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jueves, 10 de marzo de 2016

LOS ENTIERROS Y LOS LUTOS EN MI NIÑEZ


Los entierros y el luto


    Tener que tocar este tema, en principio, me sobrecoge y entristece, pero nada más real que la muerte con todas las connotaciones que encierra dicha palabra. Todos somos conscientes de que el trance de la desaparición de este Mundo a todos nos afectará más pronto o más tarde, por tanto ¿por qué hemos de rehusar el hablar de ella? Todos los pueblos, desde la antigüedad, han tenido distintos comportamientos ante ésta. Yo sólo quiero recordar aquí las impresiones y recuerdos de la muerte y todo lo que conllevaba, vistas por un niño en los albores de su infancia, tiempos atrás, en su pueblo (San Román de Hornija).

    Recuerdo la cantidad de entierros de niños que había; era muy frecuente, la mayoría lactantes que morían ante el más mínimo problema infeccioso o por cualquier otra enfermedad o epidemia. Hemos de aclarar que aun no se utilizaba la “penicilina” en España y menos en aquel mundo rural. Su utilización fue el antídoto para la curación de todo proceso infeccioso en la etapa infantil. Me resultaba muy triste ver aquellos diminutos ataúdes blancos portados, casi siempre, por otros niños de 7 ó 8 años desde el domicilio, iglesia y el cementerio. El anuncio de tal fallecimiento se llevaba a cabo por medio de unas campanas diminutas que llamábamos “Pascualejas”, situadas y orientadas al sur de aquella torre campanario, que tañían un sonido menos grave y triste que las que anunciaban la muerte o desaparición de adultos. No terminaba de entender, como la desaparición de un niño podía ser menos triste que la de un adulto. A mí me afloraban sentimientos de pena el ver que una vida, recién iniciada, fuera sesgada irremediablemente a causa de sus pobres y pequeñas defensas.  

    El tiempo que el difunto permanece entre nosotros, antes de su entierro, lo llamamos velatorio. La finalidad del velatorio del difunto es acompañar y reconfortar a los más allegados de éste. Solía durar de 24 a 48 horas y, entonces en los pueblos no se llevaba a cabo en las salas especiales actuales que llamamos “tanatorios”; por el contrario, se realizaba en el domicilio donde había vivido el difunto. Acudir al velatorio era un acto importante e inexcusable ante los familiares del finado. Sólo la presencia ya era un gesto muy honrado y valorado. Allí se acostumbraba a dar el pésame y acompañar a la familia próxima del difunto. Su visita servía para reconfortar a la familia y acompañarla.

    Durante el velatorio, los hombres estaban separados de las mujeres. Las mujeres ocupaban la habitación donde permanecía la caja abierta conteniendo al finado, rodeando a éste las más allegadas y en actitud plañidera; es decir, exteriorizando los sentimientos de dolor mediante llantos, acompañados de frases de lamentación ante tal pérdida. Los hombres, por el contrario, permanecían en una habitación distinta y, sin exteriorizar tal dolor, daban rienda suelta a conversaciones sobre distintos temas que daba de sí la noche de velatorio. Ya entrada la madrugada sólo quedaban en la vivienda los más allegados.

    Dada la gran concurrencia de personas que acudían a cada velatorio, ¡asistía casi todo el pueblo! las vecinas, a modo de solidaridad, aportaban sillas y taburetes para conseguir que todo acompañante dispusiese de asiento ¿Qué casa podía disponer de tantos asientos para acoger tal concurrencia a dicho domicilio? Así mismo, dichas vecinas, traían algún caldo o café para reconfortar en calorías a la familia más afectada y cercana al difunto.

    Era costumbre que, al acompañamiento del cadáver hasta la iglesia y después al cementerio, sólo asistiesen los hombres. Las mujeres permanecían en casa del difunto rezando y suavizando los llantos.

    Al frente del cortejo fúnebre marchaba siempre un monaguillo portando una cruz. Otro acólito caminaba al lado del sacerdote llevando el hisopo de metal metido dentro de un recipiente con asa que contenía el agua bendita (creo se llamaba “acetre”). El sacerdote iba revestido con ornamentos negros. Les seguían el féretro a hombros de allegados jóvenes y en primera fila iba la familia más directa del finado, a continuación el resto de acompañantes. Al terminar la inhumación, todo el cortejo se dirigía a la puerta del finado para dar la mano a los familiares varones, en señal de pésame. En la actualidad el citado pésame se da en la Iglesia. Una vez oficiados los ritos religiosos, toda la familia directa al finado, incluidas mujeres, se sitúa a la altura del altar para recibir el pésame de los acompañantes; pero ahora con una nueva fórmula llamada vulgarmente “el cabeceo”; que consiste en desfilar, a una distancia prudencial, todos los acompañantes haciendo un gesto de cabeza que se interpreta como una afirmación de unión a la familia ante tal pérdida. Formula más rápida y llevadera que la anterior.

    Los enterramientos se hacían en tierra y cuando la fosa comenzaba a ser cubierta de tierra por el enterrador, era costumbre que, muchos de los asistentes al entierro se acercaran a echarle un puñado de tierra, previamente besada. Nunca supe el porqué, ni el origen de esta costumbre, pero pienso que esta actitud emana de aquella séptima “Obra de Misericordia Corporal”, que era la de “Enterrar a los muertos”. Encima de las respectivas fosas se ponía una losa y una cruz, o una cruz sola, aunque no en todas. La costumbre de los panteones familiares surgió mucho después en nuestro pueblo.


