martes, 24 de julio de 2018

Los Corrales en otra época

 
Ha cambiado la fisonomía del corral


    La mayoría de las casas del medio rural disponían de corrales. En los corrales se hacía media vida, en el centro de él se encontraba el basurero o muladar, donde se iban depositando los desperdicios en general: excrementos de los animales, residuos alimenticios etc. Al corral daban las puertas o accesos de los demás habitáculos cubiertos y necesarios en una casa rural de labranza: pocilgas, cuadras, pajares, panera y cocheras o colgadizos. Una parte del corral se utilizaba para hacer las inexcusables necesidades humanas, rodeados de gallinas y vara en ristre para espantar al gallo que defendía su territorio saltando, a veces, sobre sus invasores.

     Al menos una vez al año, casi siempre al comienzo del verano, había que sacar la basura acumulada durante todo el año y llevarla a los basureros correspondientes, situados en nuestro pueblo en el “Camino Ancho”. Allí permanecía hasta el otoño que se llevaba a las tierras como fertilizante antes de las sementera.

    Tiempos atrás, los pueblos carecían de los servicios básicos como el agua corriente y demás redes de saneamiento, así como la recogida de las aguas residuales o de lluvia. Los albañales, que en San Román llamábamos “colagas”, pasaban las aguas de la lluvia de corral a corral siguiendo la pendiente natural del terreno, muchos de ellos sin estar cubiertos. Eran muy frecuentes las disputas entre vecinos por este tema, bien por atascos o por malos olores.

    Pocas casas disponían de cuarto de baño. Un palanganero de porcelana era el mobiliario más habitual para la higiene diaria. A los niños nos lavaban en invierno al lado de la lumbre y en verano al caer la tarde en el corral. Más a fondo nos refregaban los sábados, con cambio de ropa interior ¡Qué mal lo llevábamos cuando nos frotaban la boca para quitarnos los “boqueras” o nos refregaban con estropajo las rodillas para quitarnos su negrura! En invierno y en verano llevábamos pantalón corto y las rodillas eran los partes más vulnerables en todos los juegos, así que casi siempre teníamos alguna herida en ellas.

    Las madrugadas eran frías para salir al corral, así que debajo de la las camas siempre había un orinal blanco de porcelana para emergencias nocturnas.

    Las gallinas eran los animales que campeaban a sus anchas por los corrales, escarbaban y picoteaban en el basurero para encontrar algún alimento para su sustento. Abastecían a las familias de huevos y los gallos de carne. Cuando éstas salían cluecas se las alejaba del corral poniéndolas en un nidal o "cestaña" con huevos y paja que, gracias al calor y perseverancia de la clueca, eran incubados para que a los veintiún días salieran los pollitos. Al pasar una o dos semanas los veíamos por el corral correteando detrás de la madre. Las noches más desapacibles se les ponía a cubierto en un cajón para que pudieran soportar mejor el frío.

    Otro elemento que no faltaba en los corrales eran los pozos para captar y extraer de las aguas subterráneas el agua para el consumo doméstico y de los animales. A través de una polea por donde apoyaba una soga se subían los calderos con agua. A veces estaban situados en paredes de medianería y se compartían para dos corrales. Los muy antiguos, hechos manualmente, las paredes interiores las cubrían artísticamente con piedras o cantos grandes. Con el tiempo había que limpiarlos y para ello bajaba el pocero atado con sogas ayudándose de la polea. Abajo se desataba y comenzaba su trabajo de limpieza. Llenaba calderos de impurezas y con el mismo sistema los elevaban hasta el brocal. Un trabajo este que nadie quería, pero que la necesidad obligaba. Me imaginaba allá abajo y sentía miedo viendo solo un círculo de azul allá arriba y el resto todo negro.

    Hasta principios de los años sesenta no se hicieron en los pueblos las obras de infraestructura necesarias para que el agua corriente llegara a todas las casas y las de desecho se incorporaran a la red de saneamiento. Conquista social básica e indispensable para vivir dignamente. Esta fue una de las causas de la pérdida de identidad de los corrales, así como la llegada de la maquinaria que nos hizo prescindir de los animales de labrar y más tarde de todos los demás.

    A veces pienso, cuando veo algunos reportajes sobre países en vías de desarrollo, que también nosotros tuvimos un tiempo en que carecíamos de esos servicios tan elementales. Siguen allí los corrales sin cantos de gallo, rebuznos, cacareos ni relinchos. Los corrales actuales carecen de mundo animal, silenciosos e inactivos pero más limpios y olorosos. Aunque manifestamos mucha nostalgia y añoranza por el pasado, hemos de reconocer que, en la actualidad, disfrutamos de una mejor calidad de vida.

¡No siempre cualquier tiempo pasado fue mejor!

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