Mostrando entradas con la etiqueta Evocando Recuerdos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Evocando Recuerdos. Mostrar todas las entradas

domingo, 15 de agosto de 2021

Aquel estanco de mi pueblo.

 

 Del tabaco picado a los cigarros hechos

 

    La primera vez que me mandó mi padre al estanco fue para comprar un cuarterón de tabaco y un librito de Zig-Zag. Creo que hice ese recado satisfecho, en primer lugar por novedoso y también porque contribuía con ello indirectamente a algo que, en aquella época, era propio su consumo en los hombres, y esta última actitud, aunque un poco machista, no sé porqué, me identificaba con ser un hombre adulto y sentirme ya mayor. ¡Cómo han cambiado las formas a través de los tiempos! Hoy, según estadísticas, el consumo en mujeres ha aumentado considerablemente.

Otro día, con eso de que se decía que los niños éramos un “quitaperezas”, me mandaron otro recado y al mismo lugar a comprar un timbre móvil. Pregunté a mis padres que para qué servía eso, si era otra marca de tabaco. Ya lo verás cuando te lo den. Yo, en principio, también lo asociaba con algún accesorio de bicicleta, pero me dieron un sello sin Franco. Mi padre lo pegó en un papel, mojado previamente por su lengua. Ni sonó ni se movió. Más tarde me enteré que era para dar autenticidad a cualquier documento de entonces.

Había en San Román una única expendeduría de tabacos y timbres de modo oficial. La regentaba un Sr. viudo que se llamaba Dionisio “el estanquero”, ubicada muy cerca de la plaza, en una calle que partía de ésta y se llamaba calle Plaza. Cuando llamabas a la puerta acudía a despacharte a un mostrador de madera situado a la izquierda de un gran portal.

Cuando terminó la guerra civil la concesión de estos establecimientos se realizaba para “amparar a los que habían luchado en los campos de batalla o sufrido más directamente las consecuencias de la guerra. Del bando triunfador, se entiende. Tenían derecho preferente a regentarlas las viudas y huérfanas solteras.  Las transmisiones hasta el año 2005 se hacían solo entre los familiares de tercer grado de parentesco, como máximo. Algunos beneficiarios los arrendaban a terceras personas, aunque esa modalidad no estaba recogida en la ley.

En la posguerra el consumo de tabaco era sometido también al racionamiento. Tenían los fumadores derecho, mediante cupones, a un número limitado de tabaco de picadura. A tal racionamiento no tenían derecho las mujeres, se suponía una actividad mal vista en el sexo femenino. No puedo imaginarme, si alguna mujer hubiera tenido tal vicio, en aquella época, las peripecias que pasaría para su adquisición y consumo, la sociedad la consideraría un ser varonil y deplorable.

El gran fumador que necesitaba más picadura que la ley le permitía en dicho racionamiento, empleaba ciertas mañas o estratagemas, para ello hacía inscribir en tal racionamiento al cuñado, hermano, primo o vecino que no fumaban y así su abastecimiento era compatible con su consumo. Hay que hacer notar que el tabaco de aquella época era más natural que el actual. El tabaco de hoy busca un buen aroma, así como buena combustión a base aditivos y otros componentes como la nicotina y alquitrán; está demostrado que todos ellos son elementos cancerígenos.

A la caída de la tarde cruzaban la plaza en dirección al estanco los hombres que regresaban del campo. Iban en busca del sustento en tabaco para la jornada siguiente. Algunos se presentaban con la ropa de faena, barba incipiente y una larga faja negra o blanca liada alrededor de la cintura. Les servía de abrigo y protección para tantas inclinaciones a la tierra y para mitigar el peso de las cargas y el empuje de los brazos sobre la mancera. Cubrían sus cabezas con sombreros de paja o gorras negras, según la estación. Los colores de sus vestimentas eran oscuros, como mucho grises o marrones, es lo que añadía años a su apariencia de edad. Aquellos hombres, podrían tener cincuenta o sesenta años, a mí, como observador infantil, me parecían ancianos. Compraban tabaco picado y libritos de envolver, algún mechero de mecha o de martillo y piedras para la chispa en forma de pequeños cilindros.

En la actualidad, se compra tabaco ya hecho en cigarrillos y es poca la gente que compra el tabaco en los estancos, casi siempre lo compran en los bares o en las máquinas automáticas situadas en los anteriores con un pequeño incremento sobre su valor oficial. Observamos un consumo mayor entre el género femenino, tal vez sea como consecuencia de una forma de liberarse la mujer en estos tiempos de igualdad de género.

Los cigarrillos y el tabaco sin humo matan a cientos de miles de personas cada año. La nicotina y otras sustancias químicas nocivas causan muchas enfermedades, como problemas cardíacos y algunos tipos de cáncer. Si fumas, te dañas los pulmones y el corazón cada vez que enciendes un cigarrillo. También puede dificultar el flujo de la sangre por el cuerpo; por eso los fumadores a veces se sienten cansados y de mal humor. Cuanto más tiempo fumes, peor será el daño. Fumar es una de las peores cosas que puedes hacerle a tu cuerpo. Sin embargo, todos los días, aproximadamente 3200 niños y adolescentes comienzan a fumar

El 19,8 % de la población española mayor de 15 años ha admitido que consume tabaco a diario. Con ello, desde 2009 es la primera vez que desciende el consumo en un 20 %.  Estos datos aparecen en la Encuesta Europea de Salud en España (EESE) correspondiente a 2020, elaborada por el Instituto Nacional de Estadística (INE). La muestra de la encuesta sobre consumo de tabaco se realizó durante 22.000 personas durante un año, desde julio de 2019 hasta julio de 2020. En ese lapso de tiempo se produjo el confinamiento.




jueves, 20 de mayo de 2021

EL Cocido

 

Gastronomía tradicional

 

      ¡Como no recordar el “cocido”!, comida típica del mundo rural en el pasado siglo. Creo que los que nos tocó vivir aquella época no nos podemos olvidar de aquel recurrido y monótono menú del cocido. 