    Y después el luto… Luto según el diccionario de la Lengua: Es todo signo exterior de pena y duelo en ropas, adornos y otros objetos, por la muerte de una persona y que se manifiesta en el uso de ropa negra y determinados objetos y adornos. Los lutos se establecían también por categorías. Así pues, dependiendo de la edad del difunto y del grado de parentesco, el luto podía ser riguroso, o medio-luto. En ambos casos, para salir a la calle, era costumbre en las mujeres cubrirse la cabeza con un velo o pañuelo negro anudado al cuello; pero en los lutos rigurosos las mujeres aprovechaban para salir a la calle solo a deshora y en caso de muy extrema necesidad. 

    Así pues, era muy común ver siempre a las mujeres vestidas totalmente de negro, mientras que en los hombres se observaba el luto en la chaqueta, la cual ostentaba un galón negro de unos ocho centímetros, cosido y dándole la vuelta a una manga. Otros, en cambio, llevaban una chalina negra al cuello, una corbata negra o un botón en la solapa, por supuesto negro.

    Mientras duraba el luto se establecía una especie de cuaresma o penitencia entre los habitantes de la casa, hasta tal punto, que las salidas quedaban restringidas a sólo lo imprescindible, como también era norma de obligado cumplimiento el no acudir a las fiestas o lugares públicos de diversión como a bares, bailes, bodas, bautizos, o cualquier otro tipo de eventos o acontecimientos. Así mismo, el blanqueo de la casa “embarrado” quedaba pospuesto a la fecha en que se pasara al medio luto, cuando transcurrieran, al menos, dos o tres años. En las casas donde había radio se quitaba de la vista de las posibles visitas llevándola al sobrado o cámara y cubriéndola con un paño negro. Al paso de las procesiones o festejos la casa se cerraba, incluidas todas las puertas, ventanas y balcones, dando señal de que los deudos del difunto no estaban para celebraciones. Así mismo, se prescindía de macetas o tiestos que ornamentaran ventanas o balcones. Recuerdo ver talar un joven árbol que había en la portada de una casa por tales circunstancias. Estos comportamientos eran una lucha y oposición a todo aquello que pudiera reconfortar a los dolientes un ápice de alegría.   

    Afortunadamente, hemos superado aquella España en blanco y negro del luto. Esa rigurosidad del luto ha ido remitiendo y no por ello se sigue sintiendo menos dolor ante la pérdida de un ser querido, ya que el dolor es algo intrínseco en todo ser humano y que se manifiesta en sentimientos internos y no sólo en aquellas apariencias externas. El doliente actual ha ido rompiendo las formas y patrones que le vinculaban con aquel luto de antes, que muchas veces eran manifestaciones y comportamientos “cara a la galería” y al temor a aquella dura censura y reprobación de algunas gentes del pueblo.

lunes, 1 de febrero de 2016

Noches de invierno, chimenea y calor en aquellos hogares


Alrededor de la lumbre


    Todos los que estuvimos alrededor del calor de una lumbre en un hogar sabemos lo que esto significa, así como los recuerdos que nos trae aquella lumbre encendida. Toda la vida de los hogares, en el mundo rural, giraba en torno a la cocina y más concretamente de la lumbre. Recuerdos imborrables de las familias sentadas alrededor de la lumbre, contando historias, quizás algunas, mil veces recordadas. Recuerdo como los hombres, las mujeres entonces no fumaban, encendían los cigarrillos cogiendo con las tenazas un tizón incandescente, los “chisporroteos” que rápidamente se esfumaban, así como acercar las manos a la lumbre y retirarlas frotándolas vigorosamente para calentarlas.

    Aquella lumbre era el único recurso para combatir aquel frío intenso de entonces. Aun recuerdo, en tiempo de estudiante, aquellas vacaciones de Navidad pasadas con mi familia en San Román. Empezabas éstas con los chupetes de hielo que colgaban de los tejados, terminaba la Navidad y aun permanecían inflexibles acompañando a aquellos tejados casi siempre blancos de aquella época.  

    La cocina era el centro neurálgico de nuestra vida social y familiar en aquella época, con la lumbre en el suelo y una chimenea ennegrecida por el humo. Era el sitio más importante de la casa. Allí pasábamos mucho tiempo, se recibían las visitas, se jugaba a las cartas, se comía, se contaban atractivas historias y cuentos, y uno se olvidaba de que fuera de allí la vida transcurría. En torno a la lumbre se hablaba de las faenas del campo y de lo que pasaba por el pueblo. A veces oíamos el zumbido del viento soplar por la chimenea, un escalofrío por la espalda nos corría y rápidamente atizábamos la lumbre con las tenazas. En la lumbre, donde se quemaban manojos y cepas de vid, siempre había en un lado un pote de hierro lleno de agua que se calentaba para uso cotidiano de ésta en el hogar. Toda la familia se sentaba alrededor del fuego en escaños, sillas bajas y los niños en banquetas muy pequeñas que llamábamos tajuelas. Se procuraba dejar en los lugares preferentes a nuestros abuelos.

    En esa lumbre se cocían las alubias, los garbanzos, patatas etc. siempre en pucheros de barro y lentamente, lo que hacía que tales cocidos adquiriesen un sabor inigualable. Las trébedes” se colocaban encima de la llama para freír en sartenes lo que fuese. Colgado de algún clavo siempre se encontraba el fuelle” que servía para avivar el fuego, así mismo, algunas veces, colgaba de la chimenea alguna ristra de chorizos o algún jamón, quizás con el  objetivo de que ese ambiente de calor y humo acelerasen su curación. En la pared opuesta al fuego la “alacena” o “vasar”, rudimentarios armarios con anaqueles en el que se colocaban los cubiertos, los platos, fuentes y alguna jarra. Sobre la fregadera, pileta hecha generalmente de cemento, se asentaba un escurreplatos.

    Durante las largas noches de invierno los abuelos nos contaban leyendas o hechos que habían ocurrido en el pueblo o limítrofes y que se transmitían de generación en generación. Los niños, ante tales relatos, nos manteníamos absortos y con la mirada puesta en esa llama imaginaria y misteriosa que generaba la lumbre.

