
obispo, podía usarla como «palanca de voluntades» con otros obispos y nobles.
Tras este refrendo, en enero del 649, asocio al trono a Recesvinto, su hijo.
Juntos gobernarían cuatro años y nueve meses. Cuando el terrible anciano murió
con noventa años ya cumplidos, dejaba tras de si y como dice la Crónica
albeldense , «una Espana tranquila». Un reino fuerte dotado de un tesoro
bien provisto, una poderosa administración y un ejército potente. Pero, aunque
resulte paradójico, también dejaba tras de sí una poderosa siembra de odios y
ambiciones desmedidas con cuyos frutos tuvo que lidiar su hijo Recesvinto.
Chindasvinto, consciente del clima que se estaba formando, se
vio obligado a promulgar una ley por la que el acusador, en caso de que se demostrase
la falsedad de la acusación o la mala fe, sufriría la misma pena que hubiera
sufrido el acusado.
Recesvinto fue de hecho el
monarca de los visigodos con menos oposición, así como con
menos levantamientos, ya que su padre había sofocado signo de ello. El anciano Rey Chindasvinto instauró la monarquía
hereditaria al asociar al trono a su hijo Recesvinto mediante una proclamación realizada
el 20 de enero del
649. Muere Chindasvinto el 18 de octubre del año 653, a los 90 años.
A pesar de ser Chindasvinto
implacable en sus actos políticos, todo en su vida no fue maligno. Es
recordado como gran benefactor de la Iglesia, a la cual hizo grandes donaciones y dio
grandes privilegios, saneó la hacienda pública gracias a las confiscaciones de
bienes a los rebeldes, dio orden y tranquilidad nunca
antes conocida en la España visigoda, implantó un sistema
recaudatorio más efectivo y justo y promulgó multitud de leyes referidas a
aspectos políticos, económicos y sociales.
Durante sus últimos años de
vida se dedicó a realizar actos de piedad y beneficencia, actos en los que podemos encontrar la
fundación del monasterio de San Román de la Hornija para que a su muerte sus
restos reposasen en un sepulcro junto a los de su esposa Riciberga.
Son muchas las preguntas que se hacen los
historiadores sobre la decisión de Chindasvinto de enterrarse en este paraje
entre ríos. Lo natural es que reposasen sus restos en un gran mausoleo de la
gran ciudad del reino Toledo, donde tomo posesión de la corona. Nos hace pensar
que, la decisión de su enterramiento, en lo que fuera más tarde nuestro pueblo,
fue llevado a cabo muy en secreto y con desconocimiento total de la nobleza y
clero de aquella época, fruto del temor a una profanación de su sepulcro, como
acto de venganza y resentimiento, dada la gran cantidad de enemigos que generó
en vida. Tal profanación no fue llevada a cabo en aquellos años por sus
enemigos, sin embargo. En siglos posteriores, el monasterio y su sepulcro
fueron saqueados por Abderramán II, allá por el año 826 y más tarde Almanzor,
en el año 992, saquea y destruye la casi totalidad del monasterio. Por otra
parte, los restos de Chindasvinto y su esposa Reciberga han tenido mejor suerte
que los de otros dos reyes visigodos: Recesvinto ( su hijo), y los de Wamba,
que se depositaron provisionalmente el año 1845 en la Catedral de Toledo y
llevan ya 180 años a la espera de un destino definitivo, a causa de que los franceses, en plena guerra de la Independencia
demolieran, también en Toledo, la cripta de Santa Leocadia, donde estaban sus
restos y profanaron sus tumbas.
Cr
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