jueves, 14 de abril de 2022

La violación de las leyes internacionales sobre fronteras

 

 La insensatez de un mandatario poderoso


Para recordar lo insignificantes que somos nada mejor que mirar al cielo en una noche estrellada. Es una buena terapia para doblegar soberbias y achicar orgullos, reconsiderar el valor que le damos a ciertas cosas y hacernos preguntas del por qué esta agresividad que manifestamos hacia nuestros semejantes aquí en nuestro planeta Tierra.

Nuestro sistema solar está en un brazo de la espiral de la Vía Láctea. Para llegar a la estrella más cercana, aparte del sol, tardaríamos más de cuatro años viajando a 300.000 kilómetros por segundo; en una palabra, distancias o magnitudes astronómicas.

La Vía Láctea tiene un diámetro de cerca de 200 mil años luz y consta de entre 200 y 400 mil millones de estrellas. Hay tantas galaxias que aún no se sabe su número con exactitud. Los últimos estudios calculan que puede haber más de dos billones. Tampoco podemos saber si existe vida en alguna que otra de esas galaxias, a esa luz que generan, fuente de vida, solo les hace falta oxígeno para que haya vida en otra de las tantas galaxias. ¿Por qué nuestro planeta, enclavado en la galaxia solar, solamente iba a ser el privilegiado de vida humana dentro del infinito universo galáctico?

El grandioso espectáculo del cielo nocturno solo es posible contemplarlo si nos alejamos de la bóveda o cielo de luces artificiales que envuelve a las ciudades.             

Recuerdo que, hace ya bastantes años, cuando yo era un mozalbete, en verano y en la época de aventar los cereales en la era, una vez trillados, era costumbre custodiar ese grano por la noche para evitar su robo. Los jóvenes, después de cenar, y con manta al hombro realizábamos el cometido de dormir al raso y próximos al muelo esas noches, como allí se decía “de limpia”. Aún recuerdo la ilusión que me hizo la primera vez que dormí en la era al raso, dicho cometido legitimaba que ya era mayor. Me gustaba mirar al cielo, una vez tumbado boca arriba, y distinguir el paso de los aviones con sus luces intermitentes y los satélites artificiales que daban vueltas alrededor de la tierra.  Pero lo que más me asombraba era contemplar la Vía Láctea, el camino de Santiago, impresionante franja con su acumulación de estrellas de distintas intensidades.  Su brillo llegaba hasta mi tras un viaje de millones de años, teniendo en cuenta que la luz viaja a una velocidad de 300.000 km por segundo.

De las constelaciones solo distinguía entonces al “carro mayor” y el “carro menor”, que era como llamábamos a la Osa Mayor y la Menor. Mi imaginación formaba otras figuras enlazando otros puntos luminosos.

Ya cerca del amanecer, después de un sueño ligero, comprobaba que las posiciones de las estrellas había cambiado. “El viento de la noche gira en el cielo y entona una armonía constante de esos viajes silenciosos.

El universo, con los únicos límites que imponen el tiempo y el espacio, sigue su evolución por los siglos de los siglos. Los humanos en este rincón minúsculo, nos revolvemos en el barrizal de nuestras miserias. Delimitamos la tierra y los mares a base de guerras. Las fronteras están acotadas con la sangre de quienes las defendieron o atacaron y ocuparon por la fuerza, así como la de los que intentan escapar de ellas por causa de las guerras. ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI pueda haber países que con su potencial bélico traten de ocupar y apoderarse de otros países limítrofes y más débiles, a través de guerras?

Viene esto a cuento de la guerra de Ucrania. En pleno siglo XXI, el mandatario actual de Rusia llamado Vladimir Putin, poderoso en armamento y de nuestra minúscula galaxia, considerándose el rey del universo viola todas las leyes internacionales sobre fronteras y ocupa atacando a un país limítrofe llamado Ucrania con afán de imperialismo. Justifica tal acción con el objetivo de no dejar asociarse a Ucrania al tratado del Atlántico Norte, llamada OTAN. Desconocemos el alcance que tendrá esta insensatez y locura de dicho mandatario. Las consecuencias son impredecibles: muerte de seres humanos, arrasamiento de edificios, huida de millones de refugiados por tal horror a otras naciones europeas, abandonando sus tierras, casas, familias etc. Atacando personal civil, así como centros sanitarios, viviendas, centros escolares, y violando masivamente los derechos humanos. El temor, aun peor, es que este loco mandatario emplee armas nucleares, que posee, afectando con su poder mortífero a gran parte de Europa.

Las guerras son un sinsentido, un crimen contra la humanidad, un drama y una prueba más de que aún no hemos salido de la prehistoria. 

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