    Por las mañanas, para combatir el frío en la escuela, los niños llevábamos braserillas. Se trataba de unos recipientes pequeños que, a modo de brasero, portaban brasas con ceniza que nuestras madres extraían de la lumbre. Las “braserillas” de los niños eran muy rudimentarias ya que consistían en una lata grande de sardinas que nuestras madres pedían vacía en la tienda. Nuestros padres ponían un alambre, a modo de asa, cuyos extremos conectaban a dos agujeros realizados en la lata cilíndrica antes citada. Las de las niñas eran más sofisticadas, coquetas y elegantes, se las compraban en alguna ferretería de Toro. Eran de hierro y con forma de caja y con tapadera. Hay que hacer notar que los hijos cuyos padres trabajaban en el monte traían mejores “braserillas” que los hijos de los labradores, ya que los primeros tenían más a su alcance la encina, que producía mejor brasa que la de sarmiento o cepa de estos últimos.

    A modo de anécdota: al salir de la escuela y con la “braserilla” casi siempre apagada, la girábamos circularmente con ayuda del asa y, como consecuencia de esa velocidad circular que generábamos, no caíamos nada de su contenido. Tal experimento nos llenaba de gran satisfacción.

    Ahora, los inviernos ya no son tan fríos y disfrutamos de mejores y eficientes métodos de calefacción y cocción de los alimentos, sin embargo, añoramos aquella convivencia y calor familiar que se vivía en torno a la lumbre.

    Estrofas sobre la lumbre en un Poema de Federico García Lorca:
"En la amplia cocina, la lumbre"

 En la amplia cocina, la lumbre
pinta todas las cosas de oro.
— ¡Ay qué triste es el cuento, abuelito!

—Abuelito, ¿Cómo iba vestida
esa del cuento
hermosa madrina?

— Con el manto
del dolor tan solo,
que es un manto muy negro y muy feo.
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martes, 12 de enero de 2016

Los Muladares de entonces



EL MULADAR
  
    
    Es posible que muchos, sobre todo los de menos edad, no sepan lo que es “un muladar”. La palabra muladar ha caído prácticamente en desuso y especialmente los más jóvenes no conocen cuál es su significado. Pues bien, acudimos al Diccionario de la Real Academia de la Lengua: Muladar es el “Sitio, fuera de los muros de la villa, donde se echa el estiércol y la basura”. Los muladares se encontraban extramuros, por lo que el origen de la palabra puede estar en el término muradal, para pasar posteriormente a la palabra muladar. El uso y utilización que hacíamos de estos muladares en San Román de Hornija es lo que voy a tratar de explicar:
    
    Antes, la basura no se recogía en bolsas ni se llevaba a los contenedores como en la actualidad, sino que en cada casa, en el corral, existía un lugar donde se iba depositando toda la mugre que diariamente se generaba. La mayoría de las casas eran de labranza, las cuales albergaban una cuadra para las caballerías, así como la pocilga donde se guardaban los cerdos, que en nuestro pueblo decíamos siempre “marranos”. Cuando se limpiaban las defecaciones de tales animales, así como los restos de comida de los moradores de la casa y otras suciedades, todo ello se depositaba en una parte del corral que llamábamos “muladar”, donde las gallinas merodeaban picoteando y dando buena cuenta de lo aprovechable para ellas. (Echamos de menos aquellos huevos de las gallinas de antaño, diferentes a los de ahora por tener la yema de un color casi rojizo y sabían mejor que los actuales). Por otra parte las casas no poseían inodoros y como consecuencia las defecaciones humanas iban también al corral y a la parte de éste que llamábamos el “muladar”.

    Todos los desperdicios se iban amontonando en el corral, y gracias a  la lluvia y a los cambios de temperatura se iba compactando y a la vez descomponiendo, hasta que se sacaba del corral llevándolo a una zona del pueblo dedicada para este fin. Cuando las faenas agrícolas remitían se aprovechaba esos periodos inactivos para sacar, con los carros, los muladares de los corrales. En San Román dicha basura, casi siempre, se depositaba en las inmediaciones del “Camino Ancho”. Allí cada labrador tenía su montón o muladar, que seguía descomponiéndose esperando la próxima sementera. Este depósito de residuos en extramuros era, según diccionario, el auténtico muladar, aunque en San Román dábamos también ese nombre al almacenamiento en corrales.  

    Antes de la preparación de la siembra se esparcía basura por las tierras, enriqueciéndose éstas con ese abono de materia totalmente orgánica. El labrador actual, ante la ausencia de animales y como consecuencia de la escasez de aquella basura, se ve obligado a enriquecer las tierras con otros fertilizantes, más industriales, llamados abonos minerales. 

    Nos resulta curioso que en las Ordenanzas Municipales de San Román de Hornija del año 1908, publicadas en otro artículo de este blog, en el Capítulo Segundo, Sección Primera sobre higiene, limpieza y ornato público, dice al respecto en los siguientes artículos de tales Ordenanzas:

    Art. 51. Los que no tengan corral donde colocar el estiércol, ceniza ni otras materias pestilentes, podrán colocarlas provisionalmente en sitios a propósito y apartados de la vía pública donde no ensucien ni perjudiquen a los transeúntes.
    Art. 58. Se prohíbe depositar en las calles, plazas, servicios públicos y caminos, animales muertos y toda clase de inmundicias que sean perjudiciales a la salud y al ornato público.
    Art. 60. Se prohíbe arrojar a las puertas de ningún vecino ni a las propias que den a la vía pública, materias fecales y otras porquerías debiendo lo hacer cada cual en su muladar del corral respectivo.

