Hice las prácticas del servicio militar por IPS el año 1967, en aquella época la mili era obligatoria. en un destacamento cuartel situado en Tarifa (Cádiz) en lo que se llamaba "La Isla de las Palomas", aunque fue isla en su tiempo ya se había hecho un largo puente que la unía a Tarifa. Dada mi profesión me asignaron organizar las aulas de alfabetización, que desde hacía tiempo que no funcionaban por la falta de entendimiento entre el coronel jefe de dicho destacamento y el capellán que las organizaba. Surgieron de entre las distintas compañías muchos analfabetos, casi siempre procedentes de cortijos muy abundantes en dicha región militar. lo que motivo que los distribuyéramos en 3 aulas, según el nivel de cada uno. Regentábamos tales aulas dos maestros que hacían la mili normal y yo que hacía los 4 meses de prácticas, como antes he dicho, de lo que se llamaba entonces "Milicias Universitarias". Nuestra misión era enseñar a leer y escribir a esos grupo de soldados que no leían ni escribían o tenían dificultades para hacerlo. La mili les sirvió para introducirse en un mundo que por circunstancias sociales, económicas o laborales les había sido vetado. Un muro que les privaba no solo del acceso a la cultura, sino que les limitaba la capacidad de comunicación. El analfabetismo es una inhumana mutilación de las personas.
Cierto día, al terminar la clase, observo a uno de mis alumnos quedarse en actitud de remolón con el objetivo de querer decirme algo a solas. Dirigiéndose a mí me pide, por favor, que si podía escribirle una carta a su esposa porque él tenía serias dificultades para expresar lo que quería decirle. Por supuesto que sí, le dije, una o las que hagan falta, pero antes de licenciarte tienes que ser tú quien las escriba. Me sentí halagado por la confianza que mostraba hacia mí en un tema tan personal, pero al mismo tiempo sentí una gran pena y rabia por el hecho de que situaciones así pudieran suceder aún en aquel año mil novecientos sesenta y siete. Él me exponía sus sentimientos y deseos y yo les daba forma en aquellas cartas. Percibí en sus ojos esa humillación y vergüenza que le supuso tomar esta decisión que yo traté de solventar con la máxima discreción y el mayor respeto. Detrás de esa carta le escribí algunas más. Él fue perdiendo la vergüenza y consiguió, todo satisfecho, escribir al final, a mi lado, una sencilla carta a su esposa.
Ateniéndonos a los últimos datos publicados por la UNESCO España tiene en la actualidad una tasa de alfabetización del 98,44%. Su tasa de alfabetización masculina es del 98,93%, superior a la femenina que es del 97,97%. Mirando el ranking de tasa de alfabetización vemos que España está en el lugar 38 del mundo respecto a esa tasa de alfabetización.
En España hay 669.400 personas analfabetas funcionales de más de 16 años, es decir, el 1,7 por ciento de la población, y de ellos, sólo 12.800 están cursando algún tipo de estudio que les permitirá dejar de serlo.
Se considera que una persona es "analfabeta funcional" cuando no puede leer y escribir frases simples sobre su vida cotidiana, según refiere el Instituto Nacional de Estadística (INE). Es decir, que es incapaz de utilizar su capacidad de lectura, escritura y cálculo de forma eficiente en las situaciones habituales de la vida y 23.400 jóvenes españoles de entre 16 y 29 años no pueden hacerlo porque son analfabetos.
Las personas analfabetas no saben leer ni escribir, mientras que los analfabetos funcionales, que son los que contabiliza en España el INE, lo pueden hacer hasta un cierto punto; es decir de manera poco eficiente.
Según aumenta la edad así aumenta el número de analfabetos y así las personas limitadas por su analfabetismo de entre 30 y 49 años son 94.200. De los que tienen entre 50 y 70, hay 139.300 que son analfabetos funcionales y la cifra asciende a 399.600 entre los mayores de 70 años.
Es decir, que en España, en los tiempos actuales, casi 700.000 personas no tiene capacidad de resolver de una manera adecuada situaciones de su vida cotidiana como rellenar una solicitud para un puesto de trabajo, entender un contrato o leer el periódico.
Yo, he conocido a gente mayor que firmaba con huella digital sobre el papel
y no por hidalguía, como tenían a gala los señores en la Edad
Media. Otros solo aprendieron a hacer un garabato de su firma y cada
vez que tenían que hacerlo les suponía una tortura con sudores de tinta.
En los años cincuenta más del catorce por ciento de la población era analfabeta en España, superando casi en la mitad el número de mujeres al de hombres. Con las campañas de alfabetización de los años 1963 a 1970 descendió al nueve por ciento. Por diversas causas todavía hay cerca de setecientos mil analfabetos funcionales en nuestro país, que es una noción más amplia que la de saber firmar o leer mecánicamente. El concepto de analfabetismo es difícil de precisar y ha variado con el transcurso de los años. Para la UNESCO son analfabetos además de los que no saben leer y escribir, los que no comprenden un texto sencillo ni consiguen exponer de forma elemental hechos de su vida cotidiana
Probablemente esta precisión conceptual se ampliará. La evolución vertiginosa de los medios técnicos y la informática así lo exigen. Este tiempo de ordenadores, de teléfonos móviles, de tabletas, de redes sociales ha dejado en fuera de juego a muchos ciudadanos, sobre todo de edades medias y avanzadas. No vale decir que esas son cosas de la juventud cuando a través de ellos podemos acceder a innumerables fuentes de información: pedir cita médica, rellenar formularios, solicitar plazas del IMSERSO, certificados de vida laboral, hacer la declaración de la renta, chatear con amigos y familiares, consultar estado de cuentas bancarias, hacer transferencias, etc. Si no queremos engrosar el número de analfabetos digitales en las próximas estadísticas tendremos que familiarizarnos con esas nuevas tecnologías de ratón y teclado.
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