miércoles, 1 de mayo de 2019

Contratación de un vaquero para el pasto de "La Requejada” de San Román de Hornija el año 1952



Comunidad de ganaderos “La Requejada”



    He recibido de nuestro amigo Manuel Torres Gómez, asiduo colaborador de este blog, el contrato de trabajo relativo a un vaquero que prestó sus servicios en la “Requejada” de San Román el año 1952 y que publico a continuación. He considerado importante transcribirlo en el blog principalmente por su antigüedad, así como por ese espíritu de cooperativismo reflejado por los vecinos de nuestro pueblo en esa época, ya que hacían frente a los gastos comunes que generaba dicho pasto según el número de ganado que poseían y allí pastaba. 

Contrato:



































    La antigüedad del documento hace que los caracteres de lectura sean poco legibles; es por lo que tengo a bien reproducirle por actuales medios de escritura:
Copia:


    En San Román de Hornija a diez de Mayo de mil novecientos cincuenta y dos, se reúnen de una parte D. Honorino Torres Motrel, casado, mayor de edad, propietario y vecino de esta localidad, en nombre y representación de los vecinos que echan al pasto de la Requejada sus ganados, y de otra parte, D. Severino Braulio Diez, casado, mayor de edad y de profesión vaquero, natural y vecino de Vadillo de la Guareña, y acuerdan lo siguiente……………

1º El Severino Braulio Diez se compromete a guardar los ganados que aprovechan los pastos de la “Requejada” desde esta fecha, o mejor dicho desde el día primero de junio del año actual, hasta el treinta y uno de mayo del próximo año mil novecientos cincuenta y tres.

2º El citado percibirá en concepto de sueldo, la cantidad de Siete pesetas mensuales por cada res que aproveche pastos.

3º Mil pesetas de soldada y casa habitación pagada por los amos de las reses y Cinco pesetas, por botas cada res al año.

       Y para que conste se extiende la presente por duplicado y a un solo efecto, que firman los comparecientes, en el lugar y fecha arriba indicados.
Firman y rubrican:

      
         Honorino Torres                         Severino Diez


     
    El vaquero Severino Braulio Diez, al que llamábamos Braulio, llegó ese mismo año 1952 a nuestro pueblo y residió en él unos 15 años, desconociéndose el  actual paradero de esa familia. Su mujer se llamaba Dolores y tenían dos hijos, el mayor se llamaba Amador, con una gran quemadura en una mano, y el menor, algo más travieso, se llamaba Santiago, al que llamaban "Chago".

    El vaquero Sr. Braulio era un personaje muy peculiar en nuestro pueblo. Ya mencionamos en este blog una anécdota relativa a un vaquero en el artículo: Anécdotas escuchadas en San Román de Hornija”. No podemos confirmar con rotundidad que el protagonista fuera el Sr. Braulio, aunque hay muchas posibilidades de que fuera él.

La correspondiente anécdota decía así:

    Cuentan que, no encontrando vaquero para cuidar el ganado del pasto de la “Requejada” de San Román de Hornija, los ganadores afectados y que se beneficiaban de dicho pasto acudieron a otro pueblo donde encontraron un vaquero algo mentiroso. Como dice el refrán ¡Al mentiroso se le coge antes que a un cojo! Un día ocurrió lo siguiente:

    Estando en un bar de San Román el susodicho vaquero, se vanagloriaba de sus grandes aptitudes natatorias y decía:

- Yo antes iba a trabajar a una finca que estaba al otro lado del río de mi pueblo y le cruzaba nadando.

A esto, un escuchante le pregunta:
¿   - ¿ Y qué hacías con la ropa?

El vaquero mentiroso no sabiendo que responder contestó:
- Volvía luego a por ella.
-       -

lunes, 1 de abril de 2019

La mili



Y dices tú de mili….




    Hoy vamos a tratar sobre una experiencia que algunos vivimos y que otros, más jóvenes, se han librado de ella. Nos referimos a ese servicio a la Patria que se llevaba a cabo entre los jóvenes al cumplir los 20 años, llamado vulgarmente mili. Era llevar una vida militar alrededor de un año, con la idea de prepararse para defender su nación en caso de conflicto bélico. La palabra “quinto” tiene su origen en el decreto de Carlos III, que decía: que uno de cada cinco jóvenes debía incorporarse al ejército, fue el nombre que se utilizó para todos los mozos que se incorporaban a filas, aunque los procedimientos para hacerlo fueron cambiando con los años. El año 2001 fue el último remplazo de cumplimiento de la mili. En enero de 2002 quedó suspendido el servicio militar obligatorio, pasando a nutrirse de profesionales. Años antes se había permitido su incumplimiento a “los objetores de conciencia”, aunque tenían la obligación de cumplir este periodo de tiempo colaborando con algún organismo de carácter Social.