 

miércoles, 28 de octubre de 2015

LA LLEGADA DEL PRIMER TELEVISOR A NUESTRO PUEBLO





La televisión en San Román

   

    No sé exactamente la fecha que la televisión llegó a nuestro pueblo, pero puede que fuese en el año sesenta y dos o sesenta y tres. El Bar de Teo fue el primer televisor que se instaló en San Román de Hornija. Su cuñado era experto en electrónica y un día se lo instaló.

    Recuerdo que dicho bar se convirtió en un continuo peregrinar de los que íbamos a ver a aquél invento, tanto los asiduos, como los que nunca acostumbraban a pasar por tal establecimiento. Era tal la curiosidad que nos embargaba tal ingenio que todo eran manifestaciones de júbilo y alegría el ver en nuestro pueblo tal adelanto. Claro que, como todas innovaciones también tenía sus detractores, como siempre, los más mayores que la hacían culpable de problemas de visión, ya que, cuando aquella principiante y recién germinada televisión emitía unas horas al día, en blanco y negro con un chisporroteo de nieve incesante, hacía que las imágenes no se vieran con nitidez  Era el complemento perfecto de la radio, ya que el sonido se complementaba con imágenes y así se podía visualizar en directo tanto un partido de fútbol como una corrida de toros. En Madrid, no en el resto de España, habían comenzado las emisiones regulares el 28 de Octubre de 1956. (Hoy día 28 de Octubre de 2015, día que publicamos el presente artículo, cumple 59 años).

    El problema de su implantación en el pueblo era el precio de coste de aquellos primeros aparatos ¿Quién podía pagar aquél dineral? Sólo lo podían comprar los económicamente fuertes, de ahí que al principio de los sesenta, según cuentan, el número de televisores en España era de unos cincuenta mil. Pero poco a poco su valor adquisitivo fue bajando, y ante precios más asequibles fueron introduciéndose, poco a poco, en nuestros hogares.

    Quiénes compraban un televisor, por aquél entonces, demostraban con ello dar a entender que eran poseedores de dinero, y este signo externo de riqueza se transformaba además en ejemplo de modernidad, y también de ser personas que estaban a la moda con las nuevas tecnologías. Y así, pronto, en cada una de nuestras calles o barrios había al menos un televisor, y la casa del amigo o vecino poseedor de tal aparato se convertía en una especie de teleclub donde íbamos a ver los partidos de fútbol sentados en el suelo, ya que la sala se llenaba de gente; mientras, sus padres aguantaban pacientemente el griterío, sin protestar, compensados con una solapada y más que evidente presunción, la cual se manifestaba en sus rostros sin disimulo alguno.

    Quiero recordar que, en aquellos veranos en San Román, cuando se comenzaron a televisar, en directo, las primeras corridas de toros, dada la afición taurina de casi todos sus habitantes, se paralizaba toda la actividad agropecuaria y todos volvían al pueblo a disfrutar de tal invento, casi siempre a costa de trabajar las horas de siesta y así compensar esas horas de asueto. Eran los tiempos de “Paco Camino” y del “Cordobés”, ídolos contrapuestos en estilo y que ocasionaban ciertas discusiones, a veces acaloradas, entre los afines o detractores de cada uno de ellos.

    Así, la televisión se fue metiendo en nuestros hogares, cambiando nuestra forma de vida y de convivencia. Hoy, con más de cincuenta años desde su aparición, hemos convertido a la televisión en un miembro más, aunque material, de la familia.

    Los programas que se emitían en un principio no eran tan diferentes de lo presentes, aunque las técnicas han variado mucho (mejores sistemas de transmisión, emisión en color, alta definición). Las cadenas difundían producciones extranjeras, largometrajes y series como “Bonanza”, “Los Intocables”, “Los Vengadores”, “El Fugitivo” etc. Programas de variedades como “Gran Parada” (primer gran éxito de la televisión española) y “Salto a la Fama” que se programaban, por lo general, los viernes y sábado por la noche. Como hoy, eran presentados por una pareja de hombre y mujer. Existían también programas culturales, concursos de preguntas y respuestas como “Cesta y Puntos”, “Un millón para el mejor” y “Un, dos, tres, responda otra vez” etc. Al principio existía la Primera de TVE, luego apareció la Segunda y en la actualidad estamos invadidos de privadas, así como de locales y autonómicas.

    Creo que, desde aquel primer televisor que se instaló en San Román y su posterior proliferación por casi todos los hogares del pueblo, la televisión ha dejado gran influencia en sus habitantes. Gracias a esa ventana mágica el mundo rural ha salido de aquel aislamiento que tenía con el resto del Mundo y a veces ha influido culturalmente en sus habitantes.

    No todo es positivo con la llegada de la televisión. Hemos de hacer constar, la mala influencia que, a veces por su mala utilización, ésta aporta a los hogares tanto rurales como urbanos y que señalamos a continuación:
    - Cuando estamos dispuestos a ver todos los programas que nos ponen, sin una previa elección o selección del que nos interesa, estamos cayendo en una adicción a dicho medio.
    - Rompe con una unión y convivencia familiar. Con la televisión dialogan menos las familias y como consecuencia no se hace frente a la resolución de los problemas que les afectan.
    - Por culpa de la televisión se leen menos libros. Gracias a la lectura se consigue expresarse oral o por escrito mejor, así como obtener una buena ortografía. 
    - Fomenta, por la publicidad que emite, hábitos consumistas.
    - Determinados programas generan violencia en el televidente.

    A pesar de este mal uso que damos a la televisión, hemos de reconocer este gran invento del olvidado escocés: John Logie Baird, que en 1928 emitió por este medio las primeras imágenes.

