sábado, 1 de febrero de 2020

En San Román de Hornija se filmó la película: "Los derechos del hombre".


Nuestro pueblo en el cine













    El 17 de Enero se estrenó en dos cines de Madrid la película titulada: Los derechos del hombre”, en el Bellas Artes y en la Cineteca de Legazpi (antiguo matadero). Ya teníamos constancia de que hace dos años se estuvieron filmando en San Román las escenas para esa película. Siendo testimonio de ello la instalación en las eras de una vieja carpa de circo.

Título original: Los derechos del hombre

Año: 2018
Duración: 75 min.
País: España
Dirección: Juan Rodrigáñez
Guión: Juan Rodríguez, Eduard Mont de Palol
Música: Álvaro Martínez león
Fotografía: Ramón Lechapelier
Panadería: Moises García Celemín
Intérpretes: Katrin Memmer, Lola Rubio, Rafael Lamata, Gianfranco Poddighe, Eduard Mont de Palol y Jorge Dutor.
Género: Comedia / Circo
Producción: Tajo Abajo
Duración: 75 minutos.

    El pasado domingo, día 26 de Enero, acudí a la Cineteca de Legazpi, en Madrid, a su último día de proyección. Disfruté gratamente ante la visión de imágenes sobre rincones de nuestro pueblo, lo que hizo que fuera gratificante mi asistencia.
Como no soy un experto en cine sólo reflejaré en este blog los comentarios de críticos entendidos en tal materia. Al final dejaré mis impresiones como simple espectador y profano en cine

    Comentarios de críticos de cine sobre la película: “Los derechos del hombre”
CINETECA:
    Una troupe de circo llega a un pueblo de Castilla, donde montan su carpa. Proyectan cambios en el estilo de su espectáculo porque quieren cambiar la manera en la que la sociedad los trata. Pero pasan sus días discutiendo sobre el valor de las cosas, desde la grandeza del paisaje a la sencillez de la arquitectura nativa o la calidad del show del compañero. De proyectar pasan a valorar, para acabar ciñéndose al guion pactado.
En 2013, el cineasta Juan Rodrigáñez reunió a un equipo de diez personas en una aislada finca de Extremadura para grabar su ópera prima: "El complejo de dinero". Dos miembros de ese grupo eran técnicos -fotógrafo y sonidista- y el resto profesionales procedían de las artes escénicas: danza, performance, escenografía, teatro y música. Cuatro años después, el mismo equipo se vuelve a encontrar en San Román de Hornija, un pequeño pueblo de la provincia de Valladolid, para crear "Derechos del hombre", una película cuyos personajes tratarán de romper con el aislamiento al que estaban sometidos en la anterior película: “El complejo de dinero”.

    En Derechos del hombre el punto de partida se limitó a 35 latas de película de 16 mm., un par de baúles de vestuario y una carpa de circo montada en las eras del pueblo. Partiendo de dos dispositivos tan diferentes ambos proyectos comparten algo esencial: la película deberá ser encontrada, si hay suerte, durante el propio rodaje. Esta metodología deriva del deseo de descubrir lo desconocido y presentar una obra cinematográfica capaz de ofrecer una idea de libertad. En lugar de la puesta en escena de una forma pensada previamente, el trabajo es concebido como investigación y experimentación. Esto implica que cuando se descubre la película que teníamos que hacer, llega el momento de recoger el material y volver a casa. 

Comentario y Crítica Filmaffinity:

Sinopsis:
    Una errática y excéntrica compañía de circo levanta su carpa a las afueras de un pequeño pueblo de la meseta castellana para terminar de dar los últimos retoques a su nuevo y grandioso espectáculo, Derechos del hombre. Un show a medio camino entre lo revolucionario, lo utópico y lo necesario, pero que a veces no puede escaparse de lo más mundano.

Críticas:

    Derechos del hombre en sí ya suena antiguo, como antiguo puede resultarnos el espectáculo circense. La troupe del Gran Circo Indómito podría resultarnos una perfecta analogía de los cineastas con cierto compromiso artístico, algo que, por desgracia, también parece antiguo. En definitiva, derechos del hombre es una lección de lenguaje cinematográfico, que aprovecha multitud de recursos en pro de la narrativa. El soporte, el elenco, recursos del documental, la ficción, el sonido, la música, casi se podría decir que incluso el musical, el thriller, pero sobretodo el humor. Lo que más adoro de esta película es que demuestra cómo puedes hacer una potentísima y maravillosa obra de arte con muchísimo menos que ciertas grandes producciones.

    De forma inteligente, decidieron rodar esta película en 35 mm. Me parece una decisión de lo más pertinente, pues es esta una película enamorada del paisaje, al igual que el elenco de La Troupe.


    La película gira en torno a una carpa, manteniéndose al margen, como probablemente el director y su equipo, al igual que muchos otros artistas, procuran, dentro de lo posible, mantenerse al margen de la así denominada industria cinematográfica (que no es más que un circo, transformado en un teatro del absurdo por una burocracia absurda y alienada) decidiendo mostrar su interior sólo para poner de relieve cierto miedo a ese interior, pues sólo encontramos en él secuencias tétricas.
CRÍTICA DEL PERIÓDICO: EL PAÍS
DERECHOS DEL HOMBRE
Cine indómito
    'Derechos del hombre', asombrosa segunda película de Juan Rodrigáñez, es una muestra de la capacidad renovadora del cine español más alejado de lo comercial
Por fortuna el cine español no se limita a su modelo industrial y de vez en cuando sorprende con nuevos caminos capaces de cuestionar y renovar su lenguaje. En ese mismo impulso de exploración e investigación, aunque partiendo de una sensibilidad y un arraigo cultural muy diferente, se sitúa el director Juan Rodrigáñez, que en su segundo filme: "Derechos del hombre", ahonda en el trabajo que inició en 2013 con "El complejo de dinero", filme que convocaba en una finca de Extremadura a un grupo de intérpretes que, procedentes de diferentes palos de las artes escénicas, recreaban un mundo de aparente libertad y ligereza. película experimental e improvisada que vuelve a reunir a parte del reparto de El complejo de dinero en un proyecto mucho más asombroso, en el que su fondo y su método ácrata (heredero de esa tradición que se sostiene en personajes tan impares como Agustín García Calvo o Chicho Sánchez Ferlosio) se abren al exterior logrando una comunión que no ocurría en su anterior filme. O cómo le dice una de las artistas al maestro de ceremonias cuando uno de sus colegas abandona la aventura: “Con pocas cosas se llega más lejos”.
Hecha sobre la marcha con el elenco de una troupe que dice llamarse Gran Circo Indómito, Derechos del hombre se rodó durante tres soleadas semanas a las afueras de un pueblo de la provincia de Valladolid. La tramoya se limitó a una carpa y dos baúles de vestuario para seis actores, un pueblo y un río. Una especie de Circo Aligre (ese iconoclasta grupo francés que a finales de los años setenta convirtió a sus cinco integrantes en revolucionarios del género), pero pobre y mesetario frente a un director de cine con 35 latas de película de 16 mm. Lo que allí pasa se podría etiquetar como performático, pero sería limitar a palabras más o menos comunes e inteligibles la libertad que encierra esta singular película. Todo lo que vemos en ella ocurre fuera de su carpa, en los prolegómenos de un espectáculo sobre el que sus personajes teorizan y ensayan rodeados de un mundo rural que en su solitaria decadencia esconde un misterioso y hermoso esplendor. En definitiva, gente rara haciendo esas cosas raras que acaban cambiando el mundo.