El cocido era el menú principal de las comidas en los pueblos en aquella época, que aprovechaba los recursos que nuestras familias tenían a su alcance. Hay que hacer notar que el mundo rural carecía de los medios de congelación que hoy existen, ni siquiera las tiendas lo tenían, es por lo que había que aprovechar la conservación de los alimentos en salazón, en aceite, o  en tripa con pimentón para embutidos; es decir conservábamos, para todo el año, la primera fuente de alimentación que generaba la matanza del cerdo.

El componente principal del cocido era el garbanzo, legumbre que se sembraba para el consumo familiar. Se trillaba en la era y se aventaba con bieldos. Recuerdo que en cada era se dejaba un rincón de está para él, lejos de la trilla y parva de los demás cereales. La finalidad era protegerle a que fuera pienso de las mulas, muy apreciado por ellas; para ello se alambraba dicha zona impidiendo el acceso de aquellas. La forma de aventarle era en forma artesanal, parece ser que las aventadoras no eran muy propicias para separar su paja, generalmente más dura y gruesa que la de los cereales. Se aprovechaba un día de considerable viento y las mujeres participaban activamente en una segunda limpieza con cribas, para ello volcaban de las cribas lentamente los garbanzos desde la altura que sus brazos permitían, y con la ayuda del aíre separaban de éstos las últimas pajas.  

     Un cocido completo era muy nutritivo y dependía su composición del nivel económico de sus comensales, ya que a los garbanzos se les podía acompañar de chorizo, tocino, espinazo, morcillas y alguna que otra carne fresca como de gallina, oveja y algo de berza, si era su tiempo. En San Román, nuestro pueblo, desconocemos las razones del porqué no se hacían morcillas, tan apreciadas en otros lugares.

El primer plato consistía en una sopa del caldo generado por la cocción de todos sus componentes; en un principio ese caldo se mezclaba con pan migado, más tarde apareció la pasta del fideo que sustituyo al anterior por ser más apetitoso. El segundo plato eran los garbanzos, que en algunas zonas se acompañaban con berza u otras verduras. El tercer plato, y último, lo formaban los productos del cerdo antes mencionados, así como carne fresca de gallina o de oveja. ¡Ah! Se me olvidaba el relleno, a veces sustitutorio de la carne, que a veces escaseaba. En nuestro pueblo era de forma ovalada, en otros lugares tenía forma de bola. Su elaboración llevaba los siguientes componentes: huevos, ajo, aceite, pan rallado o pan duro.        

Esa continuidad diaria del cocido se nos hacía aborrecible. Ahora el día que toca cocido lo celebramos, degustando sus sabrosos platos con gula manifiesta, a pesar de que el actual cocido es realizado en ollas a presión o ultrarrápidas, no siendo comparable su sabor a aquel que se hacía en pucheros de barro y a fuego lento.

       Tres platos que son un goce para los sentidos. La sopa, que ya por sí sola reanima a los desfallecidos, los garbanzos con su dotación de proteínas, vitaminas, minerales y fibras. Y el final de fiesta con chorizo, carne y tocino, de ese que con un leve toque de cuchara se estremecía. 

En España encontramos, según regiones, distintos tipos de cocido: madrileño, maragato,  lebaniego (de Cantabria), castellano, extremeño, puchero andaluz, puchero canario, puchero valenciano, escudella catalana y el bullit mallorquín. Todos ellos solamente varían en cuanto a alguno de sus componentes, que siempre están en función de lo que produce su entorno. Quizá el más original y curioso sea el de la Maragatería leonesa ya que se sirve en sentido inverso, comienza por las carnes y termina con los fideos.  

El cocido es uno de los guisos más tradicionales de nuestra gastronomía. Consiste en cocer en una olla ingredientes como legumbres, verduras, carnes y embutidos, elaborando un plato muy nutritivo e ideal para entrar en calor. Es calórico, no vamos a engañarnos, pero entre sus virtudes está que con sólo una cucharada podemos trasladarnos a esos días de infancia con la familia reunida alrededor de la mesa. Cuando nuestra madre o abuela ponía al fuego su cocido, el frío del invierno se llevaba con más alegría.

.      Si nos remontamos en el tiempo hasta tiempos históricos, podríamos considerar que el primer cocido se preparó ya en la prehistoria, pues una vez que el hombre dominó el fuego decidió cocer carnes y frutos en una olla con agua para hacerlos más comestibles.


Cocido Castellano


       

sábado, 20 de febrero de 2021

BARRER LA PORTADA DE NUESTRAS CASAS

 

El barrido de las calles


Barrer la portada de la casa, así como la acera correspondiente, es todavía una buena costumbre que en nuestro pueblo la siguen practicando los vecinos en las calles sanromaniegas. Es este un hábito muy arraigado en el mundo rural. ¡Como recuerdo a mi pobre madre! una de sus tareas matinales, aparte de ir a por agua al caño, era barrer la portada.