    Así, desde que vimos aquellas primeras imágenes el Bar de Teo hasta nuestros días, este gran medio de información ha hecho palpitar nuestros sentimientos, algunas veces de alegría como la llegada del primer hombre a la Luna o la caída del Muro de Berlín y otras de tristeza al presenciar catástrofes naturales, accidentes o actos terroristas como el de  las Torres Gemelas, los trenes de cercanías de Atocha en Madrid; pero ahí sigue, este medio audiovisual, prestando una puntual información y mejorando cada día en calidad y fidelidad.
 

martes, 1 de septiembre de 2015

Nos estamos haciendo mayores



¡Cómo ha pasado el tiempo!

   
    Han pasado los años, las estaciones y los meses sin poderlos frenar en su velocidad; pasa el tiempo inexorablemente. Atrás dejamos aquellas sendas que nos trajeron ilusiones, alegrías y tristezas, pequeños altos en este camino que, aunque duro, todos deseamos vaya para largo. Ahora, parece que hemos cambiado el paso y que otros comienzan a adelantarnos al grito de que nos vamos haciendo viejos. Admitimos, aunque a regañadientes, que nuestra zancada no sea tan joven como la de antes, aunque intentamos ganar el ritmo perdido echando mano de nuestras experiencias de la larga caminata que hasta aquí nos ha llevado.

    Me molesta el nuevo adjetivo ordinal que se nos aplica a nuestra edad, concretamente, el que nos cataloga o clasifica como la "Tercera Edad”. La connotación de tercera lleva consigo el someternos a una categoría muy baja en nuestro recorrido, ya que nos suena a tercera división o a billete vulgar de tercera en los antiguos trenes  etc. No estoy de acuerdo con ese merecimiento o catalogación, prefiero ser llamado “Mayor”, o “Viejo”, a pesar de todo lo que encierra dicha palabra. En el estudio de los pueblos antiguos y sus civilizaciones observamos el privilegio, respeto y dignidad que los mayores representaban en el ente familiar: participaban en los llamados consejos familiares y tenían la máxima autoridad en las decisiones familiares, dada la experiencia acumulada por su edad.

    Definitivamente, nos vamos haciendo mayores ¿Y qué? Todos deseamos llegar a más mayores, aunque nos llamen viejos. Atrás quedaron aquellos años que desde nuestra niñez queríamos acelerar el tiempo para satisfacer las ansias de dejar de ser niños. Hasta hace poco nunca pensábamos en un final, lo veíamos tan lejano que nos considerábamos casi eternos. La llegada de esta etapa en la que se presentan y afloran las limitaciones, especialmente físicas, nos hace pensar más en un declive que anuncia un final ¡Ojalá lejano! que no dejamos de asumir. Ahora, nos damos más cuenta que nuestra estancia aquí es pasajera y que el hombre nace para morir y dar paso a nuevas generaciones ¡Que sería de este Mundo en caso contrario! Habría más paro, los jubilados aumentarían y la capacidad de recursos disminuiría considerablemente en las naciones de toda la Tierra.

   No todos los que nacimos esos años, desgraciadamente, han podido llegar a nuestra edad actual. Miramos hacia atrás y recordamos a aquellos amigos o compañeros que quedaron en el camino y tristemente no pudieron disfrutar esta jubilación que también ellos anhelaban.

 Las siguientes vivencias o formas de vivir acontecimientos, costumbres y aficiones de aquella época nos identifica ya como mayores:
  - Llevábamos, como consecuencia de aquella posguerra, algún que otro cosido en aquellos pantalones cortos de pana, calcetines altos y zapatillas de piso de goma.
    - Vivimos la época en que el cine, en el salón del Sr. Tirso, empezaba con el “Nodo” de marras y casi siempre incluía temas taurinos.
    - Nos mandaban nuestras madres ir a por leche, a la casa de aquellas familias que tenían vacas, con aquellas lecheras blancas  de porcelana y casi siempre nos preguntaba la mujer que nos encontraba  ¿Quién está malo en tu casa? Considerando tal alimento propio de enfermos porque lo cotidiano eran las sopas.
    - Empezábamos con los cigarrillos de hoja de vid y más tarde pasamos a los Peninsulares (12 letras), Celtas y con suerte pillábamos algún Bisonte en las fiestas o en algunas bodas.
    - Disfrutábamos del teatro siendo bien niños. Con nuestra tajuela en mano íbamos hasta el salón de Sr. Fortunato; era la semana cultural de aquella época, ya que unos comediantes aficionados venían de un pueblo llamado Venialbo (Zamora) a representar 4 ó 5 obras de su repertorio. Representaban obras que impactaban mucho en aquella época como: “La hija de Juan Simón”, “Don Juan Tenorio” etc. ¡Todo un oasis de cultura popular!
    - Bebíamos los domingos de verano, si nos llegaba la propina, una bebida refrescante llamada “Sinalco”, aún no se comercializaba la “Coca Cola” ni la “Fanta”.
    - Comprábamos 2 reales de pipas y nos llenaban el bolso.
    - Nos influyó tanto la Peseta que, a pesar de utilizar hace tiempo los Euros, aún seguimos calculando determinadas cosas con ella.
    - La mili ofrecía mucha influencia en los jóvenes del mundo rural. Era una comunicación con el exterior, conocer y convivir con otros jóvenes y, sobre todo, esa manera de acatar y obedecer al poder militar durante ese año, o año y medio de acuartelamiento.
    - Los domingos de cuaresma no había baile. La juventud se consolaba acudiendo de paseo a la Estación de Ferrocarril, soñando, tal vez, en la existencia imaginaria de otros lugares lejanos más comprensivos y tolerantes. 

    Seguro que los de mi época os identificáis con el recuerdo de tales cosas ¿verdad? Que forman una muestra en la larga lista de detalles y vivencias que cada uno guardamos imborrables en nuestra memoria, ya que lo actual lo grabamos mal y borramos pronto.
   
