Este pasado
mes de octubre estuvimos, mi esposa y yo,
8 días en El Puerto de Santa María
(Cádiz). Ya hacía 50 años que dejamos aquellas tierras partiendo para
Alcalá de Henares donde residimos en la actualidad.
Son muchas los
recuerdos, connotaciones y huellas que dejamos en esa bonita ciudad, fue mi
primer destino como maestro, después de aprobar las oposiciones del año 1965,
además de que allí conocí a Carmen mi esposa, madre de mis cuatro hijos. Allí
con 22 años me hice cargo de mi primera clase de niños de 11 y 12 años en el Grupo Escolar “Hospitalito”, antiguo Hospital de Caridad
del Puerto, construido en 1750 y de estilo Neoclásico, más tarde Centro de
enseñanza Primaria y en la actualidad es Centro de Exposiciones; es decir, que
el tiempo lo ha ido adaptando a las necesidades municipales: centro sanitario, centro
educativo y ahora centro cultural.
Visité con nostalgia aquel antiguo “Hospitalito”, aunque ha
tenido transformaciones estructurales, sin embargo esas paredes y rincones,
ahora sin pupitres y sin aquel griterío de escolares, me evocaban y trasladaban
al pasado, a aquel maestro lleno de ilusiones y proyectos aunque con poca
experiencia al ser novato, pero sí, con voluntad férrea de dar lo mejor de mí
mismo en el proyecto educativo encomendado. Eran niños muy humildes de familias
con verdaderos problemas económicos para salir adelante, la mayoría hijos de pescadores,
excepto algunos más privilegiados que trabajaban sus padres en alguna bodega de
las muchas que había en el Puerto..
Volver después de 50 años al “Hospitalito” fue una experiencia
muy emotiva y significativa. Una oportunidad para reflexionar, ya jubilado,
sobre mis 39 años de trayectoria profesional y personal. Percibí cómo han
cambiado tanto el lugar como las personas que conocí entonces: compañeros que
ya fallecieron, otros que encontré muy envejecidos. ¡Cuánto me hubiera gustado
reconocer a alguno de mis antiguos alumnos! aunque algunos en la actualidad
tendrán 70 años, o más. Cuando alguno de esos días nos sentábamos en alguna
terraza disfrutando del pescadito frito, muy común y típico de por allí,
siempre me esforzaba en mirar a la gente que transitaba por la calle pensado que
algún rasgo facial me recordara a alguno de ellos; pero después de tantos años,
y en una población de 100.000 habitantes parecía una tarea ardua y compleja.
Regresar al Puerto fue
una experiencia profundamente emotiva y llena de sentimientos encontrados. Al
llegar, una ola de nostalgia me envolvió, trayendo consigo recuerdos vívidos de
aquellos años de mi estancia allí. Recorrí
las calles, que ahora me parecían tanto familiares como extrañas. Algunos
edificios seguían en pie, recordándome aquellos momentos vividos, mientras que
otros habían cambiado o desaparecido, marcando el paso inevitable del tiempo.
Caminando por los
rincones del Puerto, recordé aquella plaza de Isaac Peral donde solía sentarme
algún rato, el café de la misma plaza donde, algunas tardes, comentábamos
experiencias pedagógicas mis colegas y yo, la pensión donde me hospedaba, hoy
edificio restaurado. Aquel vaporcito, hoy desaparecido, que se llamaba Adriano (I y II) que nos
llevaba a Cádiz surcando la bahía, ha sido sustituido
por un moderno “catamarán”. Las calles Luna, Larga, Cielo, Pedro Muñoz Seca,
Palacios, Ganado… Esta última me llevaba al colegio. Cada lugar tenía una
historia que contar, y cada historia me reconectaba con mi pasado de una manera
profunda y reveladora.
El contraste entre el
ayer y el hoy es evidente, pero en mi corazón el Puerto seguía siendo el mismo:
el lugar donde di mis primeros pasos como maestro, donde aprendí tanto de mis
alumnos como ellos de mí, y donde forjé las relaciones con mi esposa, matrimonio que
ha resistido la prueba del tiempo.
En resumen, regresar a
tu primera escuela como maestro ha sido un viaje emocional. Ya había visitado
otras 2 veces el Puerto, pero con otros objetivos, la primera a su feria de
abril y la otra disfrutando de 15 días en sus magníficas playas. Ha sido esta
vez la que me ha permitido reconectar con mi pasado, revivir y reflexionar
sobre la que fue mi profesión, así como apreciar el impacto que tendría mi esfuerzo en la vida de muchas personas.
Fue un viaje lleno de gratitud, de reflexión y
de reafirmación en mi vocación docente. Mi estancia en el Puerto de Santa María
no solo me ha permitido ver cuánto ha cambiado, sino también cuánto he cambiado
yo. Fue un recordatorio de que, aunque los años pasen y las cosas cambien, las
experiencias y los recuerdos humanos perduran, dejando una marca imborrable en
nuestras vidas.
Carmen y yo, agradecemos a la familia "Felipe Pérez de la Lastra" portuenses, amigos y él compañero, también jubilado, que se desvelaron con su compañía en hacernos la estancia allí más grata.
Puerta Principal "Hospitalito" |
Colegio "Hospitalito" |