    Tal vez, esta costumbre de barrer el trozo de la calle correspondiente a tu propiedad venga desde muy antiguo, tarea más inexcusable cuando los animales formaban parte de la vida del mundo rural y colaboraban con el hombre en las tareas agrícolas y ganaderas, generando, a su vez, sus excrementos inoportunos. Muchas veces este trabajo de limpieza resultaba estéril dado que algún pastor oportuno pasaba al poco con su rebaño de ovejas sembrando otra vez de “cagalitas” toda la calle. El rebaño, las yuntas o los borricos del que vendía: la fruta, la miel, el chatarrero etc., todos los que pregonaban sus mercancías y las transportaban en un carro o a lomos de un animal. En definitiva, el tránsito de caballerías por las calles dejaba firma y rúbrica en su paso por ellas, es por lo que era muy cotidiano el ver cualquier calle, céntrica o no, ornamentada con “cagajones”, algunos, aun humeantes, recién salidos del horno, mezclados con otros ya secos que evidenciaban que tal portada o calle llevaba tiempo sin limpiarse.

    Hoy escasean los animales en los pueblos, por tanto, ya no abundan los excrementos que ellos difundían por las vías públicas, pero el consumismo actual de sus moradores hace que las calles actuales estén invadidas por envoltorios de plástico que el aire transporta por todo el pueblo o excrementos de perros. Tendría que poner  nuestro ayuntamiento papeleras en determinados sitios clave, así como pedir a nuestros conciudadanos mejores hábitos medioambientales para conseguir entre todos un San Román de Hornija más limpio.

    En mi infancia, recuerdo que las mujeres barrían a diario la puerta de su casa con escobas de palmito  o escobas de bardas -planta silvestre muy común por nuestro pueblo-. Así era muy normal ver a las mujeres barriendo la puerta de su casa ayudándose de un badil metálico para recoger la mugre. Barrían después de que las gentes del campo hubiesen marchado para sus tareas, dado que las caballerías repartían cagajones a diestro y siniestro a su paso por las calles. Ni que decir tiene que este hecho se acentuaba en aquellas calles que servían de arteria para la salida al campo.

    Durante la tarea de limpieza, las vecinas, aprovechaban para ponerse al corriente de cualquier noticia que circulara por el pueblo. Una vez barrida la portada, los excrementos de las caballerías se depositaban en el muladar (en San Román deciamos "mudadal", creo que es una deformación o barbarismo lingüístico de la palabra "muladar", que es la que reconoce la Real Academia de la Lengua Española). Tal vez la expresión tan popular de ese "barre para adentro” surgiría como consecuencia de atesorar en el muladar, situado en el corral de las casas, los excrementos de índole animal. Claro que, en aquella época, estos excrementos eran un bien muy preciado como fertilizante natural que enriquecía las tierras de cultivo.

Actualmente, en nuestro pueblo, existen muchas personas de ambos sexos –las tareas domésticas se reparten ahora por igual-  que velan por la limpieza de su parcela de calle y acera. Un diez para todas ellas, sobre todo, porque en ocasiones tienen que recoger las huellas repelentes del apretón del perrito de turno abandonado, o que su amo miró para otro lado incumpliendo normas de convivencia e higiene, después de que el animal ejerciera ese acto tan natural. 

En la actualidad ya no hay aquellos animales domésticos que colaboraban con el labrador en sus tareas agrícolas, solamente perros mayormente de caza o de compañía. Algunos de estos dejados en plena libertad por las calles y ocasionando con sus excrementos la suciedad de éstas. Otras veces la desidia de nuestros ciudadanos al arrojar papeles y plásticos a la calle. No olvidemos la mala costumbre de arrojar cosas inservibles y hasta animales muertos al arroyo. Creo que la falta de corriente de agua de nuestro Hornija, así como su limpieza debería ser un proyecto urgente a realizar por nuestro Ayuntamiento y así evitar las enfermedades infecciosas que puede causar ese estado de nuestro arroyo; como creo que nos salimos del tema, sería la limpieza del arroyo motivo para tratar en otro artículo. Ciñéndonos a la acción de arrojar lo inservible a nuestras calles o alrededores del pueblo, invito a nuestro Ayuntamiento a fomentar hábitos de limpieza con eslóganes publicitarios tipo de éste:

 Lo que se ama se cuida

     ¡CUIDA TU PUEBLO!    

    Viene como anillo al dedo el recordar dos artículos de aquellas ordenanzas municipales de San Román de Hornija del año 1894, que transcribimos en este blog con fecha 4 de febrero de 2009.

    Art.47. Queda prohibido dejar suelto y abandonados por las calles los perros y toda clase de animales que se reputen dañinos o que conocidamente se sepa que tienen malas costumbres, así como en perros como en reses vacunas bravas que por su condición pudieran hacer daño siendo responsables los dueños de los daños que unos u otros cometan.

    Art. 60. Se prohíbe arrojar a las puertas de ningún vecino ni a las propias que den a la vía pública, materias fecales y otras porquerías debiéndolo hacer cada cual en su corral respectivo.

    Hemos de aclarar la colaboración del Ayuntamiento que. algún día de cada mes, manda a empleados municipales con el cometido de barrer las calles. A pesar de todo, en algo hemos ganado, pues seguro estoy de que aquellos vecinos tan ejemplares que limpian de deposiciones perrunas en las aceras de su puerta ya no “barren para adentro” ¡No faltaría más!


sábado, 21 de noviembre de 2020

La electrificación del mundo rural


"Del candil a la bombilla eléctrica”


    Creo que muchos jóvenes de hoy no saben lo que es un candil, y si lo saben no lo han utilizado. Otros, los de la generación de mis abuelos dirían que este instrumento, en desuso hoy, fue un utensilio primordial en todas las casas llegando a albergar cada hogar no solo uno, sino dos o más candiles.

