La
noche de San Juan va precedida por el
Equinoccio de Primavera, el 23 de abril, día en el que la luz
vence a la oscuridad (el día más largo del año) y que desde nuestros ancestros
se celebra como el día en el que el bien vence al mal. San Juan es la noche más
mágica del año, en la que aún se conservan rituales y tradiciones que se
pierden en la noche de los tiempos. Es la noche del agua y del fuego. La noche
de dejar las penas junto a la hoguera y afrontar el futuro con energías
renovadas ¡Es la noche de San Juan!
Esa noche de San Juan es una fiesta muy popular a lo largo y ancho de España, pero cada comunidad autónoma tiene su manera de celebrarla. Aunque las hogueras son la atracción principal de forma generalizada, dependiendo de la región siempre nos encontramos con costumbres diferentes que enriquecen muchísimo nuestro folclore con sus creencias populares. En otras regiones, esa noche, los mozos y mozas salían a coger el trébol, entonando está canción:
A coger el trébole, el trébole, el trébole;
a coger el trébole la noche de
San Juan.
A coger el trébole, el trébole, el
trébole;
a coger el trébole los mis amores van.
Luego los mozos se difuminan por los diversos rincones del pueblo para poner el ramo en
la ventana o balcón de la moza de sus amores que, en vela, observa entre
visillos la llegada de su querido galán.
En Valladolid tiene gran tradición la noche de San Juan, siendo celebrada en su mayoría en la “la playa de las Moreras” donde se reúne la gente en torno a las hogueras y arrojan a ellas sus deseos anotados en un papel. La celebración se ameniza con conciertos y casetas gastronómicas.
Más tarde, la Iglesia dio sentido religioso a esta fiesta, desde sus inicios pagana, conmemorando el día de San Juan Bautista, primo de Jesús por el que fue bautizado.
Ciñéndonos a la manera
de celebrar San Juan en San Román de Hornija, mi pueblo, llegan a mi mente
viejos recuerdos, aun sin desvanecerse, de aquella tan singular celebración que
hacíamos de esa fiesta. Digo singular porque no hacíamos hogueras ni otros
rituales que se hacían en otros lugares de la geografía española; podíamos
decir que, la forma de manifestarnos en tal evento, era tan peculiar y única
que merecería por su interés
desentrañar sus orígenes, y con la peculiaridad de que aquellos comportamientos
festivos eran poco comunes en los pueblos vecinos que nos circundan.
Consistía
en la celebrar ese día, 24 de Junio, una merienda entre jóvenes y todo lo que conllevaba,
porque esa merienda y sus preparativos se extendían a vísperas y días posteriores
con la justificación de dar por terminada las “sobras” o restos de dicha
merienda.
Había
unos proyectos preliminares ante la celebración de esa merienda de San Juan: las
chicas se esforzaban en la obtención de la casa sanjuanera, limpieza y
decoración de dicha casa, así como comprar todo lo necesario -actitudes
hoy un poco anacrónicas y obsoletas dado la actual liberación e igualdad en tareas que
propugna la mujer-. El chico, sin embargo, planeaba el emparejamiento o búsqueda de pareja; domingos antes, si quería participar de esa merienda y todo lo que
implicaba tenía que proponer a una chica, más o menos afín a sus gustos, tal
emparejamiento y ser correspondido por ésta última. En caso negativo a tal
aceptación, aparte del consiguiente desaire y vergüenza, era vulnerado
moralmente al ser sometido a los famosos “regueros”. Consistían éstos en un poco de burla entre el resto de la cuadrilla, más o menos amistosa y con un relativo
buen humor, en esparcir paja en forma de “reguero” entre el camino que separaba las casas de los
padres de ambos.
Ese formato de emparejamiento de jóvenes para convivir en cuadrilla también se llevaba a cabo en los carnavales. Era una apertura o evasión para aquella época, el baile de los domingos era siempre supervisado por los ojos bien atentos de madres o abuelas, así como todos los movimientos o situaciones poco ortodoxas en que podían incurrir dichos jóvenes.
Ese formato de emparejamiento de jóvenes para convivir en cuadrilla también se llevaba a cabo en los carnavales. Era una apertura o evasión para aquella época, el baile de los domingos era siempre supervisado por los ojos bien atentos de madres o abuelas, así como todos los movimientos o situaciones poco ortodoxas en que podían incurrir dichos jóvenes.
Hemos de aclarar que la gente mayor celebraba también esa merienda pero en las bodegas, entorno más próximo al pueblo.
Así, a media
tarde, partíamos exultantes para los plantíos, unos en burro, el que podía en
caballo, cantando canciones sanjuaneras con una alegría que nos desbordaba a
todos. A la caída de la tarde, regresábamos enramando las caballerías y
dispuestos a dar continuidad a la fiesta asistiendo al baile. Como ya dije
antes, la fiesta se prolongaba una o dos noches en la casa “sanjuanera”.
Bien recuerdo la siguiente anécdota ocurrida por estas fechas:
Bien recuerdo la siguiente anécdota ocurrida por estas fechas:
Hace ya algo más de 60 años y por las
meriendas en honor a San Juan, un joven de esta localidad iba a ir de merienda o con su cuadrilla a los plantíos.
Llega el criado bien de madrugada a casa
del amo, para
emprender una jornada de arada, buena persona, aunque con mala vocalización al
hablar. A la hora de enganchar los animales, le sorprende el no poder desatar
al caballo. Para resolver tal situación llama al dueño, padre del joven
sanjuanero, a voz de grito, diciéndole:
¡ Caballo candao!,
¡caballo candao! Ante la falta de comprensión de lo que decía, el dueño acude
personalmente a la cuadra y resuelve tal situación despojándole de su cabezada
al animal y poniéndole otra.
Al levantarse el joven
se quedó desconsolado. Encontró sobre el pesebre amarrados: candado, cadena y
cabezada, pero no caballo. A los plantíos asistió de merienda, pero llevando
como cabalgadura el burro.
Moraleja:
"Si a San Juan quieres ir bien montado,
dialoga antes, para
evitar el candado"
Así ha quedado en el
pueblo el dicho de: “caballo candao”, cuya semántica, por estos lares, hace
alusión a proyectos frustrados en general.
(Como
protagonista de dicha anécdota puedo dar testimonio de su veracidad).
Así veíamos los jóvenes de esa época aquellas fiestas
de San Juan. Ahora las tradiciones de los pueblos se han ido desvaneciendo, ha
cambiado la mentalidad e ilusiones de sus gentes, ¿O es que quizá seamos nosotros los
que hemos cambiado?, hasta el punto de ver desde otra perspectiva el mundo en el
que hemos vivido, que al pasar el tiempo todo llega a parecernos distinto, y
las pequeñas imágenes de aquella preadolescencia, aun siendo insignificantes, se
agrandan con el paso de los años y se gravan en nuestra mente hasta adquirir
dimensiones capaces de ocupar parte importante de nuestros recuerdos.
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