Sinopsis
    Una troupé de circo llega a un pueblo de Castilla, San Román de Hornija, donde montan su carpa. Allí, en un lugar tan tradicional, se aventuran y proyectan cambios en el estilo de su espectáculo porque quieren cambiar la manera en la que la sociedad los trata. Sin embargo, van pasando sus días discutiendo sobre el valor de las cosas, desde la grandeza del paisaje a la sencillez de la arquitectura nativa o la calidad del show del resto de compañeros. De proyectar pasan a valorar, para acabar ciñéndose al guion pactado. La película, que narra el intento de este grupo circense para que su nuevo espectáculo se pueda estrenar en este pequeño pueblo, quiere identificarse con la dimensión utópica del arte que sus protagonistas encarnan (el empresario/maestro de ceremonias, la pitonisa, la mujer barbuda, el imitador, etc.). El "Gran Circo Indómito", nombre del grupo e interpretado por seis artistas que provienen de diferentes ramas de las artes escénicas, tiene una gran fe en sus propias fuerzas y en su nuevo espectáculo, cuyo título lo comparte con el de la película. 'Derechos del hombre' busca estar al mismo nivel que su tema y sus personajes, asumiendo la imposibilidad de filmar lo que todavía no existe, pero sabiendo que sí es posible filmar aquello que lo podría hacer posible: los cuerpos y palabras de los intérpretes en el pueblo.
=Elsa Fernández Santos=

Critica de: Cine Europa
    Juan Rodrigáñez repite la fórmula y el elenco de su ópera prima en su segunda aventura cinematográfica, edificada sobre la improvisación, la libertad y el humor absurdo.

El 56º Festival Internacional de Cine de Gijón estrenó mundialmente en su Competición Internacional Rellumes, la pasada semana, la segunda película de Juan Rodrigáñez, cineasta que, hace tres años, llevó al festival de Berlín y posteriormente al de Málaga su ópera prima: la incatalogable "El complejo del dinero"[+]. Ahora, en la misma línea, caminando sobre la cuerda tensada entre el atrevimiento y el disparate, se sitúa su segundo largometraje, titulado "Derechos del Hombre", protagonizado por el mismo elenco de artistas de aquella película con la que se dio a conocer en el circuito alternativo.

    Parecido aire rural y campestre de "El complejo del dinero" se respira en estos Derechos..., aunque la ubicación del rodaje haya brincado de una finca extremeña a los alrededores de un pequeño pueblo castellano. Hasta allí se ha movilizado la troupe capitaneada por Rodrigáñez, la cual, provista de una carpa circense, unos trajes y disfraces, maquillaje y pelucas, ha levantado otro film apoyado en la improvisación y la osadía a partir de una sinopsis mínima y algunas ideas, construyendo la película a modo de residencia artística donde parece que cada participante aporta sus diálogos, ocurrencias y acciones sobre la marcha.
Los actores de esta reunión de amigos jugando a hacer cine forman en la ficción una compañía, denominada Gran Circo Indómito, que estrenará mundialmente en esa villa mesetaria su nuevo show (titulado "Derechos del hombre"), el cual ensaya los días previos a la premiere. Entre ellos destaca una mujer barbuda, una pitonisa, equilibristas, el maestro de ceremonias y una vidente. Y como en La parada de los monstruos (Freaks), de Tod Browning, hay una trama de manipulación, celos y crimen, pero mínima y ni se explica ni se resuelve, algo que no parece preocupar a Rodrigáñez, aunque sí desconcertará al espectador que busque lógica y respuestas.

    El resultado es un ejercicio cinemaográfico libérrimo y sin género (empieza como un musical y termina con la presencia de un cadáver) que desafía cualquier estructura y cordura, logrando momentos de un humor surrealista y absurdo, y otros de una ingenuidad casi infantil, que se codea con lo ridículo. Si en en su primera película esa manera de hacer cine podía sorprender, aquí logra desconcertar, aburrir y, por momentos, abochornar. Pero al menos los artífices de esta película se lo han pasado en grande realizándola, aunque sus gracias rebuscadas y guiños cómplices no lleguen a conectar con el espectador poco familiarizado con las entretelas de la creación artística y el performance.
Derechos del hombre, film hablado en inglés, alemán y español, rodado en 16 mm. y cuyo montaje ha llevado a cabo Manuel Muñoz Rivas .

Sinopsis DECINE21
Derechos del hombre
    El intento de una troupe circense por lograr estrenar su nuevo espectáculo en un pequeño pueblo de la provincia de Valladolid. A través de una revisión contemporánea de personajes arquetípicos del mundo del circo (el empresario-maestro de ceremonias, la pitonisa, la mujer barbuda, el imitador, etc), se identifica con la dimensión utópica del arte que sus protagonistas encarnan. La troupe del “Gran Circo Indómito”, interpretada por seis artistas provenientes de las artes escénicas, sueña con una manera nueva de hacer circo (o cine) sin parecer tenerle miedo a la inexistencia de un público capaz de apreciar sus esfuerzos.
    Equivocadamente o no, el “Gran Circo Indómito” tiene una gran fe en sus propias fuerzas y en su nuevo espectáculo, cuyo título comparten con la película.
Vidas circenses
    En medio del páramo castellano, en las cercanías de un pequeño y antiguo villorrio, se levanta una vieja carpa de circo. Por las cercanías deambulan los cinco componentes del llamado Circo Indómito, cuatro hombres y dos mujeres. Cantan a coro, hacen imitaciones, ensayan números y presentaciones, dialogan, contrastan puntos de vista y preparan un nuevo espectáculo titulado “Derechos del hombre”.
Un producto muy singular, de dudoso interés, la verdad. Para muchos espectadores se tratará de una serie de escenas sin ningún atractivo, en donde una serie de artistas circenses atípicos -a priori parecen bastante colgados, por cierto–, se mueven, declaman palabrerías insulsas, hablan y hablan, ensayan algunas performances y hacen… nada. Para otros quizá sea una apuesta audaz que se acerca, casi al modo documental, a un conjunto de raros outsiders y a un modo de hacer arte bastante marginal y que hoy en día resulta anacrónico.
    De cualquier forma, como película la propuesta de Derechos del hombre resulta surrealista y marciana y no acaba de enganchar por ningún lado, también por la lentitud de la narración, con tramos bastante pesados. El director y guionista Juan Rodrigáñez rueda casi todo al aire libre y probablemente lo mejor sea precisamente la ambientación natural, el paisaje bucólico de la zona, servido con bella iluminación natural.