    En los pueblos, un año antes de incorporarse a filas se les empezaba a llamar “quintos” donde el llegar a ser quinto imprimía un carácter entre los jóvenes. Era el llegar a una etapa de la vida de convertirse en adulto para presentarse a un próximo reclutamiento a filas, aparte de algunas prebendas o reconocimientos que le daba acceso, especialmente en nuestro pueblo, a múltiples eventos: poner el “mayo”, participar, exponiendo la correspondiente relación, en las carrera de cintas y gallos en carnavales, autorización por el propietario del monte próximo de Cubillas de una cacería anual y la correspondiente merienda. Sin olvidar de otras meriendas en las bodegas, cánticos por las calles a altas horas; es decir que el ser quinto era ser acreedor de ciertos privilegios y cierta permisividad reconocida por todo el pueblo.

    El protocolo para reclutar ciudadanos era más o menos como sigue: al cumplir los 19 años de edad nos alistábamos en el Ayuntamiento correspondiente a nuestra localidad de nacimiento. Si superábamos la talla mínima de 140 cm. y no alegábamos impedimento físico quedábamos declarados “aptos para el servicio”. La incorporación, después de un "sorteo de reclutas", se hacía al año siguiente en la Caja de Reclutas de nuestra provincia, con la certeza de ser destinados, casi siempre, fuera de su región de residencia, o lo que era peor tocarte para África: Ceuta, Melilla o el Sahara. A pesar de todo ello, en los pueblos se organizaban fiestas, las "Fiestas de Quintos" con los mozos que se iban a la mili.

La Mili a través de la historia:
    Antiguamente, los ejércitos eran de leva mercenaria. Se reclutaban los soldados por el tiempo exacto que duraban las guerras. Escogían normalmente a vagos, mendigos y marginados. Una vez terminadas las batallas, volvían a sus lugares de origen. Generalmente regresaban con el botín que habían expoliado en los asaltos de las poblaciones, además del sueldo, paga o "soldada" con que fueran contratados. La Oficialidad en esos tiempos estaba casi monopolizada por la nobleza.

    Durante la Revolución Francesa (1793) se empezó a hablar de “el pueblo en armas”. Surgió la doctrina de que "todo ciudadano ha de ser soldado y todo soldado ciudadano", (Ley de Jourdan-1798). Fue la fecha de inicio del Servicio Militar en la historia de las naciones que copiaron todas del modelo francés y años después también del modelo prusiano.

    En España, aunque en 1704 la dinastía de Borbón introdujo el sistema de reclutamiento forzoso, fue el 3 de noviembre de 1.770 cuando el rey Carlos III dictó una Ordenanza en la que uno de cada cinco jóvenes en edad militar (las Quintas), entre los 18 y los 40 años, mediante sorteo, tendrían que incorporarse cada año al Ejército. Sus nombres se extraían del padrón de mozos que formaban el censo militar. Ir a la mili era "servir al Rey".

(Reales Ordenanzas de Carlos III)

    A partir del año 1812, con la Constitución liberal se impuso ya el reclutamiento  para todos aunque todavía no abarcaba al conjunto del país. El soldado del Rey era el soldado de la Nación, convirtiendo el Servicio Militar Obligatorio en un deber constitucional. Cada Quinta (grupo de personas nacidas en un mismo año) era reemplazada por otra al finalizar su servicio. De ahí la palabra "reemplazo". Con la vuelta del régimen conservador se instituyó una ley clasista llamada de Redención y Sustitución, que permitía la aceptación de sustitutos y la exención total o parcial, proporcionalmente a la cantidad de dinero que se pagara al Estado, entre 2.000 y 6.000 reales. Los hijos de las clases altas quedaban exentos o pagaban a otros de condición más humilde para que les sustituyeran en la mili o en la guerra, como sucedía al final del Siglo XIX en los conflictos de África, Cuba y Filipinas. Había compañías privadas de seguros que se encargaban de gestionar estos pagos. En una palabra: una enorme injusticia pues iban a la guerra sólo los pobres. Las familias humildes se arruinaban tratando de pagar un dinero para evitar que sus hijos fueran a combatir.

    Aún así, a lo largo del siglo XIX, los reglamentos de reclutamiento cambiaban constantemente, dependiendo de cada gobierno de turno. En Navarra, País Vasco y Cataluña el reclutamiento era voluntario todavía. Durante la I República Española (Ley de 1873) se abolió el Servicio Militar Obligatorio, dejando un ejército de voluntarios de entre los 19 a 40 años de edad y una ley de movilización de reservistas para caso de guerra (Decreto: 7 Enero de 1874), hasta la Constitución de 1876 en que volvió a implantarse la obligatoriedad en toda España. La Ley Constitutiva del Ejército de 1878 proclama solemnemente el reclutamiento nacional, pero se mantienen las «sustituciones» y «redenciones en metálico» en el Reglamento de Reclutamiento de 1885. La mili duraba en aquella época ¡ocho años! Cuatro años de servicio activo y otros cuatro de reserva. A pesar de todo ello hubo soldados de remplazo que fueron héroes.