     ¡Vale que nos vayamos haciendo viejos! ¡Pero con la cabeza bien alta y a mucha honra!  Que no hay peor vejez que la del espíritu y recuerda que vivimos en un mundo cada vez más activo y comunicativo, en donde la actualidad del minuto presente pronto se convierte en el ayer.

martes, 16 de junio de 2015

Aquellos veranos de antaño en nuestro pueblo.



La recolección de los cereales


    Como no recordar aquellas antiguas faenas agrícolas que se llevaban a cabo en los veranos de nuestro pueblo, concretamente durante los meses de Julio y Agosto. Toda la actividad de los labradores giraba en torno a la recolección de los cereales: cebada, trigo y algo de centeno o avena. Aquella forma de realizar la recolección, que hoy la analizamos con nostalgia, se realizaba a base de esfuerzo físico y manual por carecer de la modernidad de las máquinas agrícolas actuales. Los trabajos, aunque duros y  penosos, se realizaban con mucha ilusión al ver recompensados tales esfuerzos  con el fruto o la mies que, según el comportamiento de la meteorología del año, se manifestaba en buena o mala cosecha.

    Nos proponemos evocar aquel proceso de recolección como un recuerdo cariñoso a nuestros antepasados, así como para dar a conocer a los jóvenes de ahora aquellas actividades y esfuerzo de sus abuelos; ahora gracias a las nuevas tecnologías aplicadas a la agricultura disfrutan de una forma de recolectar el campo más fácil y con menos sacrificio.

    Los preparativos: Como toda la actividad principal de la recolección  se realizaba en la era, desde la primera quincena del mes de Julio que se comenzaba a trillar hasta finales de Agosto que se recogía, había que tener todo previsto y a punto para tal fin con los siguientes tareas preventivas:

    Guadañar la era: dado que el solar era de hierba había dejar el suelo raso, sin nada de ésta.

    Hacer la chabola: Algunas eras poseían su caseta de mampostería y adobe, pero si carecían de ella se realizaba este pequeño refugio con palos, cuerdas y manojos. Era el lugar donde se mantenía el agua o vino fresco y protegido de aquellos vehementes rayos solares de esa época; también se guardaba en ella algunas herramientas: rastros, tornaderas, escobas etc. y principalmente el lugar donde se realizaba la merienda familiar. Aquellas chabolas me han recordado siempre a las de los indios de las películas del Oeste, sólo que mientras que las de los indios se cubrían con pieles de animales a estas las cubríamos con manojos, material muy abundante en nuestro pueblo.

    Reponer herramientas propias de la era: Había que hacer un recuento de las herramientas propias de la era para reponerlas por otras nuevas s¡ era necesario. El 29 de Junio, festividad de San Pedro y San Pablo, se celebraba en Toro, centro comarcal y comercial por excelencia, un mercadillo en sus calles donde aparte de la venta de ajos se vendían todas las herramientas propias para la era: rastros, bieldas, bieldos, tornaderas, trillos etc. Era el lugar adecuado para la reposición de tales carencias.

    La Ilusión de los niños: Recuerdo de niño el deseo e ilusión que me hacía el que mi padre decidiera el día de comenzar la era. Días anteriores le preguntaba con insistencia  ¿Padre, cuándo ponemos la era? Me daba alegría, ilusión y regocijo todo lo que traía consigo este anual evento; ya de mayor no detectaba en mi tales sentimientos ya que me sentía más protagonista de los trabajos tan duros y penosos que conllevaba la actividad de la era.   

    La siega: La primera fase de la recolección era la siega. Cuando la espiga cogía un color entre amarillento y dorado la cuadrilla de segadores con sus hoces bien afiladas llevaban a cabo dicha operación. El segador iba segando y dejando, de vez en cuando, gavillas que el rapaz recogía con su cuerno y amontonaba en “morenas”. Antes de la moderna cosechadora surgió la máquina agavilladora que, movida con una yunta, segaba por el movimiento de un grupo de cuchillas  y depositaba la mies en forma de grandes gavillas que aquí llamábamos “maraños”.


    (Las siguientes actividades de recolección giraban en torno a la “era”, lugar donde se realizaban el resto de actividades)

    Acarrear: Era el traslado por medio de los carros, preparados para tal fin, de la mies desde las "morenas" a las eras. Hemos de aclarar que en San Román de Hornija no se ataba en haces, acción que realizaban en la mayoría de los pueblos vecinos;  cargar un carro, sin atar la mies encerraba ciertas dificultades y algo de arte.  La acción de acarrear se realizaba antes de la salida del sol, casi siempre de madrugada, con el fin de una mejor recogida, así como para procurar estar descargando en la era sobre las 9 de la mañana. El madrugar en el acarreo siempre iba en consonancia con la lejanía de dicha parcela a la era, por lo general se realizaba entre las 2 y las 3 de la mañana. Sirva de anécdota que muchos jóvenes, después de haber trasnochado un domingo o festivo, llegaban a su casa y, sin pasar por la cama, se cambiaban a la ropa de faena para ir a acarrear. Comprendemos el sueño que soportarían a lo largo de esa jornada. Con la llegada de los tractores, medio de transporte más rápido, ya no se madrugaba tanto.

    Esparramar o Desparramar: Consistía en repartir la mies, con tornadera de madera de dos picos, por toda la trilla. Se trataba de  distribuirla uniformemente por el solar circular donde el mismo día se realizaría la trilla.
`+    Trillar: Trillar era la faena agrícola más relevante, larga y significativa que se realizaba en la era. Se trataba de pasar un trillo con una yunta de animales por un solar circular donde se había distribuido la mies.  El trillo era un instrumento de madera en forma de tablero abarquillado con el fondo, o parte inferior, armado con hileras de lascas de piedra de sílex o cuarcita que servía para desgranar las espigas, así como para triturar la paja. Esta labor era más eficiente si se realizaba con la ayuda del sol. Quiero recordar la visita por las eras de aquellos hombres con blusón negro, oriundos de Cantalejo (Segovia), que vendían trillos nuevos o empedraban los viejos.

