Con ánimo de vincular y hacer partícipe de nuestra Semana Santa a los sanromaniegos que no asisten a nuestro pueblo por estas fechas y ante la petición de algunos de ellos, tengo a bien transcribir en este blog mi pregón en la Semana Santa de 2017.
¡Buenas tardes a todos!
D.
José Antonio, cura párroco, Junta de la Cofradía del Cristo de la Piedad, cofrades
y paisanos todos.
Aunque en un principio pensé que, como consecuencia de adolecer alguna limitación visual, podía ser un inconveniente para conseguir el pregón que vosotros os merecéis, sin embargo, con gran corazón y sentimientos hacía éste, mi pueblo, al que quiero, aquí me tenéis con vosotros ¡Gracias por contar conmigo!
He
de resaltar mi agradecimiento a la Comisión o Junta de esta Cofradía del Cristo
de la Piedad, que gracias a su tesón, ilusión y esfuerzo han sabido potenciar
nuestra Semana Santa, mediante una vinculación del pueblo a sacar en procesión al
Cristo de la Piedad, antes muy venerado por nuestros ancestros, posteriormente un
poco olvidado y ahora, al llegar estas fechas, nuestras mentes se llenan de ese
Cristo crucificado implorando piedad.
Tras algún tiempo sin venir al pueblo por esta semana actual, última de cuaresma, he de deciros que me encantó, el pasado año, la procesión del Viernes de Dolores con su Vía Crucis nocturno, salpicado por esa estela de faroles, así como la procesión del Viernes Santo con el Cristo de la Piedad, portado a hombros, a pesar de su peso, como gesto de mortificación y sacrificio. Pero lo que sin duda me impactó fue la presencia tan numerosa de gente en estos actos, motivo de unión del pueblo, así como un arraigo en la fe.
Habiéndose ya cerrado
las puertas de la cuaresma, el Sol comienza
a escribir en las fachadas y ventanas sus lecciones de primavera, y nos
llama a caminar por otra Semana Santa, más tardía este año, pero conmemorando,
como otros años, con la misma impotencia y el mismo melancólico silencio, la
condena más injusta de todos los tiempos al Dios hecho hombre.
Hoy, que faltan pocos
días para que comience la semana de la Pasión de Jesús, me asomo desde este
atril para recordar algo sobre la Semana Santa de nuestro pueblo, que vosotros conocéis
tan bien o mejor que yo. ¡Qué gran osadía
la mía!
Esta tarde vamos a
fijarnos en el Retablo de “Don Sancho Rojas”, para evocar los momentos de la
Pasión de Jesucristo. Habréis visto la imagen de dicho Retablo en la portada del
programa de esta Semana Santa 2017. Este Retablo es muy importante para este pueblo,
como veremos más adelante.+
En segundo lugar, reviviré con muchos de vosotros, aquella Semana
Santa de nuestra niñez en San Román, que aunque humilde era muy entrañable para
nosotros porque era la nuestra.
El
Retablo de Don Sancho Rojas se encuentra en el
ala L de la planta baja del Museo
del Prado, catalogado como uno de los mejores retablos de todo el Museo, con
una inscripción en la parte inferior que dice: “Retablo de D. Sancho Rojas procedente de la Iglesia de San Román de
Hornija”.
Se cree que su autor fue el pintor castellano Juan Rodríguez y que fue encargado por D. Sancho de Rojas, arzobispo de Toledo, para la Iglesia de San Benito de Valladolid, donde se mantuvo hasta el año 1612 fecha en la que llegó a nuestro pueblo como una donación de San Benito de Valladolid. Aquí presidió el altar mayor de la Basílica del Monasterio hasta el siglo XVIII que, para preservarlo de un fuego, pasó a guardarse en la capilla del antiguo cementerio. Allí permaneció olvidado hasta que en 1929 fue recuperado por el Museo del Prado, pagando éste 20.000 pesetas a nuestra parroquia por tan importante obra.