    En el Reglamento de Reclutamiento y Reemplazo de primeros del Siglo XX se abolieron los sistemas de Quintas implantándose uno nuevo  en el cual seguía habiendo injusticias. Incluía de nuevo la modalidad de "Redención a Metálico y Sustitución". Los hijos de nobles y clases pudientes pagaban al Estado para no ir a la guerra. Eran los llamados “soldados de cuota” y era la época de la  guerra de África. Se libraban de la mili o pagaban a otros para que se la hiciese. Esto causó a veces graves incidentes como ocurrió con la llamada “Semana Trágica de Barcelona”: una sublevación de la población catalana el 26 de julio de 1909 que no aceptaba que sus hijos murieran impunemente en la guerra de Marruecos, la mayoría de ellos reservistas que ya habían hecho la mili. Esta sublevación produjo más de 100 muertos. El 27 de julio del mismo año, empiezan a llegar a la Península las tristes noticias de la masacre ocurrida en dicho día en las proximidades de Melilla; cuando dos Batallones de la Brigada de Cazadores, al mando directo del general don Guillermo Pintos,  se adentraron por una de las vaguadas del monte Gurugú, conocida como el Barranco del Lobo, siendo atrapados entre dos fuegos por los moros (rifeños) que ocupaban las alturas, saldándose la operación con cientos de cadáveres, entre ellos el del propio general jefe de la Brigada. Estos sucesos incrementaron las protestas en muchos puntos de España.

    La situación injusta creada por este tipo de reclutamiento se arregló parcialmente con el Reglamento de 19 de Enero de 1912 y la Ley de Bases del Servicio Militar, la figura del "soldado de cuota" seguía existiendo pero no eximía de la mili sino que como mucho la reducía en el tiempo. Podía elegir la Unidad militar en donde servir y corría a su cargo el vestuario y el equipo. La cuota a pagar según los casos variaba entre 1.500 y 5.000 pesetas. Mucho dinero para aquellos tiempos. El "soldado de cuota" se mantuvo durante la II República hasta 1.936  y desapareció con la ley de Reclutamiento del año 1940.

    Como es obvio, durante la Guerra Civil (1936-1939) se movilizaron innumerables quintas forzosas en ambos bandos, incluso la "Quinta del Biberón" denominada así por la escasa edad de sus componentes (16 a 18 años). Sin embargo de poco les sirvió ya que, después de la guerra, muchos tuvieron que volver a hacer el servicio militar y los vencidos que estaban en campos de concentración (como los de Madrid, Miranda de Ebro, Reus, etc.) y los que no fueron a la cárcel, lo hacían en batallones disciplinarios durante 24 meses.

    La mili, con la Ley de 8 de Agosto de 1940 se hizo más justa y universal. Hasta bien entrada la posguerra duraba dos años. Al inicio de los años 50 del siglo XX la mili se fue “suavizando” poco a poco. Los hijos de viuda o los que eran responsables del sustento familiar quedaban exentos. Igualmente los trabajadores de sectores estratégicos de interés nacional: minería, energía eléctrica, etc... Los universitarios podían optar por pedir prórrogas de estudios, lo que les ocasionaba hacer la mili casi con 25 años de edad. Estos últimos también podían elegir la Milicia Universitaria, una mili de varios años repartida en dos períodos de tres meses de Campamentos y Academias, con la posibilidad de alcanzar los grados de sargento o alférez, haciendo un último tramo de 6 meses de prácticas en un cuartel. En los años 60 se promulgó la última Ley 55/1968, cuyo título era «Ley General del Servicio Militar. La mili duraba 16 meses yendo de reemplazo, sin embargo, se podía ir voluntario antes de la edad reglamentaria, firmando por 20 meses. Esto último tenía la ventaja de elegir la unidad militar en donde hacerla.

    Con la aparición de los movimientos pacifistas e insumisos se fueron promulgando leyes de exención de diversos tipos, como la Ley de Objeción de Conciencia, B. O. de las Cortes» del 1 de diciembre de 1983, Prestación Social sustitutoria, etc... y así hasta el 31 de Diciembre de 2001 (Real Decreto 247/2001) en que se suspendió la mili (no se suprimió) para ser reemplazada progresivamente por el actual Ejército Profesional.

DURACIÓN DEL SERVICIO MILITAR A TRAVÉS DE LOS AÑOS:

1800 - 8 años
1821 - 6 años
1837 - 8 años
1867 - 4 años
1881 - 3 años
1912 - 3 años
1924 - 2 años
1930 - 1 año
  1943 - 2 años
       1968 - 18 meses
 1984 - 1 año
      1991 - 9 meses

    La mili fue siempre en nuestro país un tema polémico. Para unos era una pérdida de un año de juventud y de libertad para no aprender nada: Sin embargo creo que la mili aportó algo positivo en los jóvenes de entonces: 

    Creo para los que procedían del mundo rural, de aquellos pueblos aislados de entonces, fue muy enriquecedor el tener un contacto con el exterior, conocer gentes de otras regiones, crear espíritu un de camaradería y aprender a convivir hasta en la adversidad. Prueba de ello la tenemos en las grandes amistades que se hicieron en la mili y aun perduran en algunos.