Sinopsis: Festival de cine de Gijón
    Juan Rodrigáñez (El complejo de dinero) es un auténtico francotirador del cine español, capaz de perpetrar obras al margen de todo y de todos. En ese margen es precisamente donde habitan los personajes de "Derechos del hombre", una errática y excéntrica compañía de circo que ha levantado su carpa a las afueras de un pequeño pueblo de la meseta castellana para terminar de dar los últimos retoques a su nuevo y grandioso espectáculo: Derechos del hombre; un show a medio camino entre lo revolucionario, lo utópico y lo necesario, pero que a veces no puede escaparse de lo más mundano.
Jorge Rivero


Comentario del Cultural:
‘Derechos del hombre’: La bohemia está en el campo
JUAN SARDÁ
17 enero, 2020
    Juan Rodrigáñez es un personaje peculiar de la cinematografía española, director experimental y artista multidisciplinar que concibe sus peculiares películas más como un work in progress que se desarrolla durante el propio rodaje que tal y como las entendemos de manera convencional. En 2015 debutó en la sección Forum del Festival de Berlín con "El complejo del dinero", en la que reflejaba un encuentro de amigos ansiosos por salir de las estrecheces y recuperar su condición de burgueses. Ahora, en Derechos del hombre repite con el mismo elenco para realizar un experimento parecido, aunque en un contexto muy distinto porque si los personajes de aquel filme pertenecían a una decadente burguesía que soñaba con recuperar el esplendor perdido, aquí son directamente artistas de circo muy pobres sin mayor pretensión que la de “seguir tirando” para poder entregarse de lleno a su arte.
Cuenta el propio Rodrigáñez que sus películas no tienen un guion escrito, sino que se van configurando a medida que avanza el propio rodaje de manera que “cuando se descubre la película que teníamos que hacer, llega el momento de recoger el material y volver a casa”. De esta manera, sus filmes se parecen al teatro del absurdo al plantear escenas cotidianas marcadas por el surrealismo donde los personajes da la impresión de que liberan sus instintos más ocultos no solo como si no hubiera cámara filmándolos sino como si nadie pudiera verlos. En este caso, los protagonistas son los miembros de un circo dadaísta instalados junto a su carpa en un pueblo de Castilla que en vez de dedicarse a ensayar su nuevo espectáculo se pasan horas discutiendo sobre su propio significado.
    "Derechos del hombre" parte de una estructura convencional, el ensayo de una obra, para hurtar la catarsis final, el estreno de la misma, en un filme sobre el proceso de creación (y sus muchos callejones sin salida) en el que la “pureza artística” de los valores de la troupe se convierte en una especie de movimiento de resistencia artística, como si fueran los fervientes defensores de una religión antigua. Hace no tantos años, los artistas ricos no existían o apenas los había, y la película en parte recuerda a esas Escenas de la vida bohemia que escribió Henry Murger (inspiración para la ópera Boheme de Puccini) sobre los artistas parisinos del siglo XIX, a los que no les importaba cenar si a cambio podían pasarse el día perfeccionando un verso.
    Acostumbrados como estamos al “artista estrella” que propagan los medios de comunicación y la maquinaria mediático-publicitaria, hay algo decididamente romántico y encantador en estos artistas incorruptibles dispuestos a sacrificarlo todo por su vocación. 


Impresiones personales sobre la película:

    Se trata de una película surrealista, excéntrica y extraña para el gran público, en el que me encuentro. Jamás podré valorarla, ya que se trata de una película sin género cinematográfico definido. Podríamos encuadrarla dentro de un tipo de cine experimental. Curiosamente, el interior de la carpa de circo jamás sale a escena, las mínimas actuaciones circenses se realizan en el exterior (las eras).

    Personas del pueblo que intervienen o salen en algún plano:
    -Moisés García Celemín, en actitud comercial en su panadería. Tal vez, sea la escena e intervención personal más realista de la película. Curiosamente, Moisés figura en la relación preliminar de reparto de actores y equipo técnico (créditos): Panadería Moisés García Celemín.
    -Dos niños con un perro, creo inmigrantes rumanos, con intervención indirecta.
    -Rosa Rabancho, hoy alguacila jubilada, emitiendo un pregón desde el Ayuntamiento por el que se anuncia la sesión circense.
-D. José Antonio (antiguo párroco), pasa por la calle donde se está filmando. 


lunes, 20 de enero de 2020

Alguna reflexión sobre el año nuevo…


Igualdad ante el tiempo



    Ya se apagaron los últimos ecos de las pasadas y entrañables fiestas de Navidad, Año nuevo y Reyes. Todo ha vuelto a la normalidad, entendiendo por normalidad el volvernos a acercar a la vida cotidiana, lejos de los excesos tanto culinarios como de largas veladas en familia, haciendo gala de ese apego a la noche y a trasnochar como característica de estas fiestas. Sin embargo, hemos compartido momentos entrañables con nuestra familia, así como con las personas que queremos y recíprocamente nos demuestran idénticos sentimientos. Igualmente han sido fechas para evocar a los seres queridos que ya desaparecieron.

    Así mismo, según noticias que me llegan, celebro las buenas iniciativas de la nueva Corporación Municipal de San Román, nuestro pueblo, en cuanto a potenciar actividades navideñas: coral de villancicos, Reyes, etc. Todo ello contribuye a mejorar un poco la calidad de la vida cultural en ese mundo rural y, a su vez, un antídoto contra su despoblación.   
    Hemos iniciado un año nuevo, uno más, lo que nos hace reflexionar sobre ello. Parece una incongruencia que celebremos un año que se va y otro que llega sin darnos cuenta de que celebramos nuestra temporalidad. Sé que voy a pasar por pesimista, pero la verdad es esta: descorchamos cava, sidra brindando por el nuevo año y, mientras tanto, poco a poco, sin darnos cuenta, el tiempo se escapa. Por mucho que nos entusiasmemos de emociones durante la noche del último día del año, estamos componiendo nuestra melodía al tiempo que se nos extingue, o que consumimos. La verdad, difícil de aceptar, es que en términos existenciales todos somos efímeros y perecederos. Desde el directivo de una gran empresa, al trabajador de oficina, desde el obrero menos cualificado de una fábrica al empresario más rico, ante su Excelencia: el tiempo, todos somos iguales.

    Los seres humanos en aquellos momentos que somos conscientes de esa temporalidad, deseamos, ingenuamente, querer parar el tiempo en momentos de felicidad, y por el contrario, los momentos de angustia y dolor queremos que pasen a gran velocidad, actitud mediocre ya que el tiempo transcurre uniformemente, a idéntica velocidad y sin admitir ningún tipo de pausa.

    La gran omisión del hoy es pensar que tenemos tiempo, en vez de darnos cuenta de que “nosotros somos el tiempo”. Uno de los signos más visibles de esta demencia colectiva es la costumbre de planificar el futuro mediante la celebración de júbilo. Para eso la publicidad consumista, de hoy día, emplea infinidad de recursos para persuadirnos de nuestra inmortalidad terrenal: los alimentos anti envejecimiento, la cirugía estética que nos acerque a esa falsa eterna juventud y un largo etcétera, planificados exclusivamente para lavarnos el cerebro, haciéndonos ver y creer que nuestro destino está arribado exclusivamente a esta tierra.

