Las manías son comportamientos repetitivos y
compulsivos que una persona realiza de forma automática y muchas veces sin
darse cuenta. Estas conductas pueden manifestarse de diversas formas, como por
ejemplo ordenar objetos constantemente, lavarse las manos repetidamente, preocuparse
excesivamente por la limpieza, morderse las uñas de las manos, hacer gestos
involuntarios con cara, nariz y ojos. Es importante tener en cuenta que las
manías no necesariamente son perjudiciales, pero si interfieren en la vida
diaria de la persona o causan molestia. No nos referimos a esa ojeriza que a
veces reside entre personas, capaz de fomentar odio, son las pequeñas
costumbres o hábitos que todos tenemos, y que a veces pueden ser entrañables...
o desesperantes.
Esas pequeñas cosas, aparentemente
intrascendentes, nos producen un bienestar difuso, sin altibajos emocionales,
conforman el núcleo central y más estable de nuestra vida. El que, como un
pegamento, une alegrías y penas, formando un todo indisoluble.
No es fácil mantener el ánimo siempre en
la cúspide. Hay curvas, piedras y baches en el camino, cuando menos te lo
esperas, en un adelantamiento te das de bruces con un problema mal aparcado. Se
alteran nuestros signos vitales básicos y al corazón le cuesta volver a su ritmo
o cadencia habitual.
Los momentos de felicidad son
resplandores que desaparecen pronto. Desde las simas de las aflicciones cuesta
más trabajo levantar el vuelo. Resplandores y oscuridades se alternan en el
inevitable transcurrir del tiempo. En medio de todo ello, la monotonía de las
rutinas, que a fin de cuentas es el intervalo más duradero y estable. Es
como la materia oscura del universo que, según los astrónomos, no emite ninguna
radiación electromagnética, pero está ahí, influyendo en el movimiento y
sincronía de las galaxias. Espacio y tiempo sin límites claros donde se
desarrollan acciones a las que no les damos importancia, pero que forman el
armazón que da estabilidad a nuestra estructura emocional. Hábitos adquiridos
inconscientemente por la tendencia natural al equilibrio.
Son manías buenas: acudir al trabajo y
esperar con ilusión el fin de semana, echarte la siesta o partida en el bar, el
paseo diario, las cervezas cuando plazca, charlar con los amigos, sentarte en
la puerta de tu casa a ver pasar la gente e intercambiar tópicos sobre el clima
que genera este calor del presente verano
En estos días de vacaciones muchos
buscan playas. Allí se supone que los que van encuentran lo que buscan. Los que
permanecemos en tierra adentro somos marineros en mares extensos de trigales y
viñedos, con sarmientos y espigas soportando como velas de barco al viento.
Aquí no planean gaviotas en el aire, vuelan sobre nuestros campos: gorriones, palomas,
alondras, colorines y alguna que otra codorniz. Las corrientes marinas son los caminos
trazados en la piel de nuestro término. Las mareas, que la mar nos presta, antes
las hacíamos viento para limpiar los garbanzos en nuestras eras, bieldo en mano
lanzado hacia la luz del cielo. Ya no hay eras, hoces, trillos, bieldos ni
aventadoras, las modernas máquinas agrícolas tratan de borrarnos anteriores
recuerdos
Cada cual, según edad y condiciones,
disfruta a su manera. Unos observando algún paisaje cotidiano de su pueblo
salpicado de recuerdos, otros contemplando crepúsculos de atardeceres y
amanecidas