-      En el aspecto educativo y formativo muchos fueron analfabetos y volvieron sabiendo leer y escribir y las cuatro reglas. Sin olvidarnos de aquellos alistados en el cuerpo de automovilismo que pudieron aprender mecánica y sacarse en Carnet de conducir, válido para la vida civil.

-       Por último creo que a determinados jóvenes actuales les sería bueno la mili con el fin de hacerles un poco más humildes, disciplinados e inculcarles a acatar normas y obedecer. 

Vocabulario empleado en la Mili:

Abuelo: Veterano a punto de licenciarse.
AsistenteSoldado asignado a las órdenes de un oficial. Tenía la ventaja de ir vestido siempre de paisano y librarse de desfilar, pero había veces que el oficial se las traía. Esta figura desapareció alrededor de 1970.
El Aspirino: El sanitario.
Batallón disciplinario: Unidad especial a la que iban a parar desertores, violadores, homosexuales, testigos de Jehová… tras una sentencia de un consejo de guerra. Fue famoso el de Cabrerizas (Melilla) trasladado más tarde a Hausa (Sahara). Se disolvió en 1964.
Bicho: Novato recién llegado.
Bisa: Veterano a punto de licenciarse.
La Blanca: Cartilla militar, al ser de ese color después de los años sesenta. Antes era de color verde y, por supuesto, se le llamaba ‘la verde’.
Bromuro: Algunos reclutas sospechaban que les echaban esta sustancia química en el rancho para no tener erecciones. Hay quien asegura que era cierto, pero antes de los años sesenta.
BultoNovato recién llegado.
Calabozo: Pequeña cárcel que había en los cuarteles para aquellos que cometían faltas consideradas graves.
Cantina: Bar para la tropa.
El Chispa: El electricista.
Chivo: Novato recién llegado.
Chopo: Fusil.
ChuscoRación de pan.
ChusqueroSoldado, cabo o cabo 1º que se reenganchaba para seguir en el Ejército. También acompañaba este apelativo a oficiales y suboficiales que no se habían formado en una academia.
Conejo: Novato recién llegado.
CuarteleroSoldado que vigilaba la puerta de la compañía, normalmente armado con fusil y bayoneta. Avisaba de la llegada de algún mando con gritos: “¡Compañía, el capitán!” “¡Compañía, el teniente!”.
Cuerpo de guardiaCuarto grande en el que se alojaba la Guardia. Tenía armero, mesas, sillas y literas.
DianaToque de corneta para obligar al recluta a dejar la cama. La letra popular decía: “Quinto levanta, tira de la manta./ Quinto levanta, tira del colchón,/ que viene el sargento/ con el cinturón”. Antes del obligatorio y necesario aseo, el sargento o cabo primero de semana pasaba lista.
EmpanadoTorpe, atontado.
Empurado: Arrestado.
EscaquearseDesaparecer sin ser visto. Escaparse de los servicios simulando que se cumplen.
EscribienteSoldado destinado en la oficina.
Estar ‘Lili‘: Estar licenciado.
FaginaToque de corneta que avisaba de que era la hora de comer, la hora del rancho. 
FurrielSoldado o cabo que organizaba la plantilla de servicios. A veces también se encargaba del armamento y el vestuario. Según los casos, era el más odiado o querido por los reclutas.
GaritaHabitáculo a modo de caseta, con puerta y mirillas, en donde el soldado se podía refugiar de la lluvia y el frío.
GariteroEl que estaba de guardia. 
Guripa: El que entraba de guardia.
Hogar del Soldado: Bar o cantina con televisor, juegos de mesa, futbolín, biblioteca, etcétera.
Imaginarias: Soldados que vigilaban los dormitorios por las noches. Tenían cuatro turnos, relevándose cada dos horas. El peor era el tercer turno porque partía la noche y al que le tocaba no podía dormir. Los mejores eran el primero o cuarto turno porque se podía descansar algo.
Ir de bonitoLlevar el uniforme de paseo.
Maestro armeroSuboficial encargado del ajuste y reparación del armamento. También era el que canalizaba muchas quejas, cuando se decía “¡Vete a reclamar al maestro armero!”.
Marcha de infantesToque de corneta para recibir al general, popularizado con la letra, “Ya viene el pájaro, ya viene el pájaro, ya viene el pájaro, cuando se irá”.
Meter un puroMeter un arresto.
Mosquetón: Fusil corto de cerrojo con peine de cinco cartuchos, del calibre 7,92. 
NovatadasBromas, algunas crueles y de muy mal gusto, que hacían los veteranos a los reclutas.
Novia: Fusil.
Oración: Toque de corneta que se ejecutaba después de arriar bandera. También se tocaba por las mañanas en versión corta para avisar a reconocimiento médico.
Orden del día: Papel en el que se relacionaban los servicios que había en el cuartel al día siguiente, así como la minuta (comidas) y demás actividades. Era leída por el sargento de semana, con la compañía formada, previa voz de mando de “¡Descubrirse a la orden!”.
Ordenanza: También llamado ‘machaca’, soldado encargado de llevar y traer papeles oficiales.
Padre: Soldado veterano.
Pelar patatas: Arresto que se cumplía en la cocina pelando patatas o trabajando de pinche. Era la frase que más decía algún mando para espabilar a los reclutas: “¡Los últimos en formar, a pelar patatas!”.
Peluca: Peluquero.
Pelusa: Recluta ‘pelao al cero‘. Era un arresto habitual en alguna época (junto al de pelar patatas).
Petate: Bolsa de lona grande de color caqui, con ojales metálicos en su parte superior para poder ser cerrado con un candado. Se usaba para llevar la ropa durante los viajes y maniobras.
Pili y Mili: Policía Militar. Soldados con casco blanco que apuntaban el nombre de algún recluta o soldado (para posterior arresto) si le pillaban por la calle sin gorra, con un botón desabrochado de la guerrera o con las botas sucias
PlanearFregar el suelo.
Plantón: Estar en un sitio de vigilancia. Se decía “estar de plantón”.
PolloNovato recién llegado.
Prevención: Cuarto de arrestados al lado del Cuerpo de Guardia.
Principal (La): Garita de la puerta principal. Guardia de la puerta principal del cuartel.
Provisiones: Servicios en turnos de 24 horas que se hacían trabajando en las cocinas.
Quinto: Novato recién llegado.
Rancho: Comida.
Recluta: Novato recién llegado (se era recluta hasta que se juraba bandera y entonces ya era soldado).
Relevo: Toque para hacer el relevo de la guardia saliente.
Retén: Grupo de guardia suplementaria para reforzar a la guardia de la Principal. También llamado ‘refuerzo’.
Revista de policíaRevisión de la limpieza e higiene de las instalaciones del cuartel.
Santo y seña: Cuando dos soldados de guardia se encontraban cuando estaban de ronda, para reconocerse tenían que dar una clave cada uno de ellos. El primero que hablaba daba ‘el santo y seña’ y el otro ‘la contraseña’. Por ejemplo uno decía ‘Pablo-Palencia’ y el otro ‘pistola’.
Sargento de puertasSuboficial que se situaba en la puerta del cuartel a la hora de paseo de la tropa y pasaba revista, prestando especial atención al corte de pelo y a las botas.
Servicios mecánicos: Trabajos que no estaban relacionados con las armas, como barrer o fregar.
TaquillasArmarios metálicos con candado para guardar la ropa o cualquier cosa.
Turuta: Corneta. El que tocaba la corneta.
WisaVeterano a punto de licenciarse.
Zeta, ElSubfusil Z-45

