El acto de aplaudir consiste en golpear repetidamente las palmas de las manos, es una forma de comunicación no verbal utilizada para expresar aprobación, entusiasmo o agradecimiento. A lo largo de la historia han existido otras formas de manifestar júbilo o respaldo. Los romanos hacían chasquidos con los dedos o agitaban las solapas de sus togas.
El aplauso genuino es espontáneo y coral. Sirve de medio para canalizar
emociones contenidas. Contagia y anima. La energía liberada por cada uno se une
a la de los demás, formando una unidad.
El origen del aplauso es un tema que ha
intrigado a los historiadores y antropólogos, ya que parece ser una forma de
expresión universal en diversas culturas y épocas. A continuación, se presentan
algunos aspectos sobre el origen y evolución del aplauso:
En la antigua Grecia y Roma, el aplauso ya
se utilizaba como una forma de expresar aprobación o admiración. En los teatros
griegos, el público aplaudía para mostrar su aprecio por las actuaciones
teatrales. Los romanos adoptaron esta práctica y la llevaron a un nivel más
organizado. En el Coliseo y otros lugares de entretenimiento, el aplauso era
una manera común de participar los espectadores en los espectáculos.
Aunque el aplauso ha estado presente en
diversas culturas, su uso ha evolucionado con el tiempo. Durante la Edad Media,
por ejemplo, la música y las actuaciones a menudo se disfrutaban en silencio
como una muestra de respeto y reverencia. No fue sino hasta el Renacimiento que
el aplauso volvió a ser una práctica común en las actuaciones públicas.
El aplauso es una forma común de expresar
aprobación en muchas culturas, aunque no es universal. Algunas culturas tienen
otras formas de mostrar aprecio y respeto. Por ejemplo, en Japón, es común
mostrar aprecio mediante una reverencia en lugar de aplaudir.
En la actualidad, el aplauso se utiliza en
una amplia variedad de contextos, desde conciertos y obras de teatro hasta
eventos deportivos y conferencias. Es una forma sencilla y efectiva de
comunicación no verbal que permite al público expresar sus sentimientos de
manera colectiva. Los más solemnes se dan puestos en pie.
En el siglo pasado existió “la claque”.
Grupo de personas que asistía gratis a un espectáculo teatral con el fin de
aplaudir en momentos señalados. También existían los que se dedicaban, pagados
por la competencia, a silbar o abuchear. Podían provocar un triunfo o un
desastre, pero también distraer la atención en un momento preciso. Su finalidad
era manipular al público.
Hay
aplausos provocados por la emoción, otros se conceden por cortesía, otros por
adular. En los mítines o en los debates parlamentarios que dan los líderes de
cada partido, los componentes de su formación aplauden y asienten con la
cabeza, mostrando una conformidad inquebrantable a cada párrafo del admirado
líder, el que repartirá prebendas si se gana. Quieren que los demás formemos
coro con ellos, por eso del contagio. Estos comportamientos son una
degeneración del aplauso.
Los dictadores siempre han sido amantes de los halagos que inflan sus nunca
satisfechos egos. Los primeros, dentro de sus súbditos, en dejar de aplaudir
pueden verse acusados de desafección o deslealtad al tirano.
Todo
aplauso tiene tres características principales:
Intensidad: Es el grado de energía con que se realiza
el aplauso
Ritmo: velocidad de la repetición de la palmada.
Duración: tiempo que persiste el aplauso.
En resumen, el aplauso tiene una larga
historia que se remonta a las civilizaciones antiguas y ha evolucionado con el
tiempo. Aunque su forma y uso pueden variar según la cultura y entorno de que
se trate, no obstante sigue siendo una forma poderosa de comunicación no
verbal.
El aplauso |
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