    Tornar: Se paraba de trillar, al menos dos o tres veces por jornada, para “tornar”. Consistía esta acción en cambiar o remover, con una tornadera (horca) de madera de dos o cuatro picos, la parte menos superficial de la trilla y así se trillaba todo uniformemente y así recibía por igual el efecto de los rayos solares.
Había un suplemento de hierro en forma de cuerno que se aplicaba en la parte trasera del trillo, creo recordar que se llamaba "tornadera de hierro"; admitía dos posiciones según el estado de la trilla, la primera por la mañana, conseguía remover la trilla surcando ésta a modo de un arado, la otra por la tarde y, ya avanzada la trilla, aplicándole a dicho artilugio una chapa en forma de pala. Ambas posiciones perseguían el único objetivo de tornar o remover mecánicamente y así activar la trilla. 
    
    Acañizar o Cañizar: Al atardecer terminaba la faena de la trilla. La misma yunta tiraba de un instrumento en forma de rastro grande o tablero con el que se recogía la trilla en una parva. El que cañizaba se subía encima de dicho instrumento para que aumentase el peso de dicho tablero y así en cada pasada recoger más cantidad de trilla. A los niños nos encantaba subirnos en la cañiza.


    Aparvar: Una vez recogido la trilla con la cañiza, en la proximidad de la parva de días anteriores, se llevaba a cabo la acción de aparvar. La parva era algo similar a un tejado alargado a cuatro aguas y rematado por dos pequeños picos en los extremos; había que elevar la trilla a lo más alto de dicho parva con dos objetivos: proteger dicha mies de las humedades que pudieran surgir por alguna tormenta ocasional de verano y para su mejor almacenaje. El tener las eras con las mejores parvas marcaba el sello artístico del dueño, así como signo de buena cosecha.  

    Barrer los solares: El espacio donde se trillaba en la era se llamaba solar y como ya hemos dicho era circular. Cuando se terminada de trillar la cebada en ese mismo solar se trillaba el trigo y, con el fin de evitar la mezcla de los granos, se barría dicho solar, actividad en la que participaba toda la familia. Para esta acción se empleaban escobas de bardas, muy frecuentes en las eras y hechas para este fin, rastros y si era de mucho contenido la cañiza. Estas barreduras contenían trilla de mala calidad por contener mucha tierra del suelo y se recogía en un montón llamado “terreguero”. Este “terreguero” se aventaba un día de aire con el bieldo y alguna criba. El cereal que se obtenía era de mala calidad y era empleado para pienso de las gallinas.        

    Aventar: Es la acción de separar el grano de la paja. En la antigüedad se realizaba lanzando al aire el cereal con un bieldo ,pero posteriormente surgieron las máquinas aventadoras, que curiosamente se fabricaban para toda España en los vecinos pueblos de Casasola y Pedrosa. Las aventadoras separaban el grano de la paja mecánicamente; consistía en generar aire mediante un gran ventilador y así se conseguía separar el polvo de la paja gracias al movimiento de unas cribas. En un principio funcionaban de forma manual, pero a partir de los años 60 del pasado siglo eran movidas por pequeños motores o mediante la toma de fuerza de un tractor. La acción de limpiar o separar grano de la paja con aventadoras tenía dos procesos: despajar y zarandar. El conseguir que dicha máquina funcionase era a base de la fuerza del hombre que movía todo el proceso mediante una manivela; el esfuerzo que éste realizaba era tan considerable que había que turnarse en dicha actividad.

    La llegada del motor aplicable a la aventadora hizo la acción de aventar más llevadera. Una vez limpio el trigo se amontonaba en un muelo. Recuerdo, quizás por un excesivo celo en defender la propiedad de aquellos muelos, que durante las noches se custodiaban dichos montones durmiendo algún miembro de la familia en la era, especialmente jóvenes, al lado de dicho montón, durante los días que dicho muelo permanecía en ésta.   

    “Acostalear”: Llamábamos, en San Román de Hornija, a la acción de envasado del grano para transportarlo a lugar seguro, casi siempre a un local que existía en todas casas de labradores llamada panera. Esta acción se realizaba en costales, de ahí tomaría el nombre tal acción. Los costales eran una especie de sacos, aunque menos anchos y más altos, siempre confeccionados con lienzo muy fuerte.  
La capacidad de los costales era de 2 fanegas,  si se acostaleaba trigo cada costal pesaba 86 Kg. (aproximadamente) cada uno, por el contrario si las dos fanegas eran de cebada pesaba cada costal sobre 65 kg. A cada costal se le echaba cuatro veces el contenido de un recipiente de forma trapezoidal (dos caras laterales eran trapezoidales) llamado media fanega. 

    Meter la paja: Consistía en almacenar la paja, una vez separada del grano, en locales llamados pajares. La paja era un complemento importante en la alimentación de los animales de labranza. Se transportaba en un armazón que se aplicaba al carro donde colgaban unas redes que impedían su vertido. Los pajares eran llenados en su totalidad y así cuando se cerraba la puerta se terminaban de llenar por una ventana llamada bocarón. Al  bocarón  se subía, casi siempre un chico, con el cometido de descongestionar dicho acceso y que cupiese más paja en el habitáculo ¡Qué picor en todo el cuerpo al día siguiente! También se tragaba mucho polvo. La herramienta que se empleaba para cargar la paja se llamaba bielda. Al finalizar la acción de meter paja terminaba todo el proceso de recolección y se barría la era.