viernes, 1 de marzo de 2019

Los monaguillos



Yo también fui monaguillo



    Antes, la mayoría de la gente de mi generación, cuando éramos niños fuimos monaguillos alguna vez. Oficio éste que realizábamos en los albores de nuestra temprana edad. Era una participación de ayuda al sacerdote en determinados cultos y a la vez imprimía en nosotros un espíritu de apariencia, ante los demás, ya que nos considerábamos más mayores al ser capaces de realizar tal cometido. 

    Al principio, nuestra inexperiencia hacía que dependiéramos de las indicaciones de los monaguillos ya veteranos. Podíamos decir que era una responsabilidad o cometido que se iba aprendiendo a través de la observación e imitación a los más mayores, pero una vez que cogíamos experiencia, no había problema para realizar las tareas propias del “monaguillo”, entre otras: acercar el incensario y la naveta con el incienso, acercar la jarra de agua para el ritual del lavado de manos, las vinajeras con el agua y el vino para la Consagración, tocar la campañilla en los momentos oportunos, cuándo sentarse, arrodillarse y cómo acompañar al sacerdote portando la bandeja en el momento de “dar” la Comunión. También éramos unos privilegiados que, sin embargo, abusando de nuestra condición, nos bebíamos de vez en cuando el vino dulce de las vinajeras sin consagrar, por supuesto, lo que suponía, cuando éramos descubiertos, una reprimenda por parte del cura.

    Participábamos los monaguillos ayudando al oficiante, nosotros decíamos “vamos a ayudar a Misa”, en una época donde la misa era la Tridentina, oficiada exclusivamente en latín. Al principio, nuestra inexperiencia hacia que dependiéramos de la indicaciones de los monaguillos ya veteranos. El sacerdote oficiaba en latín (nosotros contestábamos sin saber lo que decíamos, porque desconocíamos por completo el latín) y en la cual el sacerdote estaba en su mayor parte de espaldas a los feligreses, salvo los saludos y las lecturas que las hacía de cara a ellos. La Misa no comenzaba en el Altar, sino en las escaleras de subida al Altar, con el “Introito”. Recuerdo aquellas incomprendidas palabras resonando en aquel silencio y el alto techo de la iglesia de nuestro pueblo.

