Para recordar lo
insignificantes que somos nada mejor que mirar al cielo en una noche
estrellada. Es una buena terapia para doblegar soberbias y achicar
orgullos, reconsiderar el valor que le damos a ciertas cosas y hacernos
preguntas del por qué esta agresividad que manifestamos hacia nuestros semejantes aquí en nuestro planeta Tierra.
Nuestro sistema solar
está en un brazo de la espiral de la Vía Láctea. Para llegar a la estrella más cercana,
aparte del sol, tardaríamos más de cuatro años viajando a 300.000 kilómetros
por segundo; en una palabra, distancias o magnitudes astronómicas.
La Vía Láctea tiene un
diámetro de cerca de 200 mil años luz y consta de entre 200 y 400 mil millones
de estrellas. Hay tantas galaxias que aún no se sabe su número con exactitud.
Los últimos estudios calculan que puede haber más de dos billones. Tampoco podemos saber si existe vida en alguna
que otra de esas galaxias, a esa luz que generan, fuente de vida, solo les hace
falta oxígeno para que haya vida en otra de las tantas galaxias. ¿Por qué
nuestro planeta, enclavado en la galaxia solar, solamente iba a ser el
privilegiado de vida humana dentro del infinito universo galáctico?
El grandioso
espectáculo del cielo nocturno solo es posible contemplarlo si nos alejamos de la bóveda o cielo de luces artificiales que envuelve a las ciudades.
Recuerdo que, hace ya
bastantes años, cuando yo era un mozalbete, en verano y en la época de aventar
los cereales en la era, una vez trillados, era costumbre custodiar ese grano por
la noche para evitar su robo. Los jóvenes, después de cenar, y con manta al
hombro realizábamos el cometido de dormir al raso y próximos al muelo esas
noches, como allí se decía “de limpia”. Aún recuerdo la ilusión que me hizo la
primera vez que dormí en la era al raso, dicho cometido legitimaba que ya era
mayor. Me gustaba mirar al cielo, una vez tumbado boca arriba, y distinguir el
paso de los aviones con sus luces intermitentes y los satélites artificiales
que daban vueltas alrededor de la tierra. Pero lo que más me asombraba
era contemplar la Vía Láctea, el camino de Santiago, impresionante franja con
su acumulación de estrellas de distintas intensidades. Su brillo llegaba
hasta mi tras un viaje de millones de años, teniendo en cuenta que la luz viaja
a una velocidad de 300.000 km por segundo.
De las constelaciones solo
distinguía entonces al “carro mayor” y el “carro menor”, que era como
llamábamos a la Osa Mayor y la Menor. Mi imaginación formaba otras figuras enlazando
otros puntos luminosos.
Ya cerca del amanecer,
después de un sueño ligero, comprobaba que las posiciones de las estrellas
había cambiado. “El viento de la noche gira en el cielo y entona una armonía
constante de esos viajes silenciosos.
El universo, con los
únicos límites que imponen el tiempo y el espacio, sigue su evolución por los
siglos de los siglos. Los humanos en este rincón minúsculo, nos revolvemos en el
barrizal de nuestras miserias. Delimitamos la tierra y los mares a base de
guerras. Las fronteras están acotadas con la sangre de quienes las defendieron
o atacaron y ocuparon por la fuerza, así como la de los que intentan escapar de
ellas por causa de las guerras. ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI pueda
haber países que con su potencial bélico traten de ocupar y apoderarse de otros países limítrofes y más débiles, a través de guerras?
Viene esto a cuento de
la guerra de Ucrania. En pleno siglo XXI, el mandatario actual de Rusia llamado Vladimir Putin, poderoso en armamento y de nuestra minúscula galaxia, considerándose el
rey del universo viola todas las leyes internacionales sobre fronteras y ocupa
atacando a un país limítrofe llamado Ucrania con afán de imperialismo.
Justifica tal acción con el objetivo de no dejar asociarse a Ucrania al tratado
del Atlántico Norte, llamada OTAN. Desconocemos el alcance que tendrá esta
insensatez y locura de dicho mandatario. Las consecuencias son impredecibles:
muerte de seres humanos, arrasamiento de edificios, huida de millones de refugiados
por tal horror a otras naciones europeas, abandonando sus tierras, casas,
familias etc. Atacando personal civil, así como centros sanitarios, viviendas, centros escolares, y violando masivamente los derechos humanos. El temor, aun peor, es que este loco mandatario emplee armas
nucleares, que posee, afectando con su poder mortífero a gran parte de Europa.
Las guerras son un
sinsentido, un crimen contra la humanidad, un drama y una prueba más de que aún
no hemos salido de la prehistoria.
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