Se cree que su autor fue el pintor castellano Juan Rodríguez y que fue encargado por D. Sancho de Rojas, arzobispo de Toledo, para la Iglesia de San Benito de Valladolid, donde se mantuvo hasta el año 1612 fecha en la que llegó a nuestro pueblo como una donación de San Benito de Valladolid. Aquí presidió el altar mayor de la Basílica del Monasterio hasta el siglo XVIII que, para preservarlo de un fuego, pasó a guardarse en la capilla del antiguo cementerio. Allí permaneció olvidado hasta que en 1929 fue recuperado por el Museo del Prado, pagando éste 20.000 pesetas a nuestra parroquia por tan importante obra.
El
retablo ilustra en sus 19 tablas la vida de Jesús y, dado que nos encontramos
en la Semana Santa, he considerado oportuno hablar de las 6 escenas de la Pasión
que contiene dicho retablo, que permaneció aquí durante 317 años.
Os hemos repartido unas fotocopias de dichas imágenes, con el fin de que podamos ir siguiendo
todos juntos cada una de las escenas que voy a ir detallando, y así conocer
algo mejor este retablo procedente de nuestro pueblo.
LA FLAGELACCIÓN |
CRISTO MUERE EN LA CRUZ |
JESÚS CON LA CRUZ A CUESTAS |
LA QUINTA ANGUSTIA - LA PIEDAD |
EL SANTO ENTIERRO |
1ª Escena del retablo: El ECCE-HOMO:
¡He aquí al hombre! Pilatos presenta a Jesús a los judíos preguntándoles ¿Qué queréis que haga con Él? ¿A quién queréis que suelte a Jesús o a Barrabás? Ante la insistencia del pueblo pidiendo la libertad de Barrabás, Pilatos entrega a Jesús a los soldados para que le azoten y lavándose las manos dijo: ¡No veo en Él ninguna culpa! En esta escena del retablo que contemplamos, el autor nos muestra a Jesús sentado. Pudiera ser antes de la flagelación, y no después, como es más frecuente ver al Ecce-Homo.
2ª Escena del retablo: LA FLAGELACIÓN:
Fue
tan fuerte aquel flagelo, dos sayones con látigos ramificados terminados en
punta de plomo y hueso para penetrar en la piel y producir desgarro, que
descargaron con toda su fuerza e ira contra el cuerpo de Jesús. Aquel hombre,
indefenso, ensangrentado y atado a una columna, en medio de aquel inhumado e
impresionante dolor, no da muestras de queja, sólo dio como respuesta la expresión de su mirada.
3ª Escena del retablo:
Jesús con la Cruz a cuestas:
A
Jesús, como burla, le colocan una corona de espinas y un cetro en sus manos: ¡Ves ya eres Rey,… un rey de Nazaret! Y
lo hacen cargar con una pesada cruz, camino del Monte Calvario donde iba a ser
crucificado. En este trayecto, Jesús sufre tres caídas. La pérdida de sangre, y
el agotamiento físico, le producen el desfallecimiento. Un soldado lo quiere
levantar a latigazos. ¡Ayúdale, Cirineo!, y entre burlas,… ¡Veis, el Rey de los Judíos… sólo es un nazareno!
4ª
Escena del retablo: Cristo muere en la
Cruz.
Y
llegado al Monte Calvario, fue clavado en la cruz entre dos malhechores. Jesús,
ya derrotado como hombre, sin fuerzas y casi sin vida, dice al Padre: ¿Por qué,
me has abandonado? Su Madre, estaba allí, y Jesús la quiere liberar de tanto dolor
como madre. No sufras más, y mirándole dijo: ¡Madre, he ahí a tu hijo! y dirigiéndose a Juán, su discípulo amado, le dice: ¡Juan,
he ahí a tu madre!. Pidió Jesús al Padre para sus propios verdugos ¡Padre,… perdónalos, porque no saben lo que
hacen! Cuánto amor y caridad, hasta el último aliento de su vida, nos dio
Jesús. Quien, mirando al cielo, encomendó al Padre su Espíritu y expiró.
5ª
Escena del retablo: La quinta angustia-
La Piedad.