    Gracias al Concilio Vaticano II, iniciado por el Papa Juan XXIII, tan silenciado en estos días, pasamos a la apertura del castellano y altar en el centro, lo que permitió abrir nuestras mentes con una participación más cercana al oficiante, y además se introdujeron nuevas canciones como: “Tu palabra me da vida”, Pescador de hombres”, “Vaso nuevo“, “Qué alegría cuando me dijeron”, “Una espiga dorada por el sol”, “No podemos caminar” etc., considerando las canciones como otra forma de orar.

    Nuestras funciones no consistían exclusivamente en la sencilla y rutinaria tarea de ayudar a misa. Debíamos también tocar a misa, aunque esto lo hacían generalmente los chavales mayores. Una de las funciones más singulares del monaguillo era la de acompañar al cura en los entierros, igualmente participábamos en las bodas y bautizos; en una palabra aprendimos a discernir estados de tristeza de otros de alegría. Refiriéndonos a bodas y bautizos, al terminar la ceremonia acechábamos a padres y padrinos en busca de alguna propina que pudiera mejorar aquellas humildes economías, como premio a nuestra participación como acólitos. También nos llegaba alguna moneda de 10 céntimos a la semana aportada por el cura, aunque dicho emolumento dependía de la generosidad de éste.

    En la sacristía nos esperaban, para los grandes días de fiesta litúrgica, las sotanas rojas y los roquetes blancos que nos revestíamos para salir en procesión. Tres monaguillos íbamos delante, uno portando la Cruz y los otros un candelabro alto cada uno. Detrás iba otro monaguillo, con la naveta e incensario, acompañando al sacerdote.

    Recuerdo que existía en la sacristía un atril de madera que sólo se usaba en los funerales y que se cubría de un ornamento negro para tales oficios. Era tradición que las distintas generaciones de monaguillos escribieran allí, a lápiz, su nombre. Siempre me sorprendió la permisividad del cura que hacía “oídos sordos” ante tal hecho. A veces, pienso que tal tolerancia podía ser un gesto de agradecimiento ante servicios prestados, o tal vez por motivos estadísticos, donde quedara reflejado las distintas generaciones de monaguillos que habían colaborado con nuestra parroquia. 

    Decía más arriba, que balbuceábamos un latín tosco, sin saber lo que decíamos: ”Et cum spiritu tuo”, “Gloria tibi Domine”, “Deo Gracias”, “Amen” etc.., pero si aprendí el significado de palabras como: alba, amito, casulla, capa pluvial, roquete, estola, hisopo, incensario, naveta, birrete, crisma, misal, ambón, cáliz, patena, atril, palio, ángelus, vísperas, sacristía, ánimas, etc. Son historias que forman parte de mi infancia, como evocación de aquel muchacho de pueblo que fui.

    Ahora apenas hay monaguillos que colaboren con los sacerdotes en la celebración de la Santa Misa, así como en la administración de los sacramentos, actividad infantil que está en extinción. En la actualidad parece que está resurgiendo en algunas iglesias dicha participación infantil, dando paso a la incorporación de niñas como monaguillas.

viernes, 1 de febrero de 2019

Oficios que desaparecieron en nuestro pueblo -3 -



    Se cree que el oficio de zapatero pueda tener una antigüedad de unos 15.000 años, siendo una de las primeras profesiones que nació con el ser humano. 

     Consiste en la fabricación y reparación del calzado de forma totalmente artesanal, y principalmente con cuero. En el caso de los que fabricaban nuevos zapatos, eran conocidos como maestros zapateros; y aquellos que reparaban el calzado, como zapateros remendones o zapateros viejos. 

    La formación de los zapateros se realizaba desde temprana edad, a partir de la dinámica maestro-aprendiz. Algunos niños asistían, a la edad de 12 ó 13 años, a los a los talleres de los maestros zapateros para aprender dicha profesión  Los gremios y los talleres familiares fueron durante mucho tiempo los espacios de instrucción de las nuevas generaciones de zapateros, los cuales aprendían desde esa edad temprana.

    Como no recordar aquellos antiguos zapateros, profesión hoy muy extinguida por dos causas principales. La primera sería que al mejorar la sociedad el nivel de vida cualquier calzado descosido ya no se repara se tira a la basura y la segunda es el uso actual de zapatillas deportivas. En los tiempos actuales no se apura tanto ni la ropa ni el calzado.

    Era digno de ver aquellos hombres con un mandilón de cuero colgado al cuello, sentados siempre alrededor de una pequeña mesa cosiendo para reparar o fabricar calzado. Los actuales zapateros han ido olvidando la aguja sustituyéndola por cola de contacto.