    Se trata de la enfermedad típica de la sociedad de la abundancia, donde el consumismo nos insensibiliza ante la percepción del tiempo que pasa ineludiblemente. Esta sociedad habla mucho sobre los recursos energéticos renovables para un planeta en riesgo, aunque son pocas las iniciativas que pone en práctica; lástima que pocos se preocupan por el tesoro más valioso y menos renovable del hombre:  el tiempo.

    Un poema maravilloso del poeta portugués Fernando Pessoa titulado: “De todo, quedaron tres cosas” complementa, afianza y refuerza la reflexión del presente artículo.

"DE TODO, QUEDARON TRES COSAS"

    La certeza de que estaba siempre comenzando,
la certeza de que había que seguir
y la certeza de que sería interrumpido
antes de terminar.

    Hacer de la interrupción un camino nuevo,
hacer de la caída, un paso de danza,
del miedo, una escalera,
del sueño, un puente, de la búsqueda,… un encuentro.

sábado, 21 de diciembre de 2019

Navidad 2019



La magia de la Navidad


    No se puede negar la fascinación que esta festividad ejerce, tan antigua como actual. Su espíritu vive hoy de la misma manera que perduran todas las tradiciones que con ella se vinculan, y que se repiten puntualmente con la misma solemnidad de siempre.

    Sin saber por qué, a veces siento la impresión que la Navidad que en aquellos años disfruté en mi infancia ya no existe. Puede ser que ello se deba a que yo mismo he cambiado; pero en mi percepción, la Navidad no es ya como entonces era. Quizá sea porque el recuerdo de mis primeras Nochebuenas se encuentra inmerso en emociones y sentimientos personales; la verdad es que la realidad cotidiana a veces dificulta encontrar el verdadero y profundo significado de este acontecimiento. La Navidad que disfruté era más humilde, con carencias materiales y de consumo que hoy tanto hacemos gala por Navidad; sin embargo, encerraban para mi algo más íntimo o espiritual, dado sus carencias. Pasan por mi mente aquellas nochebuenas rodeando al fuego, unos sentados en el banco, otros en sillas, los más pequeños en tajuelas, pero unidos y sin ningún elemento extraño que deteriorara o perturbara tal convivencia; no había televisión, lo que hacía que se fortaleciesen más los lazos familiares. En las actuales navidades aún sigo recordando aquel entorno familiar, a veces cierro los ojos y me siento identificado con aquella cocina fría y acogedora a la vez, rodeado de aquellos seres queridos, hoy desaparecidos. La navidad nos traslada a otras épocas evocando aquellos sentimientos, vivencias y recuerdos que vivimos nuestros primeros años.

    La Navidad es una festividad de intimidad, paz y felicidad, de nada sirve llenarla de galas superfluas; de deslumbrantes luces florecidas en falsos pinos que parecen anunciar una prematura primavera; de ruido insoportable por las calles; de adornos comerciales ajenos a los goces del alma. Cuando pienso en la Navidad recuerdo un tiempo de cálidos afectos. Evoco la tranquila serenidad de mi infancia.

    Cuando era niño, como ocurre a todos los pequeños, esperaba con ansia su llegada. La Navidad era, sin duda, la fiesta preferida. Constituía un momento lleno de magia en el cual me sumergía por completo. Regresaba al hogar familiar, al pueblo que me había visto nacer, alejándome por unos días de aquellos internados rígidos en disciplina de un colegio regentado por escolapios. Llegaban los Reyes y retornaba, otra vez, con tristeza al calvario del internado.

    El encanto de la Navidad iluminaba el paisaje con aquellas heladas que blanqueaban los tejados todas las mañanas, y como efecto de la dureza de aquellos inviernos permanecían chupetes de hielo suspendidos de las primeras tejas todo el tiempo del periodo vacacional.

    Y ahora la magia de la Navidad hace que un año se pase volando, y nos hace reflexionar hacia atrás sobre lo que hemos luchado, lo que hemos conseguido y en lo que hemos fracasado. Todo nos da fuerza para seguir adelante. Que esta Navidad genere en nosotros los mejores sentimientos del ser humano para poder apreciar el verdadero valor de la amistad, la familia y el amor. Que el nuevo año 2020 nos traiga nuevos sueños, nuevos proyectos y nuevos retos.

    A todos los que visitáis este blog os deseo:

¡Feliz Navidad y Feliz Año Nuevo!


domingo, 1 de diciembre de 2019

Las bodas antiguas y su evolución a las actuales.


Así eran antes las bodas



    Antes, el primer paso para la formación de una unidad familiar entre un hombre y una mujer era en las bodas, constituía un momento solemne y los pueblos rodeaban a este momento de un cúmulo de costumbres, tradiciones, celebraciones y ritos que es curioso estudiarlos.

    Hoy las bodas se han simplificado de tal forma que han perdido toda la riqueza folclórica que las rodeaba. En los pueblos pequeños, como en San Román,  ya no se celebra la boda en su totalidad, algunas veces solamente el acto litúrgico. Prefieren desplazarse a la capital o a centros comarcales para tener facilidad de celebrar el banquete en un restaurante, en el cual se remata la fiesta con una orquesta que ameniza el baile. Esto ha hecho que haya desaparecido todo el encanto de las bodas populares según la antigua usanza, con las coplas, los ritos y costumbres que habían pasado de padres a hijos y de abuelos a nietos.

    Todo comenzaba con el noviazgo y hasta la misma celebración nos encontramos con todo un ritual de costumbres. Ese noviazgo se llevaba a cabo, casi siempre, por la atracción de ambos, no siempre era de conformidad paterna, lo que originaba grandes conflictos. Lamentablemente, los padres en el mundo rural, no solo valoraban las grandes cualidades que pudiera tener el novio o novia para su hijo o hija, daban como primera condición en dicha elección la similitud de ambos en fanegas de terreno. Si esto no se cumplía surgía una oposición férrea a tal unión, olvidándose de la premisa principal de toda unión que es el amor, elemento imprescindible en la consecución de una verdadera felicidad entre los contrayentes. Hoy, afortunadamente, en las uniones matrimoniales tienen menos protagonismo los padres de ambos contrayentes. 
    
    Lo primero y principal era formalizar el noviazgo ante el padre de la novia, a lo que se denomina “pedir la entrada”. Esta prueba por la que tenía que pasar el novio (todavía hoy algunos padres exigen que el novio pida la entrada) no era más que una reafirmación del noviazgo para una futura boda. El novio acudía una noche a casa de su compañera y era recibido por el futuro suegro, a éste le confirmaba el futuro yerno que las intenciones eran buenas y respetuosas para con su hija, dado el beneplácito por parte del padre el novio ya podía entrar en casa de la novia y a partir de ese momento todas las noches pasaría un rato en casa de los suegros con la novia, se iba forjando así el nuevo vinculo familiar que daba paso a un conocimiento más profundo por parte de todos.