    El candil que yo conozco es un aparato de metal con un recipiente lleno de aceite con una mecha, que empapada ardía por absorción sirviendo la llama para alumbrar. A la mecha se la conocía como “torcida”, y el extremo encendido de ésta se llamaba “pabilo”. Al ser nuestro pueblo por excelencia bodeguero, ni que decir tiene que el último uso que se hizo de esta iluminación fue un poco más tardío que en otros núcleos rurales. Su desaparición de las bodegas sería en los años ochenta, siendo sustituido por faroles de butano, después y actualmente con placas fotovoltaicas. Viendo mejorada su iluminación de tales parajes o cuevas.

    Sin embargo, hoy nos preocupa aquellos comienzos de la electrificación de nuestro pueblo: San Román de Hornija, aquel brusco paso de iluminación del candil a la bombilla. Antes de la llegada de la luz eléctrica el candil sería el principal sistema de iluminación. Los destellos luminosos que produciría su llama serían de un fulgor tal, que me imagino que en tiempos más remotos alegraría a muchas suegras durante las horas en las que el novio hablaba por la noche con la hija en su casa. ¡A propósito! Había una coplilla picante, muy antigua, que decía más o menos así:

El candil se va a apagar

y mi madre no está aquí.

Yo no digo que te vayas,

pero, para no hacer “na”,

¿Qué es lo que pintas tú aquí?

  

    No sé el año exacto en el que la luz eléctrica llegó a nuestro pueblo. He hecho averiguaciones, y en nuestra capital de provincia: Valladolid parece ser que fue en 1882, cuando se comunicaba la inauguración de la luz eléctrica «en todos los establecimientos de esta capital y algunos particulares», si bien continuaron en servicio mil farolas de reverbero y gas. En Zamora en 1897. Parece que dieron prioridad, de principio, a las poblaciones con mayor número de habitantes, y al pueblo nuestro, como a otros de igual o parecida población, no llegó la electricidad hasta principios del siglo pasado. Naturalmente que este invento se iría introduciendo poco a poco en los hogares; primeramente, en aquellos donde el bolsillo era más holgado, llegando posteriormente de manera gradual a instalarse en el resto de las viviendas. Muy parecida tal innovación, la que yo viví y podemos contar los de mi edad, con inventos como la radio, o la televisión, que comenzaron a disfrutarlo las familias con mejor nivel económico. 

     Creo que, así como el advenimiento del ferrocarril a nuestro pueblo en 1864, la instalación eléctrica también tendría sus detractores, es decir, gente poco innovadora y abrazada al rancio pasado. Justificarían su oposición a dicho sistema de iluminación por el temor de incendios en sus viviendas, así como descargas eléctricas que producirían daños físicos.

    De lo que si me acuerdo es de aquellas primitivas instalaciones eléctricas en las casas de cordones trenzados, sujetos a la pared por diminutas jícaras, y que por el peso debido a las sucesivas capas de barro llegaban a curvarse. También recuerdo aquellos interruptores con el pellizco de madera.

    Estoy seguro de que al principio el enganchar la luz, «término coloquial muy utilizado en nuestro pueblo», sería muy costoso y digo esto porque en mi niñez conservo en mi memoria una casa con un agujero en el techo, que servía para alumbrar el piso de arriba pasando el cordón y la bombilla desde el piso de abajo por un boquete. Era una manera de economizar.

    Recuerdo que, en San Román por los años 50, existía una forma de conexión eléctrica que podíamos llamar social. Se trataba de un aparatejo de color negro, que se ponía a la entrada de las viviendas y que la gente llamaba ratón. Este ratón recibía ese nombre dado su tamaño y color similar al roedor, aunque era, ni más ni menos, que un limitador de corriente; es decir daba un paso de corriente limitado para una bombilla o dos de baja potencia a la vivienda que lo tenía. Como se decía entonces de pocas bujías, palabra hoy en desuso y sustituida por la unidad actual llamada vatio. Este suministro eléctrico, no cabe otra duda, que era destinado a economías muy modestas.

    Pero volviendo al candil, de otros tiempos, por lo general siempre estaba colgado en la repisa de la chimenea o en la pared, y en este caso con un cartón entre ambos para mitigar las manchas en el muro. Casi a todos ellos se les veía un palote que asomaba por el recipiente y que servía para avivar la "torcida", y en su defecto, hacía las veces para este menester la horquilla del moño de la abuela.

    El candil en mi niñez solo se usaba cuando había un corte de energía. Es decir, no sabíamos olvidar la eficacia de éste, aunque solamente fuera para emergencias, tan cotidianas en aquella época y casi siempre originadas por el viento que acechaba los tendidos del exterior con problemas de sujeción a sus jícaras. Recuerdo al respecto, siendo niño, a un personaje al que llamaban Julio “Pitirús”, que pertenecía a una familia de rancio abolengo, aunque venida a menos, llamada los “Cepedas”. Esta familia residía en la calle de su mismo nombre, con pórtico en piedra, blasón y escudo. El cometido de este, apodado “Pitirús”, «creo por su baja estatura», como “mandado” por la compañía suministradora de energía era: con la ayuda de un varal liberar ambos cables en el tendido afectado, y así subsanar tal avería. Vamos que el tal “Pitirús” escenificaba acciones algo quijotescas, pero sin corcel ni molinos, aunque si varal en ristre, con actitudes de búsqueda del bien común (subsanando la avería) y deshaciendo agravios. Ideales que encarnaban muy bien en D. Quijote.                                                                            Julio "Pitirus", al terminar la época de las eras, pasaba por mi puerta portando un saquito y criba. Se dirigía en busca de algún "terreguero" olvidadizo con el que proporcionar sustento a sus ponedoras.   

