lunes, 1 de febrero de 2016

Noches de invierno, chimenea y calor en aquellos hogares


Alrededor de la lumbre


    Todos los que estuvimos alrededor del calor de una lumbre en un hogar sabemos lo que esto significa, así como los recuerdos que nos trae aquella lumbre encendida. Toda la vida de los hogares, en el mundo rural, giraba en torno a la cocina y más concretamente de la lumbre. Recuerdos imborrables de las familias sentadas alrededor de la lumbre, contando historias, quizás algunas, mil veces recordadas. Recuerdo como los hombres, las mujeres entonces no fumaban, encendían los cigarrillos cogiendo con las tenazas un tizón incandescente, los “chisporroteos” que rápidamente se esfumaban, así como acercar las manos a la lumbre y retirarlas frotándolas vigorosamente para calentarlas.

    Aquella lumbre era el único recurso para combatir aquel frío intenso de entonces. Aun recuerdo, en tiempo de estudiante, aquellas vacaciones de Navidad pasadas con mi familia en San Román. Empezabas éstas con los chupetes de hielo que colgaban de los tejados, terminaba la Navidad y aun permanecían inflexibles acompañando a aquellos tejados casi siempre blancos de aquella época.  

    La cocina era el centro neurálgico de nuestra vida social y familiar en aquella época, con la lumbre en el suelo y una chimenea ennegrecida por el humo. Era el sitio más importante de la casa. Allí pasábamos mucho tiempo, se recibían las visitas, se jugaba a las cartas, se comía, se contaban atractivas historias y cuentos, y uno se olvidaba de que fuera de allí la vida transcurría. En torno a la lumbre se hablaba de las faenas del campo y de lo que pasaba por el pueblo. A veces oíamos el zumbido del viento soplar por la chimenea, un escalofrío por la espalda nos corría y rápidamente atizábamos la lumbre con las tenazas. En la lumbre, donde se quemaban manojos y cepas de vid, siempre había en un lado un pote de hierro lleno de agua que se calentaba para uso cotidiano de ésta en el hogar. Toda la familia se sentaba alrededor del fuego en escaños, sillas bajas y los niños en banquetas muy pequeñas que llamábamos tajuelas. Se procuraba dejar en los lugares preferentes a nuestros abuelos.

    En esa lumbre se cocían las alubias, los garbanzos, patatas etc. siempre en pucheros de barro y lentamente, lo que hacía que tales cocidos adquiriesen un sabor inigualable. Las trébedes” se colocaban encima de la llama para freír en sartenes lo que fuese. Colgado de algún clavo siempre se encontraba el fuelle” que servía para avivar el fuego, así mismo, algunas veces, colgaba de la chimenea alguna ristra de chorizos o algún jamón, quizás con el  objetivo de que ese ambiente de calor y humo acelerasen su curación. En la pared opuesta al fuego la “alacena” o “vasar”, rudimentarios armarios con anaqueles en el que se colocaban los cubiertos, los platos, fuentes y alguna jarra. Sobre la fregadera, pileta hecha generalmente de cemento, se asentaba un escurreplatos.

    Durante las largas noches de invierno los abuelos nos contaban leyendas o hechos que habían ocurrido en el pueblo o limítrofes y que se transmitían de generación en generación. Los niños, ante tales relatos, nos manteníamos absortos y con la mirada puesta en esa llama imaginaria y misteriosa que generaba la lumbre.

    Por las mañanas, para combatir el frío en la escuela, los niños llevábamos braserillas. Se trataba de unos recipientes pequeños que, a modo de brasero, portaban brasas con ceniza que nuestras madres extraían de la lumbre. Las “braserillas” de los niños eran muy rudimentarias ya que consistían en una lata grande de sardinas que nuestras madres pedían vacía en la tienda. Nuestros padres ponían un alambre, a modo de asa, cuyos extremos conectaban a dos agujeros realizados en la lata cilíndrica antes citada. Las de las niñas eran más sofisticadas, coquetas y elegantes, se las compraban en alguna ferretería de Toro. Eran de hierro y con forma de caja y con tapadera. Hay que hacer notar que los hijos cuyos padres trabajaban en el monte traían mejores “braserillas” que los hijos de los labradores, ya que los primeros tenían más a su alcance la encina, que producía mejor brasa que la de sarmiento o cepa de estos últimos.

    A modo de anécdota: al salir de la escuela y con la “braserilla” casi siempre apagada, la girábamos circularmente con ayuda del asa y, como consecuencia de esa velocidad circular que generábamos, no caíamos nada de su contenido. Tal experimento nos llenaba de gran satisfacción.