    Antes de celebrarse la boda tenía lugar la "petición de mano", momentos en los que los padres del novio acudían a la casa de la novia a solicitar de los padres de ésta el consentimiento para que se celebrase la boda. Una vez obtenido éste, se trataban los detalles prácticos, todo lo relativo a fecha, invitados, incluso dote que cada uno iba a aportar al nuevo matrimonio, concretar quienes iban a ser los padrinos y demás pormenores. A partir de los años 50, bajo influencia o moda de de la gran ciudad, se fue implantando algo novedoso para ese día: el intercambio de regalos. Así los padres del novio regalaban a su futura nuera una pulsera llamada de “pedida” y los padres de la novia ofrecían a su futuro yerno un reloj. Claro esto dependía, en parte, de la situación económica de ambas familias. 

    Meses antes de la celebración de la boda, existía por costumbre que la novia enseñase el equipo de ropa que llevara al matrimonio: sabanas, toallas, mantelerías, colchas etc. Se valoraba lo hacendosa y laboriosa de esa futura esposa en la confección y bordado de tales prendas. Acudían principalmente amigas, vecinas y familiares de ambas partes.    

    Una vez decidida la fecha, se avisaba al párroco, quien empezaba a "arreglar los papeles" propios de vicaría y obispado. A veces los contrayentes eran primos u otro parentesco y había que pedir dispensa a Roma. Se fijaban los domingos o fiestas en que se leerían desde el altar mayor las amonestaciones, en número de tres, cuya finalidad era hacer partícipe a los feligreses de tal sacramento por si tuvieran algún impedimento que impidiera su realización. El formato o formulario que el Sr. Cura empleaba en las amonestaciones era aproximadamente así:

    “Quieren contraer matrimonio, según lo manda la santa madre Iglesia de una parte... (nombres, datos de los contrayentes y de sus padres respectivos). Por todo lo cual, si alguno conoce algún canónico impedimento de consanguinidad, afinidad o espiritual parentesco, por el cual este matrimonio no pudiera ser válido o lícitamente contraído, debe manifestarlo en conciencia cuanto antes”.

    Las invitaciones para tal evento no se hacían en imprenta, como se hacen en la  actualidad, las hacían los padres de los contrayentes visitando a los elegidos  con  bastante  antelación y de viva voz.  La noche anterior al enlace pasaban los contrayentes o algún familiar para comunicar la hora exacta de la ceremonia.

    La mayoría de los enlaces se celebraban durante los meses  de agosto y septiembre, al final de la  recolección de cereales, pues con los ingresos que proporcionaba su venta había que ayudar a sufragar los cuantiosos gastos que se originaban. El número de esponsales aumentaba los años de abundantes cosechas.
    Cuando se aproximaba la hora de la ceremonia, la comitiva del novio y sus invitados partía desde su casa y se dirigía a la casa de la novia, donde aguardaba ésta con sus invitados. Desde allí, dándose el brazo la novia con el padrino y el novio con la madrina, iban a la iglesia para la  ceremonia. En las esquinas los curiosos, más bien las mujeres, aguardaban para ver el paso del cortejo nupcial.

    Una vez celebrada la ceremonia religiosa se agasajaba a los invitados, normalmente en casa de la novia, a un refresco. Allí circulaban y retornaban las bandejas con bollos, pastas y rosquillas, así como las pequeñas copas de ponche, anís o coñac. Las repartidoras tenían un centro de logística que solía ser la cocina y de allí salían para el reparto. A medida que avanzaba el agasajo aumentaba la bulla y la alegría que se manifestaba con el ¡Viva los novios¡ característico. Se usaban las mismas copas, que se llenaban  hasta rebosar cada vez que se vaciaban. Los primeros recuerdos que conservo de estas celebraciones, finales de los cincuenta, no como invitado, son referentes a la estancia de los niños y las niñas en la puerta donde se agasajaba a los invitados esperando a que nos dieran algún dulce o caramelo. Considerábamos a los invitados unos afortunados por disponer de dulces y bebida por doquier.
    La comida o banquete con todos los invitados se solía celebrar en casa de la novia. Imaginémonos, si era una boda muy concurrida de invitados, la cantidad de mesas, bancos y sillas que se necesitarían, pero para esto estaban los vecinos y parientes que aportaban el mobiliario necesario. El menú constaba de paella, carnes: pollos, cordero o ternera y arroz con leche de postre. Todo regado con el vino de la tierra. Al terminar la comida cada comensal depositaba en la mesa de los novios y en una bandeja el dinero que a modo de regalo aportaba o contribuía en esa ceremonia; posteriormente el dinero aportado se depositaba en un sobre y así dichas aportaciones eran más intimas y secretas.
    Más tarde, buscando comodidad para las familias de los padres, el banquete se celebraba en el mismo salón donde más tarde se celebraría el baile. A veces la comida era trasladada de algún restaurante de Toro que la traía en forma de “catering”. Últimamente, aparte de la ceremonia religiosa todo se celebra fuera del pueblo.

    Posteriormente comenzaba el baile, normalmente en el salón del banquete, una vez retiradas las mesas, bancos o sillas y con orquesta previamente contratada. Era un rito para los invitados varones bailar con la novia, así como las mujeres hacerlo con el novio. En los descansos que daban los músicos durante el baile, la gente más joven hacía corros y se cantaban canciones del estilo de: “Que salga usted que lo quiero ver bailar, saltar y brincar…” “Estando el señor don gato sentadito en su tejado…” “De Cataluña vengo de servir al rey…”. Se volvía a pasar bandejas con dulces, unas veces el obsequio procedía de los novios, otras veces de los padrinos.

    Dicha celebración no terminaba el día de la boda, el día después se celebraba lo que recibía el nombre de la “tornaboda”. En San Román se iba al paraje de las bodegas y allí los invitados después de haber comido, generalmente las sobras que quedaban del día principal, se hacían auténticas perrerías a los novios. Era muy común sentar a la novia encima de un cardo para que hiciese aguas menores. Esto se llamaba: “La meada de la novia”. Los novios aguantaban estoicamente tales barbaridades. Estas bromas que se hacían a los novios han ido remitiendo con el paso del tiempo.

    En la actualidad, hemos de hacer notar algo de desvinculación del sentido religioso en las bodas. Esas uniones de parejas se realizan, a veces, solamente en matrimonio civil, otras veces como “parejas de hecho”. También hemos de resaltar la gran cantidad de matrimonios disueltos por separaciones en forma de divorcio que antes no se daba con tanta asiduidad. Según un estudio del Instituto de Política Familiar: de cada 10 matrimonios que se celebran ahora en España, siete  acaban en ruptura.

    En los últimos 10 años, el número de uniones que ha optado por alejarse del casamiento, tanto religioso como civil, constituyéndose como "parejas de hecho"; esta forma de unión de parejas ha aumentado alrededor de un 200%. Situación que ha permitido el fortalecimiento de las legislaciones de las comunidades autónomas en lo concerniente a esta unión de convivencia. A nivel estatal hay un proyecto en el senado sobre "parejas de hecho" sin haber obtenido aún rango de ley.

