Otro año más, al comenzar el mes de Noviembre, nos acercamos a ese recuerdo de nuestros familiares y amigos ya fallecidos, así como el pensar en la muerte, que por mucho que se intente esquivar, siempre sale airosa, jamás falta a su cita en nuestro último viaje. Ninguna cultura ha enseñado al hombre a ser “lo que fundamentalmente es: mortal”. Se trata probablemente del más arduo de los aprendizajes, religiones y filosofías se han esforzado durante siglos para lograr un correcto “arte de morir”; pero el arte de morir siempre será una asignatura pendiente. Pensamos que ningún mortal aprende a morir, la muerte no se ensaya. Nadie cree en su propia muerte, incluso nadie recuerda que tiene que morir –especialmente en la juventud- y es la verdad más auténtica y palpable.
Desde siempre, el hombre ha dado culto a la muerte, ya
en tiempos remotos, gentes que vivían en cuevas, chozas de tierra o míseras
cabañas de paja se esforzaban en construir verdaderos monumentos funerarios. Emplearon
antes la piedra para las sepulturas que para sus moradas cotidianas.
Para mí, ya con 75 años de vida, es
de primordial importancia pensar en mi propia muerte, porque creo que para
vivir con autenticidad debemos de asumir la realidad del morir. Debemos
interiorizar este proceso y no en el sentido de pensar simplemente que vamos a
morir, hay que tomar conciencia del
hecho de que todas las cosas en la vida no son definitivas y no debemos
aferrarnos a ellas. La verdad de las cosas finitas es su final y la muerte es
el inicio del más arriesgado, inquietante y sorprendente de todos los viajes.
Pienso que el morir es dejar un sitio a los que más tarde vendrán, como han
hecho nuestros antepasados, es nuestro último ejercicio de entrega, renuncia y
cesión con humildad.
Como personas racionales debemos comprendernos a nosotros mismos y tomar conciencia de nuestra finitud a fin de determinar nuestras acciones. Todo lo nuestro está encaminado a la extinción. Desde que vinimos al mundo, como en una especie de paradoja, estamos aquí para morir. Es una posibilidad sin escapatoria y después de eso no hay más posibilidades, pues nunca nos daremos cuenta de nuestra muerte en sí; solamente presenciaremos la de otros.
El cristianismo, une de manera
indisoluble, la muerte a la resurrección. Desde el punto de
vista cristiano la muerte asume un significado profundo y trascendente. No nos
habla solo de despojos acumulados en los cementerios, la muerte nos abre un
nuevo horizonte, nos pone “cara a cara” con Dios.
Así le
canta Pablo Neruda a la muerte. Este poema me entristece, al mismo tiempo que me atrae
por su cruda belleza.
Sólo la muerte
Hay cementerios solos,
tumbas llenas de huesos sin sonido, el corazón pasando un túnel oscuro, oscuro, oscuro, como un naufragio hacia adentro nos morimos, como ahogarnos en el corazón, como irnos cayendo desde la piel del alma. Hay cadáveres, hay pies de pegajosa losa fría, hay la muerte en los huesos, como un sonido puro, como un ladrido de perro, saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas, creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia. Yo veo, solo, a veces, ataúdes a vela zarpar con difuntos pálidos, con mujeres de trenzas muertas, con panaderos blancos como ángeles, con niñas pensativas casadas con notarios, ataúdes subiendo el río vertical de los muertos, el río morado, hacia arriba, con las velas hinchadas por el sonido de la muerte, hinchadas por el sonido silencioso de la muerte. A lo sonoro llega la muerte como un zapato sin pie, como un traje sin hombre, llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo, llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta. Sin embargo sus pasos suenan y su vestido suena, callado como un árbol. Yo no sé, yo conozco poco, yo apenas veo, pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas, de violetas acostumbradas a la tierra, porque la cara de la muerte es verde, y la mirada de la muerte es verde, con la aguda humedad de una hoja de violeta y su grave color de invierno exasperado. Pero la muerte va también por el mundo vestida de escoba, lame el suelo buscando difuntos; la muerte está en la escoba, en la lengua de la muerte buscando muertos, es la aguja de la muerte buscando hilo. La muerte está en los catres: en los colchones lentos, en las frazadas negras vive tendida, y de repente sopla: sopla un sonido oscuro que hincha sábanas, y hay camas navegando a un puerto en donde está esperando, vestida de almirante. |
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