    Valladolid y Zamora trabajaron muy unidas en la consecución de la energía hidroeléctrica necesaria, ya que a ambas las vinculaba el río Duero. Las primeras empresas suministradoras de energía eran en Zamora “El Porvenir” y en Valladolid: “Engracia Saracíbar”, que tomaría más tarde el nombre de “Electra Popular Vallisoletana”.

    El ingeniero de Caminos, Canales y Puertos D. Federico Cantero Villamil, madrileño, funda la sociedad hidroeléctrica “El Porvenir” en Zamora, con la intención de explotar la presa de San Román, cerca de Zamora, y la construcción de un salto de agua que se prolonga hasta 1903, convirtiéndose en el primero de España. ​También diseñó y proyectó lo que pasaría a llamarse la Solución Ugarte o Solución Española de los Saltos del Duero, un proyecto de construcción de presas a lo largo del Duero en territorio español. Lástima que el proyecto de nuestro pueblo no llegará a consolidarse. En la ribera del Duero y a la altura del pago de “la Isla” todavía contemplamos restos de aquel fallido proyecto. Recuerdo que de niño llamábamos la casa de máquinas.

    La frecuencia de cortes de luz, es decir apagones, en nuestro pueblo era muy corriente, dando lugar a una anécdota que ocurrió a la mujer de un vecino mío, ya fallecidos ambos. Esta anécdota quedo reflejada en una de aquellas murgas desenfadadas que se cantaban en carnaval, y el estribillo decía así:

No te vaya a pasar lo que a Ismael,

que creyendo fundidas las bombillas.

Vuelve, que vuelve a por otra,

que ésta está fundida

y es que no había luz.


    Por último, hemos de agradecer a aquellos investigadores que con su esfuerzo y perseverancia han traído el progreso de los pueblos, mejorando, a la postre su calidad de vida.

sábado, 21 de diciembre de 2019

Navidad 2019



La magia de la Navidad


    No se puede negar la fascinación que esta festividad ejerce, tan antigua como actual. Su espíritu vive hoy de la misma manera que perduran todas las tradiciones que con ella se vinculan, y que se repiten puntualmente con la misma solemnidad de siempre.

    Sin saber por qué, a veces siento la impresión que la Navidad que en aquellos años disfruté en mi infancia ya no existe. Puede ser que ello se deba a que yo mismo he cambiado; pero en mi percepción, la Navidad no es ya como entonces era. Quizá sea porque el recuerdo de mis primeras Nochebuenas se encuentra inmerso en emociones y sentimientos personales; la verdad es que la realidad cotidiana a veces dificulta encontrar el verdadero y profundo significado de este acontecimiento. La Navidad que disfruté era más humilde, con carencias materiales y de consumo que hoy tanto hacemos gala por Navidad; sin embargo, encerraban para mi algo más íntimo o espiritual, dado sus carencias. Pasan por mi mente aquellas nochebuenas rodeando al fuego, unos sentados en el banco, otros en sillas, los más pequeños en tajuelas, pero unidos y sin ningún elemento extraño que deteriorara o perturbara tal convivencia; no había televisión, lo que hacía que se fortaleciesen más los lazos familiares. En las actuales navidades aún sigo recordando aquel entorno familiar, a veces cierro los ojos y me siento identificado con aquella cocina fría y acogedora a la vez, rodeado de aquellos seres queridos, hoy desaparecidos. La navidad nos traslada a otras épocas evocando aquellos sentimientos, vivencias y recuerdos que vivimos nuestros primeros años.

    La Navidad es una festividad de intimidad, paz y felicidad, de nada sirve llenarla de galas superfluas; de deslumbrantes luces florecidas en falsos pinos que parecen anunciar una prematura primavera; de ruido insoportable por las calles; de adornos comerciales ajenos a los goces del alma. Cuando pienso en la Navidad recuerdo un tiempo de cálidos afectos. Evoco la tranquila serenidad de mi infancia.

    Cuando era niño, como ocurre a todos los pequeños, esperaba con ansia su llegada. La Navidad era, sin duda, la fiesta preferida. Constituía un momento lleno de magia en el cual me sumergía por completo. Regresaba al hogar familiar, al pueblo que me había visto nacer, alejándome por unos días de aquellos internados rígidos en disciplina de un colegio regentado por escolapios. Llegaban los Reyes y retornaba, otra vez, con tristeza al calvario del internado.

    El encanto de la Navidad iluminaba el paisaje con aquellas heladas que blanqueaban los tejados todas las mañanas, y como efecto de la dureza de aquellos inviernos permanecían chupetes de hielo suspendidos de las primeras tejas todo el tiempo del periodo vacacional.

    Y ahora la magia de la Navidad hace que un año se pase volando, y nos hace reflexionar hacia atrás sobre lo que hemos luchado, lo que hemos conseguido y en lo que hemos fracasado. Todo nos da fuerza para seguir adelante. Que esta Navidad genere en nosotros los mejores sentimientos del ser humano para poder apreciar el verdadero valor de la amistad, la familia y el amor. Que el nuevo año 2020 nos traiga nuevos sueños, nuevos proyectos y nuevos retos.

    A todos los que visitáis este blog os deseo:

¡Feliz Navidad y Feliz Año Nuevo!


viernes, 1 de noviembre de 2019

PERSONAJES DE FICCIÓN


Incoherencias




    Hoy es domingo, un día más de la semana, de estos que transcurren en la vida de un jubilado y que apenas difieren del resto de otros días. Casi no encierra connotaciones que los distinga, aparte de la asistencia a cultos religiosos para los creyentes. Hace tiempo era sólo el domingo día de descanso y de ocio de la semana, pero la lucha por los derechos de los trabajadores consiguió primero la tarde del sábado y después todo el sábado, es decir el fin de semana.