    Ahora se buscan bodas de pequeño formato, reduciendo el número de invitados; además del tema de la crisis, que también ha influido, el cambio principal es que muchas de las parejas actuales se pagan ellas mismas la boda, mientras que antes eran los padres quienes financiaban el enlace y acababan invitando a toda la familia. 

¿Cuántas bodas se celebran al año en España?
    Cada vez se casan menos. Después de unos años en los que aumentaron los matrimonios en España, el último dato del INE nos muestra que el número de bodas disminuyó un 5,9% en el 2018. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2018 se celebraron 163.430 bodas en Españaun 5,9% menos que el año anterior. De esta forma el número de matrimonios se sitúa en 3,5 por cada 1.000 habitantes. 

¿A qué edad se casan los españoles?
    La edad media a la que se casan los españoles sigue aumentando. Así, mientras hace diez años las mujeres se casaban a los 31 años y los hombres a los 34 años, en 2018 la edad media a la que se casan las mujeres es 35 años y los hombres a los 38 años

Número de bodas civiles y por la Iglesia en España:
    En la última década también ha cambiado sustancialmente el tipo de boda elegida por los españoles. Mientras que en 2008 el número de bodas por la Iglesia igualaba a las civiles, en 2018 supusieron solo el 23,2% de los matrimonios en España. Es decir que en, el último año, 2018, se casaron por la Iglesia 37.859 matrimonios y por lo civil 122.472 matrimonios. Esta proporción aun no se deja notar en el mundo rural.





 (Datos recogidos del Instituto Nacional de Estadística) 




Vestuario de los novios:
    Los vestidos de los novios, y más concreto el de las novias, ha ido cambiando a través de los años:
    A principios del siglo XX: Los novios solían utilizar vestidos regionales para tal ceremonia, con una riqueza y calidad que les permitiera su situación económica
    En los años 40: Existía mucha diferencia en torno a la posición social de los contrayentes: Las novias de clase acomodada iban de blanco, mientras que las demás, más humildes, se casaban de oscuro o de negro.
    En los años 50: Todas las novias, tanto las de clase alta como las demás, ya vestían de color blanco. Las características de estos eventos eran la elegancia y no solo de los novios, sino también de los invitados. .
    En los años 60: La figura de la novia empezó a tener más protagonismo y comenzaron a invertir un poco más de dinero en el diseño de su vestido: vestidos de faldas amplias, pelo corto o recogido y adornado con un pomposo velo acompañado de una tiara.. Por su parte, los novios iban con traje color negro y corbata. En cuanto al número de invitados, la lista iba en aumento, se pone de moda el realizar la luna de miel a destinos mucho más alejados.
    En los años 70: El movimiento “hippie” influyó también en el vestuario de las novias. Los velos amplios siguen como tendencia, y el tul comienza a verse en muchas novias como también los zapatos de plataforma. La moda estilo campana se impone en los novios.
    En los años 80: Gracias al cine, se fueron introduciendo otras culturas en la sociedad española, en especial la norteamericana. En la década de los 80 se acrecentó el gusto por el exceso de volumen, tanto en la falda como en los hombros, creando diseños de corte princesa muy ostentosos, mediante superposiciones infinitas de tul y colas kilométricos.
    En los años 90: El sector nupcial empieza a dar un giro de 360 grados. Las bodas se celebran en diferentes localizaciones: bodas en la playa, aparición de las celebraciones civiles, hasta bodas en castillos. En el estilismo de las novias priman los velos grandes y las siluetas princesa. Las mangas de los vestidos eran voluptuosas y las hombreras se pusieron de moda tanto en hombres como en mujeres.
    En la década del 2000: En las novias no existe una tendencia marcada y los estilos variaban. El gran protagonista de esta época es el vestido con un gran escote.
    En la actualidad: La decoración tiene un papel importante y puede ir de lo más clásico a lo más moderno. Las transparencias de los vestidos y nuevas formas están presentes, los estilos, textiles, colores y temáticas son muy amplios, pasando por los trajes clásicos y elegantes a modernos, bohemios y hasta campestres. En definitiva, se ha pasado de bodas con normas y maneras muy marcadas, a celebraciones más personalizadas y originales.

viernes, 1 de noviembre de 2019

PERSONAJES DE FICCIÓN


Incoherencias




    Hoy es domingo, un día más de la semana, de estos que transcurren en la vida de un jubilado y que apenas difieren del resto de otros días. Casi no encierra connotaciones que los distinga, aparte de la asistencia a cultos religiosos para los creyentes. Hace tiempo era sólo el domingo día de descanso y de ocio de la semana, pero la lucha por los derechos de los trabajadores consiguió primero la tarde del sábado y después todo el sábado, es decir el fin de semana.

    Como un día cualquiera trato de deslizar, por la pantalla de mi ordenador, unos pensamientos y sentimientos para la edición del presente y próximo artículo en este blog: “San Román de Hornija en el tiempo”. A veces me pregunto, si la existencia de este blog aporta algo fructífero y comunicativo, o es sólo una manifestación, más o menos cultural, fruto de ese reto personal que me mueve a seguir publicando; sin embargo, me consuela que ese marcador de visitas aumenta alrededor de 600 visitas mes y artículo. Hoy me identifico visualizando y analizando pasajes de la sociedad que conocí de niño, en contraste con la que actualmente nos toca vivir, pero con algo de utopía.
    Cuando era niño -no traspasaba otros horizontes- me preguntaba cómo sería en el futuro ese San Román de Hornija, de tierra y barro, donde jugaba a ser mayor. Me hubiera gustado mirar por un agujerito y verlo.

    Cuando era joven deseaba llegar a esa madurez sobrevalorada por los adultos. Consistía en vincularse en una sociedad de rígidas normas, con un gran respeto a padres, maestros y personas mayores, aunque algunos dicen, opino equivocadamente, que sin espacio para la fantasía.

    El primer paso de madurez era tener una hipoteca: un endeudamiento que esclaviza durante algunos años a las personas, pagando casi la mitad del sueldo al banco y así poder tener una vivienda propia donde vivir. Tenemos los españoles una educación fuertemente adquisitiva, en otros países funciona más el alquiler. 

    Valorábamos mucho el modelo de adultos respetados y mediáticos que vestían aquellos trajes caros, con el tiempo supimos que a veces eran regalados, y que dedicaban el dinero público a enriquecerse.

    La madurez consistía en trabajar durante todo el día, ganar y tener más, aunque esto impida tener tiempo para convivir en familia, así como jugar con tus hijos.

    Para algunos adultos, la madurez consiste en repetir con solemnidad las palabras de Ronaldo como propias, y que ven con naturalidad los sueldos de los futbolistas mientras hay personas que pasan hambre. Para otros, la madurez consiste en sólo ver como genio a Messi, que sale entre aplausos de los juzgados, mientras, tienen dificultades económicas para desarrollar su trabajo los científicos anónimos que luchan para descubrir los secretos del cáncer.