    Hoy con la mágica cosechadora de cereales se consigue la siega, la trilla, la limpia, todo a la vez ¡Ah! sin acarrear, esparramar, tornar, barrer solares, acostalear, etc.


     El labrador actual se olvida en verano de todo lo que conllevaba el entorno de las eras y tiene tiempo para desarrollar otros cultivos, especialmente los de regadío.


Trigo ya granado, apto para la siega
Segador




Bielda y Bieldo


Gavilladora

Aventadora

Tornadera u horca de distintos picos


Trillo por sus dos caras



miércoles, 1 de febrero de 2012

La predicción del tiempo en San Román de Hornija


La predicción del tiempo en San Román
 

    El mundo rural siempre ha tenido gran inquietud por saber el tiempo que pueda hacer en su entorno. Las tareas agrícolas de siembra, cultivo y recolección han estado sujetas y dependientes del comportamiento del tiempo. La lluvia y su manifestación en un tiempo determinado trae consigo que sea un buen año de cosecha o malo por la escasez de ella. Es decir, que la agricultura tenía, más que ahora por los riegos, una dependencia casi total de la meteorología.
    En casi todos los pueblos había una persona que entendía, o intrusos “chamanes” que  querían tomar el pelo a los demás, en la predicción del tesoro tan anhelado como era la lluvia. Se dice que los pastores eran  grandes expertos en la materia, basándose en la observación y comportamiento de sus ovejas.

    En la actualidad los medios de comunicación: radio y televisión nos proporcionan una predicción muy certera del tiempo que va a hacer,  hasta con semanas de antelación, gracias a los datos que suministran los nuevos satélites llamados “meteosat”.

    Antes, sin los satélites citados, la predicción del tiempo se hacía casi siempre por la observación del comportamiento de: el Sol, la Luna, las estrellas, los vientos, las  plantas y animales, tipo de nubes y lugar de su aparición etc.

    Recuerdo que durante mi infancia en San Román de Hornija, ante esa aptitud de mirar al cielo para predecir el tiempo del día siguiente, siempre surgían algunos simpáticos personajes que alardeaban de tal presunción. Uno de ellos era el Sr. Ausencio, soltero y con fama de deformar, algunas veces la realidad, que ostentaba tener conocimiento en tal materia. Presumía de ser un gran observador de aquellos tranquilos y apacibles atardeceres que acaecían en aquel mundo rural. La gente le preguntaba, casi siempre con ironía:
    - ¡Qué, Ausencio! ¿Va a llover mañana?
    Siempre daba una aseveración rotunda diciendo:
    - ¡Ni gota!,  o por el contrario ¡Va a llover a cántaros!
    Cuando acertaba, alguna vez, salía por el centro del pueblo, ostentando admiración y a la espera de que la gente le hablase sobre dicho tema. Él, muy airoso decía:
    - ¡Si es que no me quieren hacer caso!.
    Cuando, la mayoría de las veces, defraudaban sus inciertas predicciones no salía de casa. Años después, algún meteorólogo adscrito a la televisión española, se equivocaba en sus predicciones y continuaba al día siguiente con su programa.  

    Otro experto en la materia, pero a nivel más tecnócrata, era el Sr. Dimas. Este Sr. había estado en la guerra de Cuba y al terminar trajo, acompañando su desolación, un sencillo artilugio que predecía el tiempo para jactancia de sus convecinos. En San Román, a dicho utensilio le llamábamos “El fraile del Sr. Dimas", ya que un fraile barbudo, tal vez franciscano, era el protagonista de dichos eventos.
    "El fraile del Sr Dimas" era un higrómetro más que barómetro,  artilugio muy común en esa época, que se basaba en dos cabellos sujetos  al cuerpo del fraile. Uno de los extremos sujeto a una capucha  y el otro extremo a una mano con puntero señalizador. La presión atmosférica y la humedad
Fraile del Sr. Dimaspara predecir el tiempo
relativa hacían dilatarse o encogerse los citados cabellos y así el primero al encogerse tiraba de la capucha para cubrir su cabeza y el otro señalizaba  el tiempo venidero en una escala graduada: Seco – Revuelto – Viento - Inseguro – Ventoso - Lluvioso.


    El artilugio tenía que colocarse en lugar seco y ventilado, para que sus predicciones pudieran funcionar en perfecta armonía con las variaciones atmosféricas del exterior.


    Así, mucha gente angustiada preguntaba al Sr. Dimas.
    - ¿Qué dice el fraile, Sr. Dimas, dice que va a llover?
    Y él contestaba con actitud colaboradora y de servicio:
    - ¡Sigue sin ponerse la capucha, así que de lluvia nada!

    Algunos años, llegaba el mes de abril y mayo y el fraile del Sr Dimas no lograba encapucharse. La gentes, piadosas y creyentes, insinuaban al Sr. Cura, ante una catástrofe agrícola inminente, sacar la imagen de San Isidro y a veces la del Cristo de la Piedad, en procesión por el campo, en forma de Rogativas. Consistían éstas, en plegarias comunitarias dirigidas por el sacerdote,  invocando y rogando la presencia de la lluvia. Asistíamos también los niños de la escuela a dicha procesión, que partía de la Iglesia y casi siempre llegaba hasta San Martín.  

    NOTA: Los personajes, ya desaparecidos, que figuran en el presente artículo,  fueron reales y figuran con sus nombres que tuvieron: El Sr. Dimas vivió en San Román durante el siglo XIX y XX, y el Sr. Ausencio durante el siglo XX. Desde el presente artículo han sido tratados con suma simpatía y respeto; pero si algún familiar descendiente, considera oportuno que debemos omitir sus nombres lo haremos o asignaremos nombres ficticios. Desde “San Román de Hornija en el tiempo" los recordamos y honramos su memoria.