    Como un día cualquiera trato de deslizar, por la pantalla de mi ordenador, unos pensamientos y sentimientos para la edición del presente y próximo artículo en este blog: “San Román de Hornija en el tiempo”. A veces me pregunto, si la existencia de este blog aporta algo fructífero y comunicativo, o es sólo una manifestación, más o menos cultural, fruto de ese reto personal que me mueve a seguir publicando; sin embargo, me consuela que ese marcador de visitas aumenta alrededor de 600 visitas mes y artículo. Hoy me identifico visualizando y analizando pasajes de la sociedad que conocí de niño, en contraste con la que actualmente nos toca vivir, pero con algo de utopía.
    Cuando era niño -no traspasaba otros horizontes- me preguntaba cómo sería en el futuro ese San Román de Hornija, de tierra y barro, donde jugaba a ser mayor. Me hubiera gustado mirar por un agujerito y verlo.

    Cuando era joven deseaba llegar a esa madurez sobrevalorada por los adultos. Consistía en vincularse en una sociedad de rígidas normas, con un gran respeto a padres, maestros y personas mayores, aunque algunos dicen, opino equivocadamente, que sin espacio para la fantasía.

    El primer paso de madurez era tener una hipoteca: un endeudamiento que esclaviza durante algunos años a las personas, pagando casi la mitad del sueldo al banco y así poder tener una vivienda propia donde vivir. Tenemos los españoles una educación fuertemente adquisitiva, en otros países funciona más el alquiler. 

    Valorábamos mucho el modelo de adultos respetados y mediáticos que vestían aquellos trajes caros, con el tiempo supimos que a veces eran regalados, y que dedicaban el dinero público a enriquecerse.

    La madurez consistía en trabajar durante todo el día, ganar y tener más, aunque esto impida tener tiempo para convivir en familia, así como jugar con tus hijos.

    Para algunos adultos, la madurez consiste en repetir con solemnidad las palabras de Ronaldo como propias, y que ven con naturalidad los sueldos de los futbolistas mientras hay personas que pasan hambre. Para otros, la madurez consiste en sólo ver como genio a Messi, que sale entre aplausos de los juzgados, mientras, tienen dificultades económicas para desarrollar su trabajo los científicos anónimos que luchan para descubrir los secretos del cáncer.

    Los adultos observamos, sin inmutarnos, a políticos que se insultan, emplean un lenguaje soez y poco propio de oradores que deberían de tildarse de cultos. Les importa poco la estabilidad de España, así como resolver los problemas y el bienestar de los españoles. Lo importante es conseguir votos, de la manera que sea, para futuras elecciones.

    Algunas veces, pienso que todavía soy aquel niño de pantalones cortos, con balón de goma y lector de los cuentos de Roberto Alcázar, que miraba por un agujerito el porvenir de su pueblo y que aun cree que los personajillos actuales: Otegui, Rato, Bárcenas, Urdangarín, Pujol, Puigdemont, Quim Torra, “los implicados en la malversación de los "eres" de Andalucía”, los de "Púnica" y algunos más…, sólo son personajes sacados de la ficción de un cuento.

viernes, 1 de marzo de 2019

Los monaguillos



Yo también fui monaguillo



    Antes, la mayoría de la gente de mi generación, cuando éramos niños fuimos monaguillos alguna vez. Oficio éste que realizábamos en los albores de nuestra temprana edad. Era una participación de ayuda al sacerdote en determinados cultos y a la vez imprimía en nosotros un espíritu de apariencia, ante los demás, ya que nos considerábamos más mayores al ser capaces de realizar tal cometido. 

    Al principio, nuestra inexperiencia hacía que dependiéramos de las indicaciones de los monaguillos ya veteranos. Podíamos decir que era una responsabilidad o cometido que se iba aprendiendo a través de la observación e imitación a los más mayores, pero una vez que cogíamos experiencia, no había problema para realizar las tareas propias del “monaguillo”, entre otras: acercar el incensario y la naveta con el incienso, acercar la jarra de agua para el ritual del lavado de manos, las vinajeras con el agua y el vino para la Consagración, tocar la campañilla en los momentos oportunos, cuándo sentarse, arrodillarse y cómo acompañar al sacerdote portando la bandeja en el momento de “dar” la Comunión. También éramos unos privilegiados que, sin embargo, abusando de nuestra condición, nos bebíamos de vez en cuando el vino dulce de las vinajeras sin consagrar, por supuesto, lo que suponía, cuando éramos descubiertos, una reprimenda por parte del cura.

    Participábamos los monaguillos ayudando al oficiante, nosotros decíamos “vamos a ayudar a Misa”, en una época donde la misa era la Tridentina, oficiada exclusivamente en latín. Al principio, nuestra inexperiencia hacia que dependiéramos de la indicaciones de los monaguillos ya veteranos. El sacerdote oficiaba en latín (nosotros contestábamos sin saber lo que decíamos, porque desconocíamos por completo el latín) y en la cual el sacerdote estaba en su mayor parte de espaldas a los feligreses, salvo los saludos y las lecturas que las hacía de cara a ellos. La Misa no comenzaba en el Altar, sino en las escaleras de subida al Altar, con el “Introito”. Recuerdo aquellas incomprendidas palabras resonando en aquel silencio y el alto techo de la iglesia de nuestro pueblo.

