San Román, años 50
Aquél pueblo de tapias, corrales, muladares ("mudadales" allí) y albañales
-que allí llamábamos “colagas”-, de viejos tejados curvados, con teja vieja, de calles que algunas
morían entre trigales abrileños y rastrojos calcinados, de eternos temporales
donde el viento aullaba en los sobrados dibujando sombras en sus
muros, donde por la noche, el ruido de alguna teja al estrellarse contra
el suelo de la calle hacía espantar a los gatos y despertar a los niños
lactantes.
Aquél pueblo de calles intransitables, de barrizales en
invierno perforados por el paso de las caballerías que dejaban huellas y hoyos con
sus herraduras, hoyos donde bebían los gorriones y hasta la luna se reflejaba
en el pequeño espejo circular de su agua. Las mujeres andaban sus calles con galochas
de madera -en San Román llamábamos "garlochas"-. eran como zuecos para transitar las calles aislando los pies de
barros y humedades.
Aquél pueblo poseía una pequeña campana que la gente
llamaba “Pascualeja”, ya que anunciaba, cotidianamente, el fallecimiento de
niños. Ei entierro de éstos se realizaba en ataúdes blancos, llevados siempre por
otros pequeños. Se mortificaba con lutos perpetuos, de novias enclaustradas
vestidas de negro, de radios y llamadores de las puertas mudos y hasta la cal
por ser blanca era castigada cuando moría el abuelo.
Aquél pueblo de ajuares bordados en bastidores con los
caros hilos multicolores de la paciencia, labrados por primorosas novias
mientras esperaban la carta con la licencia del novio; todas aquellas cartas,
me consta, llegaron todas a su destino, tan solo se perdió aquella que aquél no
escribió.
Aquel pueblo, que poseía una estación de ferrocarril, como único medio de comunicación con el exterior, donde se fundían en lágrimas los adioses de aquellas despedídas tristes de los emigrantes que partían rumbo a lo desconocido, dejando sus casas y el pueblo que les había visto nacer.
Aquel pueblo, donde la mujer, nuestras madres, eran el miembro más sacrificado de la familia.
realizando una gran diversidad de actividades: eran las responsables directas
de la educación de los hijos, muy
temprano, iban con cántaros a por agua al caño para el consumo doméstico, trajinaban
en las faenas de la casa sin los adelantos de los electrodomésticos actuales -lavadoras,
lavaplatos, aspiradoras, etc.- que hacen más llevaderas dichas tareas, confeccionaban la ropa interior de toda la familia, como habían aprendido
de sus madres, así como camisas, jerséis, bufandas, calcetines, además de
coser y remendar la usada. Hoy la ropa se encuentra confeccionada y al alcance
de todos los bolsillos según calidades. Ayudaban en las faenas del campo: vendimias,
barrido de solares en las eras, limpia de garbanzos, espigado; sin olvidarnos
del cosido de cebaderas, mantas, sacos y demás útiles agrícolas etc…
Aquél pueblo, sin embargo, si sabía divertirse con
pocas cosas, había baile dominical excepto en Cuaresma, y en fiestas especiales de Carnaval, San Juan y San Roque. En carnaval se manifestaba aquella cultura popular
a través de murgas y relaciones.
Aquel pueblo carente de comodidades, pero que
aprovechaba los pocos recursos que tenía para hacer felices a sus moradores.
Aquel pueblo era mi pueblo en los años cincuenta….
Este pueblo actual: San
Román de Hornija, es un pueblo más moderno, de calles pavimentadas, con agua
corriente en las casas, espacios para el recreo y el deporte. Un pueblo
acogedor, que gusta de celebrar de manera participativa sus fiestas de agosto.
Y que está, últimamente, potenciando el turismo del antiguo Monasterio y su historia, donde
yacen los restos del rey visigodo Chindasvinto y su joven esposa.
Ya no tenemos calles con
barros, hay agua corriente y red de alcantarillado, así como pavimentadas las
calles. No se ven mujeres con galochas y apenas hay caballerías. Nacen menos
niños y nunca suena aquella “Pascualeja” ya que éstos reciben mejores
atenciones pediátricas.
No todo lo que nos ha
aportado la época actual es positivo, somos en la actualidad un pueblo
con muchos menos habitantes que en otra época, apenas rozamos los 300
habitantes empadronados. Son muchos los factores que nos han llevado a ese
vaciado del mundo rural:
1_ Disminución del número de hijos, antes
las familias tenían siete o más hijos, ahora uno o dos.
2_ Una maquinaria agrícola que ha
sustituido los brazos del hombre, trayendo como consecuencia la emigración a
zonas industriales.
3_ Por último, la atracción que ofrece la
gran ciudad a nuestros jóvenes para realizar estudios, o mejorar su calidad de
vida.
Así veo yo ahora a mi pueblo, y así vi y viví en aquél otro que relato de otra época. Si alguien me preguntase que con cuál de los dos pueblos descritos me quedaría, diría que con el que ahora disfrutamos, con más recursos económicos y mejor calidad de vida, aunque añorando aquella estación de ferrocarril desaparecida por la invasión del automóvil, y como no, recordando a aquellas gentes que habitaron en el primero, gentes de honor y de palabra, solidarios con los demás y amantes de las tradiciones. Valores pocos practicados por una buena parte de la sociedad actual.