    Una habitación de la planta baja de la casa de estos laboriosos  artesanos la destinaban para ejercitar este  meritorio trabajo.  Aun recuerdo, en aquellos pequeños talleres, aquel olor a cuero que  caracterizaba aquellos aposentos, también a líquidos colorantes, a cera, a olor intenso y penetrable a betún, unido a una diversidad de olores de los zapatos de los clientes que esperaban su reparación. Toda esta malgama de olores creaba una atmósfera característica, que lejos de su rechazo, disfrutábamos los niños cuando nuestras madres nos mandaban, casi siempre, a llevar calzado en mal estado al taller del zapatero. La recogida la hacían éllas para pagar la minuta de tan laboriosa tarea.

    Los zapatos viejos a reparar permanecían, unidos todos, formando un montón en un rincón en total desorden, esperando pasar, un día determinado, a las manos del reparador. Admirábamos como el zapatero identificaba la propiedad de cada uno de ellos. Parecía  que aquellos viejos y destartalados zapatos se comunicaban con el artista por medio de un lenguaje especial. 

    Trabajaba sentado en una silla baja, con el delantal ya mencionado, casi siempre impregnado de manchas negras y rojas producidas por el contacto diario con los tintes característicos de cada zapato. Exteriorizaba algún que otro corte en sus manos, tal vez  provocado por descuidos de la afilada y larga cuchilla  con la que cortaba el cuero. Trabajaba alumbrado por una bombilla colgada del techo que proyectaba una escasa luz sobre la pequeña mesa.

    Me asombraba ver aquella pequeña mesa donde trabajaba, la que poseía pequeños compartimentos donde distribuía: tachuelas y clavos de distintas medidas, piezas de metal en forma de media luna que servían para que no se desgataran las punteras de las suelas y tacones y que emitían un característico sonido al andar. Recuerdo que de niños si nos las ponían en las botas, los compañeros nos decían: ¡Te han puesto herraduras!. Tal vez, buscando un símil irónico con las caballerías. La diminuta mesa, también contenía leznas de distintos tamaños para poder perforar el duro cuero y dar paso a la aguja que cosía. Para la costura empleaba hilos de bramante que impregnaba con alguna cera y así conseguir una mayor resistencia de éstos, que pasaban a llamarse cavos.

    Otra herramienta que utilizaba, aparte del martillo un poco achatado y las tenazas era la horma. La horma era un extraño artefacto capaz de hacer más grandes las botas, casi siempre de los niños. El objetivo era conseguir un número más para así alargar el aprovechamiento de éstas en consonancia con el crecimiento del pie. Cuando había hermanos menores, estando aun utilizables, no se requería la función de la horma.     

    Así eran aquellos zapateros de mis tiempos donde no faltaba  algún tertuliano que acompañaba al maestro mientras ejercía su trabajo. “Zapatero a tus zapatos” o “Con ellos ando”, frases las dos muy utilizadas y que se perderán con el tiempo como se están extinguieron los zapateros. Sirvan estas líneas como homenaje a estos artesanos y abnegados hombres que dejaron huella en nuestro pueblo. 
  
    Como no recordar al Sr. José el zapatero, que tenía su taller y vivienda en la plaza de la “Anchura”, al Sr. Aquiles que vivía y trabajaba en una casa que hacía  esquina con “Carreiglesia”, hoy llamada de D. Juan Mora Garzón, también recuerdo a un zapatero mudo que montó su taller en casa de la Sra. “Chamena”, también llamada la “Chata”. Al parecer se estableció en San Román durante algunos años por ser su esposa sobrina de la anterior. Cuando no existía ningún zapatero en San Román venía, los domingos, un zapatero  ambulante de Morales para entregar los ya reparados y recoger los de reparar.

    Aún recuerdo a la tía “Chamena”, que vivía en “Cantarranas”, aunque hablar de élla sería salirnos un poco del tema, creo que personaje tan peculiar bien merece su mención. Era soltera y sobrevivía haciendo alguna faena del campo: recogía leña, ataba manojos y sus últimos años fue enterradora, pero no como empleada municipal de tal puesto, hacía tal actividad por libre sobreviviendo de las propinas que las familias la daban. Era, según ella decía, sobrina de D. Bernardo Barbajero, aquel deán de la catedral de Madrid, - biografía que reflejamos en otro artículo en este blog- aunque fue desheredada de la herencia de éste al morir. Nunca entendimos el enigma de tal comportamiento en persona tan filántropa como D. Bernardo, tal vez, fuera a causa de que la “Chamena” era anticlerical y poco creyente. Por todo ello, cuando hablaba de su tío le decía de todo menos sus virtudes.