    Ahora, los inviernos ya no son tan fríos y disfrutamos de mejores y eficientes métodos de calefacción y cocción de los alimentos, sin embargo, añoramos aquella convivencia y calor familiar que se vivía en torno a la lumbre.

    Estrofas sobre la lumbre en un Poema de Federico García Lorca:
"En la amplia cocina, la lumbre"

 En la amplia cocina, la lumbre
pinta todas las cosas de oro.
— ¡Ay qué triste es el cuento, abuelito!

—Abuelito, ¿Cómo iba vestida
esa del cuento
hermosa madrina?

— Con el manto
del dolor tan solo,
que es un manto muy negro y muy feo.
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martes, 12 de enero de 2016

Los Muladares de entonces



EL MULADAR
  
    
    Es posible que muchos, sobre todo los de menos edad, no sepan lo que es “un muladar”. La palabra muladar ha caído prácticamente en desuso y especialmente los más jóvenes no conocen cuál es su significado. Pues bien, acudimos al Diccionario de la Real Academia de la Lengua: Muladar es el “Sitio, fuera de los muros de la villa, donde se echa el estiércol y la basura”. Los muladares se encontraban extramuros, por lo que el origen de la palabra puede estar en el término muradal, para pasar posteriormente a la palabra muladar. El uso y utilización que hacíamos de estos muladares en San Román de Hornija es lo que voy a tratar de explicar:
    
    Antes, la basura no se recogía en bolsas ni se llevaba a los contenedores como en la actualidad, sino que en cada casa, en el corral, existía un lugar donde se iba depositando toda la mugre que diariamente se generaba. La mayoría de las casas eran de labranza, las cuales albergaban una cuadra para las caballerías, así como la pocilga donde se guardaban los cerdos, que en nuestro pueblo decíamos siempre “marranos”. Cuando se limpiaban las defecaciones de tales animales, así como los restos de comida de los moradores de la casa y otras suciedades, todo ello se depositaba en una parte del corral que llamábamos “muladar”, donde las gallinas merodeaban picoteando y dando buena cuenta de lo aprovechable para ellas. (Echamos de menos aquellos huevos de las gallinas de antaño, diferentes a los de ahora por tener la yema de un color casi rojizo y sabían mejor que los actuales). Por otra parte las casas no poseían inodoros y como consecuencia las defecaciones humanas iban también al corral y a la parte de éste que llamábamos el “muladar”.

    Todos los desperdicios se iban amontonando en el corral, y gracias a  la lluvia y a los cambios de temperatura se iba compactando y a la vez descomponiendo, hasta que se sacaba del corral llevándolo a una zona del pueblo dedicada para este fin. Cuando las faenas agrícolas remitían se aprovechaba esos periodos inactivos para sacar, con los carros, los muladares de los corrales. En San Román dicha basura, casi siempre, se depositaba en las inmediaciones del “Camino Ancho”. Allí cada labrador tenía su montón o muladar, que seguía descomponiéndose esperando la próxima sementera. Este depósito de residuos en extramuros era, según diccionario, el auténtico muladar, aunque en San Román dábamos también ese nombre al almacenamiento en corrales.  

    Antes de la preparación de la siembra se esparcía basura por las tierras, enriqueciéndose éstas con ese abono de materia totalmente orgánica. El labrador actual, ante la ausencia de animales y como consecuencia de la escasez de aquella basura, se ve obligado a enriquecer las tierras con otros fertilizantes, más industriales, llamados abonos minerales. 

    Nos resulta curioso que en las Ordenanzas Municipales de San Román de Hornija del año 1908, publicadas en otro artículo de este blog, en el Capítulo Segundo, Sección Primera sobre higiene, limpieza y ornato público, dice al respecto en los siguientes artículos de tales Ordenanzas:

    Art. 51. Los que no tengan corral donde colocar el estiércol, ceniza ni otras materias pestilentes, podrán colocarlas provisionalmente en sitios a propósito y apartados de la vía pública donde no ensucien ni perjudiquen a los transeúntes.
    Art. 58. Se prohíbe depositar en las calles, plazas, servicios públicos y caminos, animales muertos y toda clase de inmundicias que sean perjudiciales a la salud y al ornato público.
    Art. 60. Se prohíbe arrojar a las puertas de ningún vecino ni a las propias que den a la vía pública, materias fecales y otras porquerías debiendo lo hacer cada cual en su muladar del corral respectivo.