    Los adultos observamos, sin inmutarnos, a políticos que se insultan, emplean un lenguaje soez y poco propio de oradores que deberían de tildarse de cultos. Les importa poco la estabilidad de España, así como resolver los problemas y el bienestar de los españoles. Lo importante es conseguir votos, de la manera que sea, para futuras elecciones.

    Algunas veces, pienso que todavía soy aquel niño de pantalones cortos, con balón de goma y lector de los cuentos de Roberto Alcázar, que miraba por un agujerito el porvenir de su pueblo y que aun cree que los personajillos actuales: Otegui, Rato, Bárcenas, Urdangarín, Pujol, Puigdemont, Quim Torra, “los implicados en la malversación de los "eres" de Andalucía”, los de "Púnica" y algunos más…, sólo son personajes sacados de la ficción de un cuento.

martes, 1 de octubre de 2019

La llegada del otoño



ADIÓS AL VERANO


    Hace pocos días hemos dicho adiós a otro verano, dando paso a la nueva estación del otoño. Con el otoño se inicia una de las etapas del calendario natural más activas, con profundos cambios en el paisaje y los hábitos de la fauna. La belleza de la flora vive durante los próximos tres meses su mejor momento e invitan a disfrutar de la vista a través de los colores del arte o de los paisajes otoñales.

    Ya no se oye por las calles el ruido de las maletas; de esas maletas actuales arrastradas sobre dos ruedas, más cómodas que las anteriores, aunque menos silenciosas; ahora reposarán, a la espera de otro verano. en lo alto de algún armario o en cualquier hueco de la casa hasta el año que viene, pues se acabaron las vacaciones.

    En agosto, en las grandes ciudades coge vacaciones casi todo el mundo. Pasear por el centro de la ciudad dicen que ha sido una gozada, y al hacerlo a las primeras horas de un sábado del mes de agosto, aseguran que para aquellos que buscan la tranquilidad, el sosiego se transformaba en recelo al contemplar céntricas calles casi desiertas de gentes y coches.

    En el mundo rural, véase mi pueblo, en verano ocurre una fisonomía muy distinta: aumenta considerablemente la población, escasa y cotidiana del resto del año, con la llegada de gentes que nacieron en el pueblo y sienten atracción y nostalgia por él, así como para gozar de una limitada tranquilidad y, a la vez, mitigar los intensos calores de la gran ciudad. Llegó septiembre, época de incorporación a los trabajos y colegios, y en nuestro pueblo sólo se veía de foráneos algún que otro jubilado, entre los que me encontraba. Las fiestas patronales de la Virgen y San Roque han quedado para el recuerdo, sólo queda como testimonio de ellas algún colgante de banderines en algún balcón o fachada del pueblo.

    También han regresado a la gran ciudad aquellos que se fueron a la playa. Los hombres y, en mayor medida, las mujeres se distinguen por su color de piel; por ese bronceado que han adquirido expuestas al sol en la orilla de la playa y fuera de las sombrillas playeras. El lucir hoy este moreno de piel es un signo de distinción que contrasta con la blancura de los que no han podido o no han querido –me inclino por los segundos- tostarse bajo el sol.   

    ¡Qué tiempos aquellos en los que las mujeres tenían que protegerse del sol con aquellas pamelas y pañuelos que cubrían todo la cara a excepción de los ojos! Aquél moreno de siega y rastrojo era fruto de espigar detrás de los segadores, o el obtenido en la era. En aquellos tiempos de mi niñez la blancura en el rostro de la mujer significaba el pertenecer a un estatus social superior, por el contrario, tener la piel quemada por el sol era sinónimo de hacer vida en el campo o el de pertenecer a las clases inferiores, o menos favorecidas dentro del mundo rural.

   Olvidémonos del verano y hablemos del otoño, estación que ahora vivimos. Avisa un refrán: “Que septiembre seca las fuentes o se lleva los puentes”. Este año, haciendo caso omiso a dicho refrán, algunas partes de la geografía española, especialmente en las comunidades valencianas y murcianas han sufrido grandes catástrofes e inundaciones motivadas por la “gota fría” común en esta época. Es un fenómeno atmosférico producido por un calor que en forma de bochorno toma contacto con una baja temperatura en las grandes alturas de la atmósfera. También ha ocurrido este fenómeno atmosférico en algunas zonas del interior. Aparte de las citadas inundaciones, podemos decir que este otoño, al menos en el interior, sigue proliferando la sequía como en estos últimos años.

    A principios de otoño,  con  las primeras lluvias y el olor a tierra mojada que llega desde el campo envuelto en vientos ábregos, comienza la sementera o siembra de cereales.  Antes la tierra labrantía se volteaba con arados tirados por mulas y con las manos del labrador asidas fuertemente a la mancera, apretando ésta para meter la reja lo más profundo en la tierra. Una vez preparada la tierra, el labrador con un sembrador al hombro, a paso uniforme, esparcía a voleo la simiente puntual y uniforme por la tierra, detrás, una yunta iba tapando o enterrando aquellos granos propensos a su germinación y nacimiento. La dureza de las labores campesinas ha mejorado con las modernas maquinas sembradoras, más precisas en cuanto la distribución de la simiente, y movidas por un tractor. Ese bregar del labrador de antaño se ha suavizado ostensiblemente.


    Por el otoño observamos una disminución de la intensidad del sol, que declina éste lentamente hacia el equinoccio -parte del año que el día y la noche tienen la misma duración-. Los crepúsculos adelantan los anocheceres y retrasan el primer albor de la mañana, baja el rocío con silenciosa delicadeza a posarse en pastos, vegas y viñedos.

    El otoño es época de vendimias, actividad de recoger esos frutos en sazón que licuados convenientemente honrarán al mitológico dios "Baco". Las cepas, una vez recogida la uva, anunciando la caída de su hoja, manifiestan una belleza incomparable, observándose un colorido multicolor entre verde, rojo y amarillo, digno del cuadro del mejor pintor.


domingo, 1 de septiembre de 2019

EL IBI URBANO EN SAN ROMÁN DE HORNIJA



Medidas contra la despoblación


    El pasado mes de Julio publiqué en este blog un artículo en el que señalaba algunas medidas urgentes a las que le corresponde enfrentarse la nueva Corporación Municipal salida en las pasadas elecciones municipales. Señalaba entre ellas una muy importante: “la despoblación de nuestro pueblo”. Entiendo que es un problema muy común en los pueblos de nuestra querida Castilla  y León. La excesiva mecanización ha traído consigo ese éxodo o emigración del campo hacia las grandes ciudades, no obstante, creo que nuestro Ayuntamiento podría luchar por aminorar este trasvase de población fomentando una restauración o nueva construcción de viviendas en nuestro pueblo. El pueblo que no construye o restaura viviendas camina a su despoblación. Creo que se construirían o restaurarían más viviendas disminuyendo los impuestos que generarían tales construcciones y que resumiríamos en dos:

    1º._ Eliminando todo impuesto a la licencia de obras o bajándolo a mínimos, siempre tratándose de obras relativas a vivienda y no a otro tipo de construcción.