En ella, la Virgen recoge en su regazo al Cristo muerto
después de ser desclavado de la cruz. ¡Qué trágico parecido con
Belén y con Nazareth! El cuerpo de Cristo muerto vuelve a estar en brazos de
Nuestra Señora, dueña de él como de un cuerpo niño. El pintor expresa muy bien
el dolor: “Sus ojos, que brillaban como estrellas en el cielo, ahora están
apagados. Sus labios, que parecían rosas rojas recién abiertas, están secos, su
lengua pegada al paladar y su cuerpo sangrante ha sido tan cruelmente estirado
sobre la cruz que pueden contarse todos sus huesos.
6ª
Escena y última: El Santo Entierro.
Cristo
es sepultado, ya no sufre pero es Cristo muerto. La Tierra se ha estremecido en
terremoto para recibir al Señor. Queda, sí, Nuestra Señora destrozada por el
adiós, mártir por no morir, esperanza nuestra y de la Tierra. La pintura se
anticipa a lo que debe ser el Sábado Santo: ¡Paz en el
sufrimiento!
Recuerdos de nuestra Semana Santa en mi niñez:
Voy
a hablaros de aquellos recuerdos de mi infancia en Semana Santa. Recuerdo aquel
olor característico de aquellos días. Ya comenzaba el campo a embellecerse
con flores y ese aroma comenzaba a inundar los silencios de aquellos Jueves y
Viernes Santos. Eran tiempos de luto: había muerto el Señor. Las emisoras de
radio, -aun no había aparecido la televisión-, compartían dichas fechas con una
programación especial, sin el “parte de noticias” y emitiendo sólo música sacra.
Las campanas que tocaban diariamente a misa y rosario, silenciaban toda su
actividad esos dos días.
La gastronomía en aquella época giraba en torno a no comer carne, que era lo preceptivo de la abstinencia, sin embargo nuestras madres nos preparaban aquellos exquisitos “potajes de vigilia”, también llamados “de Cuaresma”. Al potaje no le faltaba de nada: garbanzos, alguna verdura y un poco de “bacalao”. En cuanto a dulces o postres, no eran muy conocidos por nuestro pueblo los huevos de Pascua, muy poco las torrijas, aunque sí las flores y orejas.
Los monaguillos, y generalmente todos los niños, tocábamos un instrumento muy peculiar de estas fechas llamado “matraca”. Cuando escuchábamos o tocábamos aquellos sonidos tan atronadores, nos olvidábamos que eran un medio para anunciar a la gente del pueblo su asistencia a los actos litúrgicos del Jueves y Viernes Santo. Dentro de aquella inconsciencia infantil, pensábamos que con aquellos sonidos tan estridentes ahuyentábamos a los judíos del pueblo, a los que considerábamos verdaderos culpables de la Pasión de Jesús. Nos sentíamos, aquellos días, un poco héroes. Siempre nos acompañaba en el recorrido del pueblo alguno de los tres hermanos de la familia Mora, que portaba una matraca de grandes proporciones que estaba siempre en la Iglesia.
Los monaguillos, y generalmente todos los niños, tocábamos un instrumento muy peculiar de estas fechas llamado “matraca”. Cuando escuchábamos o tocábamos aquellos sonidos tan atronadores, nos olvidábamos que eran un medio para anunciar a la gente del pueblo su asistencia a los actos litúrgicos del Jueves y Viernes Santo. Dentro de aquella inconsciencia infantil, pensábamos que con aquellos sonidos tan estridentes ahuyentábamos a los judíos del pueblo, a los que considerábamos verdaderos culpables de la Pasión de Jesús. Nos sentíamos, aquellos días, un poco héroes. Siempre nos acompañaba en el recorrido del pueblo alguno de los tres hermanos de la familia Mora, que portaba una matraca de grandes proporciones que estaba siempre en la Iglesia.
Así mismo recuerdo, aquellos Viernes Santos de mi niñez, cuando las autoridades del pueblo: alcalde, juez y concejales se disponían a adorar la Cruz descalzos ¡Perdón! en calcetines ¡Eran otros tiempos! Se arrodillaban dos veces durante el trayecto de dicha adoración y de vuelta a su sitio lo realizaban del mismo modo aunque andando hacia atrás. Los niños y niñas de ambas escuelas sentados aquí delante, en aquellos bancos bajos y sin respaldo, observábamos tal formulismo con una actitud expectante y un poco morbosa, ya que siempre esperábamos algún error en la ejecución de dicha adoración o el correspondiente tomate de algún que otro calcetín.