lunes, 7 de enero de 2019

Relato de un viajero a San Román en los años 60



Alguien que visitó nuestro pueblo



    Desde un tiempo acá, he tenido verdadera adicción a recopilar todo tipo de documentos que hicieran alusión a nuestro pueblo. Hoy encuentro, entre ellos, una fotocopia de un documento a modo de relato de algún viajero que visitaba algunos pueblos de nuestra provincia, entre ellos el nuestro, sobre los años 60. Aunque no recuerdo como llega a mis manos ni el nombre de tal viajero, al considerarlo anecdótico y estimable en aquella época y con un estilo de contar muy similar al de Camilo José Cela en su “Viaje a la Alcarria”. Viajeros de entornos distintos: uno lo realiza sobre la provincia de Valladolid y el otro en la provincia de Guadalajara, concretamente sobre la comarca de la Alcarria, pero ambos reflejan con sencillez la fisonomía de esa España rural de la postguerra; es por lo que tengo a bien publicarlo en nuestro “blog”:  


    En la polvorienta Plaza Mayor de San Román de Hornija los mozos del 60 han plantado un “mayo” altísimo, en cuyo penacho de ramaje cuelga un grajo muerto. Allí cerca un vendedor ambulante ha detenido su fementida furgoneta a la sombra, para exponer su modesta mercancía: piezas de tela burda, trajes hechos de niño, retales, artículos de mercería. A su alrededor regatean las mujeres del pueblo. El hombre cierra el trato con una de las compradoras:

-¡Bueno, la dejo el lote en setenta y ocho pesetas; pero ni una menos.

La compradora accede, aunque expresa una duda:

- ¿Y como pago yo esas pesetas? Porque yo sólo entiendo las cuentas por billetes.

- Verá, usted me da un billete de cien y tres pesetas más; entonces yo la devuelvo un billete de veinticinco pesetas, y ya está hecha la cuenta.

- Pero el billete de cien es más que setenta y ocho pesetas, no lo entiendo bien.

- Es que yo la devuelvo uno de veinticinco.

- ¿Cuándo?

El vendedor alza los brazos y aprieta los dientes.

-¡Ahora mismo señora! Para arreglarlo de una vez, tome usted las veinticinco pesetas por delante.

La alarga el billete de cinco duros, que aquella toma con satisfacción, y entonces entrega el de cien más tres pesetas rubias. La compradora comenta:

- Bueno, así ya es otra cosa. 


    Don Adolfo, el cura párroco, nos lleva a la iglesia. Un templo erigido en parte del monasterio que fundó Chindasvinto hacia el año 650, para que en él reposaran los huesos de Reciberga, su mujer. En el retablo del altar mayor sobresale un cuadro de gran tamaño, oscuro, de escaso mérito, pintado en el año 1797, que representa el horroroso martirio de San Román, a quien clavaron agudos garfios, le cortaron la lengua, pasándole después por la hoguera, para estrangularle finalmente.

    La pila de agua bendita es artística y de gran interés. Se trata de dos capiteles del anterior monasterio, unidos por los collares. El capitel superior está labrado de modo semejante al corintio. Sirvió de pila para lavar ropa durante muchos años, hasta que fue rescatada para la parroquia. De la misma época que estos capiteles es una delgada columna que sostiene el púlpito, debajo del cual hay un pozo en el que mana agua fina y fresquísima.

    En la capilla del Cristo de la Red se guarda un monumento histórico importante: las tumbas de Chindasvinto y Reciberga. Los restos del rey y la reina permanecen guardados en una urna de alabastro, oculta por unos tableros dados de yeso y mal pintados. El sepulcro es, al menos exteriormente, no solo sobrio, sino pobre. En la pared aparece adosada una lápida de mármol negro, en la cual con letras doradas, se escribieron unos hexámetros, que bien pudiera haberlos compuesto el propio Chindasvinto. Son unos versos bellísimos que el sacerdote lee dulce, lentamente, con la más adecuada música de fondo: el canto de los pájaros posados en las acacias del jardín frontero al templo. El poeta dice que si pudiera rescatar la muerte con oro y joyas, nada podría quebrar la vida de los reyes, aunque en conclusión inmediata es que ni el dinero redime a los reyes, ni el llanto a los necesitados, por lo que se limita a invocar a la amada Reciberga, con la que se reunirá “cuando la llama voraz queme la tierra”.  

    A la salida de la iglesia, el sacerdote nos hace notar que, arrimados a las casas, a manera de poyos, hay un gran número de fustes que indudablemente lo fueron de las columnas del monasterio. Así se da en San Román el inesperado acontecimiento de que los vecinos tomen el sol, o el aire, descansando sobre los vestigios de un templo godo. También alguien nos comenta, con dolor, que ya hace muchos años, un anticuario alemán compró lo que no tenía precio: la espada y la cota de malla de Chindasvinto, aunque la noticia es posible que sea un rumor con escaso fundamento. Todo lo antes expuesto es fruto del expolio a que ha sido sometido el citado monasterio.

    Hoy San Román es en la provincia, y aun en la región, uno de los puntos cardinales del vino. El de San Román, es un tinto, oscuro, purpureo, como zumo de moras, un vino que roza vigorosamente el paladar tal si contuviera algo sólido, merecedor de los elogios más altos por su calidad. Por eso las bodegas, algo alejadas del casco urbano, tienen para los de San Román tanta importancia como su propio pueblo.