    2º._ Bajar el tipo de gravamen sobre el valor catastral que sustenta el IBI (vulgarmente llamado contribución). Ese gravamen es el tanto por % sobre el valor catastral que aplica cada Ayuntamiento anualmente y aprueba en sesión plenaria. Lamentablemente los Ayuntamientos no pueden bajar ese valor catastral  que impone el Catastro según proyecto de obra, pero si ese tipo de gravamen.

    Si repasamos el recibo de ese IBI sobre la vivienda en San Román, nuestro pueblo, observamos que ese tipo de gravamen alcanza el 0,7 por %, siendo el máximo permitido el 0,9 %. Poseo una vivienda en Alcalá de Henares y ese tipo de gravamen es del 0,4 por %, y es aplicado a un valor catastral muy inferior al valor real de la vivienda, mientras el valor catastral de San Román es,  casi siempre, superior a su valor real, tratándose de viviendas nievas.

    Esperemos que, nuestra nueva Corporación Municipal, tome buena nota de esta grave anomalía que perjudica a todo ciudadano de San Román de Hornija que, aparte de mejorar su hábitat, está contribuyendo a la no despoblación de su pueblo. 

    Nos preocupa esos jóvenes que, teniendo su trabajo y medio de vida aquí, alquilen o adquieran vivienda familiar en pueblos próximos. Creo que falta una sensibilización de nuestro Ayuntamiento ante este problema. Podría fomentar la construcción o restauración en el pueblo promulgando ayudas, así como aminorando los impuestos antes citados.

    Resumiendo, en San Román de Hornija se paga más impuesto IBI, sobre nuestras viviendas, que en las grandes ciudades, aparte de poseer los inmuebles un valor catastral superior a su valor real, y a la vez aplicarse sobre esa cantidad un gravamen rozando el máximo establecido.
 
    “Pueblo que no construye ni restaura sus viviendas está condenado a su desaparición”.

 -Alfio Seco Mozo-

jueves, 1 de agosto de 2019

Los juegos del niño actual.



Aquellos juegos sin juguetes

 

    A veces, observo detenidamente a mis nietos mientras juegan. Se encuentran invadidos por un sin fin de juguetes, casi todos elaborados con plástico y tales trastos a los pocos días se encuentran en algún rincón de la casa sin recibir la caricia de ningún niño, ya que jugaron breves minutos y se olvidaron de la existencia de tal juguete. Eso ocurre porque en la actualidad los niños tienen de todo y apenas valoran ese determinado juguete.

    Antes apenas poseíamos juguetes, solamente caía alguno en Reyes acompañado de alguna ropa. Yo también fui niño y aun recuerdo mi último juguete de Reyes: se trataba de un pequeño caballo de cartón, de más o menos un palmo, que se sustentaba sobre una base de tabla y se movía sobre cuatro ruedas de hojalata. Estuvo encima de un armario mucho tiempo como un gran tesoro que reflejaba los años de mi niñez. Más tarde jugaron con él mis  sobrinas y no se supo nada de la desaparición de aquel corcel.

    El resto del año improvisábamos juguetes de distintas formas y maneras pero siempre aprovechando material que encontrábamos en nuestro entorno. Me acuerdo de los siguientes:

    El camión: Con alguna caja de zapatos a la que poníamos ruedas de cartón y nos imaginábamos que era un gran camión.

    El taco: Hacíamos “tacos” que disparaban corchos o bolitas de estopa. Gracias a un tronco de higuera al que el herrero nos hacía una perforación por el conducto de la savia con ayuda de un hierro bien caliente, luego con otro palo, utilizando la navaja, fabricábamos un manillar o percutor que hacíamos pasar por el taco presionándolo, gracias a la presión del aire, uno de los tapones de sus extremos salía proyectado a determinados objetivos

    Barcos: Con ayuda también de la navaja, y con trozos de corteza de pino confeccionábamos nuestros barcos que flotábamos en las orillas de nuestro Hornija.

    Espadas: Con algún recorte de listón, adquirido o pedido al carretero, y luego, con la navaja y mucha paciencia, íbamos dándole forma hasta conseguir aquello que queríamos. Así, a las espadas se les afilaba la punta cuanto más mejor –qué error- y sobre todo se las adornaba con pintura su cruz y empuñadura.

    El tirador: Le hacíamos con un palo en forma de horquilla, dos gomas elásticas, de igual longitud, y una caja de badana portadora de proyectiles, casi siempre chinas. Con éste arma arrojadiza conseguíamos objetivos poco pacíficos y menos naturalistas.

    Los “santos”: Coleccionábamos la imagen que venía en la cara principal de las cajas de cerillas y con ellos jugábamos “al monte”, que consistía en soltarlos, de uno en uno, desde una determinada altura de una pared y ganaba el que conseguía mas santos montados. También con santos jugábamos a la “pitusa”, así como intentar sacarlos de un círculo con ayuda de un tacón de goma de  zapato. Poseer sellos era tener un gran tesoro y su adquisición no era actividad fácil ya que las cerillas se empleaban una, o más dos, en cada casa al día para el encendido de la lumbre; claro que teníamos el recurso de pedírselo a nuestras vecinas, a cambio de algún recado que las hacíamos.

    Las vejigas: En las matanzas improvisábamos un partido de fútbol empleando como balones el inflado de las vejigas de los cerdos sacrificados, previamente lavadas por nuestras madres a la hora de las tripas. Claro está, que este juego era puntual y de un día al año, el día de la matanza.

    Así, y con algún juego más no recordado, realizábamos nuestros propios  juguetes, que valorábamos mucho más por ser de nuestra creación y fruto de nuestra imaginación y fantasía. ¡Ah!, y que nunca arrinconábamos por carecer de otros.

    Aquellos juguetes comprados, casi siempre, eran de cartón, de madera y hasta de plomo como aquellos ejércitos compuestos por “soldaditos del mismo nombre”. Nunca había juguetes de plástico, aunque  existía dicho material no se comercializaba en España,  y tal escasez hacía que fuese supervalorado y muy estimado por los españoles. Las primeras manifestaciones del plástico en nuestro país eran bajo el formato que llamábamos “prexiglas”. Aun recuerdo la llegada de cumplir la mili en Melilla de un primo mayor. Éste trajo, con buen acierto,  como regalo a sus tías un vaso de “prexiglas”. Aquellas quedaron encantadas y muy satisfechas de dicho regalo, ya que desde entonces poseían un vaso de material irrompible. Ahora ¡Como cambian los tiempos! el plástico, en sus distintas formas, es por el contrario, repudiado por la actual sociedad como causante de grandes males ecológicos, dado su carácter de indestructible.

    En la actualidad ha entrado de lleno el juguete electrónico en el mundo infantil a través de: ordenadores, videojuegos, tables, Play Station,  etc. con muchos detractores al respecto, aunque creo que con moderación no son tan dañinos como los anteriores creen. Lo importante es una dosificación de ellos por parte de los padres para que no creen una dependencia total en el niño.