La procesión más bonita y que hacía volver el pueblo a la normalidad, después de esos dos días de dolor y silencio, era la del día de Resurrección. Salían, ese día, dos procesiones: la de la Virgen cubierta su cabeza con un velo acompañada por mujeres y la del niño Jesús acompañado por hombres y niños. Ambos pasos salían por distintas calles hasta encontrarse en la plaza de la Anchura. Allí se celebraba el encuentro de Cristo resucitado, representado por el niño Jesús, y su madre María.
La procesión más bonita y que hacía volver el pueblo a la normalidad, después de esos dos días de dolor y silencio, era la del día de Resurrección. Salían, ese día, dos procesiones: la de la Virgen cubierta su cabeza con un velo acompañada por mujeres y la del niño Jesús acompañado por hombres y niños. Ambos pasos salían por distintas calles hasta encontrarse en la plaza de la Anchura. Allí se celebraba el encuentro de Cristo resucitado, representado por el niño Jesús, y su madre María.
El niño Jesús era llevado por niños que habían hecho
la Primera Comunión el año anterior, niños de ocho años que llevaban sobre su
ropa, a modo de banda, una toalla bordada que reflejaba el tono de festividad
del día, así como las buenas cualidades bordadoras de su madre, tía, o abuela. Aún
recuerdo la ilusión que me hizo el año que le llevé: me consideraba parte o
protagonista de tal ceremonia.
Los portadores de la Virgen iban embozados en
una seria capa castellana y después de aquellas venias se quitaba el velo a la
Virgen. Era el momento del encuentro del Cristo resucitado con su Madre. La
tristeza y el dolor de días anteriores terminaba dando paso a un Cristo
resucitado al tercer día, como estaba escrito. Se lanzaba un cohete, las
campanas rompían su silencio repicando, los portadores de la Virgen se quitaban
las serias capas y quedaban revestidos con otras toallas bordadas que llevaban
debajo. Ambos pasos continuaban juntos hasta la Iglesia, dando por terminada la
Semana de Pasión. Día de alegría para los cristianos ya que Jesucristo,
venciendo a la muerte, resucitaría al tercer día, dando comienzo la Pascua.
Dejando aquellos recuerdos de niño, tenemos
los cristianos actuales un gran reto que es el de construir entre todos una Iglesia
comprometida, valiente y actual. Nosotros también somos Iglesia y no sólo los sacerdotes
y obispos. Demos testimonio público de nuestra fe, sin complejos, y hagamos de
este siglo XXI el escenario de tanta justicia pendiente.
Que
esta hermandad del Cristo de la Piedad no termine su actividad en esta procesión
que tanto nos ha unido, sino que el resto del año seamos capaces de dar
testimonio de ese Cristo crucificado con actitudes de amor al prójimo, especialmente
a los que más nos necesiten.
En
los tiempos de intolerancia e incomprensión que vivimos, debemos ser tolerantes
y comprensivos con los que no profesan la fe en Dios y así, recíprocamente,
pedirles a ellos la misma tolerancia y respeto. La primera Iglesia de Jesús no
contemplaba imponer la fe a base del temor o con medidas de hostigamiento.
Si
pregonar significa decir en voz alta una verdad que a todos conviene saber, qué
mejor verdad que recordar y celebrar algo que sucedió hace casi dos mil años y
que, a pesar del tiempo transcurrido, sigue estando de actualidad en estos
días.
Por
último, yo os digo, con una voz monótona y un poco cascada, pero con toda la
rotundidad: todos los poderosos del mundo juntos no han tenido la misma influencia y huella sobre la vida de los seres humanos, que la que tuvo y tiene, dos mil años
después, ese hombre: el Hijo de Dios que se hizo hombre para salvarnos.
¡Gracias por vuestra atención!
=Alfio Seco Mozo=
No hay comentarios:
Publicar un comentario