    Gracias al Concilio Vaticano II, iniciado por el Papa Juan XXIII, tan silenciado en estos días, pasamos a la apertura del castellano y altar en el centro, lo que permitió abrir nuestras mentes con una participación más cercana al oficiante, y además se introdujeron nuevas canciones como: “Tu palabra me da vida”, Pescador de hombres”, “Vaso nuevo“, “Qué alegría cuando me dijeron”, “Una espiga dorada por el sol”, “No podemos caminar” etc., considerando las canciones como otra forma de orar.

    Nuestras funciones no consistían exclusivamente en la sencilla y rutinaria tarea de ayudar a misa. Debíamos también tocar a misa, aunque esto lo hacían generalmente los chavales mayores. Una de las funciones más singulares del monaguillo era la de acompañar al cura en los entierros, igualmente participábamos en las bodas y bautizos; en una palabra aprendimos a discernir estados de tristeza de otros de alegría. Refiriéndonos a bodas y bautizos, al terminar la ceremonia acechábamos a padres y padrinos en busca de alguna propina que pudiera mejorar aquellas humildes economías, como premio a nuestra participación como acólitos. También nos llegaba alguna moneda de 10 céntimos a la semana aportada por el cura, aunque dicho emolumento dependía de la generosidad de éste.

    En la sacristía nos esperaban, para los grandes días de fiesta litúrgica, las sotanas rojas y los roquetes blancos que nos revestíamos para salir en procesión. Tres monaguillos íbamos delante, uno portando la Cruz y los otros un candelabro alto cada uno. Detrás iba otro monaguillo, con la naveta e incensario, acompañando al sacerdote.

    Recuerdo que existía en la sacristía un atril de madera que sólo se usaba en los funerales y que se cubría de un ornamento negro para tales oficios. Era tradición que las distintas generaciones de monaguillos escribieran allí, a lápiz, su nombre. Siempre me sorprendió la permisividad del cura que hacía “oídos sordos” ante tal hecho. A veces, pienso que tal tolerancia podía ser un gesto de agradecimiento ante servicios prestados, o tal vez por motivos estadísticos, donde quedara reflejado las distintas generaciones de monaguillos que habían colaborado con nuestra parroquia. 

    Decía más arriba, que balbuceábamos un latín tosco, sin saber lo que decíamos: ”Et cum spiritu tuo”, “Gloria tibi Domine”, “Deo Gracias”, “Amen” etc.., pero si aprendí el significado de palabras como: alba, amito, casulla, capa pluvial, roquete, estola, hisopo, incensario, naveta, birrete, crisma, misal, ambón, cáliz, patena, atril, palio, ángelus, vísperas, sacristía, ánimas, etc. Son historias que forman parte de mi infancia, como evocación de aquel muchacho de pueblo que fui.

    Ahora apenas hay monaguillos que colaboren con los sacerdotes en la celebración de la Santa Misa, así como en la administración de los sacramentos, actividad infantil que está en extinción. En la actualidad parece que está resurgiendo en algunas iglesias dicha participación infantil, dando paso a la incorporación de niñas como monaguillas.

lunes, 20 de agosto de 2018

Las vacaciones de nuestros mayores



LAS VACACIONES Y EL TURISMO


    Nuestros padres y abuelos se encontraban muy lejos del mar para disfrutar de los encantos de sus orillas. Por estos pueblos las brazadas de natación sólo se daban entre espigas durante el verano, tampoco veían volar las gaviotas buscando sustento entre las rocas con el ruido de fondo de las olas, aunque si los vencejos que surcaban el azul de las mañanas y atardeceres en Castilla. Aquí no disfrutaban de la brisa del mar ni de sus mareas, sólo tenían la brisa y la marea de la mañana que traía las caricias de la mies que llegaba a las eras. El mar era un sueño algo lejano y misterioso donde desembocaban los ríos, según aprendieron en la escuela.

    La mayoría de nuestros abuelos murieron sin haber visto el mar, muy pocos gozaron de unas vacaciones en sus playas, salvo aquellos mozos que fueron destinados en la mili o participaron en aquella injusta guerra por zonas costeras. Los demás solo se llevaron en sus pupilas aquellas puestas de sol y amanecidas entre el mar de los trigales en los campos de Castilla.

    Allá por los años sesenta empezaron a llegar los turistas. Gracias a la televisión nos enteramos de que rubias nórdicas y atléticos varones se recreaban en esa España que, según el eslogan, era diferente. Comenzamos a escuchar nombres de pueblos y costas nunca oídos: Torremolinos, Benidorm, Costa Brava, Costa del Sol… Antes sólo se oía el nombre de la Concha de San Sebastián, aunque siempre asociábamos su disfrute a familias de gran potencial económico.  

    Los primeros emigrantes de nuestro pueblo, incorporados al reciente desarrollo industrial de ciudades del país vasco, regresaban a sus raíces para disfrutar los días de permiso. Salían más baratas y aún era fuerte el arraigo a sus orígenes. Los que conservaban sus casas las pasaban en ellas y los que tuvieron que venderlas se acomodaban en las de los familiares. En San Román decíamos ¡Ya han venido los de Mondragón!, aunque paradójicamente en ese pueblo industrial apenas había inmigrantes de San Román, tal vez fuera causa de que la primera familia de emigrantes de nuestro pueblo se asentó en esos lares.

    Aparecieron los primeros míticos “seiscientos”, que aunque tenían poco espacio de habitáculo allí viajaba hasta la suegra, según el dicho. Fue un vehículo muy singular y carismático de aquella época, los calentamientos del motor en verano se trataban de subsanar con el portón trasero un poco abierto. Poseer un “seiscientos” supuso un primer paso de los españoles hacia las vacaciones y una tendencia al turismo, así mismo, su posesión marcaba un estrato social dentro de las familias medias de entonces.
    
