Algunos labradores y ganaderos llevaban un reloj con cadena en un bolsillo del chaleco, asido a un ojal del mismo. Eran los acreditados relojes “Roscopatent”, que deben su nombre a su inventor, el alemán nacionalizado suizo Georges Frederic Roskopf, aunque la mayoría no los necesitaba ya que la vida rural se regía por el sol, pero era un signo más que determinaba clase social.
Parte de las largas noches de invierno se pasaban al fuego o al brasero entre charlas y de fondo radio Andorra. Después a la cama a soñar con los angelitos. En verano la vida bullía con el trajín de la recolección. Las eras, los carros con el grano y la paja por las calles, las casas de par en par para que el fresco de la noche aliviara los calores del día… Si se dormía poco tiempo se recuperaba gracias a la siesta, a la vez que se mitigaban esas horas de excesivo calor del ecuador del día.
Pasamos días, meses,
años en espera de algún acontecimiento que pudiera alterar nuestras vidas, pero,
mientras tanto, el tiempo pasa y consume nuestra existencia, hasta que llegue
el día en que todo termine sin damos cuenta que el tiempo nos dejará bruscamente
de la misma forma que lo hace el sueño.
Al nacer todos somos
iguales, pero hay quienes saben aprovechar lo que la vida pone a su alcance y
otros que desperdician momentos y oportunidades. Solamente cuando tomamos
conciencia de nuestra finitud es cuando comienzan las quejas, los
arrepentimientos y las lamentaciones. Aquel
tiempo pasado no tiene posibilidad de retorno y quedamos atrapados en la
incertidumbre de nuestro propio destino.
Pienso que, después
de esta reflexión, el mejor momento de la vida es cuando la salud y la ilusión
nos permiten realizar lo que anhelamos. Haciendo el mejor uso del tiempo de que
disponemos ya que siempre es un bien escaso, limitado y valioso. Es importante vivir
cada momento, tomar decisiones conscientes y no dejar que las oportunidades se
escapen, siempre de acuerdo con nuestros límites.
Llegará otra vez
el cambio de hora, que dicen los que entienden que se ahorra mucha energía. Yo
no lo entiendo, aunque creo que si nos adaptaramos a la luz del día, sin mover las
manillas del reloj, podríamos adelantar o atrasar las faenas y no cambiar bruscamente,
dos veces al año, los hábitos de todos.
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