El verano ha dado ya sus últimos coletazos, apagándose lentamente esa intensidad de calor que ha proyectado el presente año. Las mañanas y las noches son ya frescas como consecuencia de la reciente llegada de la nueva estación. Los campos se visten de rojo, amarillo, marrón y demás tonos multicolores que anuncian la caída de aquella hoja verde que acompañaba a los frutos en verano. Las calles adquieren un olor especial a uva estrujada ¡Es que ha llegado el Otoño! ¡Estamos en tiempos de vendimia! Ahora corresponde recolectar esa uva madura que la madre naturaleza ha depositado en las cepas y de la que se sacarán ricos vinos jóvenes y mejores crianzas.
No debemos dudar que la
vendimia de hoy día ha mejorado, respecto a la de antes, en cuidados especiales, delicadeza y limpieza a
la que se somete la uva en su recogida. Antes valorábamos más el factor
cuantitativo, olvidándonos de aquellos elementos nefastos que acompañaban a la
uva en su recogida: como la tierra que se adhería en la base de los cestos y cuévanos
de mimbre, así como las hojas que también iban al lagar ocasionado una pérdida
de calidad de aquellos caldos que entonces se elaboraban. Hoy los enólogos
hacen un seguimiento, días antes de la vendimia, del estado del racimo para
llevar a cabo la recolección en el momento idóneo de madurez, glucosa, acidez,
etc. En una palabra, se realiza la vendimia de una manera más sofisticada.
Recordamos, aun siendo niños,
aquellas vendimias de entonces llenas de ilusión y alegría. Se empleaba como
medio de transporte los carros llenos de cestos de mimbre y vendimiadoras. Para
aposentar al personal se tumbaban cestos en la parte delantera del carro
que hacían de asiento a las personas. Había cierto pique, pero sano, entre las
cuadrillas de los distintos carros. Cuando los conductores de éstos eran
jóvenes había competición por adelantarse en aquellos caminos que conducían a
las viñas. Durante las horas de recogida se manifestaba la alegría cantando.
Era muy popular la pelea de chicos y chicas por hacerse lagarejos, que consistía
en estrujar un gajo o racimo de uvas en la cara del otro; pero todo sin
ofenderse, con mucha alegría y mejor humor.
Cada fila de cepas, que aquí
llamábamos líneo, era vendimiado por una pareja que portaba, cada uno por su
asa, el correspondiente cuévano que una
vez lleno de uvas se vaciaba en cestos de mimbre de mayor capacidad. Esta
actividad siempre era realizada a hombros de algún varón; mientras, las vendimiadoras, a falta de tal recipiente, seguían cortando racimos y echándolos en su mandil.
La siguiente fase era de
elaboración y se realizaba en las bodegas. Se pisaban los racimos de uva en
algún lagar o prensa para transformarlos en mosto. Ese mosto era trasladado a
las cubas por medio de recipientes llamados odrinas y gracias al fenómeno de la
fermentación ese azúcar de la uva se transformaba en alcohol y como
consecuencia en vino. Durante esos días, el paraje de las bodegas tomaba un olor o aroma característico, como efecto de esas fermentaciones que se estaban produciendo en las distintas cuevas o bodegas, así como al orujo que esperaba su conversión en aguardiente.
Si vendimiar es la acción de
cortar uvas, no podemos olvidarnos de aquellos “uveros” de San Román, que vendían
la uva de albillo, como fruta, por los pueblos de esta comarca. Llevaban el
fruto en banastas y con ayuda de burros, carros y romanas emprendían tal actividad
comercial bien de madrugada.
La vendimia era una actividad, en aquellos tiempos, eminentemente alegre, familiar y social.
POEMAS A LA VENDIMIA:
Ya dio alegre el fresco otoño
la señal de la vendimia,
y a su voz redobla el eco
por los valles y
colinas.
¡Los cestos, pues, se preparen!
¡Avísese a las cuadrillas!
y al campo salir gritando:
¡Honor al Dios de las viñas!
_ . _
¡Pero mirad qué alegres
mozos y mozas
invaden los viñedos
desde la aurora!
¡Ver qué alegría
pregonan los cantares
de la vendimia!
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