    Las vacaciones pagadas fueron una reivindicación obrera que fue conquistándose lenta y progresivamente durante el siglo XX por los trabajadores de los servicios y la industria de las ciudades, pero al mundo rural las reformas y avances tardaron más en llegar.  Cuando yo era niño pocas familias del pueblo veraneaban. La mayoría de los habitantes se dedicaban a la agricultura y en este tiempo estival las faenas agrícolas requerían total dedicación. Solo algunos, por prescripción médica, iban a balnearios, que entonces se decía “ir a las aguas” para aliviar dolores y a beber sus aguas medicinales. Las generaciones del medio rural a las que les tocó la china de la guerra y la posguerra tuvieron pocas oportunidades para gozar de vacaciones y de playas. 

    Las actuales jubilados, a través de los programas del Imserso disfrutan de vacaciones, si sus facultades se lo permiten, aunque no en temporada alta. Logro social elogiable y justa recompensa a una vida de trabajo.


 

martes, 24 de julio de 2018

Los Corrales en otra época

 
Ha cambiado la fisonomía del corral


    La mayoría de las casas del medio rural disponían de corrales. En los corrales se hacía media vida, en el centro de él se encontraba el basurero o muladar, donde se iban depositando los desperdicios en general: excrementos de los animales, residuos alimenticios etc. Al corral daban las puertas o accesos de los demás habitáculos cubiertos y necesarios en una casa rural de labranza: pocilgas, cuadras, pajares, panera y cocheras o colgadizos. Una parte del corral se utilizaba para hacer las inexcusables necesidades humanas, rodeados de gallinas y vara en ristre para espantar al gallo que defendía su territorio saltando, a veces, sobre sus invasores.

     Al menos una vez al año, casi siempre al comienzo del verano, había que sacar la basura acumulada durante todo el año y llevarla a los basureros correspondientes, situados en nuestro pueblo en el “Camino Ancho”. Allí permanecía hasta el otoño que se llevaba a las tierras como fertilizante antes de las sementera.

    Tiempos atrás, los pueblos carecían de los servicios básicos como el agua corriente y demás redes de saneamiento, así como la recogida de las aguas residuales o de lluvia. Los albañales, que en San Román llamábamos “colagas”, pasaban las aguas de la lluvia de corral a corral siguiendo la pendiente natural del terreno, muchos de ellos sin estar cubiertos. Eran muy frecuentes las disputas entre vecinos por este tema, bien por atascos o por malos olores.

    Pocas casas disponían de cuarto de baño. Un palanganero de porcelana era el mobiliario más habitual para la higiene diaria. A los niños nos lavaban en invierno al lado de la lumbre y en verano al caer la tarde en el corral. Más a fondo nos refregaban los sábados, con cambio de ropa interior ¡Qué mal lo llevábamos cuando nos frotaban la boca para quitarnos los “boqueras” o nos refregaban con estropajo las rodillas para quitarnos su negrura! En invierno y en verano llevábamos pantalón corto y las rodillas eran los partes más vulnerables en todos los juegos, así que casi siempre teníamos alguna herida en ellas.

    Las madrugadas eran frías para salir al corral, así que debajo de la las camas siempre había un orinal blanco de porcelana para emergencias nocturnas.

    Las gallinas eran los animales que campeaban a sus anchas por los corrales, escarbaban y picoteaban en el basurero para encontrar algún alimento para su sustento. Abastecían a las familias de huevos y los gallos de carne. Cuando éstas salían cluecas se las alejaba del corral poniéndolas en un nidal o "cestaña" con huevos y paja que, gracias al calor y perseverancia de la clueca, eran incubados para que a los veintiún días salieran los pollitos. Al pasar una o dos semanas los veíamos por el corral correteando detrás de la madre. Las noches más desapacibles se les ponía a cubierto en un cajón para que pudieran soportar mejor el frío.

    Otro elemento que no faltaba en los corrales eran los pozos para captar y extraer de las aguas subterráneas el agua para el consumo doméstico y de los animales. A través de una polea por donde apoyaba una soga se subían los calderos con agua. A veces estaban situados en paredes de medianería y se compartían para dos corrales. Los muy antiguos, hechos manualmente, las paredes interiores las cubrían artísticamente con piedras o cantos grandes. Con el tiempo había que limpiarlos y para ello bajaba el pocero atado con sogas ayudándose de la polea. Abajo se desataba y comenzaba su trabajo de limpieza. Llenaba calderos de impurezas y con el mismo sistema los elevaban hasta el brocal. Un trabajo este que nadie quería, pero que la necesidad obligaba. Me imaginaba allá abajo y sentía miedo viendo solo un círculo de azul allá arriba y el resto todo negro.

    Hasta principios de los años sesenta no se hicieron en los pueblos las obras de infraestructura necesarias para que el agua corriente llegara a todas las casas y las de desecho se incorporaran a la red de saneamiento. Conquista social básica e indispensable para vivir dignamente. Esta fue una de las causas de la pérdida de identidad de los corrales, así como la llegada de la maquinaria que nos hizo prescindir de los animales de labrar y más tarde de todos los demás.

    A veces pienso, cuando veo algunos reportajes sobre países en vías de desarrollo, que también nosotros tuvimos un tiempo en que carecíamos de esos servicios tan elementales. Siguen allí los corrales sin cantos de gallo, rebuznos, cacareos ni relinchos. Los corrales actuales carecen de mundo animal, silenciosos e inactivos pero más limpios y olorosos. Aunque manifestamos mucha nostalgia y añoranza por el pasado, hemos de reconocer que, en la actualidad, disfrutamos de una mejor calidad de vida.

¡No siempre cualquier tiempo pasado fue mejor!